Blesa: “Queremos construir a partir de lo que tenemos”

El secretario de Planeamiento y Políticas del MINCYT dice que buscan mayor articulación con otros ministerios, quiere negociar con las empresas para que instalen laboratorios de I+D y no cree que la Argentina vaya hacia un modelo de bienes primarios.

Bruno Massare  
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Agencia TSS – “El pez por la boca muere”, es la respuesta de Miguel Ángel Blesa cuando se le pregunta sobre cómo llegó al Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT). “El año pasado estaba como presidente de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC) y desde allí convocamos al diálogo para explicar por qué motivo la ciencia y la tecnología eran relevantes para la sociedad y la importancia de continuidad en las políticas independientemente del resultado de las elecciones, para que no se perdiera todo lo hecho y poder avanzar sobre esa base. Desde allí organizamos un debate con los principales referentes de ciencia y tecnología de distintos espacios políticos. Con las elecciones sucedieron varias cosas impensadas. La primera, que resultase elegido Mauricio Macri como presidente. Y la otra, que Macri le ofreciera continuar en el Ministerio a Lino Barañao y que él aceptara. Lino buscó reformular su gabinete para avanzar sobre lo construido, adecuándose a los nuevos tiempos, y ahí fue cuando me pidió que lo acompañara en esta función”, dice Blesa, que casi un año atrás había decidido jubilarse.

Doctor en Química con orientación en Fisicoquímica y Química Nuclear (Universidad Nacional de La Plata), Blesa también se formó en la Universidad de Stanford con Henry Taube –quien posteriormente sería reconocido con el Premio Nobel por sus estudios en química inorgánica–, fue investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y realizó buena parte de su carrera profesional en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). En los últimos años, sus investigaciones se orientaron al desarrollo de tecnologías de descontaminación y desinfección de aguas. Actualmente, sigue siendo docente (ad honorem, aclara) en la Maestría en Gestión Ambiental de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

La secretaría a su cargo tiene una responsabilidad no menor en la estructura del MINCYT: es la encargada de impulsar las políticas definidas por el Ministerio. “Me encontré con un gabinete que mezclaba gente que venía de la gestión anterior con gente nueva. Con mucha rapidez se pudo armar un grupo de trabajo compenetrado con el objetivo de que hay que ofrecerle a la sociedad resultados de la ciencia y la tecnología para alcanzar los objetivos de desarrollo sustentable de las Naciones Unidas. Esa es mi manera de expresar cuáles son los objetivos del MINCYT, porque son objetivos que piensan en la gente y en las cosas que tenemos que lograr para que la gente viva mejor”, sostiene.

¿Cambió la política de ciencia y tecnología pese a que Lino Barañao sigue a cargo del MINCYT?

Como dice el ministro Barañao, él culpa a su antecesor por la pesada herencia [se ríe]. Queremos construir a partir de lo que tenemos. En este caso, lo que teníamos era mucho. El objetivo es introducir cambios que, en cierta medida, son incrementales, pero que también son importantes. En particular, un eje del funcionamiento actual es la articulación con otros ministerios, que era bastante escasa en la administración anterior. En esta secretaría, que antes conducía Ruth Ladenheim, se elaboró el Plan Argentina Innovadora 2020, que es nuestra hoja de ruta. Queremos articular los planes estratégicos de cada ministerio, tanto a partir del Consejo Interinstitucional de Ciencia y Tecnología (CICYT), como del Consejo Federal de Ciencia y Tecnología (COFECYT). El MINCYT es un ministerio de servicios que puede ayudar a los otros a cumplir con sus objetivos. Y hasta ahora hemos visto excelente predisposición por parte de otros ministerios.

«Si el productor no suma valor agregado en forma de procesamiento de los cultivos vamos a estar mal», dice Blesa.

Bajo su órbita está la Subsecretaría de Estudios y Prospectiva, que lanzó una nueva edición de su encuesta sobre I+D en el sector privado. ¿Por qué la inversión privada en investigación es un déficit histórico de la Argentina?

Sin dudas necesitamos más participación del sector privado en I+D y la encuesta nos permitirá saber bien dónde estamos parados. Si uno ve la inversión del sector público argentino, si bien es más baja de lo deseable, no está fuera de orden con respecto a otros países. La diferencia aparece en en el sector privado, donde es necesario un esfuerzo más grande. Con Brasil, por ejemplo, hay diferencias importantes con respecto a las empresas de ese país, que invierten mucho más. La Argentina siempre tuvo un sector productivo bastante primario, sin grandes esfuerzos por agregar valor. De alguna forma, el hecho de que teníamos la riqueza del agro ha sido un impedimento para desarrollar capacidades que incorporen valor agregado a la producción. Pero eso está cambiando y el sector agrario ahora es un sector agroindustrial. Si el productor no suma valor agregado en forma de procesamiento de los cultivos vamos a estar mal. Es el momento para que estas tendencias se reviertan.

¿No le parece que se está consolidando un modelo agroexportador y de bienes primarios en detrimento del resto de la industria?

El modelo agroexportador no está mal si lo que se exporta tiene valor agregado. Nosotros tenemos una gran ventaja competitiva en la producción de alimentos y es lógico aprovechar eso. No estoy preocupado: creo que las políticas apuntan a insertar valor agregado en la producción y se están implementando programas para fomento de las exportaciones con valor agregado. En la Argentina no solo tenemos que desarrollar nuevas empresas de base tecnológica, sino que también hay que negociar con las empresas que vengan para que instalen aquí laboratorios de investigación y desarrollo.

¿Lo cree posible? La experiencia histórica demuestra lo contrario y en general ocurre que las empresas hacen I+D en sus países de origen.

El mundo está cambiando mucho. Así como Henry Ford fabricaba sus automóviles hasta el último detalle en Detroit, hoy cada uno de los componentes se fabrica en diversos lugares del mundo y se ensamblan en otro lado. Eso mismo pasará en el sistema de innovación tecnológica. La innovación se dará donde haya condiciones para eso y no necesariamente en los países donde está la casa matriz de una empresa.

Más allá de alimentos, ¿dónde considera que el MINCYT puede hacer un aporte sustancial?

El sector de alimentos es un ejemplo pero hay muchos sectores donde hay que avanzar. La Argentina tiene una excelente oportunidad en áreas como el software. El proyecto Pampa Azul, que implica poner en valor el Mar Argentino, también es muy importante. Este año se va a licitar una granja multitrófica en Tierra del Fuego, un lugar donde criar peces, moluscos y algas en una cadena trófica que sea sustentable. Tenemos que aumentar la participación de la producción marina en el producto bruto, que hoy es mínima. Energías renovables es otro sector con gran  potencial. El ministro Barañao estuvo hace poco en Impsa, que fabrica aerogeneradores. Podemos avanzar en el uso de la energía eólica de la Patagonia para unirla con tecnologías posteriores. Por ejemplo, electrolizar agua y usar el hidrógeno como vector de energía. La explotación de litio es otro ejemplo y un primer paso es que, en vez de carbonato de litio, que es lo primero que se produce, se exporte hidróxido de litio, que tiene mayor valor agregado. En una segunda instancia, Y-TEC está  avanzando en el desarrollo de baterías de litio.

La explotación de litio ha sido muy criticada por su impacto en el medio ambiente, debido al gran consumo de agua que exige.

En el Centro de Litio que depende del CONICET y de la Universidad Nacional de Jujuy se está intentando desarrollar un procedimiento electroquímico para extraer el litio de la salmuera que no requiere la evaporación. Si ese procedimiento es exitoso, resuelve en buena medida el problema del derroche de agua.

Antes habló de Tierra del Fuego. Desde el Gobierno se han esbozado planes sobre reconvertir la economía de la isla. ¿Qué opina al respecto?

Es otro tema en el que estamos trabajando. Decidí crear una Comisión Asesora de Micro y Nanotecnología porque se viene una revolución muy grande. Todo lo que tiene que ver con Internet de las cosas va a generar muchos cambios y tenemos que saber muy bien dónde conviene poner nuestros porotos. Por ejemplo, el desarrollo de sensores es algo perfectamente realizable en la Argentina. Lo que hay en Tierra del Fuego es una industria electrónica que hay que proteger, pero en el sentido de ayudarlos a cambiar de cara al futuro. No nos podemos quedar con lo que tenemos ahora. Yo creo que no vale la pena desarrollar una microelectrónica sofisticada, porque son instalaciones muy caras que requieren volúmenes de producción muy grandes para poderse mantener y es una apuesta condenada al fracaso. Pero hay otras cosas que podemos hacer, como sensores para usos específicos, de los que se van a necesitar una variedad inmensa. La nanotecnología puede ser la base de esta tecnología de sensores. Tenemos capacidades dispersas en la industria privada y en organismos como la Fundación Argentina de Nanotecnología (FAN) y el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), que hay que aprovechar.

Pero Tierra del Fuego no tiene esas capacidades…

Yo me debo una visita allá. Pero el comentario que recibo es que las instalaciones fabriles no son nada despreciables. Hay una tradición y una cultura que pueden ser aprovechadas para avanzar hacia el futuro porque no podemos creer que la actividad actual, fosilizada, vaya a durar 50 años más.

«La práctica de aplicación de agroquímicos deja mucho que desear en la Argentina», sostiene Blesa.

Recientemente, presentaron el Programa Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación para el Desarrollo Sustentable (CITIDES) junto con el Ministerio de Ambiente. ¿Fue una iniciativa suya?

Sí, fue una iniciativa mía. Yo estoy interesado en temas ambientales desde hace tiempo y me pareció que había que tratar de juntar acciones alrededor del tema de desarrollo sustentable, porque la tecnología no es neutra y si se la aplica mal puede tener consecuencias en todos los ámbitos, desde la salud hasta la destrucción de fuentes de trabajo. También se creó una Comisión Asesora de Desarrollo Sustentable, que integran especialistas de las ciencias duras y de las sociales. Recientemente, pedí que me hicieran un informe sobre cómo estamos parados en lo que hace a la vulnerabilidad de las ciudades frente a eventos climáticos extremos.

¿Cómo es la relación con el Ministerio de Ambiente? El ministro, Sergio Bergman, ha sido criticado por su falta de experiencia en el área.

Las veces que me he reunido con Bergman he tenido una muy buena impresión sobre él. Tal vez haya un pecado original: si bien no lo hemos podido confirmar, creemos que él ha sido alumno mío en la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Tiene equipos técnicos muy buenos y hay muy buena complementación con lo que puede ofrecer nuestro ministerio. Por ejemplo, en todo lo que tiene que ver con las comunicaciones argentinas para las Conferencias de las Partes (COP) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, nuestro ministerio es el punto focal en lo que hace a ciencia, tecnología e innovación relacionadas con ese tema. La relación es fluida y por ahora estamos trabajando muy bien.

¿El MINCYT está tomando algún tipo de acción con respecto al uso de agroquímicos en la siembra?

Me voy a reunir con gente de los ministerios de Agroindustria y Ambiente para discutir de qué manera podemos definir políticas en los temas macro más importantes. La política agraria, la expansión de la frontera agrícola y el uso de agroquímicos son temas en los que la ciencia y la tecnología son esenciales.

¿No deberían abrirse líneas de investigación específicas para conocer más sobre sus efectos?

En el tema epidemiológico, el Ministerio de Salud está trabajando mucho. Pero no es algo fácil de resolver, porque estamos hablando de efectos de largo plazo. Es muy difícil tener un estudio epidemiológico, estadísticamente válido, que muestre una correlación fuerte entre una incidencia de salud y una práctica agropecuaria, porque hay muchos factores en el medio. De manera que las clasificaciones que se hacen de agroquímicos se basan en estudios de laboratorio con animales y de ahí se extrapola. Si una determinada sustancia tiene efecto carcinogénico, si altera una función metabólica, entonces se comienzan a aplicar criterios de protección. Desde nuestro ministerio podemos avanzar en mostrar cómo la tecnología puede ayudar a que la aplicación de los plaguicidas sea más segura y ambientalmente amigable.

Usted es experto en investigación sobre aguas contaminadas. Recientemente, investigadores del CONICET detectaron altos niveles de glifosato en el lecho del río Paraná. ¿Qué se puede hacer al respecto?

No leí esa investigación pero tengo conocimiento sobre ella. A mí no me cabe duda que la práctica de aplicación de agroquímicos deja mucho que desear en la Argentina. No solo las cantidades que se puedan estar dosificando, sino la posibilidad, que yo no niego, de que en algunos casos se sigan usando sustancias que no deberían usarse. Todas las sustancias químicas, en principio, son riesgosas y hay que manejarlas con un criterio de precaución. Por lo tanto, todo esquema de aplicación de agroquímicos debe ser supervisado por expertos. Esto es un problema serio, pero en la práctica hay que buscar de qué manera implementarlo y tenemos que cuidar a la población de riesgo: los fumigadores y quienes viven cerca de las superficies sembradas.