El investigador del INTA y el CONICET es uno de los tres especialistas de la Argentina que participaron en la elaboración del último informe del IPCC sobre cambio climático. En diálogo con TSS, reflexiona sobre las principales alarmas detectadas y la relevancia de tomar medidas de mitigación y adaptación, tanto a nivel local como global.
Agencia TSS – Según el último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), el alcance y la magnitud del cambio climático está causando trastornos graves y generalizados en la naturaleza y en la sociedad, a nivel global. Por ejemplo, está reduciendo la capacidad para obtener alimentos nutritivos o proporcionar suficiente agua potable, y han aumentado la frecuencia y la propagación de enfermedades.
Entre los 270 autores principales del informe, provenientes de 67 países, tres son investigadores argentinos del CONICET: Matilde Rusticucci, de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires; Paulina Martinetto, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Mar del Plata; y Pablo Peri, doctor en Ciencias Agroforestales de las plantas, especializado en fisiología y producción forestal, que habló con TSS sobre su participación en este informe, los resultados obtenidos y la necesidad urgente de implementar medidas de mitigación y adaptación al cambio climático.
Peri es investigador en el CONICET y trabaja en el INTA desde el año 1993, adonde conformó el primer grupo forestal de la Estación Experimental de Santa Cruz. Actualmente, se desempeña como coordinador Nacional del Programa Forestales del INTA. Además, es vicepresidente de la Red Global de Sistemas Silvopastoriles (RGSSP) en el marco de la Agenda Global de Ganadería Sostenible de la FAO, y representante del INTA en el Comité Nacional de Manejo de Bosques con Ganadería Integrada (MBGI), creado a partir del convenio de articulación institucional entre el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable (MAyDS) y el Ministerio de Agricultura Ganadería y Pesca (MAGyP).
Antes de ser convocado como miembro del IPCC, adonde trabajó particularmente en el capítulo 12 del grupo de trabajo II, dedicado a determinar la vulnerabilidad y la adaptación al cambio climático, había participado en la elaboración de otros dos informes de Naciones Unidas, de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por su sigla en inglés), vinculados a modelos y herramientas para poder predecir impactos en la biodiversidad en la región.
Según datos del informe, entre los riesgos particulares para la Argentina, se menciona que los cambios en el régimen de lluvias y el derretimiento de glaciares provocarán escasez de agua, inundaciones y aludes en el país; que el cambio climático afectará la producción de alimentos, y que el país sufrirá graves daños económicos si no se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero. Todo esto parece abrumador. Entre tanta información, ¿cuál considera que es el valor central de este documento para el país?
– Para mí, el secreto es poder extraer de las 3600 páginas que tiene el informe los datos que puedan ser útiles para la Argentina. Porque la tarea no culmina ahí, sino que hay que tratar de tender puentes para que esta información se utilice y acompañe al país en el proceso de mitigación y adaptación al cambio climático. La Argentina es poco emisor de los gases de efecto invernadero, menos del 0,6%, al igual que otros países de esta y otras regiones, pero las consecuencias las pagamos todos. En África, por ejemplo, la escasez de agua es crítica en muchos pueblos y comunidades, tanto que hasta genera conflictos bélicos.
¿Y en nuestro país?
Lo estamos viendo con la bajante del río Paraná, por ejemplo, que significó pérdidas en millones de dólares en comercialización y dificultades en el acceso del agua de algunos pueblos; y con los incendios forestales, como en Corrientes, pero el año pasado fue en la Comarca Andina y en Córdoba, por mencionar solo algunos.
Todos esos fenómenos impactan de diferentes maneras, tanto en el ambiente como en las poblaciones…
Claro. No hay un impacto por factor de cambio climático, estos son múltiples y se van escalonando. La sequía reduce la producción de ciertos cultivos, eso influye en la oferta y la demanda, y los precios aumentan. Entonces, se podría decir que el cambio climático está aumentando los precios, si fuera un reduccionismo, no es algo directo pero sí indirecto. Está todo relacionado y eso también es importante resaltarlo.
Ese es uno de los aspectos destacados de este informe, que por primera vez toma en cuenta el vínculo entre el cambio climático con problemáticas sociales e incluso culturales. Por ejemplo, da cuenta de un aumento de las migraciones y desplazamientos relacionados con el clima en la zona de los Andes, el noreste de Brasil y los países del norte de América Central; y de la desigualdad de género ante el cambio climático.
Sí. El énfasis en el aspecto social del cambio climático, que se incluyó en este informe, a diferencia de los previos, es una mejora que le da más calidad y una comprensión más integral a este tema. Las migraciones son algo muy serio, y otro de los conflictos sociales tiene que ver con el impacto en la salud y el aumento de las enfermedades infecciosas. Además, sobre la cuestión de género, el informe resalta que las mujeres, en particular las del sector campesino pobre, son las más vulnerables, ya que no son parte de la toma de decisiones y son quienes muchas veces tienen que buscar el agua o la leña.
¿Qué acciones o políticas podrían implementarse para mitigar y adaptarnos al cambio climático?
Hay dos puntos que yo resalto. Primero, necesitamos con urgencia tener políticas de adaptación al cambio climático a nivel local, por la seguridad y la salud de nuestra gente. Necesitamos adaptarnos para responder a todo esto, y por eso estoy a total disposición del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático en la Argentina. Después, se luchará en el nivel internacional para que los que más emiten y son responsables del cambio climático también inviertan en adaptarnos al resto de los países.
¿Ese sería el segundo punto?
Sí. Considerando que estamos en el marco de Naciones Unidas, creo que los países más emisores deberían brindarnos financiamiento para la adaptación al cambio climático. Si hay pueblos y ciudades propensas a inundarse, se pueden hacer obras de infraestructura para evitar que las casas se inunden y muera gente, pero para eso se necesita dinero. Lo mismo con los incendios forestales, cuya prevención y control también requieren inversiones, al igual que posible acciones para evitar la escases de agua debido a la menor cantidad de agua disponible para los cultivos, producto del retroceso en la carga de nieve y los hielos de alta montaña.
Con respecto a los gases de efecto invernadero, si bien la Argentina es de los países con menores emisiones, el impacto que produce el cambio en el uso de los suelos por los modos de producción extractivos predominantes también está afectando a la salud de personas y el ambiente. El informe indica que el efecto combinado de ambos impactos en la región conducirá a una disminución a largo plazo de las reservas de carbono en la biomasa forestal, comprometiendo el papel de la Amazonía como sumidero de carbono.
Es que, por más que las emisiones sean bajas en el total, eso no nos quita responsabilidad. Yo trabajo en la Coordinación Nacional del Programa Forestal del INTA, principalmente del Parque Chaqueño, que es adonde ocurre la mayor deforestación en Sudamérica después del Amazonas, con más de 180.000 hectáreas por año que cambian de uso del suelo. En ese contexto, uno pensaría en dejar de deforestar, pero hay gente viviendo y hay que producir alimentos, la población aumenta y hay que desarrollarse. Entonces, dentro de las alternativas productivas hay propuestas.
¿Por ejemplo?
Por ejemplo, el Ministerio de Ambiente, junto con el Ministerio de Agricultura y el INTA, firmaron un acuerdo político-técnico de Manejo de Bosques con Ganadería Integrada (MBGI), mediante el cual acuerdan producir carne, proteína de origen animal, fibra y leche de origen animal, sosteniendo una base del servicio ecosistémico de los bosques. Es una alternativa productiva que permitiría conservar y mitigar, porque evitaría el cambio de uso del suelo, y el Fondo Verde, que obtuvo el Ministerio de Ambiente junto con la Dirección de Bosques, invierte 10 millones de dólares para que todas las provincias lo apliquen. Es una acción que tiene que ver con el cambio climático pero también con nuestros bosques, con qué le dejamos a las futuras generaciones y con la producción.
– Este tipo de acciones convive con las presiones constantes para seguir avanzando con actividades extractivas. Recientemente fue por la exploración de gas en la costa de la provincia de Buenos Aires y el debate en torno a la Ley de Humedales, pero al comienzo de la pandemia también generó controversias la instalación de granjas de cría intensiva de cerdos para exportar a China, actividad que finalmente fue aprobada en la provincia del Chaco, una de las más afectadas por la deforestación.
Sí. Hay que enfatizar que no estamos hablando de no tocar el bosque, sino de intervenirlo pero sosteniendo su cobertura. Tenemos evidencias científicas de que podemos producir carne fijando carbono, es decir, mitigando el efecto del cambio climático. Comparado con sistemas productivos sin árboles, que desmontan todo y emiten gases de efecto invernadero, podemos pasar a fijar carbono y posicionarnos como país, en tanto productores sostenibles, en el marco el cambio climático. Ahora bien, hay responsabilidades de la Argentina y está bien que se posicione en el mundo tomando líneas de acción para mitigar el cambio climático, pero el secreto está en cómo nos adaptamos. Porque podemos ser muy buenos mitigando, pero tenemos que adaptarnos. Ante la escasez de agua para los cultivos, por ejemplo, hay lineamientos de investigación en genética de plantas más resistentes a sequías o sistemas de riego más eficientes. Hay muchas opciones, pero todas requieren alinear la política de financiamiento y un sector científico acorde, que acompañe estas necesidades. Y el paraguas de eso es un plan nacional de adaptación al cambio climático.
¿Cómo fue trabajar para este informe junto a expertos de todo el mundo? ¿Cómo fue la dinámica para lograr el documento final?
– La experiencia fue interesantísima y muy enriquecedora. Había reuniones anuales, y la última no se pudo hacer por la pandemia, en la que participan los grupos de autores principales por cada capítulo. También había plenarios en los que se presentaban avances, eran reuniones de más de 200 personas de todos los países. Y, además, había reuniones muy intensas, que duraban toda una semana, con las visiones de los gobiernos. La tarea fue ardua porque recibimos dos grandes sets de correcciones y, tras ser evaluado por pares que no formaron parte del informe y por los gobiernos de todos los países en el marco de las Naciones Unidas, llegaron más de 62.000 comentarios y revisiones.