Gárgano: “Cuanto más producimos de esta manera, más desigualdad tenemos”

¿Por qué se sigue pensando en el modelo agropecuario hegemónico como la única salida posible para el crecimiento y el desarrollo? Con esta pregunta como guía, la investigadora Cecilia Gárgano intenta problematizar los modos actuales de producción de alimentos en la Argentina y el rol que cumplen el Estado, las empresas, las comunidades y el sector de ciencia y tecnología.

Por Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – ¿Cómo llegamos al modelo hegemónico que tenemos hoy en el agro y por qué aparece como la única salida pese a todos los problemas ambientales, sociales y sanitarios que genera? Esa es la pregunta central que trata de responder el último libro de la investigadora Cecilia Gárgano, “El campo como alternativa infernal”, en el que hace un recorrido histórico del sector desde la década del 60 hasta la actualidad, incluyendo ejemplos de resistencia y lucha en los territorios.

La autora se dedica desde hace más de 10 años al estudio de la historia y las relaciones socioproductivas que se entrecruzan en las distintas realidades del mundo agropecuario argentino. En su su tesis de doctorado en Historia, en la Universidad de Buenos Aires, analizó el impacto de la dictadura en el sector agropecuario argentino, lo que fue abriendo nuevos interrogantes que la llevaron a buscar las raíces históricas de un proceso que continúa en la actualidad.

Gárgano es docente en la UNSAM, donde también coordina el programa de investigación denominado “Conflictos socioambientales, conocimientos y políticas en el mapa extractivista argentino”, junto con su colega Agustín Piaz, y participa en distintos espacios colectivos que buscan producir conocimiento crítico para el cambio social.

Su último trabajo, “El campo como alternativa infernal”, será presentado este viernes 29 de abril a las 18.30hs en el Museo del Hambre (en Av. San Juan 2491, en la Ciudad de Buenos Aires), con un panel de debate y reflexión en el que participarán junto a la autora, la doctoranda en geografía Patricia Pintos y los investigadores Juan Wahren y Pablo Arístide. El libro fue publicado por Imago Mundi Ediciones, junto con la Fundación Heinrich Böll Stiftung, y es de distribución gratuita. Se puede descargar en versión digital o conseguir impreso en la Ciudad de Buenos Aires (con prioridad para organizaciones), escribiendo a [email protected].

Si pudiera sintetizar la esencia del libro en pocas palabras, ¿cómo lo describiría?

El libro es un intento por canalizar una preocupación profundamente política, que tiene que ver con la necesidad y la urgencia de transformar las maneras de producir en nuestro país, porque el nivel de daño es sistemático y el nivel de abandono de las comunidades en muchas de estas temáticas es muy profundo, así como la soledad con la que recorren sus luchas. Entonces, si bien tiene un espíritu vinculado con el trabajo académico y dialoga con investigaciones historiográficas, es ante todo una explicitación de una preocupación por la necesidad de reconfigurar las maneras de habitar.

Para dar cuenta del entramado de actores, relaciones e intereses, el libro está dividido en dos partes: una más histórica y otra que analiza algunos casos de resistencia. ¿Por qué?

La primera parte del libro mira hacia atrás y rastrea momentos históricos como la expansión en el mundo y la llegada a la Argentina de la revolución verde, que es el comienzo de este paradigma que plantea que los problemas de la agricultura se resuelven con insumos químicos. Ese proceso fue muy estudiado a nivel mundial pero menos a nivel local, y me interesaba rastrear qué imágenes y discursos aparecen vinculados a esa transformación de cómo producir y habitar los espacios rurales.

Gárgano es también docente en la UNSAM, donde también coordina el programa de investigación denominado “Conflictos socioambientales, conocimientos y políticas en el mapa extractivista argentino”.

¿Y qué encontró?

Algo que me resultó interesante mientras hacía la investigación fue encontrar cierta raíz histórica de un proceso que hoy vemos frecuentemente, que es la denominada inversión de la carga de la prueba, que consiste en que a las comunidades en los territorios se las obliga a presentar pruebas y evidencias de los daños que sufren, en este caso, asociados al uso de agrotóxicos. Se trata de algo que comienza de la mano de estos nuevos paquetes tecnológicos, con una acusación de miedos irracionales a las primeras manifestaciones de resistencia.

Otro de los momentos históricos que analiza en el libro es la década del 70 y el impacto de la dictadura en el sector. ¿Qué caracteriza a esa etapa?

De alguna manera, ese capítulo sintetiza lo que trabajé en mi investigación de doctorado hace unos años. En los 70 se promueve la siembra directa pero todavía no había transgénicos, sino ingeniería genética e híbridos. Lo que pasa entonces, con la dictadura, es que hay un proceso de discusión sobre qué tiene que investigar un organismo estatal para el agro y a quiénes dirigirlo.  Entonces, se produce una ruptura con todos los intentos de empezar a mirar a otros sujetos y otros problemas agrarios que tuvieron un montón de trabajadores. El libro trabaja eso y recupera cómo en esos años se va intensificando una trayectoria que luego continúa, de privatización de los conocimientos generados con fondos públicos.

El tercer momento que el libro analiza es el marco más neoliberal de la agricultura, que comienza en los 90, en el que muchas de esas cuestiones se profundizaron.

Claro. Las bases para el proyecto neoliberal se concretan en esa década. En el agro, en particular, el comienzo del modelo transgénico está muy asociado a un desfinanciamiento del sector científico que, de alguna forma, y no casualmente en sintonía con ese proceso, intensifica los convenios con el sector privado. Lo que discute ese capítulo es de qué manera la ciencia estatal genera insumos para el agronegocio, porque es un tipo de agricultura muy intensiva en conocimiento. De hecho, el primer trigo transgénico del mundo fue desarrollado en la Argentina con fondos estatales.

¿Y qué destacaría de la segunda parte, que hace más foco en las comunidades?

Ahí trabajo sobre algunas experiencias de vida y resistencias en algunas localidades de Santa Fe, Entre Ríos y la provincia de Buenos Aires, que hoy están en el en el eje del modelo sojero. Esta parte cambia la perspectiva y aborda la misma problemática pero ya no desde el Estado, las empresas y los lugares de producción de conocimiento científico, sino desde las propias comunidades, adonde también aparece el rol estatal, en los mecanismos que protegen y desprotegen a las poblaciones, así como las evidencias científicas que tienen que juntar, y trato de analizar cómo se jerarquizan las voces en la problemática.

En “El campo como alternativa infernal”, Gárgano hace un recorrido histórico del sector desde la década del 60 hasta la actualidad, incluyendo ejemplos de resistencia y lucha en los territorios.

¿Qué características o ejes de análisis destacaría de todo este proceso histórico y el entramado socioproductivo que se ha ido desarrollando?

Hay tres procesos grandes que el libro busca discutir. Uno es el de homogenización, de un intensivo aplanamiento de la biodiversidad y de las dinámicas sociales. Como complemento, hay una dinámica de fragmentación, con vivencias y experiencias de vida que son muy parecidas, de historias que se repiten en distintas localidades del país, pero que están muy fragmentadas, en el sentido de que hay algo de la problemática socioambiental ligada al agronegocio que se construye como un hecho excepcional y accidental.

 Pero no son casos aislados…

Claro. Justamente, una de las cosas que trata de mostrar el libro es que esas experiencias de vida son comunes, que tienen lazos completamente transversales y que hay muchos mecanismos estatales que logran esa fragmentación. Por ejemplo, que una comunidad pueda estar fumigada a diversa cantidad de metros, según el municipio en el que estén, mientras que los transgénicos se aprobaron para todo el país.

¿Cuál es el impacto en las comunidades que se oponen o cuestionan el modelo?

Esas lagunas regulatorias, son mecanismos que van generando que las poblaciones queden atrapadas en instancias legales, jurídicas y burocráticas en las que tienen que salir a financiar los propios relevamientos sanitarios ambientales que el Estado no hace, y a juntar evidencias científicas. Frente a esos procesos de homogenización y de fragmentación, la pregunta es cómo salimos. El libro no tiene una receta, porque no la hay, pero sí trata de aportar algunas brújulas.

¿Por ejemplo?

Una tiene que ver con desnaturalizar la idea de este destino inexorable, en el que o producimos de esta manera o habrá una crisis. En realidad, cuanto más producimos de esta manera, más desigualdad tenemos, no son solo los problemas ambientales. Es necesario cuestionar esa falsa salida e historizarla, mostrar que es un producto histórico que no tiene nada de natural y repolitizar, volver a discutir esto que es básico para la historia argentina: ¿De quién es la tierra?, ¿cómo producimos?, ¿qué comemos? Que todas esas discusiones vuelvan a entrar en la política de alguna manera y pensar cómo podemos reunir eso que se fragmenta desde arriba.

Esta situación podría trasladarse a otras actividades extractivas.

Exacto. El libro trabaja sobre el agro pero si pensamos en los conflictos socioambientales de los últimos años, tuvimos Chubut y Mendoza por el agua, Mar del Plata con la exploración off shore y resistencias a la megaminería de litio, por ejemplo, con las nuevas promesas de la economía verde. Me parece que hay algo muy potente en esas comunidades, que de alguna forma, desde abajo y muy esforzadamente, ponen en cuestión otras maneras de producir y vivir.

¿A quién está dirigido este libro?

El libro tiene más de un público y propone distintas claves de lectura. Está pensado para estudiantes, que tuvieron bastante que ver con algunas de las reflexiones que plasmé en el libro, que algo de esas discusiones está cada vez más presentes en las generaciones más jóvenes. Entonces, está pensado para discutir y para incentivar discusiones, entre estudiantes y al interior de la academia, con colegas; pero también está pensado para quienes están resistiendo y dando la lucha en el territorio, que lo tengan como herramienta y pueda aportarles un pequeño granito de arena.

¿Fue pensado también para lograr alguna incidencia en gestores y tomadores de decisión en políticas públicas?

Bueno, ojalá algo de la decisión en materia de políticas públicas puede dar cuenta de estas cuestiones, porque necesitamos políticas estructurales que vayan desarmando esta matriz. El libro trata de aportar a esta discusión, que ha venido ganando agenda en los últimos años y que cada vez es más urgente. Por ejemplo, en los últimos años hubo un intento de incluir ciertos sectores como la agricultura familiar y la agroecología. La discusión ahí es en qué medida podemos avanzar en ese sentido, cuando estructuralmente se refuerza un modelo que promueve lo contrario. Esa coexistencia tan jerarquizada, no nos permite salir de este esquema productivo. Y la realidad es que sostener el modelo basado en los extractivismos en general, y en el agronegocio en particular, nos está generando poblaciones cada vez más pobres, en donde, en menos de 30 años, el agua en la provincia con las tierras más fértiles del país ya no es potable por la cantidad de agrotóxicos que tiene, y ni hablar de los daños en la salud.

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