Los fenómenos provocados por el cambio climático y la explotación masiva de recursos naturales pueden convertir a sus víctimas en desplazados ambientales. Investigadoras de la Universidad Católica de Córdoba reflexionan sobre estos impactos.
“Inundaciones en la Argentina dejan dos niños muertos y 12.000 evacuados”, “Un nuevo temporal provocó inundaciones en cinco provincias y hay más de 5.000 evacuados”, “Diez muertos por los incendios y las inundaciones que devastan cinco provincias argentinas”. Estos son algunos de los títulos que aparecieron en diversos medios de comunicación, en marzo de 2015, y basta con incluir las palabras inundaciones o sequías en la Argentina en algún buscador web para ver cómo la lista se amplía. El fenómeno dista de ser nuevo e incluye a su opuesto, las sequías, que también pueden ser igual de nocivas: es lo que ocurrió en 2014, cuando la falta de agua puso en situación de emergencia a las provincias del norte del país.
Estos riesgos no son exclusivos de la Argentina. Por el contrario, se estima que la cantidad de desastres naturales aumentó de 50 eventos promedio en la década de 1950 a 400 en la del 2000, y se calcula que el 60 por ciento de la población mundial es vulnerable a los efectos del cambio climático. Entre ellos, el más significativo es la sequía, que según datos de la Organización Mundial para las Migraciones afectó a 1.600 millones de personas en los últimos 30 años, “casi el doble que las afectadas por tormentas”. Así lo describe una investigación desarrollada por Florencia Chiffel Valdez y Clara Dalmasso, de la Universidad Católica de Córdoba, en la que analizan la situación de los denominados desplazados ambientales, o migrantes forzosos.

se encuentra en el banquillo de los acusados.
“Nadie se pregunta por qué esa persona se va de su lugar de origen. Se supone que el migrante es alguien que sale voluntariamente de su país porque busca mejores condiciones de vida… pero para el caso de los desplazados ambientales, trabajamos con el concepto de migrante forzoso, que es aquel que se mueve porque está obligado a hacerlo”, explica Chiffel y aclara que esta tarea no es sencilla ya que, si bien se trata de temas que se han comenzado a estudiar a nivel internacional, no existe una categoría de análisis que permita unificar los movimientos poblacionales internos dentro de cada país, ya que se considera refugiados o migrantes a quienes cambian su país de residencia.
En el estudio, las investigadoras citan estimaciones de diversos autores como Norman Myers, que considera que ya en 1993 había 25 millones de desplazados, cifra que para el año 2050 ascendería a unas 200 millones de personas que dejarían sus zonas de residencia por alteraciones en las lluvias, subidas de los niveles del mar, inundaciones y sequías.
¿A qué se debe este aumento en los fenómenos meteorológicos? En los acontecimientos sufridos en el centro y norte del país entre febrero y abril de este año, por ejemplo, la deforestación (muchas veces por cuestiones económicas, como destinar tierras al monocultivo o para emprendimientos inmobiliarios) se encuentra en el banquillo de los acusados.
Por eso, aclara Dalmasso -que además es becaria del CONICET– hay que hablar de “los desplazados por el desarrollo, que son aquellos vinculados a determinados modelos de producción, ya que cuando hay un problema o alguna consecuencia, como que la gente se tenga que desplazarse a causa de proyectos de grandes inversiones, como en megaminería, cultivos de soja o hidrocarburos, nadie lo asocia a una problemática ambiental. Pero, en realidad, son desplazados ambientales porque todos estos proyectos tienen una inminente y directa consecuencia en sus estilos de vida: cambian sus condiciones, bienes comunes, recursos naturales y la disposición que hacían de ellos”.
En el estudio “Capitalismo y medio ambiente: la mercantilización de la naturaleza y el desplazamiento poblacional”, las investigadoras detallan que en América Latina este problema se vincula a tres situaciones: la primera es el cambio del uso del suelo, con el avance de la frontera agropecuaria y el monocultivo de soja, “y sus consecuencias nocivas para el suelo y para las personas que allí habitan”; la segunda es la expansión de “los grandes proyectos de ´desarrollo´ (represas, carreteras, grandes explotaciones mineras o de petróleo)”; y la tercera se manifiesta a través de los desastres ambientales que aumentaron exponencialmente en la región, que “a pesar de ser una de las que menos contamina a nivel mundial, es la principal receptora de las consecuencias devastadoras del cambio climático, por su posición desventajosa en el mapa económico mundial”.
“Lo que sorprende –dice el informe- es que desde los organismos internacionales, a la hora de tratar la temática, se enfoca más en los efectos que una gran cantidad de desplazados pueden provocar en el lugar al que se dirigen –las formas de ´entorpecer el desarrollo´-, en lugar de centrarse en buscar soluciones a largo plazo para que el desplazamiento en sí mismo deje de suceder”.
Desarrollo y ambiente: ¿Unidos o enfrentados?
En el estudio desarrollado por Chiffel y Dalmasso los daños colaterales incluyen a los migrantes forzosos. “Hay quienes consideran que no existen desplazados por el desarrollo, porque éste implica externalidades positivas y no ven las negativas”, dice Dalmasso, pero subraya la importancia de pensar en los impactos negativos que pueden provocar los grandes proyectos que se establecen en pos del desarrollo y de incorporar en ellos a quienes viven en los lugares en los que se van a implementar. “Hay experiencias de procesos consultivos e incluso auto-gestionados. Hay que tratar de encontrar un equilibrio social y ambiental. No alcanza con darle dinero a la gente para que se mude, porque la gente que vive ahí trabaja la tierra, tiene relación con su entorno y moverla o modificar ese espacio implica cambiar totalmente su forma de vida”.
Chiffel es más categórica al respecto: “Estas lógicas de apropiación y uso de los recursos humanos son un atentado contra la vida. Hay gente que pierde sus rasgos identitarios y, si queremos empezar a pensar realmente en alternativas, hay que abandonar la categoría de desarrollo, principalmente porque se trata de un término importado que viene de la mano de un sistema de producción que es el capitalismo, que hasta el día de hoy ha mostrado ser incompatible con el cuidado del medioambiente en su sentido más amplio, entendido como todo el sistema social y cultural que se genera en la relación entre el hombre y la naturaleza”.

dejarían sus zonas de residencia por alteraciones en las lluvias, subidas de los niveles del mar, inundaciones y sequías.
Para Dalmasso, “el modelo productivo extractivista y la cuestión del desarrollo son un impedimento a la hora de poder pensar en estos temas. Estamos siempre en las mismas categorías. Lo mismo pasa con los desplazados ambientales: si solo reconocemos la categoría de refugiados, como si solo usamos la categoría de desarrollo, es muy difícil pensar en estos temas y poder ver realmente el trasfondo de todas estas cuestiones”.
El investigador del CONICET Pablo Canziani también se refirió a estas problemáticas en una charla de divulgación que se desarrolló a principio de abril en la Universidad Tecnológica Nacional de Buenos Aires, adonde integra la Unidad CONICET de investigación en ingenierías. Canziani no cuestiona la categoría de desarrollo pero aclara que prefiere hablar de “desarrollo humano integral y no de desarrollo sustentable”, ya que considera que “el desarrollo es una cuestión humana y la naturaleza evoluciona; por lo tanto, cuando hablamos de desarrollo estamos hablando del rol en la relación del hombre con los demás y con su entorno”.
El especialista, que en 2007 obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su participación en la elaboración del Cuarto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, sostiene que “en la ecuación del concepto de desarrollo no vale más el modelo llave en mano, con el que se compraba una planta en el exterior y se armaba acá, porque no está diseñada para las necesidades reales y los problemas locales”.
En este sentido, sostiene que “el ingeniero tiene que conocer la tecnología de cada lugar, debe ser capaz de diseñar su propia tecnología y de adaptarla a las necesidades ambientales y sociales”. Y resalta «el importante rol de los ciudadanos para que, por un lado, le demanden al sistema político mayores controles y la implementación de las regulaciones; y, como consumidores exigentes, por otro, para que antes de elegir reclamen controles y certificaciones».
16 abr 2015
Temas: Desarrollo local, Desastres naturales, Inundaciones, Medio ambiente, Migraciones internas, Sequía