El autor italiano visitó la Argentina para presentar su último libro, en el que los personajes deben enfrentar las consecuencias del cambio climático. En esta entrevista, se refiere al proceso creativo en el que la realidad y la evidencia científica se convierten en historias que buscan generar conciencia sobre un posible futuro que ya puede leerse en los diarios.
Agencia TSS – Bruno Arpaia quería ser escritor pero no se lo decía a nadie. Optó por estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Nápoles, en Italia, pero nunca olvidó aquella pasión por la escritura que rápidamente lo convirtió en periodista y que, con el tiempo, también lo volvió un comunicador de la ciencia. En 1990, publicó su primera novela y desde entonces no ha dejado de contar historias. En 2011, publicó La energía del vacío, su primera obra en la que la física se filtra en la ficción para convertirse en protagonista. El año pasado llegó el turno de Algo, ahí fuera, una ficción sobre los efectos sociales del cambio climático en Europa.
¿Por qué decide incluir temas científicos en la ficción?
Los escritores que nos interesamos por la ciencia somos una minoría y me parece fundamental tratar de reunificar las disciplinas humanísticas y científicas, porque la aventura que implican y la pasión por el conocimiento son iguales en ambas.
¿Cómo es la elección de esos temas científicos que luego incluirá en sus textos?
La energía del vacío surgió porque me apasiona la física. Siempre pensé que narrar historias y escribir novelas es hacer cuentas con el tiempo. Una novela es una manipulación del tiempo y del espacio. Uno puede contar 24 horas en 600 páginas, como (James) Joyce, o 30 años en tres líneas, como Stendhal. De esa manera, el autor va creando el espacio, porque cada objeto que se escribe arma un espacio pero, sobre todo, es una manipulación del tiempo. Cuando decidí que quería ser escritor pero todavía no lo confesaba, mi problema era el tiempo. Empecé a leer libros de filosofía, de sociología, y tuve que llegar a la física, que me apasionó, hasta que en un determinado momento decidí que tenía que escribir una novela en la que la física fuera la protagonista.
¿Por qué el cambio climático en el caso de Algo, ahí fuera?
Esa novela nació de una manera bastante rara, porque a mis 20 años ya tenía en la cabeza la imagen de miles y miles de personas harapientas que iban en condiciones casi arcaicas y sin los medios que tenemos ahora. Además, me fascina la ciencia y empecé a leer más sobre el cambio climático, porque sabía que sus efectos son mucho más graves de lo que muchas veces nos cuentan. De repente, me di cuenta adónde iba esa gente que tenía en mi cabeza. Nosotros somos migrantes desde nuestros inicios, el homo sapiens era migrante, salimos de África hace 65.000 años.
¿Por eso la migración es central en su novela?
Es que nadie piensa que el cambio climático conlleva a migraciones, y la Agencia de la ONU para los Refugiados nos dice que hay en este momento 65 millones de refugiados climáticos, y que van a aumentar muchísimo. En mi novela, somos los mismos europeos quienes tendremos que irnos, pero traté no solo de inventar, sino de deducir los escenarios sociales, políticos, de violencia y conflicto que van indefectiblemente de la mano con el cambio climático. Porque, en general, lo pensamos como algo paulatino, un poco más de calor en verano y menos frío en invierno, lo cual no es cierto porque el clima es un sistema complejo, un proceso no lineal, lo que quiere decir que pequeñas causas pueden provocar consecuencias enormes. Si llega un punto en que se derriten los hielos en Groenlandia, por ejemplo, casi de inmediato los mares subirán varios metros y una quinta parte de la población mundial, que vive en las costas, tendrá que desplazarse.
¿Qué fuentes de datos suele utilizar para sus ficciones?
Han dicho que Algo, ahí fuera es una novela distópica, postapocalíptica o de ciencia ficción. Yo digo que, lamentablemente, es muy realista, porque tomo informes científicos sobre el cambio climático y los escenarios en que se mueven los protagonistas son incluso de los más optimistas. Por ejemplo, el peor escenario del IPCC –el Panel intergubernamental del Cambio Climático– es que, si seguimos así, en el año 2100 los mares subirán alrededor de un metro. Pero hay expertos que tienen previsiones mucho más pesimistas. En mi escenario de ficción, los mares subieron seis metros en 2080. También describo una sequía en California, que en realidad se basa en la sequía de hace tres años. Lo que hice fue tomar reportajes periodísticos de esa fecha y ubicarlos en el año 2036.
Si no es de ciencia ficción, ¿cómo definiría entonces su última novela?
Siempre repito que soy un escritor transgénero, en el sentido de que no me importan las etiquetas que me pongan. Los críticos distinguen entre novela histórica, política y demás, pero siempre son novelas. La novela nace como una mezcla de géneros. Cervantes tomó todos los géneros literarios que existían en su época y los juntó en El Quijote. Y la novela siempre ha sido eso, un género degenerado, mestizo, que durante siglos incorporó la poesía, la historia, el periodismo… Una novela es siempre una historia de relaciones humanas. Los datos científicos son el complemento de una historia en la que busqué crear personajes creíbles, vivos. En mi novela, los protagonistas tienen que volver a Italia y se encuentran con una situación caótica, que es el capitalismo llevado a sus consecuencias más extremas, sin vínculos ni reglas, donde la ley es la del más fuerte.
¿Cree en el poder de contar historias para cambiar las cosas?
Estamos acostumbrados a pensarnos en términos individuales y, cuando pienso en un problema tan grave y agobiante como el cambio climático, me pregunto qué puedo hacer frente a esto. La reacción psicológica es apartarse y dejar que alguien se ocupe, pero, en realidad, nadie lo hace. Siempre he confiado en el gran poder de las historias, por razones incluso de evolución en nuestro cerebro. Son el recurso más antiguo y eficaz que tenemos para transmitir experiencias, nos volvimos humanos cuando nuestro cerebro aprendió a contar historias. Lo que vemos y percibimos es una historia que nos cuenta el cerebro, y eso nos da una ventaja evolutiva tremenda. Para el cerebro es igual el pasado y lo que todavía no ha ocurrido, un personaje de novela o de una película, que uno real. Podemos distinguir entre realidad y ficción, pero la manera de procesar del cerebro es la misma. Siempre digo que conozco mejor a Madame Bovary que a mi prima que no veo hace 35 años. Entonces, pensé que vivir con mis personajes el hambre, la sed, los peligros y la humillación de ser un migrante rechazado por una Europa que se cierra como una fortaleza, imaginar el mar que sumerge a una ciudad como Nueva York, todo eso puede ayudar a tomar conciencia sobre las consecuencias del cambio climático.
En esa misma línea, las historias también podrían ayudar a comunicar la ciencia, ¿no?
La comunicación de la ciencia es eso, hacer que se vuelva una historia. Incluso, la ciencia es un cuento con sus propias características. ¿Qué es la física cuántica? Pequeñas cosas de las que todavía no sabemos lo suficiente. Elaboramos un cuento que nos da una idea y hacemos experimentos para tratar de comprobar lo que pensamos. Es un cuento con algunas partes claras y otras oscuras, como en la literatura.
Pero hay muchas otras clases de comunicación científica.
Los científicos solo debían escribir papers para sus pares, pero todo cambió. La ciencia ahora es postacadémica, hay muchos actores en la sociedad que influyen en el trabajo de los científicos: la financiación, los políticos, los grupos de opinión pública, los periodistas y las asociaciones ambientales, entre muchos otros. No es simplemente una comunicación de arriba hacia abajo, como se la entendía antes, sino que en el modelo actual la comunicación va y viene. Algunos hablan de un modelo Venecia, como analogía con un esquema en el que hay muchas islas comunicadas entre sí con diversos puentes.
¿Por qué es importante contar la ciencia?
Porque necesitamos una ciudadanía científica que no tenemos. Cada vez más nos interpelan sobre cuestiones científicas: desde si hay que instalar o no una central nuclear hasta la procreación asistida. La gran mayoría de la gente no sabe qué hacer pero hay que decidir y, lamentablemente, veo que en ocasiones vamos en otra dirección, hacia una desculturización total. Por eso la ciudadanía científica es importante y se logra a través de la educación. ¿Cuál es la dificultad de explicarles ciencia a los niños? La ciencia es algo que muchas veces nos enseña a pensar en contra del sentido común. Sin la ciencia todavía creeríamos que la Tierra es plana. El mundo es complejo y necesita gente que sepa dar respuestas a la altura de esa complejidad.
30 ene 2018
Temas: Cambio climático, Comunicación de la ciencia, IPCC, Literatura, Medio ambiente, Refugiados, UNSAM