Diego de Mendoza: “Necesitamos que haya dinero para investigar”

El flamante ganador del premio Investigador de la Nación, el doctor en Bioquímica Diego de Mendoza, habló con TSS sobre su trayectoria científica, la creación de centros de investigación y su rol en la formación de las nuevas generaciones. También se refirió a la grave crisis presupuestaria que atraviesa la ciencia en la Argentina y a su preocupación por la falta de oportunidades para los más jóvenes.

Por Matías Alonso  
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Agencia TSS – Diego de Mendoza es reconocido a nivel internacional por sus contribuciones al estudio del metabolismo de bacterias. Doctor en Bioquímica por la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), investigador superior del CONICET y profesor titular de Microbiología en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), de Mendoza fue premiado en diciembre pasado como Investigador de la Nación por su aporte a la investigación, la formación de especialistas y la creación de centros de investigación, entre ellos, el Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR), dependiente del CONICET, en 1999.

El premio, que se entrega desde el año 2003 y consiste en un diploma, una medalla de oro y un millón de pesos, fue entregado por el presidente Mauricio Macri a este bioquímico que egresó de la UNT en 1978 y que posteriormente cursó sus estudios de doctorado en Estados Unidos, de donde regresó en el año 1983. Su trabajo está centrado en conocer la regulación del metabolismo lipídico de la bacteria Bacillus subtilis y sus posibles aplicaciones en el desarrollo de antibióticos que interfieran con la biosíntesis de lípidos en bacterias patógenas, para potenciar la producción biodiesel a partir de bacterias –cuyo desarrollo ha patentado– y para la fabricación de bioplásticos por fermentación bacteriana. Además, fundó INMET, un emprendimiento financiado por el grupo Bioceres para el desarrollo de soluciones de ingeniería metabólica.

Reconocido como un gran formador de profesionales, no extraña que en su discurso de agradecimiento frente al presidente Macri haya dicho: “Los pibes están muy desanimados y mi sueño es que se queden haciendo investigación en el país”. TSS habló con de Mendoza sobre lo que significó para él este reconocimiento, acerca de sus líneas de investigación y cómo ve la situación actual de la ciencia en la Argentina.

¿Esperaba este premio?

No, hay tantos buenos investigadores en la Argentina que no me lo esperaba. Me dio mucha alegría, sobre todo porque había muchos colegas en el Museo de la Casa Rosada cuando me entregaron el premio. Recibí felicitaciones de todos lados, muchos amigos con los que no hablo todos los días y gente conocida de otros institutos.

En su discurso habló sobre la importancia de que los jóvenes investigadores no dejen el país.

Eso es lo que más me preocupa, porque se ha invertido mucho en eso. Un becario gana 22.000 pesos cuando ingresa, para lo que tiene que tener una formación excelente, ganar un concurso muy selectivo y contar con un promedio muy bueno. Luego de eso tiene que competir a nivel internacional y producir ciencia de mucha calidad. Si después de todo eso empiezan pensar en irse tenemos un problema. Hay jóvenes que están estudiando y ya están viendo los problemas que hay para hacer investigación científica y entonces deciden que van a hacer el doctorado en el exterior, están más motivados para eso. Es un problema que tenemos en Rosario y para solucionarlo necesitamos que haya dinero para investigar. También quisiéramos que regresan algunos científicos que están afuera, o que vengan algunos que son muy buenos desde otros lugares del país, pero no tenemos dinero y no les podemos ofrecer nada para que empiecen a trabajar con nosotros.

Reconocido como un gran formador de profesionales, no extraña que en su discurso de agradecimiento frente al presidente Macri haya dicho: “Los pibes están muy desanimados y mi sueño es que se queden haciendo investigación en el país”.

El Gobierno argumenta que quiere centrar la inversión en áreas estratégicas y que generan más transferencia a la sociedad. ¿Qué análisis hace de eso?

Que así no funciona porque para llegar a productos estratégicos debería haber mucho soporte a la investigación básica. Por ejemplo, la creación de la empresa INMET surgió a partir de lo hecho en investigación básica. Si bien es un ejemplo propio, así funciona en todo el mundo. La investigación guiada por la curiosidad es fomentada en todos los países desarrollados y también es un camino para llegar a productos comercializables.

En sus investigaciones ha trabajado en el estudio de la regulación del metabolismo de los lípidos en bacterias, lo que se podría usar para producir biodiesel. Eso ha sido una gran promesa que todavía no se ha podido materializar en concreto. ¿Qué es lo que falta y cuál es el camino para lograrlo?

Nosotros logramos producir biodiesel a partir de bacterias pero el rendimiento no ha sido suficiente, necesitamos que las bacterias produzcan más aceite. El desarrollo todavía demanda muchas mejoras y, eventualmente, también haría falta pasar a una escala mayor para probarlo y determinar si puede ser redituable. Hasta ahora, en ningún lugar del mundo se ha logrado. Un aspecto a trabajar sería hacer un ajuste de genes, hacer más ingeniería metabólica, concentrarse más en aumentar o disminuir algunas enzimas. Mi experiencia es con la bacteria Bacillus subtilis, con la que trabajo hace 33 años y que es la que venimos usando, pero he visto a otros grupos que tratan de hacer biodiesel con Escherichia coli y también con otras bacterias. Sin embargo, creo que es probable que la Bacillus subtilis sea el camino para llegar a una escala comercial de producción de biodiesel con bacterias.

¿Patentaron ese proceso?

Sí, hicimos la patente con una empresa de Pamplona, en España, y luego formamos la empresa nosotros en Rosario. Pero como la producción no era la suficiente encaramos otros proyectos, porque ya que teníamos la empresa debíamos generar ganancias con algo, por eso ahora estamos más enfocados en usar la bacteria para generar bioplásticos por fermentación bacteriana. Nosotros dependemos de INDEAR, que es a su vez es financiado por el grupo Bioceres, donde hay empresarios e inversores que exigen resultados ya que proporcionaron un 60% del capital para formar la empresa. Pero el proyecto original sigue en carpeta y sería muy bueno reactivarlo, porque acumulamos mucha experiencia en la producción de biodiesel.

¿Por qué crearon la empresa?

Nos pareció mejor hacer una empresa porque son proyectos confidenciales, no se pueden contar en un seminario si queremos que sea un producto protegido por el secreto industrial. Además, en esa época, en 2011, el CONICET no tenía una buena oficina de transferencia de tecnología.

De izquierda a derecha: Lino Barañao, secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva; Diego de Mendoza; y Jorge Aguado, secretario de Planeamiento en Políticas de Ciencia y Tecnología e Innovación Productiva.

Usted fue el primer director del IBR, que fue fundado en 1999. ¿Cómo era hacer ciencia durante esa época?

Durante el menemismo la ciencia estuvo muy descuidada. Con la llegada de la democracia, Manuel Sadosky, como secretario de Ciencia y Técnica, había armado un programa de biotecnología que, por suerte, nos pudo ayudar y nos permitió trabajar en la universidad. Pero después de eso la ciencia estuvo muy postergada, tocamos puertas por todos lados. Queríamos hacer una unidad ejecutora y éramos pocos investigadores y pocos becarios, pero finalmente pudimos hacer un programa que bautizamos «Programa Multidisciplinario de Biología Experimental» y yo fui el director. Eso fue en el año 1995. Con el programa empezamos a recibir más dinero, pudimos tener una infraestructura básica y comprar algunos equipos de comunicación, es decir, fax y teléfono. Cosas que hoy parecen elementales pero que por entonces no las teníamos. Recuerdo que en 1999, cuando Armando Bertranou era presidente del CONICET, me llamó un día y me dijo que había resultado favorable la solicitud para que entremos como instituto del CONICET.

¿También era un época difícil para formar nuevos científicos?

A pesar de todo era una época en la que teníamos mucho entusiasmo. Se perseguía un proyecto colectivo en el que todos colaborábamos para poder comprar insumos, equipos y fue una muy buena época a pesar de todo. Yo la vivo con nostalgia. Se producía, aunque la parte edilicia era muy mala. Nos inundábamos: cada vez que llovía teníamos 20 centímetros de agua adentro del edificio. Teníamos equipamiento por casi un millón y medio de dólares que se había ido comprando con subsidios del exterior pero la infraestructura no acompañaba.

Durante los últimos años hubo sucesivos recortes en el presupuesto para ciencia y tecnología. ¿Cómo ve la situación actual?

Es un problema, porque en el Gobierno anterior, si bien el apoyo no fue muy grande en términos de subsidios, que eran bajos para hacer investigación de frontera, estábamos mucho mejor que ahora porque al menos se invirtió mucho en la parte edilicia. En Rosario se terminaron varios edificios y además se consiguió mucho equipamiento pesado, costoso. Ahora la situación es muy caótica. El año pasado, muchos institutos han recibido un presupuesto que representa un 40% del de 2017. Con la devaluación y la inflación, los subsidios, tanto para insumos nacionales como extranjeros, quedaron muy desactualizados. Y sé de colegas que están todavía peor. Recibo muchos mensajes de gente del instituto Miguel Lillo, de Tucumán, que están en una situación muy grave. Un investigador me ha contado que estaban pagando gastos de su bolsillo.

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