La energía más barata y limpia es la que no se usa

Es más barato ahorrar una unidad de energía que producirla. La eficiencia energética debe convertirse en un protagonista fundamental de la matriz energética argentina. Por Salvador Gil

Salvador Gil es profesor e investigador de la Escuela de Ciencia y Tecnología de la UNSAM.  
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En los primeros años de este siglo, gran parte del debate energético estuvo centrado en la preocupación por el agotamiento de los recursos energéticos, particularmente de los combustibles fósiles. Sin embargo, los recientes desarrollos en las técnicas de extracción de “shale gas” en Estados Unidos y de “oil sands” en Canadá va despuntando un nuevo paradigma energético en el mundo, que no está centrado en la escasez.

Sin embargo, nuevos desafíos, quizás más preocupantes, se vislumbran en el horizonte. Existe un creciente consenso en la comunidad científica: que el calentamiento global que está experimentado la Tierra es producido, en buena parte, por el uso de combustibles fósiles. El dilema actual se parece a la tortura de Tántalo, quien fue condenado por los Dioses a vivir en un lago con el agua hasta la barbilla, bajo un árbol repleto de frutas. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intentaba tomar una fruta o beber el agua, los frutos se alejaban inmediatamente de su alcance y el agua descendía imposibilitándole beberla. Aún si estuviéramos rodeados de combustibles fósiles, sería perjudicial usarlos indiscriminadamente.

Salvador Gil estudió física en la Universidad Nacional de Tucumán y se doctoró en la Universidad de Washington (EE.UU.).

En este escenario, la alternativa de usar más eficazmente nuestros recursos energéticos juega un rol crucial. El objetivo de la eficiencia energética es usar los mínimos recursos energéticos posibles, para lograr un nivel de confort deseado. Esta elección tiene sentido tanto económico como ambiental. Al usar menos combustibles para hacer las mismas actividades, se disminuye el costo de las facturas de los usuarios y reduce la necesidad de ampliar la infraestructura energética. Al mismo tiempo, se mitigan las emisiones de gases de efecto invernadero, responsable del calentamiento global; se preservan los recursos energéticos y se posibilita que sectores de menores recursos puedan acceder a los beneficios de la energía.

Los consumos de energía para calefacción y refrigeración en viviendas y edificios pueden disminuirse en más del 50% con diseños adecuados y buena aislación térmica. Una heladera actual utiliza un tercio de la energía que en 1973. En promedio tiene 20% más de capacidad de almacenamiento y cuesta la mitad de los antiguos equipos, cuando se corrige por inflación. Las lámparas de bajo consumo consumen entre un cuarto a un quinto de las tradicionales a filamento. Los nuevas lavarropas usan 70% menos energía. Los nuevos acondicionadores de aire gastan un 50% menos de energía.

El mayor costo inicial de los productos más eficientes se compensa con ahorros en la factura de energía durante su vida útil. El incremento en demanda de estos productos disminuye su costo. Estas rebajas en los equipos y sus menores consumos los vuelve más accesibles a sectores de menores recursos.

Una ventaja adicional del uso racional y eficiente de la energía (UREE) es que, para aprovecharlo, no son necesarias grandes y costosas obras de infraestructura. Si se desarrollase una gran reserva de gas en algún punto de la cordillera, desde luego sería una muy buena noticia. Sin embargo, para aprovecharla, sería necesaria una gran inversión para transportar ese gas a los centros de consumo y, finalmente, ampliar las redes de distribución en las ciudades para llegar a los usuarios, o construir nuevas centrales eléctricas.

Los eventos del último fin de año, ilustran la falencia de reducir la problemática energética a sólo una cuestión de oferta de energía. La inusitada ola de calor aumentó enormemente la demanda de electricidad y colapsaron los servicios de provisión de electricidad a miles de usuarios. Lo que falló esta vez no fue la oferta eléctrica sino los sistemas de distribución. En ese sentido, una ventaja adicional del UREE es que disminuye notablemente los picos de demanda. Además, al disminuir los consumos por usuario, se libera una parte de la infraestructura ya existente para que más personas o industrias tengan acceso a la energía producida, sin necesidad de invertir en costosas ampliaciones y ni agregar emisiones.

En el mundo se han desarrollado varias estrategias para estimular un uso más eficiente de la energía. Una de estas herramientas es el etiquetado de eficiencia de artefactos domésticos. Ellas permiten a los usuarios elegir y demandar equipos de menor consumo. En respuesta a esta demanda, los fabricantes se esfuerzan por producir equipos más eficientes, generando un círculo virtuoso que mejora la calidad de los productos, que promueve un desarrollo tecnológico y económico. Este esfuerzo se complementa con las normativas regulatorias que promueven la eficiencia. Una de ellas es el etiquetado obligatorio de artefactos y viviendas. Otra es la obligación por parte del estado y empresas de adquirir equipos de mayor eficiencia.

Una de las herramientas para estimular un uso más eficiente de la energía es el etiquetado de eficiencia de artefactos domésticos.

Mediante el UREE es posible disminuir totalmente nuestras importaciones de energía. Los pilotos de los artefactos a gas consumen 0,5 metros cúbicos por día. Se estima que en el país hay cerca de 6 millones de calefones, con un consumo total constante de unos 3 millones de metros cúbicos por día. La importación de este gas por barco cuesta cerca de 700 millones de dólares por año. Adoptando una política que estimule el uso de calefones con encendido electrónico, o sea equipos con etiqueta clase A o B, gran parte de estos recursos se podrían ahorrar.

El recambio de lámparas incandescentes por las de bajo consumo ya ha aportado un ahorro equivalente o mayor al de haber construido dos centrales eléctricas del tamaño de las centrales nucleares de Atucha I y Embalse combinadas. Aún más ahorro se podría lograr con lámparas LED en viviendas y alumbrado público.

Mejorando la aislación térmica de viviendas sería posible disminuir a la mitad el consumo de calefacción y refrigeración. Si a esto agregamos el uso de colectores solares para calentar agua, estaríamos muy cerca de eliminar las necesidades de importaciones de gas. Pero todo esto es solo una fracción de lo que sería posible lograr con la tecnología disponible actualmente en el mercado.

Con el uso de colectores solares para calentar agua y la mejora de la aislación térmica de viviendas
sería posible disminuir a la mitad el consumo de calefacción y refrigeración.

El UREE y el aprovechamiento de los recursos energéticos renovables son dos caras de una misma moneda. Al disminuir las demandas energéticas, los aportes de fuentes renovables comienzan a jugar un rol más significativo. Se disminuyen las emisiones y se desarrollan tecnologías para aprovechar nuevas fuentes renovables. Esta sinergia puede generar nuevos emprendimientos, empleo y desarrollo económico.

En ese sentido el Decreto N° 140/2007 del Poder Ejecutivo Nacional, que declara de interés y prioridad nacional el uso racional y eficiente de la energía en todo el territorio del país, fue un paso importante. Sin embargo, dada la relevancia y potencialidad del UREE en la problemática energética y el largo camino que nos falta recorrer, es prioritario incluirla en la agenda política nacional.

La experiencia internacional indica que, en general, es más barato ahorrar una unidad de energía que producirla. Así es como la UREE se convierte en un protagonista fundamental de las matrices energéticas de los países desarrollados, ya que es una fuente de energía de bajo costo que no contamina. Además es un recurso energético que está más cerca del alcance de nuestras manos.