Enrique Martínez comprende como pocos la trama fina de la industria y la tecnología en los países de la región. El ex presidente del INTI conversó con TSS sobre estrategias superadoras de la dependencia tecnológica.
Frontal, preciso y original en sus diagnósticos, en la trayectoria de Enrique Martínez confluyen la militancia política, la academia y la gestión en el campo de las políticas industriales y tecnológicas. Decano de la Facultad de Ingeniería de la UBA entre 1973 y 1974, diputado nacional entre 2000 y 2001 y presidente del INTI en los períodos 1986-1988 y 2002-2011, Martínez es hoy coordinador del Instituto para la Producción Popular del Movimiento Evita. Su visión de conjunto, su conocimiento detallado de las cadenas productivas y su vocación por el campo popular lo transforman en una de las voces de referencia en el proceso arduo de debatir y diseñar estrategias para superar el atraso técnico del sector productivo en la Argentina.
TSS – ¿Cómo evalúa el problema de la dependencia tecnológica?
Argentina no escapa a la condición de país periférico con tecnología media, en términos relativos dentro de América Latina, junto con Brasil. Pero tiene una estructura productiva y una estructura de comercialización muy concentrada y muy extranjerizada. Los dos atributos ya no están en discusión. Y eso genera una debilidad tecnológica hacia adelante, porque los desarrollos importantes se llevan a cabo fuera del país, por decisión de las casas matrices de las grandes corporaciones. Así, la integración de las cadenas de valor es débil a consecuencia de que buena parte de las corporaciones multinacionales que trabajan en el país tienen proveedores mundiales con los cuales trabajan, más allá del tema de costos. A mi juicio ha demostrado ser falsa la tesis de que la corporación es un minimizador de costos o, a la inversa, un maximizador de beneficios y, en consecuencia, que lo esencial es el costo. Además del costo, hay un imponderable, o un intangible diría yo, que es la confianza en el vínculo, que cuando se establece a lo largo del tiempo deja afuera la posibilidad de nuevos proveedores.
TSS – ¿Cuál es el vínculo entre proveedores y dependencia tecnológica?
Las grandes corporaciones sistemáticamente, hace más de una década, han achicado el número de proveedores, más que aumentarlo, a pesar de que expandieron sus actividades globalmente. En consecuencia, la dependencia tecnológica se expresa en que, en las cadenas de valor lideradas por las multinacionales, la posibilidad de ingresar de operadores nacionales es baja y, en los bienes finales que van al consumo, se ha sofisticado tanto el consumo, se ha hecho tan vertiginoso el consumo de derroche, de renovación permanente de los bienes de consumo que forman parte de nuestra vida, que también eso se ha concentrado. Y llegar a esa dinámica forma parte del atributo de corporaciones multinacionales. Para que nosotros pudiéramos competir adecuadamente con la tecnología nacional que disponemos en la producción de motos, de heladeras, de televisores o similares, debería haber una suerte de conciencia colectiva y de decisión política de que no tenemos necesidad de una renovación técnica tan acelerada como la que el mundo central genera por el solo hecho de que necesita vender. Allí sí podríamos ir eliminando nuestra dependencia de tecnología. Pero eso no se da.
TSS – ¿Se podría pensar una “receta” didáctica para la formulación de una política tecnológica superadora del estado de concentración y extranjerización?
Me parece que un pensamiento estratégico en esa dirección debería segmentar los sectores y elegir lo que podríamos llamar “sectores de cadena de valor corta”, que son los sectores que terminan en bienes utilizados en la comunidad, pero de tecnología intermedia. Son típicamente la línea blanca, las motos, y algún elemento similar. ¿Por qué cadena de valor corta? Porque los componentes que se utilizan en la producción de esos bienes son relativamente pocos, de tecnología homogénea, la electrónica sofisticada no ha llegado a tener todavía un papel absolutamente hegemónico. En consecuencia, con los desarrollos históricos de la Argentina, más los que se podrían agregar, se podría tener un plan para fortalecer a los fabricantes de lavarropas nacionales que ya existen, con altísima proporción de integración nacional –si bien son una minoría–, de heladeras con la misma condición, de motos que, frente a la competencia externa, han retrocedido en su integración para poder competir por costos. Es decir, el bagaje tecnológico está, pero hay que decir que esos son sectores que se han elegido para ganar, para que se consoliden. En los sectores de cadena de valor más larga, que son típicamente los hegemónicos en el mundo –los que tienen que ver con electrónica de entretenimiento y los automóviles–, allí el problema no es complejo, porque para ser participante de la cadena, en una proporción más apreciable que lo que hoy hacemos (prácticamente la Argentina tiene solo ensambladurías), pareciera, por las experiencias internacionales, que el único camino es tener un producto diseñado íntegramente en el país, aunque no necesariamente fabricado íntegramente en el país.
TSS – ¿Por qué es tan importante el diseño?
Si nosotros tuviéramos un celular diseñado en el país podríamos decidir que algunos componentes se fabriquen en la Argentina y otros comprarlos internacionalmente, pero además, podríamos decidir que algunos de esos componentes que se fabriquen en el país se exporten. Vale decir, no tendríamos una sangría de divisas tan grosera como la que tenemos hoy en el sector si nos apropiáramos del diseño. El caso del automóvil tal vez sirva para diferenciar a los pensadores con vocación nacional, porque cuando uno propone tener un diseño nacional de un auto, aquel que diga que eso no se puede, no tiene vocación nacional. Quiero decir, es muy difícil, pero hay países con menor bagaje tecnológico que lo han logrado y se han instalado en el mundo con automóviles de diseño propio. No hay razones para pensar que Irán tenga una estructura productiva más compleja y, sin embargo, tiene autos diseñados en Irán y sistemas productivos diseñados en Irán. O Tailandia, que lo consiguió en su momento. O Yugoeslavia, antes de la debacle. Agreguemos un país que, de la nada, se convirtió en uno de los grandes de la industria automotriz como Corea. Tuvo la decisión de hacerlo, incorporó el bagaje como para tener un diseño completo y, a partir de allí, negocia mejor en el campo mundial.
TSS – Pensando en los sectores de cadenas de valor corto, ¿cuáles son los actores en el proceso de incorporación de tecnología?
A mí me gusta contestar este tipo de preguntas con ejemplos concretos que puedan inducir una regla general. En el mundo hay una presencia importante de las motos accionadas eléctricamente. Nosotros no tenemos producción ni armado de motos eléctricas. Pero sí tenemos la posibilidad de tener un programa que en unos pocos años tenga una batería eléctrica de nivel competitivo. Argentina podría tener un programa de baterías eléctricas para motos auspiciado por el Estado y una vez que se garantice la disponibilidad del bien podría tener una diferenciación rotunda en cuanto a otorgamiento de crédito y en cuanto a pago de impuestos para las motos que usen esa batería, a los que no la usen. Es decir, palo y zanahoria. Y a continuación, a aquellos que incorporen ese bien, que es crucial, se le puede dar una asistencia para los subconjuntos necesarios para tener una moto competitiva. No nos olvidemos que Argentina tenía una moto cien por ciento nacional a comienzos de este siglo y hoy el fabricante de esa moto tiene diez modelos distintos, pero todos ellos con motor chino y solamente por razones de costos.
TSS – ¿Cómo ve a los científicos, los tecnólogos y los empresarios para encarar un tipo de política como la que usted esboza?
Yo creo que el Ministerio de Ciencia dio señales interesantes hace algunos años cuando definió este concepto de las alianzas estratégica entre el ámbito de investigación y el sector privado. Me refiero al programa FONARSEC, que está muy bien definido. El INTI participó en su momento, yo fui protagonista detallado de los primeros proyectos que se presentaron. La práctica luego demuestra, no solo con el INTI, sino también en ámbitos universitarios, que la iniciativa casi queda totalmente en manos del empresario privado. Y eso por dos razones. Porque los funcionarios científicos y técnicos me parece que tienen una dimensión del tiempo que no es la adecuada, no tenemos en el sistema la costumbre de ponernos plazos cortos para hacer las cosas. Y segundo, porque debería encontrarse una manera virtuosa de interesar económicamente en el proyecto a la institución participante. Aquí pareciera que hay una trampa: o no se le da ningún beneficio a la institución y al individuo, pensando que es su obligación porque son ámbitos del Estado, con lo cual se lo toma en muchos casos burocráticamente, o se piensa que el que tiene que tener un incentivo es el individuo, con lo conseguimos que la gente se anote y se vaya del sistema. Me parece que la única solución virtuosa es fortalecer a la institución a través de recursos que existen para fortalecer el patrimonio de la institución y fortalecer con incentivos o con bonificaciones a los participantes del proyecto y al resto del sistema que acompaña. Pero me parece que el camino del FONARSEC fue original, me parece que hay que mantenerlo. También me parece que hay que buscar empresarios debajo de la alfombra que se sumen a esos programas, porque los empresarios son más o menos siempre los mismos, que además tienen la costumbre de contar con el subsidio público, equiparse, disponer de sus líneas e imaginar que el beneficio es solo para ellos.
TSS – Sus ejemplos se basan en tecnologías maduras. Por otro lado hay un discurso importante en el país que pone el foco en las tecnologías de punta. ¿Cómo pueden convivir las tecnologías maduras y las de punta como componentes de una política tecnológica adecuada al actual proyecto de país?
Lo que sucede, es que me parece que hay tres niveles y no dos. Me parece que en el terreno de las tecnologías maduras se considera que no hay nada que aprender y eso es un grave error. Yo recuerdo una experiencia personal en el INTI. Nosotros intentamos instalar una serie de mataderos de dimensión mediana en varios puntos del país y la instrucción era maximizar el contenido nacional del equipamiento. Y la gente del INTI tuvo que diseñar una lavadora de mondongos porque no había en plaza una con las características que se necesitaban. Y la tuvieron que diseñar. ¿Y eso qué es? ¿Es tecnología madura? Yo considero que lo que es inexistente como oferta tecnológica en un país merece ser investigado y desarrollado. Después que lo terminamos, lo calificamos de maduro o lo que sea, pero si no existe y conseguimos que exista, hemos hecho una innovación, un desarrollo, un crecimiento del conocimiento. Después está la tecnología de punta. Es sumamente peligroso tomarla para intentar subirse al mismo tren que el primer nivel del desarrollo. El ejemplo de la nanotecnología es muy claro. O el ejemplo de la utilización criogénica para procesar alimentos. La onda de recontrapunta es trabajar con nanotecnología, se anotó muchísima gente. Y después resulta que aparecieron problemas con los medicamentos nanotecnológicos, con la dificultad para hacer productos nanotecnológicos en gran escala… Vale decir, la nanotecnología era una disciplina científica absolutamente apasionante e interesante, pero su utilización a nivel tecnológico era algo a explorar, algo que todavía hoy se está desarrollando. En consecuencia, suponer que había que anotarse masivamente resultó en un seguidismo improcedente. En el camino, en el medio, está la tecnología que no es ni madura, ni absolutamente de punta, que forma parte de la innovación dinámica que tiene que ver, sobretodo, con los bienes de consumo más sofisticados, con la electrónica, con la robótica, con la industria automotriz en general, en la que normalmente no nos inscribimos.
TSS – Si pensamos que en la Argentina, desde 2003, hubo un salto cualitativo y cuantitativo inédito en las actividades de ciencia y tecnología, ¿cuál es la importancia de los grandes proyectos liderados por el Estado para traccionar distintos sectores de la economía?
Yo tengo algunas críticas a esa lógica de que tener un par de empresas de punta, como el INVAP, tracciona al resto de la calidad tecnológica industrial argentina. El INVAP fue y es un proyecto maravilloso, pero que ha ido tamizando sus proyectos a medida que pasó el tiempo. Yo conocí por primera vez el INVAP en 1987. Entonces pude ver terminado un proyecto de automatización de lavarropas que me pareció muy bueno, pero que lo desechó porque terminó siendo de bajo vuelo técnico. Tenía terminado, también en aquel entonces, un proyecto de liofilización para alimentos que era menos innovador que el anterior, era casi copia de un liofilizador. Pero lo tenía hecho y terminado. No es debilidad comercial la razón por la cual el INVAP da curso a estos proyectos. Simplemente es la lógica de que los grandes proyectos hacia el Estado –el reactor de potencia, los radares y ese tipo de cosas– son los proyectos que marcan una impronta de trabajo innovadora. Y me parece que el vínculo con la masa industrial se debilita y hasta desaparece en un momento dado.
TSS – ¿Cómo imagina un sector de investigación y desarrollo para una universidad pública?
No es una pregunta fácil para mí. Yo creo que a las universidades les falta hoy contacto con los actores productivos y, por lo tanto, nutrirse de los actores productivos. Y creo que hay algunas barreras de confianza a vencer en una y otra dirección. Si es que la universidad tuviera la vocación de romper definitivamente esas barreras, tendría que avanzar alrededor de las tecnologías blandas a mi juicio. Que es una cosa que yo aprendí en el INTI, cuando hicimos el convenio con Japón para capacitar gente del INTI en tecnologías blandas y lo convirtiera en institución de referencia. Y efectivamente, decenas de empresas pymes abrían sus puertas para discutir el tema de organización y eficiencia en el uso de recursos. A mi juicio, entrar por las tecnologías blandas y avanzar a las tecnologías duras, además de darle importancia a las cadenas cortas, es un camino para que las universidades consigan una mejor articulación. Con un dato adicional que no quiero dejar de reiterar: las respuestas tienen que ser en tiempo y forma, porque el tiempo es el de la vida cotidiana, el de la industria, no el que el investigador se formula.
19 feb 2014
Temas: Cadenas de valor, Dependencia tecnológica, Enrique Martínez, Política tecnológica