La desigualdad que no se mide

La brecha de género es el área de investigación de Corina Rodríguez Enríquez, del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas. Cómo darle visibilidad y demandar al Estado políticas que reduzcan la desigualdad entre hombres y mujeres.

Nadia Luna  
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Agencia TSS – Se suele decir que el dinero mueve al mundo. El trabajo no remunerado también. La lógica es simple: mientras haya fuerza de trabajo gratis o mal paga, mayores serán las ganancias de los que más tienen. Un ejemplo claro es la “economía del cuidado”, que suele ocupar a mujeres que asisten a niños, ancianos y personas enfermas o con discapacidades.

La economista feminista Corina Rodríguez Enríquez, investigadora del CONICET en el Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (CIEEP), destaca la necesidad de visibilizar esta problemática y exigir al Estado políticas públicas que reduzcan la brecha de género en el ámbito económico. “La persistencia de relaciones de género patriarcales en nuestra sociedad se reproduce por múltiples procesos culturales y sigue siendo muy funcional al sistema. Los hombres están cómodos en no tener que asumir gran parte de las responsabilidades en la organización del cuidado”, sostiene. Y agrega: “Éste es el principal obstáculo para lograr una participación laboral más plena de las mujeres y, por ende, un mejor acceso a los recursos económicos, que es la raíz de la brecha de desigualdad de género en la economía”.

A pesar de los logros conquistados en equidad de género, esta cuestión sigue muy arraigada y se reproduce desde la infancia. Basta con observar las publicidades dirigidas al público infantil, en las que a las niñas se les ofrecen muñecas con cocinas, escobas y otros accesorios que refuerzan los estereotipos de género relacionados con el cuidado y las tareas domésticas.

Cuando la mujer logra acceder al empleo remunerado tiene que enfrentarse a dos procesos de segregación: horizontal
y vertical.

La brecha histórica en lo que respecta a la participación de hombres y mujeres en el mercado laboral se fue reduciendo con el tiempo, pero continúa siendo significativa: hay una diferencia de unos 20 puntos porcentuales. Además, la desigualdad no termina ahí. Cuando la mujer logra acceder al empleo remunerado tiene que enfrentarse a dos procesos de segregación: horizontal y vertical. El primero refiere a la concentración de mujeres en actividades consideradas típicamente femeninas, como el trabajo doméstico, los servicios sociales, salud, educación y comercio; mientras que los hombres están sobrerrepresentados en actividades industriales, de construcción, servicios de transporte e ingenierías. En general, las actividades consideradas “femeninas” son las que pagan menos salarios y las que requieren menos educación.

La segregación vertical implica que las mujeres tienen mayores dificultades para acceder a los niveles más altos de las estructuras jerárquicas. “Se suele definir como ‘techo de cristal’ porque plantea la existencia de una barrera invisible con la que se chocan las mujeres cuando comienzan a subir peldaños en el ámbito laboral. También se habla del ‘piso pegajoso’ al que las mujeres quedamos adheridas, ya que cuesta mucho empezar a subir la escalera de las jerarquías ocupacionales”, señala Rodríguez Enríquez. Estas segregaciones se traducen en menos mujeres en puestos gerenciales y en salarios más bajos para ellas.

Según el último dato disponible de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC –tercer trimestre de 2015– para los 31 aglomerados urbanos, la tasa de actividad de los varones es de 70 %, mientras que la de las mujeres es de 46,8 %. La contracara de esto es la brecha de género en el tiempo dedicado al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. Según el módulo de trabajo no remunerado relevado por el INDEC –con datos pertenecientes al tercer trimestre de 2013– las mujeres destinan a estas tareas 6,4 horas diarias, mientras que los varones destinan 3,4 horas al día.

La especialista remarca otro factor crucial en la persistencia de las desigualdades laborales: la debilidad de las políticas públicas. Las posibilidades de acceso al mercado laboral no son las mismas para las mujeres que tienen poder adquisitivo para contratar a otra persona y derivar el trabajo de cuidado, que para aquellas que no lo tienen. “El Estado debería garantizar un acceso universal a servicios de cuidado de niños, personas mayores y con discapacidad. Para desarmar el nudo de reproducción de la desigualdad es fundamental que la cobertura y la calidad de esos servicios sean universales”, indica la economista.

«Transformar las relaciones económicas y de género es una lucha de poder», sostiene Rodríguez Enríquez.

En la Argentina, el servicio de educación básica y obligatoria está bien extendido y el horario escolar facilita que las mujeres puedan ocupar su tiempo en una actividad remunerada. Sin embargo, no sucede lo mismo con los servicios de cuidado para la primera infancia. Por otro lado, el mecanismo de licencias por maternidad y paternidad también es reducido y desigual entre hombres y mujeres. Rodríguez llama la atención sobre un punto crucial: por más que se consigan mejoras, las personas que tienen empleos informales no pueden acceder a ellos. “Es muy importante empezar por visibilizar el tema porque es algo que está tan naturalizado que ni siquiera se expresa como una demanda. Entonces, parte del trabajo que tenemos que hacer es construir esa demanda social por servicios de cuidado y exigirle políticas al Estado”, agrega.

La corriente de economía feminista apunta, justamente, a comenzar a construir esa demanda social. Según Rodríguez Enríquez, un objetivo general es “desarmar los nudos que reproducen la desigualdad y ampliar las posibilidades de las personas de elegir la vida que quieren y cuánto y cómo desean participar en el mercado laboral”.

¿Es posible esta transformación en la sociedad actual? Para la economista del CIEEP, “se trata de un debate no saldado, pero creo que aun en el marco de la sociedad capitalista se puede avanzar hacia sociedades menos desiguales. Transformar las relaciones económicas y de género es una lucha de poder. Lo que hace falta es construir poder social que mueva estas transformaciones. Es difícil, pero hay evidencias en la historia de la humanidad que dan cuenta de que se pueden construir resistencias y luchas sociales que produzcan modificaciones”. Y pone como ejemplo a “la jornada laboral de ocho horas y el derecho de las mujeres a votar, que son conquistas conseguidas gracias a la lucha organizada”.