El candidato presidencial Javier Milei dijo que su intención es privatizar el CONICET y cuestionó la productividad de sus trabajadores. TSS hizo un repaso de algunos de los logros de la ciencia argentina y habló con investigadores sobre la importancia de la inversión pública para seguir construyendo un país con soberanía.
Agencia TSS – “¿Qué productividad tienen? ¿Qué han generado los científicos?”, preguntó el candidato presidencial Javier Milei, líder del partido de ultraderecha La Libertad Avanza, durante su paso por los medios de comunicación luego de ganar las PASO. “Que quede en manos del sector privado”, agregó, en referencia al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). En otras entrevistas, ya había declarado que si asume la presidencia piensa eliminar varios ministerios, entre ellos, el de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT).
No sería la primera vez que la ciencia argentina se ve amenazada durante un gobierno democrático. En la década del 90, muchos científicos y científicas salieron a la calle en protesta por el recorte presupuestario impulsado por el gobierno de Carlos Menem. Otros, simplemente asumían que el paso siguiente a graduarse de una carrera científica era el aeropuerto de Ezeiza. Durante el Gobierno de Mauricio Macri también hubo un fuerte ajuste al sector. Los científicos tuvieron que poner dinero de sus bolsillos para poder trabajar, realizaron marchas y hasta tomaron el MINCYT (degradado a Secretaría). Hoy, como un déjà vu de esos tiempos, convocan a juntarse en la explanada del Polo Científico Tecnológico a las 16 en defensa de la ciencia argentina.
“Lo primero que tiene que quedar claro es que desatender la ciencia no es un problema que afecte solamente a los científicos. Cada vez que hubo una inestabilidad económica, los científicos se fueron y perdimos generaciones. El problema es para la Argentina. Todos los países para desarrollarse necesitan tener ciencia y tecnología porque es lo que impulsa a la industria”, le dijo a TSS el físico Jorge Aliaga, investigador del CONICET y ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
La antropóloga Nuria Giniger, investigadora del CONICET en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL), agregó: “El desarrollo científico tiene la capacidad de resolver problemas de la vida social. Los ejemplos a lo largo de la historia son infinitos: desde el descubrimiento de la penicilina hasta la posibilidad de estar conectados en todo el mundo a través de teléfonos celulares. No tener una política de inversión estatal implica perder la capacidad de hacernos preguntas y resolver problemas. Hoy nos estamos enfrentando a una versión muy virulenta de las clases dominantes que, frente a no tener ideas nuevas para resolver la crisis, vuelven a viejas recetas que llevan a perder soberanía”.
¿Qué han generado los científicos?
Cualquier enumeración de los desarrollos y avances de la ciencia argentina resulta injusta por la cantidad enorme de producciones que quedan afuera pero la idea es brindar apenas un panorama de la vasta producción nacional para dar una idea de lo que perdería el país si se cortara la inversión pública en el sector.
El CONICET fue creado en 1958 y es el principal organismo dedicado a la ciencia y la tecnología en la Argentina. Actualmente, allí trabajan unas 28.000 personas, entre investigadores, becarios doctorales y posdoctorales, técnicos, profesionales de apoyo y administrativos. El personal está repartido por todo el país, entre sus más de 300 institutos de investigación, universidades (en su mayoría públicas) y otros organismos, como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), que también hacen ciencia y tecnología con fondos públicos e impronta federal.
Uno de los ejemplos más destacados de la productividad de la ciencia argentina fue la que se generó para enfrentar la pandemia de COVID-19. Científicos y científicas de todo el país dejaron de lado sus líneas de investigación para ponerse al servicio de las necesidades sociales ante la crisis sanitaria. Gran parte de los desarrollos logrados en tiempo récord fue posible gracias a los años de investigación acumulados previamente y a la inversión sostenida en el tiempo.
“¿Cómo enfrentó la pandemia Argentina? ¿Salió el sector privado a producir kits de diagnóstico, barbijos y tratamientos? No, salieron los institutos del CONICET y empresas de base tecnológica que surgieron del financiamiento público como los Fondos Argentinos Sectoriales”, señala el físico e historiador de la ciencia Diego Hurtado, actualmente secretario de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación del MINCYT.
Apenas comenzó la pandemia, el MINCyT, el CONICET y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Productivo y la Innovación (Agencia I+D+i) crearon la Unidad Coronavirus para coordinar las capacidades del sistema científico-tecnológico y ponerlas a disposición del sistema de salud. Fue así como se produjeron cuantiosos resultados: kits de diagnóstico y de anticuerpos, barbijos con propiedades antivirales, respiradores de bajo costo, universidades convertidas en laboratorios de diagnóstico, asesoramiento al Poder Ejecutivo e informes sobre el impacto socioeconómico de la pandemia, por solo citar algunos ejemplos. Más tarde vendrían los desarrollos orientados a tener una vacuna nacional contra el COVID-19, siendo hoy la ARVAC Cecilia Grierson, de la UNSAM y el Laboratorio Cassará, la más avanzada.
A su vez, el desarrollo de vacunas está estrechamente ligado con los avances que se van consiguiendo en la llamada ciencia básica, un campo donde la Argentina ha tenido numerosos logros. Entre ellos, tres Premios Nobel: Bernardo Houssay por sus descubrimientos sobre el papel de la hipófisis en la regulación de la azúcar en sangre; Luis Federico Leloir por el descubrimiento de procesos bioquímicos que usan los organismos para vivir; y César Milstein por el desarrollo de anticuerpos monoclonales vinculados al tratamiento del cáncer. Estos días se recordó bastante una famosa frase de Houssay: “Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.
Otro campo donde la Argentina tiene una larga tradición de desarrollo es el sector nuclear, que data desde 1950 cuando se creó de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). A lo largo de siete décadas, este sector se constituyó como un espacio estratégico para el desarrollo de capacidades tecnológicas soberanas, que se plasmaron en la construcción de las centrales Atucha I, Atucha II y Embalse, y otros desarrollos en curso como el CAREM, primer reactor nuclear diseñado y fabricado en el país, y el Reactor Multipropósito RA-10, orientado a abastecer la demanda local de radioisótopos aplicados a la medicina nuclear.
“En los sectores donde hubo inversión sostenida durante décadas, como el nuclear, fueron fructificando distintos desarrollos que dieron origen a empresas tecnológicas privadas que luego también invierten. Nadie está diciendo que todo tiene que ser público pero ningún país arrancó con inversión privada sin que primero haya empujado la parte estatal”, indica Aliaga. En Argentina, la inversión en ciencia y tecnología estimada para este año es un 0,54% del PBI. La Ley de Financiamiento del Sistema Nacional de CTI (que implica que la Función Ciencia y Técnica del presupuesto nacional alcance el 1% del PBI en 2032) y la Ley de Promoción de la Economía del Conocimiento son dos herramientas conseguidas en los últimos años con el objetivo de dar un marco de previsibilidad a la inversión pública e incentivar la inversión privada.
El desarrollo satelital y espacial argentino también es digno de orgullo nacional. Basta con recordar el lanzamiento del satélite de telecomunicaciones ARSAT 2 en 2015, cuando grandes y chicos se dieron cita en Tecnópolis (un predio que acerca la ciencia a la sociedad desde 2011, también creado con inversión pública) para seguir la cuenta regresiva en vivo con banderas argentina en mano y gritar el éxito de la misión como si fuera un gol de Messi. Otro hito fue el lanzamiento del satélite SAOCOM 1B (2020), creado para brindar información sobre el territorio argentino y no tener que depender de servicios importados: un logro alcanzado en medio de una pandemia gracias a la visión a largo plazo de instituciones como la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), encargada de llevar adelante el Plan Espacial Nacional; e INVAP, empresa estatal rionegrina donde se construyen y prueban los satélites.
¿Qué productividad tienen?
Si de productividad se trata, campos como los de biotecnología, nanotecnología e inteligencia artificial no solo han generado desarrollos tecnológicos que se convirtieron en productos y servicios, sino que también han sido cuna de startups y empresas de base tecnológica (EBT). Según el Banco Interamericano de Desarrollo, la Argentina cuenta con el mayor número de emprendimientos innovadores de América Latina: 103. Muchas EBT nacieron en el seno del CONICET, como Chemtest, dedicada a la producción de test de diagnóstico para enfermedades infecciosas, e Infira, que brinda soluciones tecnológicas para una agricultura sostenible. Este jueves, el investigador del CONICET Gabriel Rabinovich sumó un ejemplo más al presentar Galtec, una nueva EBT que busca transformar descubrimientos científicos en productor terapéuticos para el tratamiento del cáncer.
“La biotecnología está llena de ejemplos aplicables pero algo que me parece importante remarcar y que muchas veces queda fuera de la lista es que el CONICET produce doctores y doctoras, es decir, recursos humanos especializados altamente calificados. El CONICET es una marca de prestigio: las empresas se acercan constantemente a sus investigadores para hacer desarrollos públicos-privados en conjunto”, apunta el biotecnólogo Jorge Montanari, investigador del CONICET en la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR).
Otra área en la que la ciencia argentina ha realizado numerosas contribuciones tiene que ver con las energías renovables, comprendiendo tanto desarrollos tecnológicos pensados para avanzar hacia una transición energética (paneles y calefones solares en el norte del país, equipos para aprovechar la energía undimotriz en la costa bonaerense, molinos eólicos en la Patagonia) como también para facilitar la vida de poblaciones alejadas de la red eléctrica. A su vez, este aspecto se conecta con otra de las prioridades de la ciencia argentina: resolver problemas locales que las grandes multinacionales no se interesan por resolver.
“En el caso de la enfermedad de Chagas, que es el tema que yo trabajo, a las empresas no les parece redituable invertir en esto. Sin embargo, el 4% de la población argentina tiene Chagas y para encontrar un mejor tratamiento y un acompañamiento más eficaz de los pacientes, se necesita una investigación sostenida en el tiempo. Por eso es fundamental el rol del Estado”, explica la bióloga Carolina Carrillo, investigadora del CONICET en el Instituto de Ciencia y Tecnología César Milstein, cuyo equipo además desarrolló el kit de diagnóstico rápido para COVID-19, Neokit, en los primeros meses de pandemia.
También es crucial el aporte de los investigadores argentinos en ciencias sociales, un área muchas veces olvidada cuando se habla de ciencia y que en épocas de desfinanciamiento ha sido fuertemente ninguneada. “Recordemos que la científica a la que Cavallo manda a lavar los platos es Susana Torrado, socióloga demógrafa, porque ella le mostraba una estructura socioeconómica que él no quería ver. El Estado necesita de las ciencias sociales para incorporar una mirada inteligente a las políticas públicas», subraya Hurtado. Las ciencias sociales también han impulsado cambios dentro del sistema científico, por ejemplo, al visibilizar desigualdades de género con estadísticas que han posibilitado cambios positivos en pos de una mayor equidad (aunque, por supuesto, todavía queda mucho por hacer).
La investigación en el área de Defensa (gran parte de la cual está radicada en el CITEDEF) ha aportado desde radares y tecnologías para defender al país hasta dispositivos para prevenir femicidios. La paleontología argentina fue tapa de la prestigiosa revista Nature esta semana al revelar información sobre los ancestros de los reptiles voladores. La investigación sobre el Mar Argentino se consolidó con la iniciativa Pampa Azul, que busca generar conocimientos para su preservación. En la Antártida se realizan investigaciones sobre el impacto del cambio climático y en el Impenetrable se trabaja en la conservación de especies en peligro de extinción como el yaguareté.
La enumeración de aportes de la ciencia argentina podría continuar por horas pero Hurtado resume así uno de los puntos centrales: “La inversión pública en ciencia y tecnología es un imperativo para las economías desarrolladas y más aún tiene que serlo para países en desarrollo. El problema es que Milei piensa desde un tipo de neoliberalismo que yo llamo neoliberalismo periférico, vinculado con una mirada financiera. Pero tenemos que tener presente que si compramos satélites y vacunas en el extranjero, no solo estamos importando desarrollos sino también trabajo extranjero”.
¿Es posible privatizar el CONICET?
Más allá de los recortes sufridos por el sector científico en otros períodos, ningún gobierno llegó a tomar una medida tan extrema como privatizar el CONICET. “Yo me pregunto qué significa privatizar el CONICET porque es una afirmación que muestra un desconocimiento enorme sobre qué es esta institución. Es como si quisiéramos privatizar algo tan grande como la escuela secundaria. El CONICET es una entidad compuesta por una cantidad enorme de centros de investigación, desarrollo y transferencia, y el conocimiento que produce es reconocido en todo el mundo. Hemos tenido grandes recortes de presupuesto pero, así y todo, nadie se atrevió a tanto”, afirma Carrillo. Por su parte, Hurtado señala que en 1993 el Banco Mundial había recomendado privatizar el CONICET con el argumento de que era necesario abolir miles de cargos del presupuesto público pero eso finalmente no pudo hacerse en la práctica.
Las consecuencias que podría tener una medida de este tipo son numerosas aunque podrían englobarse en: pérdida de puestos de trabajo, de recursos formados durante años, de décadas de investigación, de soberanía científica. “El desfinanciamiento, acompañado por la desjerarquización de la actividad científica y el ataque a quienes la desempeñan, ya se vivió en los años 90 y motivaron el éxodo de centenares de científicos argentinos que buscaron continuar sus actividades en países extranjeros, nutriendo sus sistemas de ciencia y técnica”, advierte Roberto Salvarezza, exministro de Ciencia y Tecnología, y actual presidente de los directorios de Y-TEC e YPF Litio. Montanari suma: “Ahora es peor, porque los cerebros emigran hasta con doctorados”.
En síntesis, el rol de la inversión tiene que ver con ocuparse de problemas que a las empresas no les resulta redituable, motorizar la inversión privada, definir cuáles son los sectores estratégicos para el país, ser el punto de partida para el surgimiento de empresas tecnológicas, formar un círculo virtuoso con pymes de distintos rubros, solucionar problemas de las comunidades locales y formar recursos humanos altamente calificados.
“La ciencia necesita que haya inversión sostenida en el tiempo porque el conocimiento no se genera de un día para el otro y las empresas no siempre están dispuestas a invertir a largo plazo”, señala Carrillo. La científica también resalta que mientras mayor sea el grupo de personas generando conocimientos, mayor diversidad habrá en los resultados y esto es clave porque los problemas de las sociedades actuales suelen requerir del cruce de varias disciplinas para encontrar soluciones.
Salvarezza llama la atención sobre un aspecto de fondo vinculado a los ciclos de construcción-destrucción del sistema científico que, según explica, son el reflejo de los dos modelos de desarrollo que pugnan desde hace décadas en el país: el modelo de economía primaria exportadora y de servicios financieros que el neoliberalismo autóctono promueve; y el modelo que incluye desarrollo industrial y requiere de ciencia, tecnología e innovación. “Mientras que no podamos resolver este conflicto difícilmente seremos capaces de generar un sistema de ciencia y tecnología lo suficientemente potente para contribuir al desarrollo socioeconómico sostenido de la Argentina”, asevera.
De todos modos, los científicos también señalan que hay cosas para mejorar dentro del sistema científico. “Hay cuestiones que van más allá de los gobiernos, por ejemplo, los fondos tardan mucho en llegar y se los termina comiendo la inflación. Además, las acciones de protección de propiedad intelectual son muy lentas, por lo que la interacción público-privada que se intenta fomentar choca contra la burocracia”, señala Montanari. Por su parte, Aliaga considera que el principal problema es no haber podido impulsar un modelo de desarrollo como el del sector nuclear en otras áreas, de forma que los logros conseguidos puedan sostenerse mejor en el tiempo, aún ante contextos adversos. “Hay muchas cosas a mejorar pero son sutilezas ante lo que está en juego hoy”, aclara.
En tanto, Giniger reflexiona sobre el resultado de las elecciones y la necesidad de tratar de entender las razones de esos votos de cara a las elecciones de octubre: “Había expectativa de ‘volver mejores’ y hay mucho que no se cumplió. Eso produjo desazón y frente a esto aparece una alternativa que lleva al extremo la bronca de compatriotas, que estoy segura de que no quieren la destrucción del CONICET pero sí una transformación profunda, porque no ven llegar mayores derechos ni distribución de la riqueza. Me parece que hacer un diagnóstico profundo sobre esto es una tarea que tenemos que hacer, escuchando lo que dice la sociedad y siendo capaces de empatizar, para construir entre todos y todas una salida verdaderamente democrática”.
18 ago 2023
Temas: Ciencia, CONICET, MINCyT, Política científica, Política científica y tecnológica, Presupuesto, Soberanía científica, Tecnología