Con una extensa trayectoria en el sector público y privado, el doctor en física Mario Mariscotti habla de la necesidad de formar especialistas en tecnología y de incentivar a las empresas para que inviertan en I+D.
Agencia TSS – ¿Qué necesita un país para desarrollar su industria? ¿Cuál debería ser la formación y el rol de los científicos y tecnólogos en la construcción del desarrollo nacional? Estos fueron algunos de los temas sobre los que Agencia TSS conversó con el doctor en física nuclear Mario Mariscotti, que a lo largo de su trayectoria fue director de Investigación y Desarrollo de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), presidente de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, y de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.
Hoy, a los 74 años, su participación en el campo científico y tecnológico no cesa. Entre sus actividades, no solo lidera su empresa Tomografía de Hormigón Armado (Thasa) -dedicada a la inspección y visualización no intrusiva de estructuras de hormigón- que se basa en un desarrollo propio patentado en la Argentina y en Estados Unidos; también coordina la comisión de Ciencia y Tecnología del Consejo Argentina de Relaciones Internacionales (CARI), donde ha conformado un grupo interdisciplinario de especialistas “multipartidarios” para elaborar un documento con recomendaciones sobre el rumbo que debería tomar la ciencia y la tecnología en la Argentina, que espera sirva a los candidatos presidenciales para las elecciones de 2015 “para que puedan enriquecer e incorporar a sus plataformas”.
TSS – ¿Cuál es el rumbo que debería tomar la Argentina en relación al desarrollo de la ciencia y la tecnología?
Algunos pensamos que el futuro de la Argentina tiene que pasar por el uso del conocimiento. Está claro que en el mundo, hoy en día, se distinguen dos tipos distintos de sociedades: las que usan el conocimiento son las desarrolladas, y las otras se ocupan de producir materias primas y no mucho más; algunas son ricas pero otras no, a pesar de que tienen recursos naturales. Nosotros, por ejemplo, tenemos mucha riqueza pero no salimos de una situación de subdesarrollo. Esta convicción de que el futuro de la Argentina debe estar basado en el uso del conocimiento no es compartida por todos. Una persona muy inteligente me dijo: “Qué suerte que los países desarrollados gasten en I+D, porque así nos ahorramos un montón de plata y cuando necesitamos un producto tecnológico se lo compramos y ya está, es mucho más fácil”. Esa concepción, en mi manera de pensar, está totalmente equivocada. Sin embargo, es una idea que está presente en buena parte de la sociedad argentina.
TSS – Frente a esta visión, ¿cuáles son las ventajas de seguir un modelo basado en el conocimiento?
La realidad es que esa tecnología que se produce en otros lados es lo que da esa potencia comercial, más allá de otros aspectos que hacen a la estrategia de un país. Pensemos en el desarrollo económico y social: la ecuación funciona mucho mejor cuando uno comercia productos de alto valor agregado. Además, el desarrollo tecnológico es multiplicativo. Nosotros tuvimos la experiencia del uranio enriquecido, por ejemplo, que para mí fue un caso muy especial, quizás el único en donde un desarrollo tecnológico fue hecho sin la ayuda de ningún otro país más desarrollado, y eso es justamente porque es una tecnología sensible. Pero mucho más importante que poseer la tecnología de uranio enriquecido es haber hecho la experiencia de todos los subproductos que uno obtiene cuando avanza en este tipo de cosas. Está pasando con los radares, con los satélites y con los reactores. Si la Argentina pudiera avanzar en el desarrollo, la producción y la comercialización de este tipo de productos estaría mucho mejor económicamente.
TSS – ¿De este modo se estaría generando lo que usted llama conocimiento propio agregado?
Me gusta mucho escuchar a los dirigentes cuando hablan de valor agregado, porque pareciera que están hablando de tecnología, de conocimiento. Y creo que en la mayor parte de los casos es la intención, pero contratar a una persona para que arranque manzanas o coseche uvas también es valor agregado, por eso me interesa hacer una distinción. Por otro lado, muchas veces se habla de desarrollo tecnológico propio y creo que ahí hay un peligro de supra-nacionalismo, en el sentido de que parecería que desarrollo tecnológico propio significa que solamente podemos utilizar, desarrollar y producir cosas que exclusivamente han sido desarrolladas en el país. Creo que eso es una tontería, porque en el mundo existe muchísimo conocimiento que podemos utilizar y que debiéramos hacerlo en la medida en que lo tengamos a mano. Sería una tontería querer repetir investigaciones y desarrollos tecnológicos. Lo importante es que, si hacemos uso de tecnología extranjera, la podamos absorber con inteligencia. Conocimiento propio agregado quiere decir que yo agrego una tecnología, pero la convierto en conocimiento propio.
TSS – ¿Por ejemplo?
Supongamos que yo quiero fabricar heladeras, entonces hago un contrato de transferencia de tecnología con alguna marca conocida. Ellos me dan los planos y ahí está la cuestión. ¿Voy a repetirlos en forma ciega o los voy a estudiar, investigar y tratar de definir si puedo hacerlo mejor o sustituir alguna parte por otra que tengo más a mano? Hay cosas que tengo que importar, pero si pudiera sustituir por algo que tengo más cerca, haría una heladera más barata. Eso es conocimiento propio agregado, ya que he recibido los diseños de otros pero los hago míos. Esa fue la experiencia japonesa en electrónica y hoy vemos lo que es Japón.
TSS – ¿La Argentina debería seguir ese ejemplo?
Creo que a eso tenemos que apuntar. Ahora, si uno dice que desea que la Argentina sea un país que cumpla con esas condiciones y tenga esos rasgos, tengo que pensar qué es lo que se puede hacer para lograrlo y luego planificar cómo lo voy a hacer. Es la diferencia entre anhelo y meta; uno tiene que fijarse metas.
TSS – ¿Y qué cosas se podrían a hacer para alcanzarlas?
Primero, hay que buscar un indicador, uno tiene que poder medir las cosas que se hacen y se quieren hacer. En ese sentido, la relación entre gastos de I+D sobre ventas en el sector productivo es un indicador fuerte que nos está diciendo cuánto conocimiento propio agregado usa la empresa en cuestión. Es un índice que a nivel mundial se conoce bien, y en las empresas que se llaman de alta tecnología alcanza entre un 10 y un 30 sobre las ventas.
TSS – Eso es a nivel empresas. ¿Y desde el sector público?
El promedio de los países de la OCDE (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) es de 3 por ciento y en la Argentina es de 0,3 por ciento. Me parece que es una herramienta interesante, porque entonces uno puede decir, “estamos mal, qué triste”, pero por lo menos sabemos adónde estamos y podemos fijar una meta. Es muy arbitrario fijar metas, pero es valioso. Por ejemplo, pensemos que en 10 años queremos llegar al 2 por ciento de inversión en I+D. Entonces tenemos que fijar el camino. Hay varios y uno es formar recursos humanos.
TSS – ¿Qué tipo de recursos humanos necesitaríamos para alcanzar esta meta que propone?
Tenemos que formar tecnólogos. Tenemos el problema de la aplicación del conocimiento en la producción de bienes y servicios, que requiere un recurso humano especializado, que no es lo mismo que el científico que está en el laboratorio. Tiene que tener mucho de ciencia, pero también de tecnología. En eso estamos muy flojos en la Argentina, porque no tenemos mucha tecnología. Pero sí tenemos una base científica que es muy importante, porque sirve para formar tecnólogos.
TSS – ¿Qué tipo de tecnólogos deberíamos formar?
Necesitamos tecnólogos emprendedores. Esto es una opinión muy personal, pero creo que para tener éxito no basta con que formemos tecnólogos que después hagan un posgrado en administración de negocios, porque una persona que hace su carrera universitaria y después hace un posgrado que no tiene nada que ver con su carrera, cambia de carrera. Lo que yo propongo es que esta oferta universitaria se ponga frente a la juventud argentina que está por decidir su futuro, cuando está por entrar a la universidad, para que de entrada eso forme parte de su ideal de vida. Entonces, efectivamente, cuando terminen, serán personas que puedan armar sus propias empresas con tecnología avanzada. Uno tiene que pensar en escuelas de tecnología equivalentes al MIT o a Stanford, o inclusive, si hace falta, alquilar espacios en MIT y Stanford, ya que hay que apuntar a gente de vanguardia a nivel mundial, porque habrá que competir a nivel internacional en el desarrollo tecnológico.
TSS – Hoy se habla mucho de la importancia de contar con ingenieros y tecnólogos para el desarrollo nacional, pero no faltan ejemplos de argentinos destacados por sus logros en ciencias básicas. ¿Cuál es el rol de estas disciplinas en este proceso?
Hace poco me mandaron un texto de una persona muy importante, que viene de la ingeniería y que es extranjero. Este señor dice que los países subdesarrollados no deberían gastar dinero en ciencias básicas ya que no tienen los recursos. Entonces, que se dediquen a las aplicaciones. A mí eso me escandalizó. No puede haber tecnología propia, conocimiento propio de una empresa, si no tenemos previamente las fábricas de conocimiento. Cuando se trata de políticas de ciencia y tecnología, hay una tendencia a decir «basta de ciencia básica y de esos científicos que están todo el día en el laboratorio mirando las moscas y que ganan un sueldo por hacer eso». Lo cierto es que, si no tenemos esa capacidad de investigación básica, no podemos aspirar a lo otro. Tiene que ser un equilibrio, como en todas las cosas de la vida. No podemos poner todos nuestros recursos en ciencias básicas pero tampoco los podemos poner todos en ciencia aplicada.
TSS – ¿Qué otros caminos o acciones podrían ayudar a lograr esta meta de aumentar la inversión en I+D?
Hay distintos tipos de incentivos. Los fiscales son básicos, incluso para las empresas grandes, para que instalen laboratorios de I+D. Creo que hay incentivos fuertes para aplicar con un cierto grado de inteligencia adicional que todavía no hemos demostrado. Abrimos las puertas a grandes empresas multinacionales y esas empresas tienen que estar obligadas a instalar capacidades de I+D locales. Eso es relativamente trivial y no lo hemos hecho. Por ejemplo, hemos entregado todo nuestro potencial en comunicaciones: entregarle a una o dos empresas la telefonía de un país es una cosa importante y la Argentina podría haber negociado otras condiciones.
11 oct 2014
Temas: Desarrollo tecnológico, I+D, Inversión en ciencia y tecnología, política de innovación, Política tecnológica