Editores de genes

Las nuevas herramientas de edición génica permiten modificar organismos vegetales y animales con una facilidad sin precedentes. Investigadores locales hablan sobre el potencial de las nuevas técnicas y sobre la necesidad de producir insumos locales.

Por Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – «Si queremos usar edición génica para generar valor agronómico a nuestros cultivos, que es uno de los retos de la ciencia argentina en los próximos años, el desafío es saber cómo vamos a articular el uso de esta tecnología, es decir, qué vamos a editar, qué vamos a modificar y hacia dónde vamos a apuntar», dice Andrés Cernadas, investigador posdoctoral en el Instituto de Biotecnología del Instituto Nacional de Tecnología Agraria (IB-INTA) y docente en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA). Según Cernadas, «es importante que la edición génica no solo avance en el campo de la biotecnología aplicada, sino que también sirva para la generación de conocimiento básico».

Desde que comenzaron las investigaciones con las denominadas tecnologías recombinantes –aquellas que combinan genes de un mismo o de diversos organismos– se han utilizado diversos métodos, tres de los cuales han cobrado relevancia durante los últimos 15 años. Estas herramientas de edición génica se encargan de «lastimar» a un gen para que este mute, quede inactivado o sea reemplazado por otro, según lo que el investigador esté buscando.

La primera herramienta de edición genética fue la denominada ZFN –en español, algo así como «nucleasas de dedos de zinc»– y comenzó a difundirse en el año 2002. A partir del 2009 comenzó a utilizarse otra metodología similar, conocida como TALEN –cuya traducción sería “nucleasas de tipo activadores de transición” –, que era más rápida y sencilla, paro todavía muy costosa para los laboratorios locales.

Finalmente, en el año 2012 comenzó a difundirse una nueva herramienta de edición génica llamada CRISPR-Cas 9 –en este caso, por la traducción de “nucleasas de secuencias palindrómicas repetidas inversas–, que permite obtener resultados más precisos, de manera más acelerada y a costos mucho menores que los de sus predecesoras.

En el año 2012 comenzó a difundirse una nueva herramienta de edición génica llamada CRISPR-Cas 9, que permite obtener resultados más precisos, de manera más acelerada y a costos mucho menores que los de técnicas anteriores.

«Antes [con ZFN y TALEN] se pegaba una proteína al ADN para que identificara una secuencia específica y había una enzima que cortaba el ADN. Ahora, con CRISP, no es una proteína la que reconoce la secuencia, sino un ARN guía», explica Daniel Salamone, especialista en biotecnología y biomedicina, investigador del CONICET y profesor asociado del Departamento de Producción Animal de la FAUBA, durante una capacitación conjunta organizada por los medios de divulgación Sobre La Tierra, de FAUBA, y la Revista RIA, del INTA, a la que asistió TSS. Según Salamone, «ese pequeño detalle técnico hace que, en lugar de tener que pagar 30.000 dólares para construir esa proteína y ensamblarla, al investigador le cuesta menos de 1.000 dólares».

«Las tres estrategias sirven para generar un corte específico en el ADN y, a partir de eso, hacemos edición génica basándonos en mecanismos de reparo del ADN intrínseco de la célula», agrega Cernadas, y compara: «A pesar de ser muy efectivo y de que hay herramientas online disponibles para poder diseñar cortes específicos, TALEN perdió la preferencia de los usuarios porque CRISP es notablemente superior en términos de versatilidad y costos: con TALEN, en alrededor de diez días se pueden diseñar y construir lar herramientas moleculares para comenzar a trabajar, que no parece mucho en un laboratorio, pero con CRISP el diseño y construcción del experimento pueden tomar tan solo dos días».

Actualmente, hay alrededor de diez laboratorios en la Argentina que se dedican a este tipo de investigaciones con edición génica, tanto en plantas como en animales, con distintos fines, que van desde modificar un organismo vegetal para que soporte condiciones climáticas extremas o uno animal para que sus órganos puedan ser utilizados en trasplantes a humanos. También para el desarrollo de alimentos con más nutrientes o sin algún componente eventualmente perjudicial para la salud.

En la mayoría de estos casos, hoy se utiliza la técnica CRISP y para ello se deben importar insumos que suelen venderse en forma de kits compuestos por diferentes reactivos –entre los cuales puede haber nucleótidos, plásmidos y lípidos–, aunque en general los investigadores suelen acceder a ellos por separado o a través de intercambios entre colegas, lo que les permite reproducirlos y reducir costos.

«Un pequeño detalle técnico hace que, en lugar de tener que pagar 30.000 dólares para construir una proteína y ensamblarla, al investigador le cueste menos de 1.000 dólares», dijo Daniel Salamone, especialista en biotecnología y biomedicina, investigador del CONICET y profesor asociado del Departamento de Producción Animal de la FAUBA.

«Los problemas con la importación son los mismos de siempre: los importadores de insumos son pocos y, en algunos casos, hay un manejo monopólico. Además, en general no tienen stock de reactivos, lo que genera demoras grandes porque suelen encargar a demanda y a un tipo de cambio elevado», dice Oscar Taboga, coordinador del Área Biología Molecular de Microorganismos del IB-INTA, que trabaja con cuestiones vinculadas a genética animal. Taboga se dedica al desarrollo de vacunas recombinantes, para las cuales también utilizan este tipo de reactivos, aunque aclara que su trabajo no incluye específicamente lo que se conoce como edición génica en sí misma.

«El conocimiento básico es muy importante para el desarrollo de la ciencia local y para la búsqueda constante de la excelencia científica, y principalmente para que podamos innovar y generar nuestros propios productos derivados de la biotecnología moderna», agrega Cernadas, aunque comenta que, si bien es cierto que “tenemos las herramientas” para hacerlo, la investigación en estos temas –al menos en el área vegetal en la que él se especializa– todavía no está lo suficientemente avanzada en el país.

Taboga coincide con Cernadas en que, en un contexto de reducción presupuestaria y crisis como el actual, los científicos deben buscar continuamente alternativas para poder desarrollar su trabajo. «Uno convive con esa realidad desde hace mucho. El tema es que la inflación, la devaluación y la revalorización del dólar hicieron que los insumos cuesten más caros y nuestros subsidios no subieron en la misma proporción”, argumenta el especialista. Y concluye: “Puede ser que, como dicen, en toda crisis haya una oportunidad; pero yo prefiero que no haya crisis. Ahora estamos en un momento en el que vamos a tener que ser muy ingeniosos en el laboratorio para poder seguir adelante».

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