La investigadora del CONICET en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA recibió una mención en el Premio L’Oréal-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia”. TSS habló con ella sobre su trabajo en diferenciación celular y acerca de la situación que atraviesa el sistema científico argentino.
Agencia TSS – Desde la escuela primaria aprendemos que las células son como pequeñas fábricas en las que cada componente cumple una función determinada. Dentro de ellas suceden cosas bien diferentes, según la etapa de la vida y el lugar del organismo que les toque habitar. Cuando un embrión comienza a desarrollarse, las células empiezan a diferenciarse y a cumplir la tarea que les fue asignada. Conocer estos mecanismos es fundamental para cualquier manipulación que se quiera realizar a la hora de estudiar una enfermedad o buscar un tratamiento.
La doctora en Química Valeria Levi dirige un equipo que todos los días se inmiscuye en ese pequeño gran mundo que se ramifica en infinitas preguntas. Es investigadora del CONICET y trabaja en el Laboratorio de Dinámica Intracelular del Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Levi realizó su posdoctorado en la Universidad de Illinois (Estados Unidos) y volvió como científica repatriada en el año 2006 gracias al Programa Raíces, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT).
Hace unas semanas, la investigadora obtuvo una mención en el Premio L’Oréal-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia”, que busca premiar la excelencia científica y promover una mayor equidad de género en el área, donde sólo el 30% de los roles jerárquicos son ocupados por mujeres.
¿De qué se trata la investigación que motivó el reconocimiento?
Es la continuación de los trabajos que venimos haciendo. Nosotros estudiamos ciertos fenómenos que disparan lo que se llama diferenciación celular, a partir de la cual una célula que no tiene una función específica empieza a cumplir una función en el organismo. En este proceso están involucradas unas proteínas, factores de transcripción, que se unen al ADN y “prenden” y “apagan” genes. El proyecto tiene que ver con utilizar técnicas de microscopía que nos permiten estudiar estas moléculas de factores de transcripción para ver si podemos detectar esas primeras señales que definen la función que va a cumplir una célula.
¿En qué medida los avances tecnológicos ayudaron a avanzar más en esta línea?
En los últimos años, se han desarrollado muchas técnicas que nos permiten mirar dentro de las células sin dañarlas y con mayor resolución, con lo cual podemos hacernos preguntas que antes no teníamos forma de responder. Las moléculas que estudiamos tienen una propiedad muy importante que se llama fluorescencia: si las iluminamos, brillan con luz de otro color. Es como tener un mar oscuro y que, de repente, algunas personas empiecen a prender linternas que permiten ver qué está pasando.
¿Qué están investigando actualmente?
En el caso de factores de transcripción, lo que estamos viendo es que la distribución espacial es muy distinta a la que uno esperaría y esa distribución podría estar relacionada con el comportamiento de los factores de transcripción. Para dar una idea, no es lo mismo tener una ciudad donde todas las personas están en cualquier lado o todas juntas. Si están juntas, eso da a entender que ahí está pasando algo distinto. El año pasado, pudimos detectar el momento en que se producen las primeras diferencias entre las células de un embrión. Lo que vimos es que, cuando el embrión es muy chiquito y está formado solo por cuatro células, éstas ya tienen diferencias entre sí. Aún cuando parecen idénticas, la función de los factores de transcripción empieza a ser diferente. Esto es interesante porque si uno conoce los detalles de ese proceso puede estudiar cómo revertirlos o reprogramar la célula para determinados fines.
¿Esto podría servir, por ejemplo, para la fertilización asistida?
En el caso de embriones, sí. Los trabajos que hacemos en el laboratorio son fundamentalmente de ciencia básica, pero cualquier conocimiento aplicado requiere de la generación de conocimiento básico. Si uno no sabe cómo funcionan los mecanismos celulares, no puede manipularlos. Eso me gusta aclararlo porque se está volviendo a hablar de qué es ciencia “útil” y ciencia “inútil”. Eso es una falacia y está demostrado históricamente. Como dijo Roberto Salvarezza hace poco, no hay ciencia útil o inútil, sino en todo caso ciencia bien hecha o mal hecha.
Sin embargo, son discusiones que siempre vuelven. ¿Cómo era la situación del sistema científico cuando decidió irse, en el año 2002?
Me fui después de terminar la tesis doctoral. En ese momento, casi no había ingresos a la carrera de investigador en el CONICET, creo que apenas entraban uno o dos por año. Además, los recursos en los laboratorios eran bastante pobres, no había tecnologías modernas ni perspectivas de crecer. En las universidades pasaba que, al no haber ingresos al CONICET, la mayoría de la gente que tenía cargos docentes estaba muy calificada, y entonces un recién graduado no tenía chance de competir con ellos. De todos modos, en nuestra carrera es recomendable hacer posdoctorados afuera, para conocer y traer cosas nuevas al país. El problema era que no teníamos perspectiva de volver. Era normal tener sueldos congelados y reciclar elementos de trabajo. Nosotros usamos muchos materiales descartables y en esa época teníamos que lavarlos y volver a usarlos. Eso pone en riesgo el experimento. Pasábamos días lavando material y yendo a buscar precios más económicos para los guantes descartables.
¿Cómo empezó a visualizar la idea de que era factible volver al país?
Nosotros siempre quisimos volver. Con mi marido sabíamos que no queríamos criar a nuestros hijos en Estados Unidos. Lo que pensábamos era en volver a un país latinoamericano. Brasil estaba mucho mejor a nivel científico. Pero a los dos años de estar allá empezó a funcionar el Programa Raíces, se abrió mucho la carrera del CONICET y varios de nuestros amigos empezaron a volver. Ahí se hizo más palpable que se podía volver a la Argentina. Cuando volví, me inserté en el laboratorio de un investigador del Departamento de Física, Oscar Martínez, una excelente persona, quien me abrió las puertas y me dijo “te ayudo en lo que necesites, yo sé lo que es volver”. La vuelta siempre se hace más sencilla con la solidaridad de los colegas.
Antes de las elecciones presidenciales de 2015, muchos científicos salieron a las calles a advertir lo que podía pasar si ganaba Mauricio Macri. ¿Le sorprendieron los cambios o era lo que esperaba?
Yo pensé que iba a ser todo más lento. No me imaginé otra cosa porque en un modelo de país como el que estamos viviendo ahora no se necesita ciencia. Este modelo no está fundado en el desarrollo de nuevas tecnologías o en objetivos como la puesta en órbita de un satélite. Entonces, era evidente que se iban a recortar fondos y achicar el número de ingresantes al CONICET, pero la velocidad con la que se está degradando el sistema científico asusta.
¿De qué manera se ha involucrado en la defensa de la ciencia local?
Demostrando que la ciencia es útil. Se ataca a las ciencias sociales, que son imprescindibles para salir de la pobreza, mejorar la educación y la calidad de vida. Por otro lado, me parece que en nuestra área, al depender mucho de insumos y equipos importados, tenemos que generar de algún modo un sistema solidario para compartir recursos. Hay que cuidar lo que hay y tratar de minimizar las pérdidas. Me preocupa que los científicos que están volviendo se vayan de nuevo. La gente que se va trae problemas nuevos, mejores técnicas y contactos entre laboratorios, es necesario que vuelvan. Si no, quedamos aislados haciendo ciencia de hace 10 años atrás.
Además, está el antecedente de que el conflicto con los 500 investigadores que no pudieron ingresar terminó en el ofrecimiento de cargos docentes que ni siquiera se pueden asegurar en un plazo de dos años.
Claro, ese conflicto no se resolvió, no cumplieron con su palabra, no hubo diálogo. Sabemos que tener esos investigadores en el sistema implica poca plata. Entonces, hay una decisión política de achicar el sistema y contra eso solo se puede resistir.
¿Tuvo dificultades en el laboratorio por problemas presupuestarios?
Todavía no porque venimos con subsidios que obtuvimos hace tiempo, pero lo que sí se ve es que tanto el CONICET como la UBA ponen requisitos cada vez más estrictos para aplicar a un subsidio. Es como un ajuste encubierto.
¿A esas barreras se le suma la falta de personal técnico y administrativo?
CONICET está en una situación totalmente irregular, empezando por el no nombramiento de uno de los miembros del directorio (Salvarezza). Los últimos ingresos de personal administrativo del organismo son por contratos, con lo cual hay mucha inestabilidad y, con respecto al personal técnico, hay pocos llamados.
¿Cómo se puede revertir esta situación?
Si lo supiera… (risas). Es imprescindible salir a decir que este modelo de país es inviable. No hay forma de crecimiento sin apostar a la ciencia y es un debate que tenemos que dar, independientemente de las diferencias que tengamos en otros aspectos.
30 nov 2017
Temas: Células, CONICET, Dinámica intracelular, FCEYN, Fertilización, MINCyT, Política científica y tecnológica, Química biológica, UBA