¿Alguien que entienda de tecnología?

Las recetas basadas en endeudamiento para bajar la inflación y el déficit dejan de lado los desafíos que enfrentan países como la Argentina en la construcción de democracias con justicia social. Sin soberanía tecnológica no hay desarrollo económico.

Diego Hurtado  
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Agencia TSS Como monos entrenados en el norte para producir pobreza en el sur, los economistas neoliberales nativos reniegan de toda evidencia empírica acerca del inevitable fracaso que garantizan las “recetas” que intentan aplicar. Porque no son políticas, sino recetas, porque en sus formulaciones no hay contexto, ni proyecto social, ni diseño institucional, ni concepción sistémica. Endeudarse, bajar la inflación y el déficit fiscal, y que Dios elija si diluvio o primavera.

Primera moraleja: el sujeto de las recetas que conciben estos economistas no es la Argentina; lo que buscan hacer crecer, mejorar o transformar es otra cosa, no la Argentina. No estaría mal, si no ocuparan cargos públicos.

Las reglas del juego de la economía global

Las economías avanzadas son las que tienen la capacidad de ejercer influencia política sobre las reglas de juego de la economía global. Este grupo selecto de países utiliza este poder para sostener economías diversificadas, con un tejido organizacional, institucional y normativo denso. Esto hace posible la circulación de información, la generación de procesos de aprendizaje, de absorción y acumulación de conocimiento útil y de capacidades para impulsar dinámicas de innovación y cambio tecnológico. El resultado final son actividades económicas de competencia imperfecta, propias de los mercados oligopólicos, retornos crecientes y salarios altos.

Aclaremos. En la industria, cuanto mayores son los volúmenes de producción, menores son los costos por unidad. Es decir, los retornos son crecientes con el aumento de escala de la producción. Por eso es importante para las industrias manufactureras y proveedoras de servicios avanzados dominar una porción grande de mercado, porque a mayor volumen, menores costos de producción y, por lo tanto, mayores ganancias (sin bajar salarios).

El economista noruego Erik Reinert, autor del libro La globalización de la pobreza, explica: “Los retornos crecientes producen poder sobre el mercado: en gran medida pueden influenciar el precio de lo que se vende”. Esto es lo que se llama “competencia imperfecta”, que caracteriza a los mercados oligopólicos. Por estas razones, durante siglos –¡desde el siglo XVII por lo menos!–, el concepto de “manufactura” estuvo asociado a cambio tecnológico, retornos crecientes y competencia imperfecta, y a las colonias se les prohibía impulsar producción manufacturera. De paso, Reinert explica que “la industrialización cambia actitudes e instituciones”, dado que “las actitudes humanas y las instituciones son más el producto de los modos de producción que a la inversa”.

Retorno decreciente y no diferenciación del producto explican lo que los economistas llaman “competencia perfecta” o “competencia de commodities”

En el otro extremo del espectro económico, están las actividades que producen “retornos decrecientes”, asociadas al tipo de producción que, después de un cierto umbral de expansión, no logra que más unidades del mismo insumo –capital o trabajo– aumenten los volúmenes de producción. Es decir, después de cierto umbral de expansión, cada unidad adicional de producción producirá menor volumen de producto.

Las actividades de retornos decrecientes vienen combinadas con la dificultad de diferenciación del producto: la soja, el petróleo o el litio no tienen marca, mientras que, en el caso de un auto o de un teléfono celular, la marca es decisiva. Retorno decreciente y no diferenciación del producto explican lo que los economistas llaman “competencia perfecta” o “competencia de commodities”.

Es decir, los retornos decrecientes están asociados a la competencia perfecta, que ocurre cuando el productor no puede influir en el precio de lo que produce. «Enfrenta un mercado ‘perfecto’ y literalmente lee en el diario lo que el mercado está dispuesto a pagar”, explica Reinert. Esta es la situación típica en los mercados de productos agropecuarios o mineros.

Dejemos que Reinert formule nuestra segunda moraleja: “Los mercados perfectos son para los pobres”.

Sobre instituciones y sinergias

Al presente, ya no hay misterio acerca de los desafíos que deben enfrentar los países en desarrollo como la Argentina si quieren avanzar en la construcción de democracias con justicia social. Las mayores dificultades son: (i) la presencia de capitales concentrados y empresas trasnacionales; (ii) las presiones de los organismos internacionales para que se adopten formas institucionales, marcos regulatorios y medidas económicas ajenas a sus realidades y sus historias socio-económicas; y (iii) las capacidades institucionales y organizacionales deficientes para avanzar en el factor sistémico de alta complejidad característico de los procesos de desarrollo económico. Por esta razón, para avanzar en el punto (iii) es imprescindible, a falta de otro actor social, un Estado inteligente, robusto y con la legitimidad política para negociar con –y/o disciplinar a– (i) y negociar con (ii).

El economista coreano y profesor en Cambridge, Ha-Joon Chang, identifica tres funciones clave para que las instituciones sean capaces de coevolucionar de forma sinérgica con el desarrollo económico: (i) coordinación y administración; (ii) aprendizaje e innovación; (iii) redistribución del ingreso y cohesión social.

Los indicios de desarrollo son la diversificación de la economía; la generación de conexiones colaborativas y sinérgicas entre las empresas nacionales al interior de las cadenas de valor, así como entre las empresas y las instituciones públicas para desarrollar las tecnologías necesarias que mejoren los procesos de producción y bajen los costos (sin bajar salarios), que aumente la equidad redistributiva que sostiene el consumo y mejora los niveles de vida; y marcos jurídicos y regulatorios estables y confiables.

Es necesario un sistema educativo en expansión, que además proyecte cuáles serán las áreas de mayor demanda para
planificar la formación de técnicos, ingenieros y científicos.

Estos procesos, a su vez, necesitan un sistema educativo en expansión, que además proyecte cuáles serán las áreas de mayor demanda para planificar la formación de técnicos, ingenieros y científicos, y que haya un plan de infraestructura, entre otros. Aldo Ferrer acuñó la noción de “densidad nacional” para aludir a la complejización –en términos de interconexión y circulación de conocimiento e información– del entramado económico.

Tercera moraleja: los procesos de desarrollo económico son complejos y sistémicos; el individualismo metodológico que promueve la economía liberal desde Adam Smith y su descendencia neoliberal pierde en el camino la sinergia del factor colectivo –la diversidad de actores sociales– que hace viables estos objetivos.

Cambio tecnológico y soberanía

Si creyéramos en los mantras monocordes “hay que salir a competir” o “hay que abrir las importaciones”, que repiten los neoliberales del sur, la primera observación es que no se trata de una cuestión de voluntad y de meterle para adelante. Tomada con seriedad, la capacidad de competir de una economía remite, además de lo ya dicho, a la necesidad de construir influencia en la arena internacional. Es decir, para competir en los mercados globales, como lo saben las economías industriales avanzadas, es imprescindible una política exterior consistente con el proyecto de desarrollo económico, con la búsqueda de socios confiables y con intereses comunes. Para un país en desarrollo, este conjunto puede empaquetarse en la noción de soberanía. La soberanía es una medida de la capacidad negociadora estratégica que puede construir un Estado en desarrollo para acompañar sus políticas de desarrollo.

Por eso, cuando hablamos, por ejemplo, de ARSAT, no estamos hablando únicamente de satélites, sino que nos referimos a un nodo de una red socioeconómica mayor, en la que debe considerarse: (i) la apertura de carreras de ingeniería en electrónica y telecomunicaciones en muchas universidades públicas; (ii) muchas pymes nacionales que, como proveedoras del proyecto ARSAT, aprenden a incorporar tecnologías avanzadas para mejorar su desempeño, crecer y generar puestos de trabajo calificado y diversificarse con este nuevo conocimiento a otras ramas de la producción; (iii) la disposición de infraestructura de telecomunicaciones para que empresas nacionales puedan prestar servicios a otros países de la región; (iv) la posibilidad a mediano plazo exportar satélites (además de soja), especialmente a países en desarrollo; (v) el avance en la equidad en los servicios de telefonía, internet o señal TDH (televisión directa al hogar), para mejorar la calidad educativa y ayudar a las economías regionales, que necesitan esta tecnología.

Cuando hablamos, por ejemplo, de ARSAT, no estamos hablando únicamente de satélites, sino que nos referimos a un
nodo de una red socioeconómica mayor.

Por todas estas razones, los países ricos fabrican sus satélites y no los compran. Porque comprarlo es más caro, no solo en términos de divisas, sino también de fuentes de trabajo, de grado de dependencia económica y de degradación (lo contrario a la diversificación) de la estructura productiva.

Lo mismo puede decirse con referencia a los radares que el gobierno anterior le pidió a la empresa nacional INVAP que aprendiera a desarrollar, los reactores de investigación y de baja potencia del sector nuclear, los vagones de tren que desarrolla Fabricaciones Militares, los aviones que se desarrollan en la Fábrica Argentina de Aviones (FADEA) en Córdoba, el Programa de Producción Pública de Medicamentos y los proyectos tecnológicos de colaboración público-privada que impulsó la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Se trata de proyectos virtuosos, de núcleos estratégicos centrados en tecnologías con capacidad para producir efectos multiplicadores, conectividad y sinergia. Es decir, capacidades para impulsar actividades de retornos crecientes. Es decir, densidad nacional. Esto también es política económica.

Si, por un lado, vendemos soja y petróleo y, por otro lado, compramos celulares y satélites, entonces la balanza de pagos explota, aunque no haya inflación. Y peor aún si los préstamos de los organismos internacionales, en lugar de invertirse, se fugan al exterior, que es lo que recurrentemente ocurrió en la Argentina. Pero esto es tema para otro artículo.

Cuarta moraleja: en el capitalismo contemporáneo, sin soberanía tecnológica no hay desarrollo económico.