Por una alimentación más sana y justa

La Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay son testigos de una multiplicidad de iniciativas exitosas en agroecología, producción popular y distribución comunitaria, que ayudan a reducir la brecha en el acceso a los alimentos. Algunas de estas experiencias fueron recopiladas en el “Atlas de los sistemas alimenarios del Cono Sur”, una publicación que también le pone cifras a las desigualdades que recorren la región.

Por Vanina Lombardi  
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Agencia TSS — La irrupción de la pandemia por COVID a inicios del año 2020, seguida por la guerra entre Rusia y Ucrania, que estalló en febrero de 2022, potenciaron una crisis sociosanitaria que, entre otras cosas, se caracterizó por el incremento en la pobreza y el hambre en gran parte de la población global. El Cono Sur no fue la excepción. En la Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, las cifras continúan siendo alarmantes y, frente a ellas, diversas organizaciones sociales y de productores empezaron a multiplicar experiencias alternativas al modelo agroalimentario, de producción, distribución y consumo. El “Atlas de los sistemas alimentarios del Cono Sur”, publicado por la Fundación Rosa Luxemburgo (de descarga gratuita), detalla y grafica con datos estadísticos e infografías que facilitan el acceso a la información, las cifras y experincias de cada uno de estos países.

“Queríamos mostrar alternativas, desde el rescate de semillas hasta los circuitos de comercialización, en un sistema pensado desde la soberanía alimentaria, con una mirada de sistema, en la que cada eslabón está interconectado y construye un tipo de alimento o de modelo agroalimentario distinto”, afirma Patricia Lizarraga, coordinadora de proyectos de la Fundación Rosa Luxemburgo y una de las coordinadoras de esta publicación, que fue presentada a mediados de abril.

“Dar a conocer estas alternativas es muy importante, porque las derechas y el modelo neoliberal buscan generar la sensación de que no existen salidas posibles, de que ya está todo dictaminado. Por el contrario, el Atlas evidencia que en cada territorio aparecen luchas, aunque no estén del todo articuladas, lo que lo convierte en una herramienta muy importante para pensar, transmitir y visualizar las distintas posibilidades”, afirma Gloria Sammartino, investigadora en Centro de Investigaciones sobre Problemáticas Alimentarias y Nutricionales (CISPAN) e integrante del área de alimentación de la Unión de los Trabajadores de la Tierra (UTT) y de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CALISA) de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que colaboró en la elaboración de uno de los capítuos de esta publicación.

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Fuente: Atlas de los sistemas agroalimentarios del Cono Sur. Iconoclasistas

La experiencia de la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra, del Movimiento Nacional Campesino Indigena Somos Tierra (UST-MNCI-ST), en Mendoza, por ejemplo, se destaca porque logró generar un sistema productivo integrale que permite la previsibilidad en todo el circuito de producción agroecológica del tomate, desde la semilla hasta el proceso de comercialización, agregando valor y obteniendo un producto que se comercializa con el nombre “Manos del Pueblo”, en distintas provincias del país, en el marco de la soberanía alimentaria.

Distinto pero no menos rellevante es el caso del Municipio de San Martín, en el conurbano bonaerense, adonde se creó una Subsecretaría de Trabajo y Economía Social y Solidaria que destina el 40% de su presupuesto en compras a cooperativas de la economía popular, a través de las cuales garantiza el abastecimiento al Consejo Escolar del municipio y a la dirección de políticas alimentarias. Esta experiencia pone de relieve el rol del Estado y las políticas públicas para asegurar el desarrollo de sistemas campesinos de producción. Provee a 180 comedores del municipio y genera 15.000 raciones diarias.

“Otro caso paradigmático es el del arroz en el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) en Brasil: son los mayores productores de arroz orgánico en la América Latina”, destaca Lizarraga y afirma que, junto con los distintos movimientos sociales y de productores, seleccionaron las iniciativas “más representativas” de la región, porque hay “muchísimas experiencias de producción a mediana y gran escala que se venían desarrollando dede hacía tiempo pero cobraron especial impulso durante la pandemia”.

Tal como lo describe el Atlas, la historia del arroz orgánico, denominado»Terra Livre», comenzó en 1999, frente a la crisis económica. Hoy es producido por 296 familias, en una extensión de 3.200 hectáreas sobre las cuales crecen 15.000 toneladas de arroz orgánico, que en su mayoría se destina a dos programass públicos -el Programa de Adquisición de alimentos (PAA) y el Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE)- y se comercializan mediante una red solidaria en Porto Alegre y otros 13 estados de Brasil. Además, también legan a otros países como Alemania, España, Estados Unidos, Holanda, Portugal y Venezuela. Es una de las experiencas más exitosas entre las producciones de las más de 160 cooperativas vinculadas al MST, en las cuales participan 450 familias que también producen café, frutas, hortalizas, leche y uva.“La grata sorpresa que quedó manifiesta tras la elaboración colectiva del  Atlas es que desde el sur no sólo podemos generar un diagnóstico compartido sobre los impactos del modelo agroindustrial dominante, sino también buscar formas creativas de construir otro sistema basado en la agroecología, en la economía social y popular, y en la soberanía alimentaria”, subrayó Marcos Filardi, que es abogado de la Cátedra Libre de Soberania Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Hambre para muchos, ganancias para pocos

“A finales del 2020, en plena pandemia, el tema del hambre en la región empezó a ser muy grave. Frente a eso, empezamos a ver que muchas de las organizaciones con las que trabajamos en los distintos países estaban generando proyectos de abastecimiento de alimentos con circuitos de comercialización, experiencias de cocinas comunitarias y comedores, entre otras. Se inició un proceso de organización popular interesante, que considramos que era relevante visibilizar”, recuerda Lizarraga y afirma que fue entonces cuando surgió la idea de elaborar esta publicación, en la cual, además, se recopilan las cifras de las desigualdades que predominan en la actualidad.

“El Atlas pone al desnudo cómo está conformado el sistema cada vez más concentrado y oligopólico de la actualidad y une el peso que tiene la concentración en un puñadito de empresas del sector de los supermercados y el de las empresas semilleras, e incluso en la posesión de las tierras, cada vez en menos manos”, subraya Sammartino. Al respecto, la publicación detalla que entre 2015 y 2018 se consolidaron una serie de megafusiones que dejó a las semillas solo en manos de cuatro empresas globales, que son las mismas que controlan el mercado de los agroquímicos. Además, las empresas más importantes del mundo en la comercialización de granos y otros productos agrícolas son apenas cinco (conocidas como el grupo “ABCD”), mientras que solamente diez empresas en el mundo controlan prácticamente todas las marcas que se comercializan en los supermercados y son igualmente diez las cadenas de supermercados que manejan la oferta alimentaria y pueden presionar sobre los precios.

En tanto, en los cinco países que analiza esta publicación, la inflación de los alimentos en los últimos años fue superior a la inflación general. El caso más llamativo es el de Argentina, adonde la inflación general fue de 121,3 % mientras que en los alimentos esa cifra alcanzó el 131,4 % y la carne el 157,6%, entre marzo de 2020 y marzo de 2022. En paralelo, con la pandemia también aumentó la inseguridad alimentaria en América del Sur.

“Nos sorprendió muchísimo el rol estatal y las políticas públicas, que es como una arquitectura puesta al servicio del agronegocio, hay una coherencia en términos de política pública en los cinco países y las respuestas, tanto al hambre como al apoyo a la agricultura familiar o campesina, es muy fragmentada”, dice Lizarraga, y advierte que las políticas para paliar el hambre en los cinco países estuvieron orientadas inclusive, a generar más ganancias al agronegocio, con tarjetas alimentarias o subsidios, por ejemplo, “pero todas mediante acuerdos con hipermercados”.

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Fuente: Atlas de los sistemas agroalimentarios del Cono Sur. Iconoclasistas

En cuanto al acceso a la tierra, el 50% de los productores del Cono Sur ocupan solo el 2% del área cultivable, mientras que el 1% de los productores acapara el 40% de las tierras. En la Argentina, ese 1% posee el 36% de las tierras, mientras que en Paraguay y en Chile, los casos de mayor concentración, esa cifra alcanza el 79% y 74%, respectivamente.“Costó mucho pensar las infografías porque la disponibilidad y el tipo de datos era muy diferente entre un país y otro”, afirma Lizarraga, y aclara que, para poder unificar la información, se basaron principalmente en los informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), sobre la situación del hambre y la inseguridad alimentaria en el mundo.

Cuerpos y territorios

El Atlas también recopila datos sobre la contaminación y el impacto sobre la salud de los cuerpos y los territorios del modelo agroindustrial dominante, así como las preocupaciones en torno a los usos y el acceso al agua potable en la región. “El modelo comparte con otras actividades una misma matriz extractiva que genera un daño permanente a todos los ecosistemas, de los que dependen todas las formas de vida, entre ellas la nuestra como especie humana, pero también la de todas las especies vegetales y animales con las que compartimos casa común”, dice Filardi.

Al respecto, recordó que en 2016 participaron en el Tribunal contra Monsanto, una iniciativa colectiva a nivel global para enjuiciar a esa empresa que entonces era emblema del modelo basado en el uso de agrotóxicos, por violaciones a los derechos humanos y ecocidio. “Se buscaba hacer un llamamiento a todos los Estados sobre la necesidad de reformar el estatuto de la Corte Penal Internacional, el conocido Estatuto de Roma, para incorporar esta figura de ecocidio y que, en lo sucesivo, los responsables pudieran ser enjuiciadas en la Corte Penal Internacional y también en la jurisdicciones locales”, explica Filardi.

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Fuente: Atlas de los sistemas agroalimentarios del Cono Sur. Iconoclasistas

Asismimo, el documento hace mención al surgimiento y expansión de organizaciones que se movilizan en defensa del ambiente, entre las que se destaca el rol de las mujeres y los feminismos. “Desde las organizaciones campesinas planteamos que la misma mano que siembra no puede ser la que mata, no podemos pensar una agroecología que pone en el centro la defensa del territorio y de los bienes naturales, la lucha contra el modelo del agronegocio, de explotación, sin reflexionar y sin poner en eje también la explotación que vivimos las mujeres”, comenta Carolina Llorens, que es psicóloga, docente y militante del Movimiento Campesino de Córdoba (MCC-MNCI-ST), donde participa en los equipos de feminismo campesino popular y salud.

“Esto también implica pensar y poner en un rol protagónico a todas las tareas de cuidado, que generalmente llevamos las mujeres, y que son tareas muchas veces invisibilizadas y desvalorizadas pero que son centrales en la producción de alimentos, pero que posiblemente, por no ser monetarizadas, también son parte de la invisibilización y la desvalorización del trabajo de las mujeres”, agrega Llorens, y sostiene que que no hay soberanía alimentaria sin soberanía de las mujeres sobre sus vidas, sus cuerpos y sus territorios.

El Atlas fue presentado en el marco de un taller regional en el que participaron organizaciones sociales y de productores de los cinco países de la región. “Nos congregamos para pensar cómo, a partir de distintas herramientas, podemos replicar los contenidos en los distintos territorios, con las distintas organizaciones, y eso ya está sucediendo: cada una de las personas que participó volvió a sus pagos, justamente, para compartir esos saberes, de modo tal de que nos apropiemos colectivamente de las herramientas tan valiosas que nos ofrece el Atlas”, concluye Filardi.


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