Ser científica y no morir en el intento

El Centro Cultural de la Ciencia albergó una mesa redonda en la que investigadoras de diversas disciplinas relataron sus experiencias profesionales y hablaron de los obstáculos que enfrenta una mujer para transitar una carrera científica en la Argentina.

Por Nadia Luna  
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Agencia TSS — “Cuando terminé mi carrera de bioquímica y quise hacer mi doctorado, la directora del laboratorio al que quería entrar me empezó a dar vueltas hasta que me dijo que no, que hable con otra persona. Después me enteré que no tomaba mujeres como becarias”, recuerda la doctora en Farmacia y Bioquímica Andrea Gamarnik, investigadora principal del CONICET. Su relato forma parte de un video realizado por investigadoras de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT), que compila entrevistas a más de 30 científicas que hablaron sobre las dificultades que atravesaron durante su carrera por el simple hecho de ser mujer.

Un fragmento de ese trabajo fue proyectado al inicio de la mesa redonda “Ser científica y no morir en el Intento. Historias de vida y experiencias profesionales”, que se realizó el miércoles 5 de julio en el Centro Cultural de la Ciencia (C3). “El proyecto busca promover vocaciones científicas en niñas y mujeres”, contó Patricia Gómez, investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires (IIEGE-UBA), quien presentó y coordinó el trabajo junto con su colega Victoria Cano Colazo.

Las entrevistas incluyen relatos diversos como los de una ingeniera a la que le bajaron la calificación en la universidad por ser mujer (“me doctoré estando embarazada y rendí dos días antes de parir”), una científica que señalaba que los elementos en los laboratorios están diseñados para el cuerpo promedio de los varones (“a muchas las mesadas nos quedan por acá”, contaba, poniendo su mano a la altura de la nariz) y quienes debieron soportar comentarios misóginos y lesbofóbicos dentro del laboratorio.

De la mesa redonda participaron la socióloga y doctora en Historia Dora Barrancos, integrante del directorio del Conicet; la doctora en filosofía Diana Maffía, directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires; y la biotecnóloga Lucía Ciccia, doctoranda del IIEGE. El debate fue moderado por la doctora en Química Erica Hynes, secretaria de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional del Litoral (UNL).

Si bien las proporciones parecen equilibradas entre ambos géneros, en el nivel superior de la carrera de investigador del CONICET las mujeres son solo el 25% del total. Fuente: CONICET.

Ciccia recordó que empezó a investigar con el ideal de la “objetividad” con el que la habían formado y se chocó con la realidad. Su tarea consistía en estudiar el rol de una proteína del cerebro a partir de ensayos conductuales en ratones. Si bien era investigación básica, apuntaba a entender mecanismos que en un futuro pudieran aplicarse a personas con trastornos psiquiátricos. “Me indicaron que tenía que trabajar con ratas machos para evitar la fluctuación hormonal de las hembras”, recordó, ante las risas de asombro del auditorio. “Esto no era algo puntual de ese laboratorio, sino un hecho establecido. En líneas generales, el discurso neurocientífico legitimaba la existencia de dos tipos de cerebros y no incorporar a la hembra era una forma de considerar al macho como índice de referencia universal. La producción del conocimiento científico es otra forma implícita de expulsarnos del sistema”, sostuvo.

Así, la biotecnóloga reorientó su trabajo hacia una revisión crítica del discurso neurocientífico y observó que la lectura en la diferencia de cerebros no solo era binaria, sino también jerárquica. Esta lectura presumía que el cerebro de los varones está optimizado para la abstracción y la razón, mientras que al de la mujer se lo relacionaba con la emoción y la intuición.

“Se partía de hipótesis que, básicamente, sostenían que los nenes elegían camiones y las nenas muñecas no por una construcción social, sino por una programación genética hormonal”, dijo. Y agregó: “Hoy sabemos que la lectura binaria no es válida. Dividir a pacientes en hombres y mujeres para realizar un estudio puede dar falsos positivos: creer erróneamente que una variabilidad es a causa de la diferencia entre hombres y mujeres, cuando quizás es por azar”.

“Necesito una esposa”

“Mi marido es filósofo igual que yo. Teníamos los escritorios de trabajo y la biblioteca en casa. A los dos ó tres meses de tener mi primer cargo público, me dijo: ‘En esta casa falta una esposa’. Yo le contesté: ‘Tenés razón, yo también necesito una’”, recordó Diana Maffía. “Todos queremos tener una persona que resuelva lo cotidiano con destreza, amor y dedicación, pero somos las mujeres las que debemos enfrentar una especie de doble o triple jornada laboral si queremos tener una carrera profesional destacada, una familia y ejercer actividades sindicales para hacer valer nuestros derechos como trabajadoras”, agregó.

Maffía señaló que, cuando comenzó a trabajar en el Observatorio de Género, en el nivel superior de la carrera de investigador del CONICET las mujeres eran solo el 8% (hoy llegan al 25%) y tres de cada cuatro eran solteras. “La ciencia parecía un sacerdocio en el que habían tenido que omitir cualquier conformación de estructura privada para poder transitar la carrera. En cambio, los varones sí tenían familia porque no interfería en su construcción profesional”, explicó. Otro aspecto que influye a la hora de elegir entre una mujer y un hombre para un trabajo es la proyección que se hace de la productividad que puede tener una mujer en los períodos de embarazo y nacimiento de un hijo.

De izquierda a derecha: Érica Hynes, Lucía Ciccia, Diana Maffía y Dora Barrancos, durante la mesa redonda en el Centro Cultural de la Ciencia.

“No entienden una cuestión básica: estamos haciendo algo para la preservación de la humanidad. Puede que el año que demos a luz no publiquemos un paper, pero si en vez de evaluar el trabajo cada dos años, como se hace en el CONICET, se evaluara en períodos de cinco a diez años, se vería que nuestra productividad promedio es la misma que la de los hombres. Entonces, hay que ver a medida de quién están construidos los instrumentos con los que medimos la meritocracia”, dijo Maffía.

También retomó el aspecto que señaló Ciccia sobre la supuesta superioridad del “cerebro masculino”. “Antes, el argumento era el tamaño del cerebro: que si era más grande y pesado implicaba mayor inteligencia, algo que se descartó por completo. Cada vez que las mujeres nos movilizamos cambian los argumentos para hacer pasar por determinista una falsa inferioridad que ya tiene siglos”, apuntó.

Barrancos recordó que, mientras estaba en la Junta de Evaluación del CONICET, el coordinador del área de Física trajo la postulación para el ingreso a carrera de una científica que tenía 52 años. “Ustedes saben que eso es un escándalo público. Tenía un excelente currículum y quien trajo el caso dijo: ‘La historia se resume de manera simple. La doctora ha pasado dos tercios de su vida académica acompañando a su célebre marido por diversos laboratorios del mundo, por lo que debió postergar su propia postulación’. He aquí el misterio de los géneros”, explicó.

La socióloga también se refirió a la segregación horizontal. Actualmente, la mayor cantidad de investigadoras en el CONICET trabajan en ciencias biológicas y de la salud, y no en humanidades, como a veces se piensa, ya que “ese campo ha sido tan adverso para las mujeres como la física y la matemática. Y ni hablar de las ciencias jurídicas. El estado es una estructura patriarcal”, afirmó. También abordó las formas implícitas de segregación, como la lucha de científicas por figurar en los extremos de autoría de un paper (cuando hay varias firmas, se entiende que la primera y la última remiten a los autores principales) y una “cierta ceguera” por parte de las propias científicas de no poder o no querer advertir los procesos de segregación. “No sea que se las tome por feministas y se cuestione la sagrada objetividad de la ciencia”, ironizó.

Barrancos mencionó algunas conquistas logradas en el ámbito del CONICET a partir de su rol como parte del directorio del organismo. Entre ellas, el aplazamiento de la entrega del informe reglamentario para las mujeres en el año que dan a luz. También se amplió la edad límite de los ingresos a beca doctoral (hasta 30 años) y posdoctoral (hasta 35), con una excepcionalidad automática para las mujeres, que contempla un año más por hijo. De esta manera, una científica de 38 años con tres hijos puede aplicar a una beca posdoctoral del CONICET. “Todavía nos falta avanzar mucho”, reconoció.

En el cierre de la mesa, Érica Hynes habló del programa que implementa en la UNL para generar mayor calidad y equidad en la ciencia. Además, hizo referencia al Proyecto SAGA, de la UNESCO, en el que la Argentina, a través del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, participa como país piloto en el programa que busca elaborar un informe sobre la presencia o ausencia de perspectiva de género en las políticas de I+D. Según Hynes, “el conocimiento sobre las cuestiones de género en el ámbito científico está, pero es necesario que no quede reducido a seminarios marginales”.

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