Industrialización esquiva en América Latina y el caso brasileño

Las dificultades enfrentadas por diversos países latinoamericanos que intentaron industrializarse en los últimos años ponen en discusión los modos y problemas del desarrollo. ¿Por qué Brasil no logró dar el salto productivo?

Por Carlos de la Vega, para Agencia TSS  
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América Latina, y particularmente sus países más grandes, han intentado desarrollar su industria desde la década de los años treinta. Sin embargo, por diversos motivos, estos procesos terminaron en logros parciales, a veces contradictorios y con frecuentes regresiones.

Una corriente de pensamiento económico latinoamericano que tuvo entre sus primeros y máximos exponentes al argentino Raúl Prebisch ha postulado a la industrialización manufacturera como la gran impulsora del crecimiento económico que desembocaría en el anhelado desarrollo. En la última década, varios gobiernos progresistas de la región intentaron ese camino con resultados iniciales prometedores. No obstante, tras la crisis financiera mundial de 2008, el panorama se ensombreció nuevamente. El retorno del discurso neoliberal como sentido común naturalizado sorprende tras los estragos que causó en América Latina en las últimas décadas del siglo XX, pero es también síntoma de que las estrategias para lograr el desarrollo que se busca deben ser repensadas. En este contexto, analizar la dinámica de crecimiento de la industria manufacturera y hacerlo desde la experiencia de Brasil, el país latinoamericano que mayor diversificación y amplitud alcanzó en el sector industrial, resulta insoslayable.

Kaldor-Verdoom para Brasil

A mediados del siglo pasado, el economista húngaro –devenido británico– Nicolás Kaldor estableció dos leyes del crecimiento económico en las que se le reconocía un rol relevante al desempeño del sector manufacturero. Por la primera, la tasa de crecimiento de la economía se relaciona de manera positiva con la de la industria de manufactura. En la segunda, se postula que un incremento en la tasa de crecimiento manufacturero aumenta la productividad del trabajo en el mismo sector (ley conocida como Kaldor-Verdoom,  por el economista holandés que había dado cuenta del fenómeno en 1949).

A partir de este marco teórico, Henrique Morrone, doctor en Economía e investigador de la Facultad de Economía de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS) en Porto Alegre, Brasil, encontró una fuerte relación causal entre la evolución de la producción manufacturera y la productividad del trabajo de este sector en su país para el período comprendido entre los años 2004 y 2013, que publicó en este trabajo.

Sus hallazgos confirman lo postulado por Kaldor: la expansión de la demanda incrementó la producción manufacturera, lo que aumentó la productividad del trabajo en el sector que, a su vez, impactó positivamente en las exportaciones. El tipo de cambio favoreció a estas últimas, pero de un modo diferente a lo que usualmente se escucha en las discusiones económicas sobre el asunto. No fue un tipo de cambio alto (un real barato) lo que benefició a las exportaciones, sino una moneda valorizada (real caro) que les permitió a los industriales abaratar la importación de bienes de capital y así mejorar la productividad del trabajo en el sector, tornando más competitivas sus exportaciones. “Hay una conexión indirecta entre tasas de cambio y exportaciones”, afirma Morrone. Y agrega: “Si bien un real más fuerte tuvo un impacto positivo en la productividad del trabajo y una mejora en la competitividad de la industria en el corto plazo, en el largo plazo la valorización del real provocó una pérdida de competitividad en el mercado internacional”. Es a partir de este momento cuando empezaron las dificultades que, agravadas por la crisis financiera mundial de 2008 llevaron a la recesión económica en Brasil.

Fuente: Morrone, Henrique (2016). Gráfico modificado con respecto al original.

El gran problema que sigue padeciendo el gigante sudamericano, y muchos otros países de la región, es que en el largo plazo influye negativamente la incapacidad de construir un subsector local de producción de bienes de capital, que sería el eslabón que permitiría sostener el proceso de industrialización aun con un tipo de cambio bajo. El problema no es nuevo, lleva casi un siglo, “los procesos de industrialización por sustitución de importaciones [ISI] de Brasil, Argentina y México no se pudieron completar porque faltó el sector de bienes de capital” explica Morrone, aludiendo a los intentos de industrialización que arrancaron hace 80 años en la región.

Vicios globales y locales

La globalización y las políticas neoliberales agravan este tipo de cuadros. El incremento de la movilidad internacional del capital hace que las multinacionales desplacen gran parte de su producción adonde el costo laboral es menor, como los países asiáticos. Esto ha generado consecuencias en muchos países, como en Estados Unidos, donde la sola amenaza de la pérdida de puestos de trabajo, incluso de mano de obra calificada como los ingenieros, ha hecho que se frene el reclamo por mejores salarios, induciendo a una tasa más baja de crecimiento en estos que en la productividad. Cuando estos procesos se grafican se observa una dinámica denominada “boca de yacaré” (ver gráfico debajo), que muestra cómo los salarios permanecen casi constantes mientras la productividad y las ganancias empresariales se elevan.

Diferencia entre la productividad y las remuneraciones (compensaciones) típicas de los trabajadores en Estados Unidos (1948-2014). Nota: los datos indican porcentaje de horas de producción compensadas de un trabajador no supervisor en el sector privado y productividad neta de toda la economía. «Productividad neta» es el crecimiento de la producción de bienes y servicios menos la depreciación por hora trabajada. Fuente: Bivens, Josh y Mishel, Lawrence (2015).

Al contexto global se le añaden dificultades locales. Una pregunta lógica es: ¿por qué hubo países, como muchos del sudeste asiático, que lograron industrializarse en los últimos 40 años, mientras que Brasil y otras naciones latinoamericanas no lo han conseguido a pesar de la bonanza reciente? Morrone aproxima una respuesta a este planteo: “Existen estudios comparados de performance de países que muestran que las economías latinoamericanas tienen problemas para establecer incentivos y evaluar metas. Por ejemplo, otorgar créditos baratos por medio de bancos estatales, fijar metas de exportaciones y una política de cobranza [control] de esos incentivos. En Brasil hay mucha dificultad para, una vez dados los subsidios, retirarlos en caso de que la empresa beneficiaria no haya alcanzado los niveles de productividad establecidos”. Diferente ha sido el caso de naciones como Corea del Sur, en donde una empresa beneficiaria de ayuda estatal puede ser fuertemente sancionada, incluso con la prisión de sus directivos, si no cumple con las metas que se le fijaron para recibir esa ayuda.

Además, las instituciones de los países latinoamericanos, incluido Brasil, tampoco han sabido estimular la formación de un empresariado innovador en el sentido schumpeteriano, dispuesto a “tomar riesgos”. Muy por el contrario, se ha promovido a los rentistas, comportamiento que se reprodujo incluso en gobiernos con un fuerte componente neodesarrollista y popular,como el del PT, en los que las transferencias de ingresos a través de mecanismos como la obra pública, apartados de los procesos de competencia por innovación, fueron empleados para sostener la gobernabilidad.

Salarios o ganancias, crecimiento o distribución

Otro de los debates de la economía contemporánea es si el crecimiento es apuntalado por el aumento de los salarios que expanden la demanda interna, o de las ganancias empresarias que favorecerían el incremento de las inversiones, y, por lo tanto, de la oferta.  El gobierno de Lula da Silva impulsó un modelo en el que los salarios y las ayudas sociales fueron el gran tractor de la economía, pero al mismo tiempo dejó la política monetaria del Banco Central de Brasil en manos de ortodoxos cultores de la Escuela de Chicago. Una contradicción que se profundizó con el gobierno de Dilma, cuya estrategia para enfrentar la crisis de 2008 se inclinó por el fortalecimiento de las ganancias de los empresarios en busca de que ello reestableciera el crecimiento. Esto motivó un incremento de los subsidios al capital, una reducción de los impuestos y un avance del desempleo como forma de contener los salarios. Ninguna de estas dádivas al empresariado funcionó. Los empresarios cortaron el flujo de inversiones y la crisis se precipitó.

Los economistas ortodoxos suelen atacar a las políticas de distribución del ingreso por considerarlas contraproducentes para el crecimiento económico. La evidencia de los últimos años en América Latina indica exactamente lo contrario. “A mayor mercado, mayor oportunidad de especialización de la mano de obra, y esa especialización va a aumentar su productividad”, sostiene Morrone. Esa mejora en la productividad, en definitiva, se traduce en mayores ganancias para el empresariado.

“Los procesos de industrialización por sustitución de importaciones [ISI] de Brasil, Argentina y México no se pudieron completar porque faltó el sector de bienes de capital” explica Morrone.
Sin embargo, el modelo de crecimiento por estímulo de la demanda interna vía incremento de los salarios parece haber alcanzado un punto de inflexión. “Países grandes, con buena complementariedad interna, tienen el potencial de crecer con distribución, como sería el caso de Brasil, al menos en el corto y medio plazo (tres a ocho años, aproximadamente). Después de un cierto punto, cuando los salarios han crecido mucho, surge una cuestión política cuando las elites se sienten amenazadas y comienzan a generar una disputa de clases sociales y cuestionan el modelo de crecimiento”, afirma Morrone, quien considera que este planteo también sería válido para la Argentina dado el tamaño de su economía.“El colapso de las inversiones [en Brasil] fue una protesta de las elites”, agrega.

El ataque al modelo de crecimiento lo perpetran los empresarios que más se han beneficiado con el proceso de expansión de la demanda. Para intentar explicar este comportamiento tan irracional, Morrone recuerda al gran economista polaco Michal Kalecki, quien sostenía que el crecimiento de la influencia de los trabajadores generaba la reacción de los empresarios porque ello ponía en riesgo al propio sistema capitalista.

De vuelta a la industria

El planteo de Morrone, en línea con lo que postulaba Kaldor, es que la industria y, particularmente, la manufacturera, es vital para el crecimiento económico. Esta visión desafía otro mito neoliberal esgrimido para justificar la subestimación del desarrollo industrial, el de que las economías modernas se basan en servicios. Sobre este tema, Morrone manifiesta que “hay una gran discusión sobre si las economías pueden ser impulsadas por los servicios. En general, los que pueden impulsar son los servicios de alta tecnología, vinculados a industrias”.

En definitiva, para Morrone la industria sigue siendo una de las piedras basales del crecimiento y este una precondición del desarrollo. Para alcanzarlo es necesario un fuerte componente tecnológico y avanzar hacia la producción de los elementos más complejos: los bienes de capital. En este camino, una adecuada distribución del ingreso, junto a políticas de premios y castigos claros y contundentes hacia los empresarios podría ser un camino más prometedor que el retorno a la conocida ortodoxia.


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