Cazador de toxinas en alimentos

Investigadores de la Universidad de San Luis y el CONICET desarrollaron un sensor bioanalítico que utiliza nanotecnología para medir los niveles de una toxina cancerígena que puede estar presente en algunos alimentos.

Vanina Lombardi  
__

Agencia TSS – Las industrias del sector alimenticio en el país se encuentran entre las que más están incorporando innovaciones tecnológicas para mejorar la calidad de sus productos. Agregar probióticos en yogures para niños con déficit nutricional, usar energía solar para disecar alimentos u obtener un plástico especial capaz de inhibir el crecimiento de Listeria en productos cárnicos, son algunos ejemplos entre muchos otros.

La lista podría continuar y no se detiene. Un nuevo desarrollo que ya está listo para ser utilizado por este sector de la industria –y a la espera de inversores que estén dispuestos a fabricarlos de manera industrial– se vale de la nanotecnología para obtener productos de alta calidad, habilitados para el consumo interno y externo.

Se trata de OcraTest, un sensor bioanalítico –como convinieron en denominarlo sus desarrolladores de la Universidad Nacional de San Luis y de los institutos de Química San Luis del CONICET y de Automática de la Universidad Nacional de San Juan– que permite detectar la presencia de Ocratoxina A (OTA), una micotoxina producida por hongos de los géneros Aspergillus y Penicillium que posee actividad neurotóxica, inmunotóxica, genotóxica y teratogénica, que ha sido calificada como un posible agente cancerígeno en humanos (del grupo 2B), por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC).

La OTA contamina principalmente los granos de cereales y productos vegetales, así como también muchos otros alimentos como el vino, el café, las legumbres, las especias, los frutos secos, la cerveza y el queso, tanto en regiones geográficas templadas como frías y húmedas. Por eso, hoy existe una regulación estricta acerca de los niveles máximos permitidos de esta micotoxina en los alimentos y las empresas deben analizar sus productos para comprobar que no estén contaminados, antes de sacarlos a la venta.

“Para hacer estos análisis, hoy se necesita un equipo HPLC –que en inglés significa High Performance Liquid Chromatography– y un detector masa-masa, que cuesta más de un millón de pesos; además, es necesario contar con alguien entrenado para que haga este análisis”, explica Julio Raba, doctor en bioquímica y actual decano de la Facultad de Química, Bioquímica y Farmacia de la Universidad de San Luis, también a cargo del equipo de investigación bioanalitíca que participó en este desarrollo junto con el equipo de de microbiología industrial, a cargo de la doctora en bioquímica María Isabel Sanz Ferramola.

En apariencia, el OcraTest es un pequeño dispositivo similar a los que utilizan las personas con diabetes para controlar sus niveles de glucemia en sangre, en el hogar. En su interior, este nuevo sensor bioanalítico encierra un sofisticado desarrollo tecnológico y científico que combina el empleo de anticuerpos anti-OTA con el uso de electrodos serigrafiados (o de láminas impresas) basados en una tecnología híbrida de capa gruesa, capaces de trabajar con muestras extremadamente pequeñas.

Además, para su desarrollo, los nueve investigadores que participaron en este proyecto –avalado por la Fundación Argentina de Nanotecnología (FAN) como uno de sus proyectos pre-semilla, “orientados al desarrollo de productos, equipos y/o procesos… que permitan, mediante ulteriores desarrollos comerciales, poder lanzar al mercado en forma efectiva productos de alto valor agregado”–  también usaron partículas de vidrio de porosidad controlada (VPC) y nanopartículas de oro (NPsAu), entre otros nanomateriales.

El resultado: un dispositivo “portátil y fácil de usar, que no necesita entrenamiento previo para ser usado, solo hay que leer el manual y listo; lo único que hay que hacer luego es reponer la unidad reactiva”, destaca Raba y recuerda que lo más complejo de resolver fue “la parte electrónica, ya que debíamos reducir equipos muy grandes a niveles micro, la detección electroquímica hoy se hace con polarógrafos cuyo tamaño es mayor al de una PC tradicional, con su monitor y su teclado, y tuvimos que reducir todo ese aparato inmenso al tamaño de un celular”.