La aparición de miles de peces muertos en el litoral generó alarma en varias provincias. Aunque las autoridades sostienen que fue “un fenómeno natural”, los altos niveles de contaminación encontrados en el Paraná abren un interrogante sobre el impacto de la actividad económica en el sexto río más largo del mundo.
Agencia TSS – Los vecinos fueron los primeros en alertarlo y compartir imágenes a traves de las redes sociales: miles y miles de de peces agonizando, muertos, en descomposición, a veces amontonados, otras veces dispersos: armados chancho, morenas, rayas, viejas del agua, patís, dorados, dientudos, tres puntos, surubíes atigrados, bogas, todos afectados por un mismo fenómeno que generó alerta y preocupación en la región atravesada por los ríos Parana y Paraguay.
Según un informe presentado por el Ministerio de Ambiente de la Provincia de Santa Fe, este hecho no estaría vinculado con contaminantes químicos de uso agroindustrial sino que ha sido provocado por un “fenómeno natural” debido a la falta de oxígeno en el agua. “Fui por algo de índole menor y me encontré con una mortandad masiva”, le dijo a TSS el biólogo Danilo Demonte, técnico de la Dirección Ecosustentable de los Recursos Pesqueros de dicho Ministerio, que elaboró el informe en base a diversas muestras de agua que fueron analizadas en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), en busca de 120 agroquímicos diferentes, y detalló que, junto con las muestras, también registró ciertas características biológicas del agua y la zona –como el oxígeno, la conductividad, la temperatura, la presencia de insectos y el tipo de movimiento de los peces–, específicamente del sector de Villa Ocampo y Romang, ambos pertenecientes al río San Javier, que forma parte del sistema del Paraná, adonde los peces muertos registrados fueron al menos 7.400.

“Todo indicaba cuestiones que tenemos en la zona: el valor del oxígeno era muy bajo, incluso alejándonos de la playa; la temperatura del agua era altísima, de 29 o 30 grados a un metro de profundidad. Otro indicador importante es que no fue una cuestión puntual: ocurrió desde Paraguay por más de 400 kilómetros de largo y eso lo diferencia de casos puntuales de contaminación por agrotóxicos, que cuando ocurren en una zona provocan efectos de uno o dos kilómetros, pero no se extienden por esas longitudes”, explicó Demonte, que también es docente en la carrera de Biodiversidad en la UNL.
El informe advierte que la materia orgánica detectada puede ser de diferentes orígenes, entre los que menciona sedimentos expuestos antes de la creciente, el lavado de campos con suelos expuestos por la actividad agrícola o superficies altamente abonadas por las actividades pecuarias o por conexión de napas freáticas contaminadas. “Es difícil determinar en qué cantidades esa materia orgánica llegó de tierra firme o de la isla, que es lo que en general ocurre. Hoy no hay forma de saberlo, pero si pudiéramos generar un sistema de monitoreo se podría evacuar esa duda sobre si vinieron, por ejemplo, de campos arados o de desechos de animales de una cría intensiva”, aclaró Demonte, aunque insistió en que en este caso lo considera un fenómeno natural: “Para mí, esto ocurre naturalmente desde hace mucho tiempo, hay casos puntuales que se vienen estudiando desde los años setenta en ciertas condiciones especiales, que acá se dieron: hubo mucho más calor que de costumbre y hubo una lluvia importante en la zona sur del Chaco, que inundó con vegetación palustre, con hojas ya muertas y oxidadas, lo que produjo una gran masa de agua de lluvia con muy poco oxígeno”.

De un modo u otro, los desechos de esas actividades logran llegar al río, y ya en 2016 existía evidencia sobre las altas concentraciones de glifosato y su principal metabolito, el ácido aminometilfosfónico (AMPA), que en los sedimentos de la cuenca eran hasta cuatro veces superiores a lo habitual, principalmente en las zonas media y baja de la cuenca, que coinciden con la agricultura intensiva que se practica en esas regiones, según un primer relevamiento desarrollado por el Centro de Investigaciones del Medio Ambiente (CIMA), de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata (FCE-UNLP).
Según la Declaración del Tercer Congreso Nacional de Médicos de Pueblos Fumigados (de 2015), de la Red Universitaria de Ambiente y Salud, el uso de glifosato y otros agroquímicos aumentó un 983 % durante los últimos 25 años, de 38 a 370 millones de kilos. El primer cultivo transgénico en la Argentina fue la soja tolerante a glifosato, que se introdujo en 1996. Desde entonces, según el Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (ArgenBio), el área con cultivos genéticamente modificados ha crecido de forma sostenida, hasta alcanzar 24,5 millones de hectáreas durante la campaña agrícola 2015/2016. Actualmente, casi todos los productores de soja, maíz y algodón en el país usan variedades transgénicas.

“Es muy preocupante la cantidad de plaguicidas que se están tirando al campo que acceden por la escorrentía a los ríos, que viene desde Brasil arrastrando sustancias tóxicas, pero que acá se siguen aportando con muy poco control y elevadas cantidades de muchísimos compuestos. Una parte de ellos se acumula en los sedimentos de los ríos”, le dijo a TSS la doctora en Química Alcira Trinelli, investigadora de la UBA y del CONICET, e integrante de un equipo que durante cinco años (2010-2015) documentó el estado del recurso hídrico en la zona de Pampa del Indio, en Chaco. Según Trinelli, “es como una bomba de tiempo, porque muchos de estos procesos son reversibles, es decir, que la reacción que hizo que el compuesto se pegue al sedimento puede revertirse y hacer que se despegue en otro contexto. Por ejemplo, si el sedimento viajó de Chaco a Buenos Aires, adonde el agua tiene otras condiciones. Es muy peligroso, porque los sedimentos viajan como materia en suspensión a lo largo del río y se los puede terminar teniendo en la toma potabilizadora de agua de Buenos Aires”.
Actualmente, la investigadora releva el estado y la calidad del agua en otras regiones del Chaco, particularmente en Avia Terai, cerca de Saenz Peña, y Fuerte Esperanza. Si bien no hay resultados definitivos, las muestras preliminares también indicarían la preocupante presencia de glifosato adsorbido en los sedimentos. “Toda la provincia aparentemente está afectada, producto de la gran extensión de campos cultivados y de cultivos aptos para el uso de glifosato. A esto se suma que el impacto es mayor en las poblaciones rurales, que son vulneradas en sus derechos, aisladas y postergadas”, sostuvo Trinelli.
15 feb 2018
Temas: Agrotóxicos, Agua, Biodiversidad, Contaminación, Medio ambiente, Peces, Río Paraná, UNL