Biopotencial para la soberanía energética

La matriz argentina depende fuertemente del petróleo y del gas, en gran medida importados. Los biocombustibles son una alternativa poco explotada: apenas aportan el 0,1 por ciento a la demanda de energía.

Nadia Luna  
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Agencia TSS – La soberanía energética puede ser vista como el motor de un país, la llave para poner en marcha viejas y nuevas industrias. El engranaje de una mayor independencia de las presiones externas. Si bien la matriz energética argentina continúa siendo fuertemente dependiente de los hidrocarburos convencionales, como el gas y el petróleo —según datos de la Secretaría de Energía de la Nación, en 2011 estos combustibles representaron el 87,4 por ciento del consumo energético nacional—, ante la escasez de los combustibles fósiles y la necesidad de importarlos, las energías renovables se posicionan cada día un poco más en el foco de la atención.

A lo largo y a lo ancho de su territorio, la Argentina goza de condiciones climáticas óptimas para explorar diversas alternativas energéticas, como la eólica y solar. Pero, además, tiene un importante potencial para producir biocombustibles, como biodiesel, biogás y bioetanol. Su fuente de origen proviene principalmente del agro, como la soja, el maíz y la caña de azúcar, aunque también pueden usarse residuos orgánicos.

A pesar de las más de 20 millones de hectáreas de soja, que siguen avanzando incluso a costa de otros cultivos, el aporte del biodiesel a la demanda del Mercado Eléctrico Mayorista (MEM) del país es ínfimo. Según datos de Cammesa (compañía administradora del MEM), en 2012 su participación fue de apenas 170 gigavatios para una demanda de 121.192 gigavatios. Es decir, apenas el 0,14 por ciento. En tanto, el biogás aportó aún menos: 36 gigavatios (0,03 por ciento).

Recolección de caña de azúcar para la producción de etanol en la prov. de Tucuman.

“Antes, el biodiesel era inviable económicamente porque salía más caro que el combustible. Pero, debido a que la Argentina es muy eficiente produciendo aceite de soja y a que desde 2012 se cerró el mercado europeo, el excedente de aceite hizo que bajaran los precios.  Hoy, la tonelada de biodiesel es más barata que la tonelada de diesel de petróleo. Lo cual es paradójico, porque estamos gastando un montón de plata importando combustibles”, plantea, en diálogo con TSS, el ingeniero agrónomo Diego Wassner, investigador y coordinador del Grupo de Estudio y Trabajo en Biocombustibles de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

La afirmación de Wassner se confirma al observar el balance comercial energético de la última década. Entre 2002 y 2012, el saldo entre exportación e importación de energía arrojó un déficit de 7.731,8 gigavatios, según Cammesa.

Aceite de sobra

Además de la soja, otras oleaginosas que se utilizan como materia prima del biodiesel son el girasol, el maíz y la colza. Pero comenzó a cuestionarse que la producción de cultivos con fines energéticos compitiera con la producción de alimentos. La solución encontrada fue producir a los primeros en áreas marginales. Así, surgieron los llamados “cultivos de segunda generación” y se empezó a escuchar fuerte el nombre de uno en particular: la jatropha curcas.

Plantación experimental de jatropha curcas en terrenos de bajo rendimiento.

Wassner explica que el interés por la jatropha surgió de una burbuja financiera, alrededor de 2006, porque se veía venir una gran demanda de aceite para combustibles. “Había muy poca experiencia y se mintió mucho. Hoy, en el mundo, no hay ningún emprendimiento comercial vinculado con jatropha que esté funcionando, ya que todos están en fase experimental”, aclara el ingeniero, que investiga el potencial de este cultivo desde hace varios años. “La jatropha tiene bajos rendimientos y altos costos de producción. Los que vendían proyectos hablaban de un rendimiento de cinco a ocho toneladas por hectárea, y según los datos que tenemos de una plantación en Formosa y de otras parcelas experimentales, el rendimiento llega como mucho a dos toneladas por hectárea”, indica.

Por eso, el investigador considera que este cultivo, en realidad, no es ideal para ambientes marginales, ya que no tolera heladas. De todos modos, no lo descarta como opción. “Hay que pensar, también, que para que el cultivo de soja llegara a ser una tecnología madura como lo es hoy, tuvieron que pasar 15 años, y es un cultivo en el que se puso muchísimo más dinero. Con la jatropha recién llevamos cuatro años, así que tampoco hay que esperar las cosas tan rápido”, sostiene.

Más remotos aparecen los cultivos de tercera generación, como las microalgas. Los expertos calculan que recién se podrá producir aceite para biodiesel a partir de microalgas dentro de 10 a 20 años. Los costos de producción son bastante altos, pero tienen la ventaja de que también pueden usarse como tecnología para tratamiento de aguas residuales y para hacer productos de mayor valor agregado.

Investigación de microalgas en el instituto IIB-INTECH perteneciente a la Universidad de San Martín (UNSAM).

De esta manera, por ahora, el cultivo más prometedor para fabricar biodiesel continúa siendo la soja. “La Argentina es un jugador de peso. Hubo una política muy clara de incentivo a la producción de biodiesel gracias a la cual se pasó de no producir en 2008 a 2.500 millones de toneladas producidas en 2012. Eso se dio por un diferencial de retenciones, que hacía que fuera mucho más rentable fabricar biodiesel y exportarlo, que exportar granos de soja, debido al mayor valor agregado del primero. Ahora, con la caída de precios, la industria está golpeada, pero a la espera de cambios coyunturales que la favorezcan”, dice Wassner.

Energía dulce y basura que limpia

Por otro lado, los cultivos que producen sacarosa o almidón, como la caña de azúcar o el maíz, se utilizan para fabricar bioetanol (alcohol etílico). “Brasil es el principal exportador mundial. En la Argentina, la producción de bioetanol siempre fue marginal, porque era un negocio exclusivo de los ingenios azucareros”, señala el investigador, pero agrega que actualmente hay otras experiencias por fuera de la caña de azúcar y cita el caso de la empresa Bio4 (Bioetanol Río Cuarto). “Este negocio surge de productores rurales que vieron una oportunidad tecnológica y decidieron agregarle valor a la producción de maíz. Y está funcionando bien”, remarca. Según datos de la empresa, Bio4 está produciendo 50 millones de litros de bioetanol por año.

Planta para la producción de bioetanol de la empresa Bio4.

Para producir biocombustible a partir del maíz, el almidón que contiene el cultivo es transformado en azúcares, que luego se fermentan y destilan para obtener el alcohol. Como solo se utiliza el almidón en el proceso, las partes remanentes del grano (grasas, proteínas y fibras) se usan para alimentar al ganado. En tanto, el dióxido de carbono que se genera en el proceso es capturado en la planta productora de etanol. “Es un modelo muy interesante de una cadena de valor que se genera localmente y que tiene salida tanto en la producción de alimentos y de energía, como en la reducción del impacto ambiental”, destaca Wassner.

Por su parte, para producir biogás se pueden utilizar tanto cultivos energéticos como desechos orgánicos. Entre ellos, se cuentan los efluentes cloacales, efluentes de feedlots y la fracción orgánica de los residuos sólidos urbanos. De esta manera, al mismo tiempo que se genera energía, se reduce la contaminación ambiental. En cuanto a la tecnología necesaria para el proceso, el especialista sostiene que ya está bastante madura como para implementar relativamente rápido, desde técnicas simples como la incineración hasta otras más modernas como la pirólisis.

Así, por un lado, hay rellenos sanitarios colapsados. Por el otro, hay tecnología lista para generar energía a partir de residuos. ¿Qué falta? “Lo que falta es una decisión política”, aventura Wassner. “Me parece que en la Argentina hay un potencial muy grande y no se está expresando. Creo que, en parte, porque las tarifas energéticas no son tan altas. No va a haber mucho incentivo mientras la electricidad o el gas siga costando lo que cuesta en este momento. Además, muchos de estos proyectos son inversiones grandes y a un plazo mediano o largo. Y en el país, siempre nos cuesta el largo plazo”, concluye.