¿Cómo cambiar la matriz económica latinoamericana?

Tres economistas especializados en el sector industrial debatieron sobre modelos de desarrollo y política tecnológica en América Latina. La brecha de productividad, la comparación con los países asiáticos, la trampa de la inversión extranjera y la necesidad de reindustrialización.

Por Bruno Massare  
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Agencia TSS – El diseño de políticas de largo plazo suele ir a contramano de los tiempos de la política y su debate por lo general es invisibilizado por la coyuntura. El seminario “La CTI como eje de nuevos paradigmas productivos. Desafíos actuales para el desarrollo en la sociedad del conocimiento” —organizado por el Centro Interdisciplinario de Estudios en Ciencia, Tecnología e Innovación (CIECTI) y que se llevó a cabo en el Auditorio del Centro Cultural de la Ciencia (C3) del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación (MINCYT)— desafió ese destino histórico.

El panel «Ciencia, tecnología e innovación, y cambio estructural en América Latina» contó con la participación de tres economistas con una larga trayectoria en el campo del desarrollo industrial y la política tecnológica: Gabriel Palma, de la Universidad de Cambridge (Inglaterra); Jorge Katz, de la Universidad de Chile; y Mariano Laplane, del Centro de Gestión y Estudios Estratégicos (CGEE) de Brasil. Los tres abordaron la disyuntiva del desarrollo latinoamericano desde diversas perspectivas y no evitaron las disidencias en sus enfoques.

La presentación de Palma giró alrededor de la brecha de productividad, a la que considera el indicador de desarrollo económico y tecnológico más relevante. El economista chileno fue contundente al decir que “el panorama de América Latina no puede ser más desastroso” y comparó la magra evolución en productividad en la región desde los años ochenta con el veloz crecimiento que tuvo en los países asiáticos.

“Es curioso cómo se buscan ejemplos en países como Finlandia o Australia y se ignora a Asia, donde hay ciertos patrones que pueden asimilarse a los de los países latinoamericanos”, dijo Palma. Y agregó: “Si bien casi no hay país de América Latina que no haya crecido a tasas asiáticas en algún momento durante las últimas décadas, pareciera que no sabemos sostener ese crecimiento en el tiempo y ahí reside el desafío”.

Frente a este escenario, el especialista sostuvo la necesidad de una reingeniería en las economías latinoamericanas con énfasis en la reindustrialización. “La región abandonó la manufactura cuando en los años setenta no había lugar en el mundo con mejor posición para ser la plataforma manufacturera global. Hoy, la reindustrialización no es un tema menor, sino que es de una complejidad infinita, sobre todo si observamos la pérdida de industria manufacturera en otras partes del mundo no asiático”, dijo Palma.

«La inversión extranjera nunca nos sacó de los problemas y solo sirvió para la repatriación de utilidades, para generar inestabilidad en las economías regionales y para financiar oligarquías rentísticas y depredadoras de los recursos naturales”, dijo Palma.

El economista de Cambridge habló del “arrastre” que genera la manufactura cuando es el motor de la economía sobre otros sectores, como el de servicios, algo que no ocurre, según él, cuando se privilegian loscommodities. También criticó a lo que llamó “la idealización de la inversión extranjera, porque nunca nos sacó de los problemas y solo sirvió para la repatriación de utilidades, para generar inestabilidad en las economías regionales y para financiar oligarquías rentísticas y depredadoras de los recursos naturales”.

Hacia el final de su exposición, Palma rescató como algo positivo la gran capacidad para generar empleo que tiene América Latina —a la misma velocidad que el PBI, aseguró—, aunque consideró que esa facilidad también actuó como una suerte de estímulo negativo para la necesidad de reformas de fondo en la matriz productiva. “Brasil generó 30 millones de empleos desde los años ochenta, pero muchos en servicios o precarios, con poca capacidad de crecimiento en términos de productividad”, dijo. Y criticó la histórica baja inversión privada, en la que considera que el Estado debe jugar un rol más activo como regulador: “En América Latina, apenas un 10 % de lo que se lleva el 10 % más rico vuelve en forma de inversión productiva. Esto es bajísimo en términos internacionales”.

El modelo de quienes manejan la economía

El segundo turno en las exposiciones fue para el economista argentino de la Universidad de Chile Jorge Katz, quien buscó diferenciar las visiones neoclásica y evolucionista de la economía, ya que “implican la forma en que se mira el desarrollo económico”. Y agregó: “El primero busca generar un sistema de equilibrio, mientras que en el mundo evolucionista hay creación destructiva y transformación estructural”.

Alineado con este último, Katz hizo una breve periodización del desarrollo latinoamericano, en el que diferenció una primera etapa de “crecimiento hacia adentro” y una segunda de “crecimiento guiado por el mercado”, caracterizado por un proceso de desindustrialización que se produjo a partir del agotamiento del modelo industrial, con lo que se generó un retorno a las ventajas comparativas naturales, que desembocó en el escenario actual.

“La falta de política industrial de largo plazo y la comoditización de la estructura productiva han sido una constante”, dijo. Se refirió también a la frase del exministro de Economía Domingo Cavallo, sobre que “no hay mejor política industrial que la que no se hace”. Según Katz, “no es que Cavallo sea mala persona por haber dicho eso, sino que fue educado así, con ese marco analítico de equilibrio general que aprendió en Harvard. Y es el modelo que tienen en la cabeza quienes hoy están manejando la economía en la Argentina”.

Katz, que también es director de la División de Desarrollo Productivo y Empresarial de la CEPAL en Santiago de Chile, retomó el tema de la divisoria entre visiones más y menos ortodoxas sobre la economía. “Un diagnóstico macroeconómico que busque el equilibrio financiero sin una pregunta sobre la estructura productiva no va a permitir salir del esquema de los recursos naturales sin procesar. Estos recursos nos abren una nueva ventana de oportunidad en el ámbito de lo que llamamos las industrias basadas en ciencia, con una profundización tecnológica hacia el centro de la sociedad”, dijo.

De izquierda a derecha: Gabriel Palma, Mariano Laplane, Fernando Porta y Jorge Katz, durante el seminario del CIECTI en el Polo Científico de Palermo. Foto: Prensa MINCYT.

Para Katz, “tenemos que encontrar cuál es el modelo que cada país puede tomar y hace falta un Estado que invierta en un sector como lo hizo, por ejemplo, el finlandés en la industria de celulosa y papel, con una contribución de entre el 40 y el 60 %”.

“En países como la Argentina hay industrias como la textil, la de calzado o la de electrodomésticos que sin protección no podrían sobrevivir”, sostuvo Katz. En contraposición, resaltó que hubo casos como el del sector primario agrícola que, en la Argentina, llegó a un nivel de productividad cercano a la frontera internacional.

“Pero, si quito esos sectores atrasados, no me alcanza para el pleno empleo”, dijo Katz ante una pregunta de Fernando Porta, moderador del panel y director académico del CIECTI, con respecto a si una economía como la Argentina podía satisfacer la demanda de empleo con solo especializarse en el procesamiento de recursos naturales. El economista de la CEPAL agregó que “cada caso debe estudiarse en sí mismo porque no hay una teoría general de la industrialización”. También polemizó con Palma al afirmar que “no hay que idealizar la estructura productiva coreana” y, ante una pregunta del público sobre qué valor le atribuye a iniciativas como la de ARSAT, dijo que “se trata de una estructura de subcontratistas y proveedores de servicios de tal valor que justifica una política industrial allí mismo”.

¿Paradoja brasileña?

La tercera exposición estuvo a cargo del economista argentino —radicado en Brasil— Mariano Laplane, quien, si bien se mostró de acuerdo con buena parte de las críticas de sus colegas a las economías latinoamericanas, reivindicó ciertos aspectos que definió como “paradojales” en un supuesto contexto de desindustrialización.

Laplane comparó la economía de Brasil entre 2002 y 2012, en la que, si bien bajó la proporción de la manufactura sobre el PBI y en las exportaciones totales, señaló que, en términos absolutos, las exportaciones de manufactura brasileña pasaron de 33.000 millones de dólares en 2002 a 90.700 millones de dólares en 2012.

“Es una industria que creó tres millones de empleos en esos diez años. ¿Una industria que se desindustrializó creando tantos empleos, no es paradojal?”, preguntó y destacó el hecho de que en 2014 Brasil ocupaba el quinto lugar en empleo industrial en el mundo.

Sin embargo, el presidente del CGGE de Brasil reconoció que el país “nunca consiguió establecer bases productivas en las industrias más dinámicas y esas características no han cambiado en este período, pese al aumento del gasto público y privado en ciencia y tecnología”.

Laplane dijo que, más allá de la estrategia que se quiera implementar, es inevitable partir de las características de cada estructura productiva. «No se pueden esperar milagros y hay que tener un poco de humildad sobre la capacidad de inducción de nuestras políticas. Tanto sobre el volumen de recursos fiscales y privados que se pueden movilizar como del grado de legitimidad necesario para que estos recursos sean movilizados. No sirve hacer políticas de diseño perfecto si no hay plata. Y difícilmente haya dinero si no hay un reconocimiento por parte de actores sociales relevantes sobre el destino que se le quiere dar», dijo.

Finalmente, se preguntó: «¿Tomaremos ciertas verdades reveladas sobre los procesos productivos o trataremos de diversificar la estructura productiva lo más posible? Difícilmente, por el tamaño y la diversidad de los desafíos, conseguiremos diseñar una política única para todas las situaciones. Si queremos tener políticas más potentes y legítimas, debemos pensar políticas de ciencia, tecnología e innovación que no sean para la industria ni para los científicos, sino para la salud, la educación y para mejorar la calidad de vida de la gente. Tal vez nos sea más fácil reindustrializarnos por ese camino que por otros».

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