Investigadores de la UNSAM diseñaron e impulsaron la formación de una comunidad de intercambio y mejoramiento de semillas abiertas, denominada Bioleft, a través de la cual ya han logrado recuperar tomates y maíces criollos, junto con productores, técnicos y especialistas de distintas disciplinas e instituciones. ¿En qué consiste esta iniciativa participativa y colaborativa?
Agencia TSS – “Una de las consecuencias inesperadas que se logró a través del trabajo colectivo es la recuperación del sabor”, destaca Julián Asinsten, economista y coordinador general de Bioleft, una comunidad de intercambio y mejoramiento de semillas abiertas, y afirma que este es un rasgo distintivo en tomates y maíces criollos, que suele ser mencionado por los productores que participan en este programa de ciencia ciudadana, impulsado desde el Centro de Investigaciones para la Transformación (CENIT), de la Escuela de Economía y Negocios de la Universidad Nacional de San Martín (EEyN/UNSAM).
Bioleft es una iniciativa que surgió en 2018, en busca de un instrumento legal que permitiera proteger el material genético de las semillas, inspirado en las licencias de código abierto que se usan en el software. Desde entonces, de manera colaborativa, se fue ampliando y mejorando en respuesta a las necesidades de productores y fitomejoradores. Por eso hoy, además de las licencias de propiedad intelectual para resguardar el material fitogenético, también incluye un área de mejoramiento colectivo y se ha convertido en una comunidad de intercambio de semillas abiertas, que ofrece soluciones alternativas al modelo agroindustrial hegemónico.
“Hay un interés muy fuerte en ser parte de procesos de mejoramiento participativo de semillas propias o criollas”, dice Asinsten, y apunta que hubo un desplazamiento de los incentivos a participar en este proyecto, que en un comienzo tuvieron que ver con los valores de compartir de la semilla abierta, que son valores fundacionales para Bioleft.
“El sistema de mejoramiento tradicional no necesariamente acompaña a estos productores, que ya no solo buscan proteger sus variedades por una cuestión de propiedad intelectual y transferirlas con estas licencias, sino que también encuentran un gran incentivo en la participación en estas redes y en ser parte de un proceso de mejoramiento de sus propias semillas, que se destacan porque están más adaptadas a sus necesidades”, dice el economista, y resalta que la red de Bioleft también incluye un acercamiento y trabajo conjunto con técnicos y profesionales de distintas universidades e instituciones del sistema de ciencia y tecnología, como la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y en Instituto Nacional de Semillas (INASE).
“Trabajamos con productores de Córdoba que ya hacían fitomejoramiento. Algunos coincidían en la falta de oferta de otro tipo de maíces de mayor calidad nutricional y otros buscaban que fueran orgánicos o variedades de semillas que ellos pudieran multiplicar para otro ciclo”, ejemplifica María Paz Dos Santos, que es ingeniera agrónoma y coordinadora de extensión en esta iniciativa.
La especialista destaca que, en Bioleft, estos productores no solo encontraron acompañamiento técnico y una ampliación en el mercado de sus semillas, sino que también les interesa mucho la articulación con instituciones como el INTA, para realizar ensayos e ir evaluando el avance del mejoramiento, en comparación con otros materiales comerciales, así como la generación de los espacios de capacitación y discusión.
“A través de lo abierto y lo participativo, Bioleft apuesta a una integración entre productores y fitomejoradores, a tratar de generar una nueva integralidad, una nueva síntesis que sea innovadora, democrática, inclusiva y potente”, sostiene Almendra Cremaschi, directora de Bioleft, y advierte que la intención no es volver a una agricultura del pasado, ya que el grupo no tiene una visión tradicionalista, pero sí se busca volver a acortar la distancia entre esos actores, que se abrió a partir de la introducción de semillas híbridas al mercado.
“Hasta 1930, eran las y los productores quienes experimentaban y mejoraban semillas en sus campos, en alianza con científicos o no; pero a partir de la hibridación, hubo una fragmentación de las competencias y el rol de los productores y de quienes generan las semillas: estos últimos se fueron alejado cada vez más de los intereses de los productores y fueron mas a cómo hacemos algo que podamos apropiarnos, porque si no no hay incentivos”, recuerda Cremaschi, que es becaria doctoral del CONICET y se especializa en temas de sustentabilidad y agricultura.
Las semillas son de quienes las cultivan
“Bioleft no se propone competir con otros modos de propiedad intelectual sobre el material genético, sino coexistir con ellos”, dice Cremaschi, y advierte que en la Argentina conviven dos regulaciones contrapuestas: una para patentes y otra para semillas. La primera restringe el acceso a estos bienes mientras que la segunda preserva el derecho del obtentor y de los investigadores que quieran estudiarlas o trabajar con ellas.
Esto es así porque la actual Ley de semillas y Creaciones Fitogenéticas (20.247) fue promulgada en el año 1973, cuando las semillas que se cultivaban en el país eran principalmente híbridas y la ciencia todavía no había permitido agregar partes de otros organismos dentro de ellas, mientras que la Ley de Patentes (24.481), que permite registrar “inventos”, lo hizo mediados de los 90, luego de que los avances en biotecnología permitieran el desarrollo de cultivos transgénicos, que incluyen “eventos tecnológicos” que algunos consideran pasibles de ser patentados.
El problema es que, de ese modo, a las variedades registradas dentro de la normativa de semillas se les pueden incorporar modificaciones genéticas patentables (algo que, en general, solo está al alcance de las grandes empresas biotecnológicas, debido a la complejidad y costos del proceso) y, dada la materialidad de estos bienes, el dueño de la patente se estaría apropiando, de manera indirecta, de los otros miles de genes que componen a la semilla, entre los cuales también se encuentran los del fitomejorador que logró estabilizar la variedad registrada y el trabajo de miles de años de campesinos que fueron seleccionando las mejores semillas, cosecha tras cosecha.
Para evitar ese tipo de situaciones, esta plataforma comprende tres tipos de licencias diferentes. Uno de ellos establece un acuerdo de transferencia, mediante el cual la semilla queda abierta como un bien público, ya que estipula que, cuando el material vegetal se transfiere, quien lo recibe no puede imponer restricciones de acceso para la investigación, desarrollo o registro de nuevas variedades, y que todos los derivados también deben transferirse con esa misma cláusula. Se denomina “multiplicación abierta” y también permite el guardado de la semilla para uso propio.
Otra de las licencias es la llamada “multiplicación exclusiva”, que permite el uso para investigación, desarrollo y registro de nuevas variedades, así como el guardado de la semilla para uso propio, pero la multiplicación para su venta, donación e intercambio es posible sólo bajo autorización expresa del proveedor.
El tercer tipo de licencia, por su parte, permite el uso para investigación, desarrollo y registro de nuevas variedades, así como el guardado de la semilla para uso propio, pero no permite multiplicar la semilla, por eso se denomina “sin multiplicación”.
Además, a diferencia de los Derechos de Obtentor (DOV), que son otorgados a quienes producen variedades mejoradas de semillas agrícolas para explotarlas en exclusividad, pero que no alcanzan al producto obtenido (como sí lo hacen las patentes), “Bioleft no solo protege a la semilla cosechada sino también a las sucesoras”, subraya Cremaschi, y detalla que diseñaron tres tipos de licencias con variantes en las posibilidades de multiplicación y venta porque había actores que no podían suscribir a la licencia inicial tal como había sido planteada.
“Es el caso de instituciones públicas que en el marco de una restricción de recursos necesitan convenios con empresas privadas para poder financiarse”, ejemplifica Cremaschi, y sintetiza que todas las licencias mantienen el permiso de investigación y desarrollo y de uso propio, mientras que algunas restringen la posibilidad de multiplicar y vender. “Tenemos variantes que contemplan las necesidades de muchos actores, para que sean realmente inclusivas y no dejen gente afuera del sistema”, destaca.
Cosecha colectiva
Otra de las particularidades de Bioleft es que cuenta con una plataforma digital que permite georreferenciar las semillas y registrar las transferencias que se hacen bajo estas licencias, para seguir su trazabilidad y monitorear su recorrido a través de distintos actores del sector agrícola, así como también reunir información sobre los cultivos, similar a la que se registra en los cuadernos de campo. De ese modo, busca facilitar y brindar acceso a un soporte tecnológico para los procesos de mejoramiento colaborativo.
“La idea original era que la plataforma fuera una fuente de registro y de trazabilidad de las semillas con licencias de Bioleft, porque si alguna vez esas semillas salen del sistema, rompiendo las licencias, y son apropiadas y registradas con algún mecanismo de propiedad intelectual como una patente, el hecho de que haya un registro, que esté caracterizada y que se pueda dar cuenta de todo el proceso de mejoramiento del que fue parte, puede ser un insumo para quebrar esa patente o ese mecanismo de propiedad intelectual”, recuerda Asinsten y aclara que el uso de estas licencias se basa en la confianza en que ningún productor o productora rompa con ese acuerdo.
“La plataforma abrió la puerta a un sistema de innovación, porque se diversificó en sus funciones, especialmente a otras dos: una es un cuaderno de campo virtual, que permite la coproducción de semillas, es decir que la generación de nuevas semillas no quede en manos de una institución, pública o privada, sino que también se incluya el conocimiento de las y los agricultores; y la otra es la conformación de una comunidad de agricultores mejoradores, para conectar una demanda con una oferta, que notamos existentes pero que están desconectadas”, afirma Cremaschi.
El cuaderno de campo es una herramienta de sistematización del mejoramiento, participativo o no, que fue agregado en respuesta a una necesidad detectada entre las y los fitomejoradores, que muchas veces toman anotaciones en papel. Además, ofrece la posibilidad de compartir información, según el grado de sensibilidad, con otros productores y productoras que estén interesados en saber cómo se desempeña esa semilla en distintas condiciones.
“Como el cuaderno de campo tiene muchos tecnicismos, está en una etapa más de prototipo que el resto, pero es una parte que nunca dejamos de lado y que trabajamos duro para poder avanzar, ya que es muy importante para la evaluación de los cultivos”, afirma Florencia Chena, que se desempeña en el área de modelos de negocios de Bioleft.
Esta plataforma que promueve el intercambio de conocimiento y el mejoramiento participativo fue desarrollada con lenguaje de código abierto y se encuentra disponible en GitHub para ser replicado. De hecho, el proyecto completo ha sido implementado a nivel internacional en el Laboratorio Nacional de Las Ciencias de la Sustentabilidad de la Universidad Autónoma de México (LANCIS/UNAM).
“La plataforma fue construida de manera participativa, apostamos por un proceso más largo en el cual tuvimos en cuenta a todos los actores que luego iban a utilizarla”, aclara Asinsten, y detalla que en el diseño y el desarrollo participaron especialistas en software, productores y mejoradores, en un proceso que garantiza que no sea un proyecto que baja desde arriba y se impone sobre el universo de la agricultura sustentable, sino que es una respuesta de quienes están practicando ese tipo de agricultura, a algunas de sus necesidades.
“Esto resume el espíritu de Bioleft como un proyecto en el cual los usuarios son parte de la toma de decisiones, en las cuales las estructuras son mucho más horizontales”, afirma Asinsten y adelanta que parte de la estrategia a mediano plazo es llegar también a productos derivados, y que el productor de maíz que vende polenta o salsa de tomate, por ejemplo, pueda incluir un sello o una etiqueta con los valores de Bioleft en sus productos.
“Queremos desarrollar una estrategia que involucre desde la semilla hasta el plato de comida. La cultura gastronómica también tiene que también formar parte de este movimiento, porque no hay seguridad alimentaria si no hay soberanía en las semillas o si no son sustentables y abiertas”, concluye Asinsten.
14 jul 2023
Temas: agricultura, Alimentos, Bioleft, FAUBA, INASE, INTA, Patentes, Semillas, Soberanía alimentaria, UNSAM