Stevia: Una historia de expropiaciones, espías y piratería

¿Cuál es el valor del conocimiento y cómo protegerlo? ¿Sirve la propiedad intelectual para impulsar el desarrollo de un país o sector industrial? ¿Por qué Paraguay perdió la oportunidad de posicionarse como líder en la fabricación de este endulzante natural? Los aprendizajes que deja el caso de la stevia para la Argentina y la región.

Por Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – ¿Qué tienen en común Suiza, la CIA, la FDA, Coca-Cola, Monsanto, la OMS, las comunidades guaraníes y la religión? Stevia, una hierba dulce que usaban ancestralmente los pueblos originarios del Paraguay y que se impuso en las góndolas de la región hace alrededor de una década como endulzante natural.

En “Stevia. Conocimiento, propiedad intelectual y acumulación de capital”, un libro de Santiago Liaudat, no se habla de las características y bondades de esta planta, ni de la alimentación saludable, sino de ciencia y tecnología, producción, apropiación y expropiación de conocimiento, generación de valor, desarrollo y desigualdad. Todo eso a través de un caso particular que busca reflejar lo universal y recuperar la totalidad. “Es un libro científico pero eminentemente político, y eso para mí no es una dicotomía. Es más, es una necesidad”, afirma el autor –docente e investigador de la Universidad Nacional de La Plata–, y sostiene que esta obra pone en discusión el tema de la propiedad intelectual, que en el mundo se debate desde hace 50 años pero que todavía no está presente con la profundidad que amerita el tema “en la agenda militante de un país semi-periférico como la Argentina, ya que de manera invisible está actuando como un gran determinante del subdesarrollo”.

Al respecto, la obra repasa el intento fallido de Paraguay de lograr desarrollar una industria líder en fabricación de stevia. Desde el año 2008, se sabía que la FDA iba a permitir el consumo de esta planta, que hasta entonces estaba prohibida en Europa y Estados Unidos, lo que abriría nuevos mercados para este producto. En el país vecino había diferentes actores sociales, con intereses contrapuestos, que coincidían en que la stevia representaba una oportunidad de desarrollo industrial, incluso esa idea era acorde a los eslóganes de los organismos internacionales.

Sin embargo, cuando se aprobó el uso de la stevia, el Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios (JECFA, por su sigla en inglés) no aprobó el consumo de la planta en estado natural, sino de un compuesto de la stevia altamente refinado, al 95% de pureza (que representa el 1% de la planta en estado natural). La barrera tecnológica era tan alta que dejó afuera a las propias empresas de Paraguay, que sí tenían capacidad de refinamiento local pero no a ese nivel.

Stevia es una hierba dulce que se usaba ancestralmente en los pueblos originarios del Paraguay y que se impuso en las góndolas de la región hace alrededor de una década como endulzante natural.

Algunas compañías de Paraguay intentaron llegar a esa cuota tecnológica e hicieron inversiones muy importantes en dólares y un gran esfuerzo por comprar tecnología de refinamiento norteamericano y europeo, pero no lograron llegar a esa cuota tecnológica y terminaron siendo absorbidas por las multinacionales dueñas de las patentes de esas tecnologías, incluso en casos en los que las compañías paraguayas tenían derechos de propiedad intelectual. «Fueron absorbidas por la vorágine del capitalismo globalizado de los últimos 10 o 15 años”, se lamenta Liaudat y, parafraseando al tecnólogo Oscar Varsavsky, sostiene la necesidad de pensar en un régimen de propiedad intelectual en función del modelo de sociedad deseado.

Al respecto, se refiere al último reporte de Tecnología e Innovación de la UNCTAD, que incluye un gráfico en el que se aprecia claramente cómo la desigualdad global se potenció desde la década del 70, en coincidencia con el fortalecimiento de los sistemas de propiedad intelectual en el mundo. “No digo que sea una cuestión de causa y efecto, pero el factor propiedad intelectual es clave para profundizar la desigualdad global, que se expresa en un aumento de entre tres o cuatro veces de la brecha tecnológica entre países ricos y pobres”, advierte y destaca que la propiedad intelectual –que funciona en combinación con otros instrumentos coadyuvantes– les permite a las grandes multinacionales controlar el primer y último momento de la cadena productiva, que son las instancias en las que se agrega valor, y que, desde ese control monopólico que tienen sobre el conocimiento, logran subordinar al resto de la cadena productiva.

“En este caso, no hubiera funcionado si la FAO y la OMS no hubieran operado como lo hicieron, y no es que no hubo voces discordantes, por el contrario, pude reconstruir paso a paso los debates –para su aprobación con una cuota del 95% de refinamiento– y mostré que no hubo criterios de salud ni ningún cambio en el conocimiento que había acerca de la planta, ninguna refutación de los estudios que existen en Japón, por ejemplo, donde se consume masivamente desde hace 50 años”, ejemplifica Liaudat, y afirma que hasta las empresas japonesas quedaron fuera del mercado global de stevia (aunque hoy siguen teniendo relevancia a nivel regional, en el sudeste asiático).

«“Es un libro científico pero eminentemente político, y eso para mí no es una dicotomía. Es más, es una necesidad”. dice Liaudat.

Piratería del capital

Por momentos, el libro se asemeja a una novela policial, y la realidad supera la ficción. El texto recuerda cuando el científico suizo Moisés Bertoni, que era anarquista, deja su Europa natal desencantado con la sociedad capitalista industrial y se instala en Paraguay con la ilusión de crear una colonia igualitaria con las comunidades originarias del país vecino, y repasa las diferencias entre el estilo de trabajo de este investigador y su par Emilio Hassler, para encontrarse finalmente integrados al mismo mecanismo de valorización del capital.

Pero lo que más le llamó la atención a Liaudat, que fue armando la historia “como un rompecabezas”, fueron dos hallazgos inesperados: uno de ellos vinculado a la biopiratería, que incluyó a la CIA y las misiones religiosas en la región como actores claves para la captura de esta planta y de los conocimientos en torno a ella. El otro, con la prohibición de la stevia en Estados Unidos, que refleja cómo las relaciones de poder también resultan decisivas para el desarrollo de un sector industrial, en este caso el de los edulcorantes sintéticos, de la mano de Donald Rumsfeld, el mismo que fue jefe del Pentágono durante las invasiones a Irak y Afganistán, y que entonces estaba a cargo de la principal empresa productora de aspartamo (que estuvo prohibido hasta 1981).

“En ese momento la stevia empezaba a ingresar al mercado norteamericano y, como era una competencia para el aspartamo, la FDA prohibió su consumo en Estados Unidos y así estuvo por 20 años. Aquí se da una batalla interesante con naturistas de Estados Unidos y empresarios que estaban interesados en explotar la stevia, incluida Monsanto, que termina comprando la compañía de Rumsfeld y adueñándose de NutraSweet”, recuerda Liaudat.

En cuanto a la biopiratería, aclara que, a diferencia de la explotación y expropiación (que también hubo en este caso), la biopiratería se relaciona con un proceso ilegal. En este caso, ocurrió detrás de la primera patente de la stevia, con una empresa fantasma llamada Amazon Natural Drugs Company (ANDCO), cuyo presidente era un ex espía de la CIA, y que además tenía una finalidad comercial, de identificar en el territorio posibles plantas y animales con fines comerciales.

“En este caso concreto se ve cómo operan en el territorio misioneros evangélicos, espías de la compañía, científicos norteamericanos y militares retirados, todo eso articulado en el Amazonas, para funcionar como un gran extractor de conocimiento”, dice Liaudat, y advierte que, en contra de lo que suele pensarse, la apropiación de conocimientos sin una retribución es un proceso permanentemente.

“¿A quién está protegiendo el régimen actual de la propiedad intelectual? En la historia de la stevia, los datos son contundentes: no protegió a los pueblos originarios, tampoco a los científicos y tecnólogos que desarrollaron conocimiento en un país periférico, y no lo hizo con quienes tenían derechos de patentes y de obtentores, como las empresas paraguayas que producían stevia hasta el año 2008”, concluye Liaudat.

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