Repelente selectivo

Investigadores de la UNLP trabajan en el desarrollo de un insecticida que actúa solamente sobre especies que se alimentan de sangre, sin afectar a humanos ni tener efectos nocivos sobre el ambiente. El hallazgo busca ser un aporte para combatir a insectos que transmiten enfermedades como el dengue y el chagas.

Por Nadia Luna  
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Agencia TSS – Las enfermedades transmitidas por vectores (como mosquitos y vinchucas) provocan más de 700.000 muertes por año y afectan a millones de personas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Son causadas por parásitos, bacterias o virus que esos y otros artrópodos se encargan de transmitir entre personas, o de animales a personas, a través de la picadura. Muchas de esas enfermedades se transmiten por insectos hematófagos, es decir, que se alimentan de sangre. Entre ellas, la malaria, el chagas, el dengue y las infecciones causadas por el zika.

El principal método de control para esos vectores son los insecticidas neurotóxicos, que tienen un impacto negativo en el ambiente y también sobre especies benéficas de insectos, como las abejas polinizadoras. Además, con el correr de los años, se termina generando resistencia a esos productos, por lo que siempre es importante desarrollar nuevos métodos de control. En esa línea, investigadores del Centro Regional de Estudios Genómicos (CREG) de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata (FCE-UNLP), junto con grupos de Brasil e Inglaterra, trabajan en el desarrollo de un insecticida selectivo para insectos hematófagos, que no causa daños al ambiente ni a organismos con otros hábitos alimenticios.

Cuando se alimentan, los insectos hematófagos incorporan una cantidad de sangre que es muchas veces su peso corporal y está compuesta principalmente por proteínas. Por eso, durante la digestión, se libera una cantidad muy alta de aminoácidos (moléculas que forman las proteínas), algo que no sucede en otros organismos que no sean hematófagos. “Encontramos que, si inhibimos la degradación de uno de esos aminoácidos, la tirosina, esto causa la muerte selectiva de esos artrópodos sin afectar a otras especies”, explica a TSS el doctor en Ciencias Básicas y Aplicadas Marcos Sterkel, investigador del CONICET en el CREG y uno de los autores de la investigación.

La vía de catabolismo (degradación) de la tirosina tiene un rol clave en la adaptación de estos insectos a la alimentación con sangre. Por eso, al impedir su degradación, se produce una acumulación tóxica que termina matando al artrópodo. Hasta el momento, se conocían tres o cuatro blancos de acción para los insecticidas y, con este hallazgo, nosotros abrimos una nueva puerta”, indica Sterkel.

“Todavía faltan probar muchas cosas pero es un desarrollo que sería fácil de transferir porque hay un gran camino hecho, ya que esta droga se conoce y está aprobada», dice Sterkel.

Los investigadores apuntan así a dos nuevos blancos: dos enzimas que forman parte de la tirosina. Para una de ellas (la 4-hidroxifenilpiruvato-dioxigenasa) incluso existen inhibidores aprobados. Algunos se utilizan como herbicidas y hay uno (la nitisinona), que fue con el que tuvieron mejor resultado, y que se usa como medicamento para una enfermedad humana, la tirosinemia tipo 1 (por la cual las personas tienen problemas para descomponer la tirosina de los alimentos que ingieren).

“Lo probamos principalmente en la mosca tse-tse, que transmite la enfermedad del sueño en África. Una ventaja de esta droga es que se puede aplicar tanto en forma tópica, como cualquier insecticida que se usa actualmente, pero también, como está aprobada para uso en humanos, se podría administrar de forma oral al huésped, sean personas o animales, como sucede, por ejemplo, con la ivermectina”, afirma el investigador. La acción de esta droga produce una parálisis en los insectos, seguida de la destrucción de los tejidos luego de la ingesta de sangre.

Sterkel cuenta que los resultados obtenidos en laboratorio hasta el momento fueron muy buenos, aunque la investigación se retrasó un poco a raíz de la pandemia. “Acá en el laboratorio perdimos las colonias de insectos y nos va a llevar bastante tiempo recuperarlas. Hubo un problema con las estufas, que no regulaban bien la temperatura. Nosotros lo hacíamos manualmente y cuando no pudimos ir más, no se pudo controlar eso y se murieron”, cuenta.

Actualmente, sus colegas de Inglaterra que forman parte de la investigación están desarrollando trampas de azúcar con proteínas para el control de la malaria en África. La idea es probar eso también en la Argentina, pero enfocándolo en el Aedes Aegypti, mosquito transmisor del dengue.

“Todavía faltan probar muchas cosas pero es un desarrollo que sería fácil de transferir porque hay un gran camino hecho, ya que esta droga se conoce y está aprobada. Es muy diferente a empezar con un compuesto desde cero, donde hay que hacer pruebas para evaluar su seguridad”, apunta Sterkel, que estima que pronto comenzarán con las pruebas de semicampo, donde se simulará una situación de campo pero en un lugar cerrado.


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