El especialista en microelectrónica de la Universidad Nacional del Sur es uno de los creadores de la Escuela Argentina de Micro-nanoelectrónica, Tecnología y Aplicaciones (EAMTA). En esta entrevista habla acerca de las posibilidades que tiene la Argentina en el diseño de circuitos electrónicos y sobre algunos de los proyectos en los que participó a lo largo de su trayectoria.
Agencia TSS — Pedro Julián, doctor en Sistemas de Control por la Universidad Nacional del Sur (UNS), docente e investigador principal del CONICET, es el director del programa técnico de la Escuela Argentina de Micro-nanoelectrónica, Tecnología y Aplicaciones (EAMTA), además de miembro fundador e impulsor de su realización desde los comienzos de esta iniciativa.
El objetivo de la EAMTA —que se llevó a cabo en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) entre el 22 al 29 de julio pasados— es acercar a los jóvenes al mundo del diseño de circuitos integrados y demostrar las posibilidades que ofrece el área para el desarrollo de la industria local, por lo que está dirigida especialmente a estudiantes de grado y posgrado.
En el marco de este encuentro se organizó también la Conferencia Argentina sobre Micro-nanoelectrónica, Tecnología y Aplicaciones (CAMTA), un foro técnico para el encuentro de investigadores, tecnólogos y empresas del campo de la microelectrónica, la física de dispositivos y la electrónica en general.
En una entrevista con TSS, Julián habló acerca de las posibilidades que tiene la Argentina en el diseño de circuitos electrónicos y sobre algunos de los proyectos en los que participó a lo largo de su carrera.
¿Cómo nació la EAMTA?
Arrancó en el año 2005, cuando hicimos una reunión en Bahía Blanca entre gente que se dedicaba a la microelectrónica. En la Argentina hubo varios intentos de hacer circuitos integrados en el país y, por varios motivos, el desarrollo de la tecnología sufrió diversos vaivenes. Por entonces, no había una iniciativa a nivel nacional para hacer algo al respecto y varias universidades nos comprometimos a que, a partir del año siguiente, íbamos a hacer una escuela en la que pudiéramos difundir estas tecnologías entre los estudiantes de los últimos años de diversas carreras. Hay muchos que no saben que tienen un montón de herramientas a su alcance y que pueden hacer diseño de chips desde cualquier lugar, que no es necesario estar en Estados Unidos, Japón, Taiwán o Alemania. Si uno quiere plantear productos o soluciones, se requiere, más que nada, preparación y cerebro. El objetivo principal de la EAMTA es motivar a los estudiantes que están terminando las carreras de ingeniería para que vean las posibilidades que brinda la especialización en microelectrónica. También queremos llegar a quienes todavía les sigue sonando como algo fantasioso esto de hacer chips.
¿Por qué es importante tener una electrónica nacional?
Desde el punto de vista económico, permite producir en el país cosas con valor agregado, que incluso puedan llegar a ser exportables. En algunos terrenos en los que Argentina es fuerte, como la agricultura y la ganadería, uno puede volcar electrónica para ganar eficiencia. De la electrónica se requiere que sea chica, barata y buena, pero, para tener eso, hay que hacer chips que se le puedan poner a una vaca en la oreja y que permitan transmitir, por ejemplo, la historia de esa vaca, como cuántas y qué vacunas recibió, si tiene fiebre o si está en celo. El vehículo para ese tipo de soluciones pasa por la electrónica integrada. Para desarrollar soluciones en esas plataformas no se necesitan cosas de ciencia ficción. De hecho, durante la escuela les hacemos hacer un chip bastante sencillo, que posteriormente mandamos a fabricar al exterior.
¿Cuál debería ser la especialización del sector electrónico en la Argentina?
Hay dos opciones como regla general: podés ir a una especialización de poca cantidad y de alto valor, o bien productos de muy alta cantidad y bajo valor. Puedo dar un ejemplo de cada uno: la electrónica espacial, para un satélite, necesita circuitos integrados chicos y buenos. En este caso no importa el costo, porque los satélites son caros, no hay problema con eso. Si tenés un circuito integrado que cumple ciertas funciones y que soporta las condiciones a las que se expone un satélite, como la radiación, el valor que tiene ese circuito pasa a ser de varios miles de dólares. Ahí hay un nicho en el que se puede hacer algo. La otra opción es el mercado masivo: hace algunos años, junto con el INTI, hicimos un estudio para analizar la factibilidad técnica, financiera y económica de hacer un chip para los televisores smart. Ese estudio lo hicimos en 2013 o 2014, cuando había un mercado potencial de varios millones de unidades por año. Con esas cifras era razonable diseñar algo en la Argentina. No estamos hablando de fabricar, que es un rubro totalmente diferente, pero se podía hacer el diseño en la Argentina, con un equipo de unas 30 a 40 personas, algo que se trató de coordinar con el Centro de Micro y Nanoelectrónica del Bicentenario (CMNB). Una vez finalizada esa etapa, se podía mandar a fabricar a Asia y tenías un chip de última generación por 20 dólares, que era algo razonablemente competitivo para un primer chip nacional. Eso se justificaba siempre y cuando tuvieras por lo menos un Estado que priorizara el diseño de circuitos integrados nacionales y que, para eso, obligara a que el 60 o 70% de los televisores smart del país tuvieran que llevar el chip producido en el país. Hicimos las cuentas y era algo que se justificaba económicamente. Sumado a que después generaba un montón de conocimiento, experiencia y ya ponías un pie en el negocio. El siguiente ciclo podía ser ir a un producto que fuese competitivo en América Latina, por ejemplo, pero no se pudo avanzar en esto.
¿Hoy existe alguna oportunidad similar para desarrollar chips nacionales?
Podríamos meternos en aplicaciones de Internet de las cosas, en la que hay electrónica integrada en objetos de todos los días, como un llavero o el collar de un perro, que quizás solo tienen funciones como avisarte adónde están. Pero también abarca el ecosistema productivo. Desde monitorear la materia prima que se transporta de un lugar a otro hasta que tu fábrica se comunique automáticamente con el insumo que está en viaje. Entonces, ahí, por ejemplo, hay todo un campo como para desarrollar tecnología. Ahora, ¿el mercado argentino te da como para que vos tengas productos y los puedas poner ahí? En la tecnología, el éxito también depende de que hagas algo competitivo y que se pueda exportar, como para dejar un margen de ganancia. Si no, estás siempre en eso de que hacer algo que afuera lo hacen mejor y más barato, que solo es competitivo con cierta protección.
Hace algunos años, usted se encontraba investigando en el diseño de chips en tres dimensiones. ¿En qué estado está ese proyecto?
Logramos un prototipo de un chip que era de dos capas de circuitos integrados, en la que la capa de arriba era una cámara, es decir, que detectaba luz como lo hacen las cámaras normales. Si bien su resolución era menor, era capaz de sacar fotos o capturar video. Y la capa de abajo era un circuito integrado que hacía el procesamiento de la imagen. Entonces, el mismo chip podía ir haciendo cosas como enfocar la imagen, detectar adónde estaban los bordes de una figura o calcular cuánto espacio ocupaba. Es decir, permitía obtener información de la imagen en el mismo chip que tomaba la foto. Posteriormente, en colaboración con la Universidad John Hopkins, de Estados Unidos [de la que Julián ha sido profesor visitante], trabajamos en un proyecto un poco más ambicioso, también con tecnología 3D, pero con cámaras de alta definición y sistemas de procesamiento mucho más poderosos, en los que hay cuatro o cinco chips diferentes dedicados. Nosotros desarrollamos uno de ellos, para análisis de imagen. Estos chips tienen aplicaciones diversas, desde detectar tráfico hasta seguimiento de objetos, como puede ser un auto, algo que puede ser útil para las fuerzas de seguridad.
Hace algunos años se había lanzado Tecnópolis del Sur con muchas expectativas. ¿Qué pasó con esa iniciativa?
El proyecto tuvo un objetivo bastante ambicioso, que era el de concretar un parque científico-tecnológico en Bahía Blanca. Preveía una cierta cantidad de bienes de capital para poder hacer prototipado de sistemas electrónicos con calidad industrial. Por otro lado, solicitamos una cantidad bastante grande de becas de maestría de dos años para hacer proyectos con empresas. Arrancamos con cuatro y después de cinco años terminamos con 17 empresas con proyectos. Uno de los inconvenientes que tuvimos fue que toda la parte de equipamiento la planteamos en la zona franca de Bahía Blanca y no logramos un mecanismo como para poder llegar a hacer prototipos e ingresarlos al país. Uno de los proyectos terminó en un producto de la empresa Penta, que hizo un circuito integrado para su nueva generación de detectores de metales. Son la primera pyme nacional que tiene un circuito integrado de propósito específico, es decir, que se diseñó de acuerdo con sus especificaciones. Con lo cual, si bien no logramos el objetivo de hacer un parque científico-tecnológico, sí logramos una interacción fluida con un conjunto de empresas. Ahora estamos pensando en una segunda fase para seguir explotando todo ese capital que se generó, que no solo fueron los equipos, sino la interacción entre los privados y los grupos de desarrollo de tecnología, tanto de la UNS como del CONICET y del INTI.
¿Sería importante poder fabricar chips localmente o es lo mismo hacerlos en el exterior?
Es un rubro complicado el de la fabricación, porque es muy costoso y complejo. Hoy en día, las fábricas que funcionan a pleno son las que hacen chips de 22 nanómetros. Esas plantas tiene una vida útil de tres o cuatro años, porque después aparece otro circuito más pequeño. Actualmente, los diseñadores están trabajando en proyectos para hacer circuitos integrados en 14 nanómetros. Más adelante, serán de 10 nanómetros y de 7 nanómetros. Esas fábricas requieren una inversión monumental, son decenas de miles de millones de dólares para cada una de esas plantas. El costo de capital para hacer una planta de ese tipo no lo puede enfrentar cualquier empresa. Hay firmas como Motorola o IBM que se han sacado de encima esa parte porque es un negocio redituable solo para pocos. Tener la planta es un negocio para el dueño en la medida en que pueda colocar en el mercado millones de chips. Lo que sí es estratégico es tener capacidades de diseño de electrónica en la Argentina y un mecanismo comercial aceitado para diseñar, que es lo que da valor agregado, y para colocar productos en el exterior. Es el tipo de cosas que han logrado países como Irlanda. Pero eso te obliga a tener gente preparada. Tener un grupo que maneje tecnología de avanzada, como pasa con el CMNB, es un valor estratégico que al país le conviene tener.
09 ago 2017
Temas: Chips, Circuitos integrados, CONICET, Industria electrónica, INTI, Microelectrónica, UNS