Erica Carrizo: “No tiene sentido un MINCYT que repita los errores”

La investigadora Erica Carrizo se especializa en el estudio de las políticas de ciencia, tecnología e innovación de la Argentina y América Latina. En diálogo con TSS, se refirió a los aciertos y desaciertos del sector en los últimos 30 años y sugiere qué aspectos deberían debatirse para fortalecer las capacidades y evitar los errores del pasado.

Por Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – Erica Carrizo es Investigadora del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica “José Babini” de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Inició su carrera académica estudiando sistemas biológicos y hoy aplica su mirada sistémica a otros ambientes no menos complejos: los sociales. En el marco del “Programa de Formación de Recursos Humanos en Política y Gestión de la Ciencia, Tecnología e Innovación”, fue becada por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el entonces Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación (MINCYT) y realizó la Maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología (UBA). En la misma institución se doctoró en Ciencias Sociales.

Desde que inició su especialización, Carrizo se ha dedicado a analizar el desarrollo de los últimos 30 años de políticas de ciencia, tecnología e innovación en la Argentina y América Latina. Ha sido coordinadora del “Programa de Estudios sobre el Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo” (PLACTED) del ex MINCYT, y actualmente coordina el “Programa de Ciencia, Tecnología e Innovación para el Desarrollo Sustentable” (CITIDES), de la Secretaría de Gobierno en Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación.

En sus investigaciones analiza las políticas de ciencia y tecnología durante la década del noventa y desde la formación del MINCYT, en el año 2007, hasta el 2017. ¿Qué diferencias encuentra entre ambos períodos?

Si uno analiza la política de ciencia y tecnología de los noventa y la de los últimos diez años en la Argentina se ven continuidades y rupturas. Si tuviera que marcar continuidades, que tienen que ver con problemas más de tipo estructurales, marcaría la falta de mirada sistémica, en el sentido de tener dificultades desde el Estado para vincular la política de ciencia y tecnología con otras políticas sectoriales de desarrollo social, salud, industria, el sector económico y demás. La falta de enraizamiento económico de la política de ciencia y tecnología y las dificultades con la identificación de problemas de relevancia socioeconómica que puedan darle un sentido a la política del sector, que no se restrinjan a la promoción de investigaciones para producir conocimiento de frontera, por ejemplo.

¿Cuáles fueron o son las particularidades del neoliberalismo en ciencia y tecnología?

Es una receta que prácticamente no tiene variantes: se achica el Estado, se desfinancia el sector científico tecnológico, se promueve su vinculación con el sector productivo bajo esta consigna de emprendedorismo, que es bastante esquizofrénica porque al mismo tiempo se destruye la industria nacional. Otra característica del neoliberalismo es que avanza en la destrucción institucional, por acción u omisión, y en la desjerarquización institucional, como ocurrió con el MINCYT.

En los noventa ni siquiera había ministerio…

Sí, pero en los noventa, a diferencia del neoliberalismo actual, se produjeron importantes innovaciones institucionales, como la creación de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que es una institución exitosa que sigue manteniendo su función en la promoción de la ciencia y la tecnología, y se interviene e intenta reformar el CONICET. Fueron innovaciones institucionales de envergadura, asociadas con ciertas capacidades de algunos policy makers que estaban en cargos de toma de decisión muy importante, como Juan Carlos Del Bello.

«En los noventa, a diferencia del neoliberalismo actual, se produjeron importantes innovaciones institucionales», dice Carrizo.

¿Cómo se han definido las políticas en el sector a lo largo del tiempo?

Desde el inicio de la política de ciencia y tecnología en la semi-periferia latinoamericana se ve una puja entre dos lógicas, que también se ve en los países centrales: por un lado, la burocrática, centrada en la resolución de problemas; por el otro, una de tipo academicista, que promueve la libertad de investigación y la autonomía científica. Esta puja también se da en la Argentina, y podríamos decir que hubo un triunfo de la lógica academicista. Es una de las cuestiones a resolver en el futuro. Me parece que la ciencia y tecnología tienen que concentrarse en la producción del conocimiento y desarrollo tecnológico, pero las fronteras nacionales y regionales deberían tener otra consideración. De lo contrario, parece que tu sistema de referencia es el sistema mundial y tenemos que darle más valor a los problemas del territorio. Frente a eso, la implementación de políticas horizontales no es independiente de la presencia de esa lógica de tipo academicista.

¿A qué se refiere con políticas horizontales?

Históricamente, la política de ciencia y tecnología en la Argentina se ha concentrado en políticas de tipo horizontal vinculadas a la formación de recursos altamente calificados en ciencia y tecnología, el financiamiento de infraestructura científico-tecnológica, incluyendo la adquisición de equipamiento y el financiamiento de proyectos de I+D, con una fuerte intervención de los organismos internacionales de crédito. Esa tendencia a definir políticas horizontales perduró tanto en los noventa como en los gobiernos más progresistas, como los de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Entonces, no podríamos decir que es una característica asociada al neoliberalismo sino que es un problema estructural. Cuando se priorizan sectores y tecnologías, estamos hablando de políticas focalizadas, que los países centrales lo hacen desde el inicio de la política de ciencia y tecnología, y después hay políticas orientadas a misiones, que apuntan a resolver problemas específicos.

¿Qué ejemplos de políticas orientadas a misiones se desarrollaron en la Argentina?

En la Argentina se dieron en las áreas satelital y nuclear. Nosotros estudiamos el sector nuclear a través del proyecto Carem 25, hoy paralizado por el macrismo, que buscaba abastecer de energía eléctrica a pequeñas poblaciones alejadas de los grandes centros urbanos o a pequeños polos fabriles mediante la fabricación de un reactor de baja potencia. En el caso de la política de comunicación satelital, la misión era construir satélites geoestacionarios, que fueron el Arsat 1 y 2, para brindar servicios como acceso a internet, telefonía y TV digital. Estos ecosistemas fueron parte del complejo del sistema de ciencia y tecnología, pero no respondieron a una política de tipo sistémica y nacional encabezada desde el MINCYT, sino en el marco de un sector que venía evolucionando desde hacía décadas.

¿Fueron posibles porque se contaba con una trayectoria previa?

Claro, esa es una de las condiciones clave para que una política orientada a misiones sea posible. Estos casos funcionaron porque ya había un ecosistema de aprendizaje, escalamiento e innovación que venía desarrollándose en los últimos 60 años. Cuando se eligen los problemas también hay que considerar si se cuenta con las capacidades necesarias para solucionarlos.

¿Por eso el diagnóstico es clave?

Sí, y creo que hay problemas de diagnóstico en este país. Se analizan indicadores muy generales como el porcentaje de PBI que se invierte en ciencia y tecnología, el porcentaje de la inversión en ciencia básica y aplicada, cuánto invierte el Estado y cuánto el sector privado, pero no dejan de ser números generales. Hay que ahondar un poco más en las capacidades y fortalezas disponibles para resolver los problemas que el Estado crea conveniente en cada coyuntura socio-histórica. La Argentina y los países semiperiféricos tienen dificultades para identificar esos problemas, es una de las cuestiones que vimos en la definición de la política focalizada del MINCYT de los últimos 10 años.

Pero se definió un plan estratégico, con sectores y tecnologías prioritarias.

Esa fue la política explícita. En la Ley de Ministerios, el mandato que se le da al MINCYT es trabajar con fondos sectoriales en vinculación con otros ministerios, para incrementar la competitividad de la economía argentina. A nivel discursivo la focalización estaba, pero hubo problemas de diagnóstico e implementación de políticas, algo que se realizó a través del FONARSEC. Se identificaron sectores muy generales: agroindustria, salud, energía, desarrollo social, ambiente y cambio climático. Se definieron tecnologías estratégicas como nanotecnología, biotecnología y TICs. El plan Argentina innovadora 2020 reproduce esos sectores.

«La Argentina y los países semiperiféricos tienen dificultades para identificar esos problemas, es una de las cuestiones que vimos en la definición de la política focalizada del MINCYT de los últimos 10 años», sostiene la investigadora.

¿Por qué no se logró avanzar de acuerdo con esos objetivos?

Porque se definieron esos grandes sectores y tecnologías pero no había problemas identificados por parte del Estado. El FONARSEC fue una de las innovaciones institucionales más importantes que tuvo el complejo de ciencia y tecnología nacional, se intentó avanzar en esa vinculación publico privada, pero le faltó estrategia y evaluación de cuáles son los eslabones que hay que tener en cuenta para que un proyecto logre impactar en lo que el Estado quiere obtener. Eso es algo a mejorar en el futuro para evitar un Estado ineficiente, no solo en términos de uso de recursos financieros sino también de resultados.

¿Qué cuestiones deberían debatirse en torno al futuro del sector de ciencia y tecnología?

Creo que hay que complejizar la mirada y apuntar a tener una política de ciencia, tecnología e innovación que se vincule con la política industrial, económica, de desarrollo social, ambiental y de salud, que pueda identificar los problemas de relevancia socioeconómica. Hay que poner la ciencia y la tecnología al servicio de eso, sabiendo que vamos a vivir en un contexto de restricción económica muy importante. Veo un discurso muy vinculado a la necesidad de darle una nueva jerarquización a la hoy Secretaría de Ciencia y Tecnología, que se cree un nuevo ministerio, que es lo que prometió el candidato por el Frente de Todos, Alberto Fernández. También veo un discurso muy centrado en el financiamiento. Si vamos a tener un MINCYT que repita los errores, no tiene mucho sentido. No todo es un tema de dinero. Además, el nuevo gobierno va a recibir un país muy endeudado, con una situación socioeconómica y política muy compleja.

En cuanto al plan Argentina Innovadora 2020. ¿Qué aspectos cree que deberían revisarse?

Hay una mirada idealista sobre qué sería para un país desarrollarse científica y tecnológicamente. La interpretación que se le dio en su momento a la selección de los sectores estratégicos era que si el mundo desarrollado hacía nanotecnología y si hubo una revolución en las TIC, nosotros también teníamos que hacerlo. Creo que para los países semiperiféricos hay que cambiar esa concepción eurocéntrica y el sistema de referencias. Los senderos de desarrollo socioeconómico y los de desarrollo científico, tecnológico e industrial no se pueden imitar, porque dependen de cuáles son los problemas en cada coyuntura sociohistórica, de cuáles son las capacidades que tiene el país para promover una determinada tecnología y no otra.

Es lo que en su análisis menciona como problemas de autopercepción…

Claro. Definimos problemas de ciencia y tecnología como si fuéramos un país central. Una de las primeras cosas que tenemos que mejorar en el futuro, a la hora de definir una política de ciencia y tecnología, es ver qué lugar ocupa este país en el juego geopolítico y geoeconómico a nivel global. Se puede hacer todo lo posible para que a un país semiperiférico como la Argentina le vaya bien dentro del sistema capitalista, pero hay que reconocer que en el marco del capitalismo siempre habrá vencedores y vencidos. Entonces, me motiva estudiar los vínculos entre ciencia, tecnología, industria y desarrollos socioeconómicos, teniendo la mirada puesta en escenarios poscapitalistas.

¿Cómo cree que serían esos escenarios?

Cuál es la sociedad de llegada no lo sé, pero creo que hay que promover una ciencia y tecnología que ayude también a la digna expresión de proyectos alternativos, porque de lo contrario seguimos promoviendo una ciencia y tecnología para aceitar los engranajes de un sistema donde no hay salida. Como plantea Rita Segato, creo que hay que acompañar los procesos históricos de los pueblos. El proyecto del capital no incluye a esos proyectos históricos que no son capitalistas, por eso hay que contribuir a desnaturalizar la idea de que el capitalismo es el único camino posible. Creo que hay un problema de concepción que tiene que ver con la mirada eurocéntrica: nos seguimos referenciando en el centro, pero resulta que somos otra cosa, somos los vencidos de la historia y tenemos que representar otras aspiraciones.

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