Font: “Cuesta que la transferencia tecnológica sea reconocida”

La investigadora del CONICET en el Centro de Referencia para Lactobacilos de Tucumán recibió el Premio Sabato por el impacto social de sus desarrollos tecnológicos. Uno de ellos es el Yogurito, un producto que protege de infecciones intestinales a niños en situación de vulnerabilidad.

Por Nadia Luna  
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Agencia TSS – Un yogur disfrazado de científico mira a los niños tucumanos desde el pote. Es un dibujo sencillo y efectivo. Sonríe y levanta el pulgar izquierdo. Su cuerpo-vaso tiene los colores de la bandera argentina. Lleva un delantal blanco igual que los escolares que están a punto de consumirlo. Por supuesto, no es un yogur cualquiera. Tiene la capacidad de fortalecer el sistema inmunológico y proteger al organismo de infecciones respiratorias e intestinales. Eso lo hace gracias a la ayuda de un diminuto amigo que viene con él: el probiótico Lactobacillus rhamnosus CRL 1505, una bacteria láctica que, administrada en la cantidad adecuada, produce esos beneficios en la salud. Para llegar al Yogurito, la doctora en Bioquímica Graciela Font, ideóloga de este “super-yogur”, tuvo que recorrer junto con su equipo un camino de investigación básica, aplicada y transferencia tecnológica.

Font es investigadora superior del CONICET en el Centro de Referencia para Lactobacilos (CERELA), de Tucumán, del que fue directora entre 2001 y 2016. El pasado 7 de diciembre fue distinguida por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT) con el Premio Sabato, un galardón que reconoce a investigadores destacados por desarrollos tecnológicos con impacto económico-productivo y esfuerzos de transferencia. “Es un orgullo y un honor recibir el premio que lleva el nombre de Jorge Sabato. Su famoso ‘triángulo’, que articula el Estado, el sistema científico-tecnológico y el sector socio-productivo indica que cuanto más fuertes sean las interacciones entre esos vértices, menor será la dependencia tecnológica”, le dijo Font a TSS.

¿Cómo surgió la idea de Yogurito?

Lo que me llevó a pensar que los científicos teníamos una deuda con la sociedad fue cuando, en 2003, se conocieron algunos casos bastante serios de desnutrición infantil en la provincia de Tucumán. Conversé con algunos colegas y comencé a diseñar un proyecto para el uso de probióticos, que son bacterias que estimulan las defensas naturales del organismo, con el objetivo de que pudieran llegar sobre todo a las poblaciones vulnerables. Nos pusimos en contacto con distintos actores del Gobierno, provincial y nacional, y tuvimos el apoyo del CONICET. En el año 2007, con Yogurito ya elaborado, llevamos a cabo una evaluación de los efectos benéficos del probiótico en una población de 300 niños y, a partir del año 2008, fue una realidad. Los resultados demostrados hicieron que el Gobierno de Tucumán adoptase la tecnología. Posteriormente, hubo un efecto multiplicador del programa porque se fueron sumando otras provincias a partir de convenios con el CONICET, como Santiago del Estero, Entre Ríos, Misiones y el Municipio de Luján. Hoy, alrededor de 200.000 niños y niñas acceden al beneficio de los probióticos.

¿Cómo actúan los probióticos en el organismo?

Cuando uno consume un probiótico, esas bacterias tienen la capacidad de permanecer en el intestino y eso es importante para el microbioma intestinal. Al consumir el probiótico, estamos estimulando nuestro propio sistema inmunitario, el sistema de defensas que nos protege contra las infecciones. En el caso del probiótico CRL1505, tiene la característica de prevenir infecciones intestinales y respiratorias.

¿Cuál fue el aspecto más innovador del Yogurito?

Cuando comenzamos ya había productos lácteos con probióticos en el mercado, pero no estaban accesibles para toda la población. Entonces, el carácter más innovador probablemente sea que es un proyecto que permitió juntar los tres vértices que hacen posible la transferencia tecnológica: el sector científico-tecnológico, el Estado y el sector productivo, con un impacto concreto en la sociedad. Es fundamental que los niños accedan a una alimentación especial para desarrollar adecuadamente sus capacidades intelectuales y físicas. Este probiótico llega a los escolares de manera gratuita porque es subvencionado en el marco de programas alimenticios provinciales y nacionales.

El camino que lleva de una investigación en el laboratorio a un producto disponible en el mercado suele ser largo y con numerosos pasos intermedios. ¿Qué dificultades han encontrado a la hora de concretar la transferencia?

En general, uno de los mayores problemas que nos encontramos en el sector científico es que los tiempos que maneja la industria para adoptar la tecnología no son los mismos que necesita la investigación. Muchas veces confundimos el resultado de un laboratorio con un producto y, al momento de transferir, nos damos cuenta que es necesaria investigación adicional para transformarlo en una tecnología que pueda ser transferida a la industria y cumpla los parámetros que aseguren que ese proceso va a ser exitoso. En nuestro caso, encontramos que las pymes no estaban en condiciones de adoptar la tecnología y de llevarla a volúmenes de producción necesarios para cubrir la cantidad de niños que debían consumir el producto. Aunque hubo cosas que llevaron más tiempos que el estipulado logramos superar esos obstáculos.

Para llegar al Yogurito, la doctora en Bioquímica Graciela Font, ideóloga de este “súper-yogur”, tuvo que recorrer junto con su equipo un camino de investigación básica, aplicada y transferencia tecnológica.

¿Cómo fueron las primeras devoluciones una vez que empezaron a distribuir el producto?

Por un lado, realizamos de manera continua un monitoreo del producto, para estar seguros  de que tuviera las características probióticas buscadas, que el lactobacilo estuviese en la concentración correcta. Por otro, también tuvimos devoluciones de los maestros y de los niños, además del seguimiento que realiza el Ministerio de Desarrollo Social de Tucumán. En 2007, hicimos la evaluación de los efectos benéficos y encontramos que las infecciones respiratorias e intestinales habían disminuido frente a la población que no consumía el producto. Otro beneficio que vimos es que, cuando iniciamos la evaluación, los niños tenían una gran cantidad de parásitos y el consumo de probióticos favoreció también el efecto de los antiparasitarios. Además, encontramos que disminuyó el ausentismo escolar y que los niños estaban en mejor estado nutricional.

También desarrollaron otros productos, ¿no?

Sí, desarrollamos otros productos que también contienen el probiótico y están en la oferta de estos programas alimentarios, como Chocolet, una leche chocolatada, y QuesoBio, un queso semiduro que los niños consumen en forma de sándwiches. Además, buscamos llegar a lugares más distantes y la desventaja que tenían estos productos era la dificultad para mantener la cadena de frío y transportar grandes volúmenes a zonas de difícil acceso. Así que decidimos desarrollar Biosec, un suplemento nutricional en polvo para que los niños lo agreguen al jugo, al mate cocido o a la leche.

¿En qué otras líneas de investigación trabajan en el CERELA?

Trabajamos con las bacterias lácticas para su uso en alimentos tradicionales. Elaboramos fermentos lácticos para quesos, carnes y productos panificados. Otra línea de investigación que tiene que ver con los probióticos es la de bioconservantes. Obtuvimos un FONARSEC del que participaron varias empresas nacionales y logramos llegar a dos productos: un queso que contiene una cepa láctica que libera biopéptidos con efecto anti-hipertensivo y una especie de leche fermentada tipo yogur con otro probiótico que tiene la particularidad de disminuir el colesterol y producir vitamina B12. También tenemos líneas en salud animal con muy buenas perspectivas de transferencia.

Un reclamo usual de muchos investigadores del CONICET es que son mucho más valorados los papers publicados que la transferencia tecnológica. ¿Esto sigue ocurriendo?

Fue cambiando poco a poco. Creo que hemos hecho un gran avance en este sentido, con la aparición de becas y de ingresos al CONICET en áreas tecnológicas. Todavía cuesta un poco que la transferencia tecnológica sea reconocida, pero creo que se ha hecho un avance importante.

¿Ha tenido obstáculos en su carrera por el hecho de ser mujer?

En mi caso no he sentido discriminación en la carrera. El CERELA tiene una particularidad muy especial: ahora está más equilibrado, pero hubo épocas en que más del 90% éramos mujeres.

Yogurito llega a los escuelas de manera gratuita porque es subvencionado en el marco de programas alimenticios provinciales y nacionales.

Con respecto al ajuste en el área de ciencia y tecnología, ¿hubo problemas presupuestarios?

Si bien hubo algunos recortes, en el CERELA tenemos la ventaja de que al generar tanta transferencia tecnológica hay una devolución muy importante que nos da la posibilidad de continuar. Lo que sí hubo es un investigador, del cual soy codirectora, que quedó afuera y se tuvo que volver a presentar en esta convocatoria.

¿En qué desafíos están trabajando ahora?

En lo que respecta a los programas sociales, la propuesta es continuar avanzando con líneas relacionadas con los subproductos de la industria láctea, como el lactosuero, para su uso como base de bebidas. La idea es transformar un subproducto sin valor comercial y agregarle valor a partir de probióticos y otras sustancias bioactivas que permitan su transformación en una bebida funcional. En este desarrollo también está interesado el Ministerio de Desarrollo Social de la provincia de Tucumán.

En la entrega de los premios Houssay y Sábato había una frase suya que decía: “La ciencia es un instrumento para la inclusión y la transformación social”. ¿Por qué considera importante que la ciencia funcione como una herramienta en ese sentido?

Considero que es un deber y una responsabilidad de los científicos hacer una devolución a la sociedad. Yo soy una investigadora de las ciencias básicas y también de las aplicadas. Es muy importante para nosotros publicar, para que nuestro trabajo se conozca, pero también es importante la divulgación y, sobre todo, no perder de vista que todo nuestro esfuerzo debe estar destinado a la sociedad. Por eso considero que la ciencia debe ser un instrumento de inclusión. El proyecto Yogurito es un paradigma de este pensamiento porque los niños de poblaciones vulnerables lo pueden consumir. La ciencia y la tecnología deben ser instrumentos de transformación social porque los desarrollos tecnológicos nos dan cierta independencia como país y nos permiten generar fuentes de trabajo de calidad.

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