Ingenieros, ¿para qué?

Los ingenieros son esenciales para el desarrollo pero escasean en la Argentina. En el Día del Ingeniero, la investigadora Marta Panaia habló con TSS sobre el problema de la deserción temprana, la inestabilidad laboral y los obstáculos para las mujeres.

Nadia Luna  
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Agencia TSS  La crisis de 2001 fue el epílogo de un declive industrial y económico que la Argentina transitaba como una gran maquinaria importada de algún país lejano, con engranajes oxidados y una tecnología obsoleta que pocos conocían, hasta que finalmente dejó de funcionar. La recuperación que comenzó a partir de 2003 se topó con una pieza faltante y crucial para llevar adelante el desafío: la escasez de graduados en ingeniería.

En el Día del Ingeniero –que recuerda la creación de la primera carrera de ingeniería en la Argentina, en la Universidad de Buenos Aires (UBA), el 16 de junio de 1865–, TSS se hizo algunas preguntas. ¿Por qué hay pocos ingenieros en la Argentina? ¿Dónde van a trabajar los que se gradúan? ¿Cuántos de los que inician la carrera logran terminarla? ¿La formación de esos ingenieros coincide con lo que las empresas esperan de ellos? ¿Saben las universidades qué tipos de ingenieros demanda el mercado laboral de la zona en la que están insertas? ¿Cuántas ingenieras hay en el país? Las respuestas resultaron tan difíciles de encontrar como los propios ingenieros, porque en la Argentina escasean este tipo de relevamientos.

Marta Panaia, socióloga y doctora en Ciencias Económicas, es una excepción dentro de esa escasez. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Instituto Gino Germani de la UBA, en 1993 había presentado un proyecto para estudiar la cantidad de egresados de diversas profesiones y su inserción en el mundo laboral, porque no existían estadísticas que tuvieran continuidad en el tiempo y que permitieran vincular y comparar el ámbito académico con el laboral. Varios años después, obtuvo un financiamiento de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica de la entonces Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación para aplicar la metodología en dos instituciones: la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y la Universidad Tecnológica Nacional (UTN).

Fue una especie de prueba piloto que terminó en 2002 y la UTN decidió continuar con las mediciones para obtener datos comparables en el tiempo. Ese mismo año, Panaia instaló en esa institución el primer Laboratorio de Monitoreo de Inserción de Graduados (MIG) en la Facultad Regional General Pacheco (UTN FRGP), de la provincia de Buenos Aires. Con los años, se sumaron otras facultades regionales de la UTN, como Avellaneda (Buenos Aires), Resistencia (Chaco) y Santa Cruz, así como también la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC), de Córdoba. En cada una de ellas se instaló un Laboratorio MIG, que permitió conformar una red de laboratorios para obtener datos comparables entre sí, proporcionando datos a nivel país y, al mismo tiempo, datos específicos para cada región relevada.

Las carreras técnicas siguen siendo poco codiciadas por los estudiantes y la cantidad de graduados es muy baja.

La UTN es la mayor productora de ingenieros del país: alrededor de 3.000 por año, la mitad del total, que ronda los 6.000. La UBA es la institución que le sigue en cantidad de graduados, con unos 500 al año.  “A pesar de todo lo que se ha hecho por la promoción de las ingenierías en los últimos años, las carreras técnicas siguen siendo poco codiciadas por los estudiantes y la cantidad de graduados es muy baja”, indica Panaia a TSS. En este sentido, destaca dos iniciativas implementadas durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner: el Plan Estratégico de Formación de Ingenieros 2012-2016, impulsado por el Ministerio de Educación de la Nación; y el plan Argentina Innovadora 2020, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación, que estableció lineamientos de investigación en áreas consideradas estratégicas para el desarrollo nacional.

“Estos planes estimularon a que los ingenieros que no salían del ejercicio de la profesión encararan la realización de doctorados, para aprender técnicas y procedimientos que no tenían y realizar tareas de investigación y desarrollo (I+D), que es un área que recién empieza debido a esta carencia de doctores en ingeniería. El problema es que los ingenieros que han querido doctorarse se van al exterior y muchos no vuelven. De hecho, la mayoría de los ingenieros argentinos doctorados trabaja en Estados Unidos”, se lamenta la investigadora. Además de conformar los laboratorios MIG en el país, Panaia fue convocada por instituciones de Uruguay, Chile y Colombia que querían aplicar un método similar para conocer la situación de los ingenieros en sus respectivos países.

Desfasajes entre oferta y demanda

Uno de los aspectos más interesantes de la Red de Laboratorios MIG es que los análisis no se quedan solo dentro del ámbito académico, sino que relevan también las demandas del sector productivo en las diversas regiones. “Nos encontramos con que cada región tenía demandas diferentes y que, muchas veces, las carreras planteadas por las universidades de la zona no captaban esas diferencias. Así que, tras los primeros relevamientos, comenzamos a hacer devoluciones a las empresas acompañados por los decanos y establecimos un diálogo entre ambos sectores para ver qué profesionales se necesitaban”, cuenta Panaia.

La experta pone el ejemplo del sur de la Argentina, una zona petrolera en la que residen grandes empresas multinacionales que no siempre contratan ingenieros argentinos, tanto por su escasez como porque no fueron preparados para las actividades o procesos para los que son requeridos, como podría ser en el caso de los ingenieros en gas y petróleo y, más recientemente, en lo que respecta a la capacitación en tecnologías para explotar yacimientos no convencionales. “Tenemos que completar esas especialidades para que nuestros ingenieros estén a nivel y para que no se tengan que ir a formar ni a buscar trabajo a otro país», dice Panaia. Y agrega: «En 2010 hubo apenas 24 graduados en ingeniería en petróleo, ¡y si encima se van!”. En otras especialidades, los números tampoco son mejores durante ese año: los graduados en ingeniería biomédica fueron 63; en nuclear, 13; y en materiales, 15; mientras que el área que más graduados registró fue, por lejos, la de informática, con 1.010 egresados.

Otro problema que destaca Panaia es la mala distribución de las carreras, en su mayoría concentradas en la zona central del país. En el noreste argentino hay una importante demanda de ingenieros electromecánicos y en gas, pero en la zona no hay ingenierías especializadas. En tanto, la zona de Río Cuarto, en Córdoba, produce una buena cantidad y calidad de ingenieros que no logran insertarse en el mercado laboral de la región porque no es una zona industrial, sino fundamentalmente agrícola. Por lo tanto, muchos tienen que mudarse para trabajar en su especialidad.

“Pienso que más que crear nuevas carreras de las especialidades que no tenemos y habría que completar con materias adecuadas las que tenemos. Hay que actualizar esas currículas, porque en muchos casos están pensadas todavía para una industria de sustitución de importaciones, cuando en lo que hay que trabajar hoy es en una industria de innovación”, sostiene Panaia.

Cuestión de género

Según datos obtenidos por el Laboratorio MIG Río Cuarto, del total de graduados de la Facultad de Ingeniería de la UNRC, entre 1995 y 2007, un 85 % de los graduados eran de sexo masculino. La diferencia entre sexos se daba de manera más notoria en la carrera de Ingeniería Electricista, con apenas 1 % de graduadas mujeres. En tanto, en la UTN FRA (Avellaneda) la población masculina de estudiantes durante el mismo período de tiempo fue de un 95 %: en Ingeniería Eléctrica no hubo graduadas, mientras que en Ingeniería Mecánica hubo solo dos.

Distribución por sexo y carrera en la UNRC (1995-2007). Fuente: Laboratorio MIG Río Cuarto.

“Nuestro país ha tenido las primeras ingenieras graduadas al mismo tiempo que Europa, pero aquí el crecimiento ha sido muy lento y costoso”, señala Panaia y explica que el problema no es la carrera en sí, ya que muchos estudios indican que las mujeres tienen un mejor rendimiento  durante sus estudios, sino que los obstáculos aparecen más que nada durante la inserción laboral. “Sigue siendo un ámbito muy masculino, con ritmos de producción que no contemplan la etapa de embarazo y crianza de los hijos. Además, son muy pocas las que llegan a puestos jerárquicos y, las que han llegado, es porque han tenido jefes que las han valorado y les han dado los tiempos que necesitan para resolver cuestiones familiares”, apunta.

Panaia destaca que lograr una mayor inserción de la mujer en el mundo de las ingenierías se traduciría en un aporte importante tanto en cantidad como en calidad. “Creo que se podría aumentar mucho el número de graduados en ingeniería si se incluyera más a la mujer, que puede ocupar el rol importante en investigación y docencia, donde faltan profesionales y suele haber horarios más flexibles. Además, la mirada de la mujer a la hora de resolver problemas sería significativa para un sistema productivo que sigue estando muy condicionado por una mirada muy masculina”, enfatiza.

Frustraciones

El abandono universitario en las carreras de ingeniería va del 30 al 50 % y se concentra en los primeros años de cursada. Los motivos son varios. Muchos de los estudiantes que abandonaron y fueron relevados por los Laboratorios MIG manifestaron diversas razones, como dificultades en las asignaturas, desencanto por la carrera elegida, motivos personales (nacimiento de un hijo, por ejemplo) y razones económicas y laborales. Sin embargo, también hay una importante tendencia al abandono en las últimas materias, ya que muchos estudiantes avanzados son absorbidos tempranamente por el mercado laboral, ante la escasez generalizada de ingenieros.

“El ingeniero no está bien pago en el país. Entonces, frecuentemente busca salidas personales distintas, como poner su
propia empresa o irse a trabajar afuera», dice Panaia.

Panaia considera que un aspecto decisivo en el abandono universitario es que son carreras muy largas: “En la Argentina, aunque el Ministerio de Educación plantee una currícula de cinco años, el promedio de duración es de entre 10 y 11 años, porque la gente las hace al mismo tiempo que trabaja”. Además, señala cuatro grandes frustraciones que dicen experimentar los profesionales relevados. La primera es que muchos eligen la carrera atraídos por cuestiones técnicas pero, cuando ingresan al mercado laboral, las empresas les exigen otro tipo de conocimientos, que tienen que ver con disciplinas relacionales y habilidades interdisciplinarias para las que muchas veces no son formados pero que son necesarias para poder ascender», explica.

“La segunda gran frustración es el salario”, dice la especialista. “El ingeniero no está bien pago en el país. Entonces, frecuentemente busca salidas personales distintas, como poner su propia empresa o irse a trabajar afuera. El emprendedorismo no está mal, pero en términos de la masa crítica de ingenieros que necesitamos y no tenemos, es una pérdida”. Otra gran frustración, dice, es la falta de estabilidad, ya que el mercado de trabajo es cada vez más flexible y el ingeniero ocupa un rol de consultor y asesor. Finalmente, una cuarta frustración, que se da más en los ingenieros que trabajan en las grandes empresas, es la imposibilidad de crecer en términos creativos, porque en muchos casos asumen tareas repetitivas y los puestos que requieren más creatividad y responsabilidad son ocupados por cargos jerárquicos, en ocasiones con especialistas que llegan desde el exterior.

Lo que viene

A pesar del esfuerzo que se realizó en la última década por revertir la escasez de ingenieros, el cambio de gobierno abre un panorama de incertidumbre acerca de si se va a mantener el esfuerzo en ese sentido. “Cuando se implementan este tipo de incentivos, los resultados no son inmediatos. No sé cómo se va a mantener ese tipo de políticas de incentivo si este año el presupuesto para Educación bajó del 6 % al 3 % del PBI. Hay políticas que deberían mantenerse independientemente de los cambios de gobierno”, reflexiona la investigadora.

Otro aspecto que incide en la escasez de ingenieros argentinos es que la falta de ingenieros se está dando en todo el mundo. Por lo tanto, los países que tienen una fuerte demanda de ingenieros, como Francia, Rusia y China, aunque tengan una gran cantidad de graduados, no les alcanza. Esto incide en que haya buenas oportunidades laborales para ir a trabajar a esos países, que son superadoras de las que los graduados argentinos encuentran en el país. Panaia pone el ejemplo de la empresa estadounidense Boeing, la gran fabricante de aviones, que requiere nada menos que 500.000 ingenieros, una cantidad que Estados Unidos no produce, por lo que tiene que salir a buscarlos afuera.

Ante tanto por hacer para revertir la escasez de ingenieros en el país, Panaia resume los principales desafíos: “Hay que resolver el abandono, el aumento de graduados, mejorar la calidad de ese graduado, hacer una transformación importante en el cuerpo docente y realizar I+D a partir de una mayor vinculación con redes internacionales e interdisciplinarias de ingenieros, para que puedan avanzar en nuevas líneas de investigación sin necesidad de irse del país”.


16 jun 2016

Temas: CONICET, Educación, Ingeniería, UBA, UTN