La agroecología como alternativa al monocultivo

De paso por el país, la periodista e investigadora francesa Marie-Monique Robin habló de la necesidad de reemplazar el modelo agroindustrial por el agroecológico. «Lo que está en juego –afirma– es la soberanía alimentaria de la Argentina».

Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – “La agroecología no implica volver a la edad de piedra, al contrario, está basada en conceptos científicos de alto nivel”, comenta uno de los entrevistados en Las cosechas del futuro. Cómo la agroecología puede alimentar el mundo, la última película de la periodista e investigadora francesa Marie-Monique Robin, que a fines de noviembre visitó el país y la presentó junto a su libro, que lleva el mismo nombre, frente a un auditorio de más de 500 personas.

A diferencia del tono de denuncia que se aprecia en films anteriores de esta autora –como El mundo según Monsanto (2008) y Nuestro veneno cotidiano (2010)–, en Las cosechas del futuro muestra diferentes experiencias agroecológicas, en América, Asia, África y Europa, que sirven de ejemplos que podrían ayudar a revertir el proceso de industrialización de la agricultura basado en los monocultivos, el uso de pesticidas y las semillas transgénicas, que tiene elevados costos sociales, ecológicos y sobre la salud de la población.

Por ejemplo, en la película se puede ver el denominado método de la milpa que usan algunos agricultores en Oaxaca, México, que consiste en sembrar maíz con porotos o frijoles (una leguminosa que capta el nitrógeno del aire y alimenta al maíz) y calabaza (cuyas hojas permiten mantener la humedad del suelo). Juntos se complementan y permiten obtener más variedad con menos costos.

Desarrollo comunitario del método Milpa en México.

“Es un sistema muy productivo. Hay un estudio que se hizo en la universidad de Berkeley, en California –Estados Unidos–, que dice que al compararlas, la producción de una hectárea en milpa es similar a la que se obtiene en 1,7 hectáreas donde se separan los cultivos”, puntualiza Robin. Dicho argumento desmiente una de las afirmaciones que suele escucharse entre quienes se dedican a este negocio: que el rendimiento de los monocultivos es superior a los que se podrían obtener mediante un sistema agroecológico.

En pocas palabras, la agroecología es un sistema que busca una complementariedad entre la vegetación y los animales, en el cual el suelo es la clave. “Todos los agricultores que practican la agroecología me dijeron que cuando tenían problemas con una planta, con malezas, parásitos, plagas, no trataban a la planta sino al suelo, porque significaba que éste tenía alguna deficiencia”, explica Robin y destaca que, en contra de lo que suele creerse, “la agroecología es mucho más complicada que el sistema agroindustrial, y los resultados son buenísimos porque permite la autonomía de las granjas; también es más complicada que la agricultura orgánica, porque se pueden hacer monocultivos orgánicos y eso no es agroecología, porque no solo es cuestión de no utilizar agrotóxicos, es mucho más que eso, es un saber hacer y se necesitan expertos y científicos que apoyen a los productores, para buscar la mejor forma de usar el terreno”.

Rosario, ejemplo mundial de agricultura urbana

Además de presentar su último libro y documental, Robin visitó Rosario porque allí se desarrolla un programa de agricultura urbana que piensa incluir en su próximo film: “lo que se está haciendo en esta ciudad es muy interesante, hay un departamento público creado por la municipalidad para desarrollar la producción de alimentos sanos en las huertas de la ciudad, y lo veo como un ejemplo de lo que se debe hacer si queremos enfrentar todos los desafíos que genera el modelo agroindustrial, sin hablar del problema de la escases programada del petróleo y el gas, porque para hacer soja transgénica se utilizan muchos productos químicos hechos con petróleo y gas, es un sistema muy frágil y muy dependiente del exterior”, comentó la documentalista durante la presentación.

Agricultura urbana en Rosario, Argentina.

En este sentido, explicó que el próximo documental en el cual está trabajando se referirá, entre otras cosas, a proyectos de agricultura urbana y cómo relocalizar la producción de alimentos, para lo cual eligió a Rosario y Toronto, en Canadá, donde hay una experiencia similar que se originó por motivos diferentes a los del caso argentino. “Detrás de esto hay un cuestionar el modelo de desarrollo, de crecimiento ilimitado en que el PIB, el Producto Bruto Interno, significa consumir más, lo que acaba con los recursos que ya están casi acabados… Estuvimos en San Francisco filmando a una experta que dijo que el año pasado consumimos un planeta y medio y si seguimos así, en 2030 vamos a necesitar cinco planetas, que no vamos a tener. ¿Qué significa esto? Mucha violencia, mucha pobreza, mucha guerra, y 2030 es en 17 años, es mañana, es muy urgente”.

Por eso, reiteró que para desarrollar un sistema donde se relocalice la producción alimentaria, sea en el campo o en la ciudad, hace falta una política pública muy fuerte. Y en busca de respuestas, durante su estadía en el país, entrevistó a la intendenta de Rosario, Mónica Fein, y al gobernador de la provincia, Antonio Bonfatti: “Con la intendenta no hablamos de soja transgénica sino de cambio climático”, afirmó Robin y adelantó que “el gobernador, que además es médico, reconoció que el modelo sojero lleva a enfermedades, me dijo frente a la cámara que es un problema de salud pública y reconoció que el monocultivo a mediano o largo plazo pone en riesgo la soberanía alimentaria de argentina”.

La trampa de la soja y el futuro no deseado

Se estima que en 2012 se sembraron 170 millones de hectáreas de cultivos transgénicos en todo el mundo; la mitad correspondió a soja, el 32% a maíz, el 14% a algodón y el 5% a canola. En áreas más pequeñas, también se sembraron variedades transgénicas de alfalfa, papaya, zapallo, álamo, clavel y remolacha azucarera. En cuanto a los rasgos introducidos, los principales fueron la tolerancia al herbicida glifosato (soja, maíz, algodón, canola, alfalfa y remolacha azucarera), la resistencia a insectos (maíz, algodón y álamo) y la combinación de ambas características (maíz y algodón), según datos de ArgenBio, el Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología.

“La gente dice que no vamos a poder alimentarnos sin agrotóxicos, pero se olvidan de decir que tampoco nos estamos alimentando con ellos, hay mil millones de personas en el mundo que sufren de hambre y eso es un gran fracaso del modelo agroindustrial, en el que se invirtieron billones y billones de dólares, y hoy una de cada seis personas no come lo suficiente”, reclama Robin y comenta que, a nivel local, le preocupa el sistema agroindustrial actual, al que considera que “es un desastre” para la Argentina.

Fumigación intensiva con Glisofato en campos de cultivos transgénicos.

El uso de transgénicos se aprobó en el país en 1996, para soja resistente al glifosato. Desde entonces, el área sembrada con cultivos GM (genéticamente modificados) no ha parado de crecer, y ya para 2012, según información de AgenBio, Argentina ocupaba el tercer lugar en el mundo, con casi 24 millones de hectáreas (el 14 por ciento de la superficie global) de cultivos GM de soja, maíz y algodón.

“Entiendo que se haya lanzado la soja sin saber que los transgénicos eran malos, con toda la manipulación que hubo detrás, era muy difícil saberlo… pero hoy no podemos decir que no sabemos que los transgénicos son un fracaso: Monsanto siempre dijo que gracias a los transgénicos usaríamos menos herbicidas, pero eso es una mentira, ya en 2005 el uso de herbicidas se había multiplicado por 10, y hoy hay mucho más, no saben cómo acabar con las malezas resistentes, y los suelos están acabados”, afirma Robin y enfatiza: “Antes se necesitaba ese dinero, pero ahora hay que tener una visión a mediano o largo plazo, lo que hoy está en juego es la soberanía alimentaria de la Argentina… ¿si los consumidores europeos seguimos en este camino de no querer comer más carne alimentada con transgénicos, que van a hacer ustedes con toda la soja? La recuperación de los suelos es posibles pero va a ser difícil”.

Un técnico para el cambio

Durante la presentación en Rosario, que se hizo en el Centro Cultural Parque España, Robín le dio lugar a diferentes participantes que se encontraban entre el público. Así, pudieron expresarse algunos representantes del acampe de Malvinas, en Córdoba, que desde hace meses luchan en contra de la instalación de una panta de Monsanto en esa ciudad y a quienes la documentalista apoya públicamente. También contaron su experiencia los responsables del programa de agricultura urbana de Rosario y sorprendió el relato de un productor sojero que desde hace unos años decidió unirse a un grupo agroecológico denominado Pampa Orgánica y convertir sus campos a un nuevo modo de producción que, como dice Robin, recupera la tradición pero trabajando con científicos.

“No es el sojero hijo de puta que no quiere cambiar, yo conozco muchos que quieren hacerlo pero para eso hace falta mucha ayuda… un productor no puede hacer un cambio rotundo porque en la transición se funde, porque los campos están bastante mal, se necesitan de 5 a 7 años de transición para que vuelva a haber vida en el campo, yo lo he visto en la experiencia que estoy haciendo”, expuso ante la audiencia y pidió ayuda para lograr el cambio: “el problema es que no hay apoyo a nivel investigación, después de 10 años de pedir ayuda conseguimos algunos técnicos del INTA que están empezando a investigar, pero muchos por voluntad propia”.

Libros y películas de la periodista e investigadora francesa Marie-Monique Robin.

Al respecto, Robin también contó su experiencia familiar como hija y hermana de agricultores franceses: “Mi papá me contaba que, a principios de los 60, cuando yo nací, mandaban técnicos a las granjas diciendo que había que pasar a los agro tóxicos; invirtieron mucho dinero en técnicos para hacer esa conversión. Entonces, ¿porque no podemos hacer la otra conversión, ahora?”

En respuesta a esta pregunta, una de las primeras acciones que propone la investigadora es buscar el modo de acompañar a todos los que quieran cambiar y no saben cómo hacerlo. “Mi hermano, que ahora está en la finca de mi familia, que estuvo en el sistema agroindustrial hasta hace 5 años, cuando quiso pasar a la agroecología, a sus 50 años, me decía que tenía que aprender todo de nuevo porque no sabía nada del suelo, sí sabía de moléculas, pero hacen falta científicos, agrónomos que trabajen de verdad con huerteros y agricultores, y si lo hacemos, en 5 o 10 años se acabó el problema”, reflexiona Robin. Y destaca que “hace falta una voluntad política muy fuerte, el problema aquí es que el mercado de la soja todavía vale… No es fácil, pero es el camino posible porque el otro lleva al precipicio”.