La lucha por el suelo

La erosión de la tierra por la intervención humana tiene impacto económico y social. En el Año Internacional de los Suelos, especialistas del INTA difunden técnicas para evitar su degradación y buscan concientizar a productores.

Vanina Lombardi  
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Agencia TSS El suelo es la base para el cultivo de alimentos, pero también sobre él se erige la vida en sociedad. Por eso, cualquier modificación sobre sus condiciones puede impactar en la población. Es lo que empezó a notarse tras la expansión de la agricultura a zonas donde antes no había cultivos o se desarrollaban actividades ganaderas, y donde aumentó su erosión y degradación. Las causas pueden ser la acción de un agente físico –como cuando pierde partículas por la acción del viento y el agua– o químico –como la pérdida de nutrientes como el fósforo, el nitrógeno y el azufre, o la contaminación–.

“La degradación de suelos es un proceso que produce la pérdida de productividad”, explica el especialista del INTA Juan Cruz Colazo, de la Estación Experimental Agropecuaria San Luis, y aclara que esta problemática no se limita al territorio argentino. Por el contrario, se trata de una preocupación mundial. Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), de las 1475 millones de hectáreas que son utilizadas en agricultura, 553 millones (un 37 por ciento) se encuentran degradadas a causa de la intervención humana. En América del Norte esta cifra alcanza el 27 por ciento, mientras que en América del Sur se eleva al 45 por ciento de las tierras dedicadas a la agricultura.

En el caso de la Argentina, Colazo indica que se estima que las tierras erosionadas excederían las 65 millones de hectáreas, que representan más del 20 por ciento de las tierras totales (no solo las tierras cultivadas), aunque advierte que se trata de los últimos datos oficiales que se conocen, pero que fueron publicados a principios del año 2000. “A fin de año vamos a tener datos actualizados de la superficie”, adelanta el especialista y destaca “el interés que hay en poder generar nuevos mapas que sean más precisos gracias al uso de modelos de cálculo, como el que ya elaboramos en el INTA para la predicción de la erosión hídrica”. 

En el caso de la Argentina, Colazo indica que se estima que las tierras erosionadas excederían las 65 millones de
hectáreas, que representan más del 20 por ciento de las tierras totales.

La Unión Internacional de las Ciencias del Suelo de la FAO ha nombrado a 2015 como el Año Internacional de los Suelos, con el objetivo de concientizar a la comunidad sobre la importancia de los suelos, especialmente para la seguridad alimentaria. Los especialistas del INTA dedicados a esta temática, por su parte, se han sumado a esta propuesta y el 7 de julio, Día de la Conservación del Suelo, desarrollaron una jornada abierta a la comunidad en Ituzaingó, en la provincia de Buenos Aires, que contó con la participación de especialistas de toda la Argentina.

Para ayudar a productores y consumidores a tomar conciencia de esta problemática, los especialistas del INTA agrupados en el Programa Nacional de Suelos formaron una red de difusión y capacitación para los productores. “También tratamos de que haya información y recursos disponibles a través de Internet para los tomadores de decisión, los agrónomos y los asesores que están trabajando en la parte privada”, dice Colazo y apunta que en la actualidad existen diversas técnicas para controlar el estado de los suelos y combatir la degradación.

Una de las técnicas de medición surgida en los últimos años recurre al uso de colectores que funcionan con el viento y que recogen la tierra que se vuela. “En función de eso y de una serie de cálculos matemáticos se puede estimar la cantidad de erosión o de suelo que se pierde por hectárea”, puntualiza Colazo y agrega que varias de las herramientas que se aplican para disminuir o evitar la degradación se basan en métodos antiguos vinculados a los modos de cultivo.

La pérdida de árboles por deforestación, que retienen el suelo con sus raíces, provoca que la erosión se continúe
extendiendo a lo largo de todo el mundo.

Por ejemplo, para evitar la degradación por el viento se utilizan los denominados cultivos en franja, que consiste en poner especies más altas y más bajas de manera intercalada, para que las primeras protejan a las segundas. En tanto, para combatir la erosión por la caída de agua en zonas con pendientes se puede aplicar el llamado cultivo de contorno, que utiliza un principio similar pero, en este caso, se ubican las plantas de modo que vayan formando una especie de figura o dibujo respetando el contorno del terreno. “Otra técnica es generar un cultivo de cobertura”, agrega Colazo.

La llegada de la siembra directa

La degradación de los suelos no es estrictamente un problema vinculado al modo de vida moderno, ya que existe desde el inicio de la agricultura. Las técnicas de labranza tradicionales, como el arado, modifican el estado del suelo y lo vuelven más susceptible de pérdidas por el efecto de agentes como el viento y el agua.

Esta situación cambió en la década del noventa, con la introducción de las tecnologías de siembra directa que permiten sembrar con una remoción mínima del suelo, minimizando el riesgo de que se degrade. Sin embargo, estos avances que inicialmente fueron incorporados en busca de mejorar la productividad, están revirtiendo ese impacto positivo sobre la erosión de los suelos que alguna vez tuvieron. Por ejemplo, han permitido el avance de las tierras cultivadas a zonas donde antes se practicaban otras actividades como la ganadería o eran tierras con vegetación nativa.

La introducción de las tecnologías de siembra directa extendieron la frontera agropecuaria a zonas donde antes
se practicaban otras actividades o había vegetación nativa.

“Si se considera la cantidad de erosión en promedio, probablemente se mantenga, pero aumentaron los eventos graves de erosión”, advierte Colazo y cita el caso de la provincia de San Luis, donde los sistemas ganaderos predominantes fueron perdiendo terreno frente al avance de la agricultura, que pasó de ocupar el uno por ciento de la superficie provincial, antes de 1996, al diez por ciento actual. “Hace alrededor de cinco años, un médano cortó una ruta nacional y han surgido nuevos ríos debido a un proceso de erosión, por eso hoy tenemos cursos de agua adonde antes no los teníamos”, dice el especialista. Y destaca que “el problema de la erosión es que el suelo va a parar a un lugar al que no queremos. Entonces se producen roturas de alambrados, cortes de ruta e incluso pasa a ser polvo que respira la gente en ciudades de los alrededores”.

Según Colazo, “los suelos tienen que ser un legado a dejarle a generaciones futuras. Y quienes toman decisiones deberían tratar de generar una ley en base a información técnica generada en el lugar, que le sea útil al productor y que no solo lo castigue, sino que también lo premie cuando haga bien las cosas”.