La economista especializada en innovación estuvo en el Centro Cultural de la Ciencia y recibió el título de doctora Honoris Causa por la UNSAM. En una entrevista con TSS, habló sobre la necesidad de revitalizar al sector público y diversificar la industria local.
Agencia TSS – “Deberíamos preguntarnos quién se beneficia con los estereotipos del Estado como algo kafkiano y aburrido y del sector privado como su contraparte dinámica y divertida. Esa imagen caricaturesca del sector público como un ente haragán y burocrático nos ha llevado a concretar alianzas público-privadas muy problemáticas”, sostuvo la economista Mariana Mazzucato durante su conferencia magistral “El Estado emprendedor: creación de mercados y desarrollo económico” en el Centro Cultural de la Ciencia (C3), en la que estuvieron presentes los ministros de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, y de Producción, Francisco Cabrera. “Estoy junto a dos funcionarios que tienen la palabra ‘producción’ en sus ministerios. ¡Marx habría estado encantado con eso!”, bromeó Mazzucato.
Profesora de Economía de la Innovación en la Science Policy Research Unit (SPRU) de la Universidad de Sussex y autora del libro El Estado emprendedor, Mazzucato propone revisar la mirada sobre el sector público y la necesidad de que tenga un rol activo en el impulso a la innovación, más allá de crear infraestructura, fijar las reglas del juego y cobrar impuestos, con el fin de lograr un crecimiento más inteligente e inclusivo. En 2013 la revista New Republic la incluyó entre los “tres pensadores más importantes sobre la innovación” y actualmente lidera diversos proyectos de investigación relacionados con financiamiento de la innovación y las inversiones orientadas a objetivos específicos (mission-oriented, en inglés). «Una política limitada a solucionar fallas de mercado no explica las tecnologías de propósito general, como la aeroespacial», dijo durante su conferencia en el C3.
Esta doctora en Economía que nació en Italia y creció en Estados Unidos cuestiona muchos de los mitos del emprendedor tecnológico, como el surgimiento del Silicon Valley (“No sería lo que es sin el financiamiento del gobierno estadounidense, y el último héroe que tienen, Elon Musk, recibió un préstamo garantizado de 500 millones dólares para el Tesla S”); el rol de las patentes y la propiedad intelectual (“Se habla de innovación abierta y todo eso, pero vivimos en un mundo de secretos y se abusa de las patentes para frenar el desarrollo”); y de los capitales de riesgo (“Lo que buscan es maximizar ganancias y para eso deben salir rápido; son inversiones que pueden ser más dañinas que beneficiosas para desarrollar productos y le hicieron muy mal a sectores como el biotecnológico”).
Mazzucato estuvo en Buenos Aires solo dos días. Durante su visita –organizada por la Secretaría de Planeamiento y Políticas del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, junto con el Ministerio de Producción y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)– recibió el título de doctora Honoris Causa por la Universidad de San Martín (UNSAM) y asistió a diversas reuniones, entre ellas, con el presidente Mauricio Macri, sobre el que posteriormente realizó un comentario irónico en su cuenta de Twitter.
“Si países como Estados Unidos, con organizaciones como DARPA —Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa— y la NASA —Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio—, o Alemania y China, con el apoyo financiero de bancos públicos, no hubieran dirigido inversiones como lo hicieron, no habrían llegado donde están. La direccionalidad en las inversiones es fundamental porque permite crear nuevas demandas que arrastran a distintos sectores de la economía. Si no, el mercado es el que decide la dirección. Debemos convertir a las organizaciones estatales en instituciones que aprendan de sus errores y evolucionen. Si queremos más creación de mercado debemos permitir que las organizaciones públicas tengan un margen para tomar riesgos y para crear cosas nuevas, lo que permitirá que el Estado pueda crear oportunidades para todos”, dijo la economista en la UNSAM.
Este año se publicó un trabajo que Mazzucato hizo por encargo del Gobierno de Brasil, junto con el economista Caetano Penna. Allí, entre otras cosas, identifica fortalezas y debilidades del sistema de innovación brasileño, y muchas de ellas se asemejan a las de la Argentina. “Me encantaría trabajar en un documento para la Argentina. Fue algo que conversamos con el ministro de Ciencia y Tecnología”, le dijo Mazzucato a TSS, que la entrevistó durante su breve estadía en Buenos Aires.
Es su primera visita a la Argentina, ¿no? ¿Qué imagen tenía sobre el país?
Sí, es mi primera vez y la imagen que tengo es la de un país muy inestable. Entre otras cosas, por razones ideológicas, desafortunadamente. Algunas de las discusiones que veo en la Argentina entre las fuerzas políticas parecen reflejar eso. Es algo que también está pasando en otros países latinoamericanos y, para ser honesta, también lo vemos mucho en Europa. En lo económico, esto tiene que ver con qué rol juegan el manejo de la macroeconomía y de la política fiscal y monetaria en la economía de un país. Y sobre la voluntad o no de posibilitar la existencia de instituciones públicas eficientes que permitan el tipo de cosas que empresas como INVAP hacen hoy en día en la Argentina. Con respecto a los últimos años, me da la sensación de que algunos de los experimentos más interesantes no tuvieron tiempo suficiente como para desarrollarse. En la Argentina, se están llevando adelante políticas para revitalizar a un sector particular de la economía, a mi juicio, demasiado y arriesgando el resto. La necesidad de diversificación de la economía es grande, y sé que en la Argentina hay un problema con eso, porque tienen el riesgo de convertirse en una economía cada vez más estrecha, con la soja como sostén relevante, en lugar de apostar a la transformación de diversos sectores.
Usted sostiene que, por no reconocerse el rol activo que ha jugado el sector público en la creación de conocimiento, se han compartido los riesgos pero no las ganancias, y propone algunos mecanismos como mantener inversiones o acciones en esos emprendimientos que se han beneficiado de la inversión pública, regular precios o exigir una reinversión de utilidades en I+D. ¿En qué medida considera que esto es aplicable en países en desarrollo, con las restricciones políticas y económicas que enfrentan?
La primera restricción en países como la Argentina o Brasil es lo poco que invierte el sector privado en I+D, que es bajísimo. Así que, el primer desafío, más que pensar en riesgos y premios, es lograr aumentar esa inversión, que suele ser el producto de relaciones entre partes. Entonces, la pregunta que se tiene que hacer un país es: “¿Qué políticas he implementado que mantienen esta inercia actual y qué puedo hacer al respecto para cambiar esta dinámica?”. Por ejemplo, cuando se tienen muchas políticas de incentivos o subsidios generalizados versus una política de inversiones directas en nuevas áreas, que rompan con esa inercia. La combinación de inversiones directas del Estado con una red de diferentes instituciones públicas en nuevas áreas que empujen la frontera del conocimiento es lo que permite el desarrollo del ecosistema, esa palabra tan de moda hoy en día. No veo que haya suficiente de eso en países como Brasil y la Argentina, y explica mucho sobre la situación en la que están.
¿Y cómo se puede impulsar una mayor inversión en I+D por parte del sector privado?
Pueden ser inversiones indirectas por parte del Estado, pero tienen que estar estructuradas de manera que se puedan auditar, porque es muy fácil falsear los libros de contabilidad y hacer aparecer como I+D algo que no lo es. Y recomiendo evitar usar cosas como la “caja de patentes”, como muchos países lo hacen, que es una reducción impositiva basada en ganancias por patentes, como una forma de estimar la innovación de una empresa. Eso es estúpido, porque las patentes son monopolios que duran 20 años. En todo caso, el objetivo de la ventaja impositiva debería estar focalizado en la investigación que llevó a esa patente. Por eso, estructurar de manera inteligente los mecanismos indirectos de inversión también es muy importante, porque estamos hablando de dinero del Estado.
Usted tiene una posición muy crítica sobre el uso y abuso de las patentes.
Sí, porque las propiedad intelectual no es un derecho, sino que es un contrato por el cual se otorga un monopolio temporario. Las patentes, mal usadas, pueden bloquear la innovación, y lo estamos viendo en muchos casos en que grandes empresas tienen una posición abusiva gracias a su cartera de patentes.
¿Qué posición tiene con respecto al Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), al que varios países latinoamericanos se podrían incorporar?
Es una carrera hacia el abismo –en inglés, race to the bottom, una frase que en economía se suele utilizar cuando la competencia entre empresas y países conduce a localizar la producción donde resulta más barato–, que tiene muy poco sentido. Eso no significa que yo esté en contra de los acuerdos internacionales. Pero, por la forma en que está estructurado y los lobbies que están actuando, no veo que este acuerdo permita lograr los resultados que muchos países dicen querer obtener. Más bien parece el resultado de que muchos gobiernos no asumen un rol activo en la definición de política económica de sus países. Lo único que vemos son mensajes como: “Queremos más inversión del sector privado, queremos más colaboración entre los distintos actores de la economía y poder recaudar más impuestos”, pero el TPP no es el camino. Creo que puede tener resultados terribles.
Usted ha señalado, en un trabajo conjunto con Carlota Perez, que las llamadas tecnologías verdes podrían ser el equivalente de lo que fueron las tecnologías de la información como una oportunidad para el crecimiento de las economías. ¿Pero qué sucede si los países menos desarrollados quedan relegados al rol de compradores de tecnología llave en mano?
No se trata solo de desarrollar tecnología, sino de que la difusión e implementación de la tecnología existente sea también importante, porque permite procesos de aprendizaje. El problema es cuando eso se hace en todas las áreas y no se construyen capacidades propias en ningún sector. Un país como la Argentina no puede invertir en todo, pero en el área de energías renovables hay un montón de oportunidades para impulsar desarrollos. En energía nuclear también. Por ejemplo, el acero, que es una tecnología vieja y que recurre de manera intensiva a combustibles fósiles, en Alemania se ha modernizado y ha generado muchas tecnologías paralelas de reutilización y reciclado, por ejemplo. Eso es una estrategia de innovación y por ahí pasa uno de los puntos principales de la investigación que hicimos: que los principales sectores de la economía pueden ser modernizados y revitalizados a través de programas estratégicos. Un programa de tecnologías verdes no es solo sobre energías renovables, es también sobre revitalizar sectores para hacerlos menos contaminantes, como se hizo en Alemania con el acero. Porque permite generar nuevas dinámicas, crear nuevos nexos entre empresas de servicios y otras proveedoras de insumos. Dinamarca, un país muy pequeño, se convirtió en el proveedor más importante de servicios de alta tecnología para energías limpias en China. Obviamente, ellos invierten dinero en este sector y tienen a una empresa como Vestas, pero justamente por esas inversiones pudieron crear empresas que pueden tomar ventajas de la innovación en otros países y proveerles servicios. Este tipo de cosas no ocurren sin una estrategia. El peligro de los actuales gobiernos de muchos países es que no la tienen y creen que es el mercado el que va a marcar el rumbo. Si queremos innovación necesitamos que el Estado asuma riesgos e invierta, porque es lo que permite crear las dinámicas que a su vez crean nuevas áreas y formas de colaboración en un país.
27 abr 2016
Temas: Desarrollo, Innovación, Política científica y tecnológica, Rol del Estado, SPRU, Sussex, UNSAM