“Desarrollar tecnología permite resolver problemas propios”

Tulio Calderón, gerente general de FADEA, habló con TSS sobre la reestructuración que lleva a cabo en la empresa fabricante de aviones y sobre la importancia de desarrollar capacidades de alta tecnología en el país.

Vanina Lombardi  
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Agencia TSS Tulio Calderón es uno de los primeros ingenieros nucleares recibidos en el Instituto Balseiro, específicamente de la tercera promoción, en 1983. Hizo su trabajo final en INVAP, la empresa nacional que hoy es referente no solo en la industria nuclear, sino también en la aeroespacial, con el desarrollo de satélites y radares de distintos tipos, entre otras tecnologías.

Desde entonces, Calderón se desempeñó en distintas áreas de INVAP hasta que, en marzo de 2014, dejó su lugar en la empresa para comenzar a trabajar en la Fábrica Argentina de Aviones (FADEA), que fue fundada en 1927 con el nombre de Fábrica Militar de Aviones y que fue pionera en su rubro: fue la primera en América Latina, tuvo a su cargo el diseño y la construcción del primer avión nacional, el Ae.C.1, y del primer avión a reacción diseñado y construido en Sudamérica, el I.Ae 27 Pulqui I.

“Hasta 2006 estuve involucrado en el desarrollo de nuevas áreas en INVAP, desde las que generamos el plan de radares para el Ministerio de Defensa y empezamos a trabajar con ARSAT en comunicaciones, con Pablo Tognetti, que era el gerente del área aeroespacial y se fue como presidente de ARSAT, que se transformó en una gigantesca empresa de telecomunicaciones que originalmente iba a hacer satélites, pero después hizo televisión, fibra óptica, celulares y centros de datos. Entonces tomé su lugar en la gerencia, donde estuve hasta 2014, cuando empecé a trabajar en FADEA”, detalla Calderón.

¿Qué tareas desempeñó en INVAP antes de llegar a FADEA?

Hice mi tesis en INVAP sobre simulación de diferentes sistemas. En particular, en aquel momento, vinculada a la planta de enriquecimiento de uranio, como procesos químicos, sistemas mecánicos, termo-hidráulicos y fluidos. A partir de 1993, INVAP comenzó a incursionar en el sector espacial, así que muchos ingenieros nucleares pasamos a esa área. Yo lo hice en 1997, para trabajar en las denominadas tecnologías blandas. Eran los primeros intentos que se hacían para vender satélites y, en 1999, me fui a la Universidad de Stanford para hacer una maestría en administración de empresas y, al volver, me dediqué al desarrollo de nuevas áreas de negocio. Porque INVAP ya tenía un nombre muy establecido en la parte nuclear y crecía en la espacial, pero queríamos abrir un área nueva.

¿Qué áreas exploraron?

Muchas: energía, química… Para el año 2000, la Argentina ya había intentado comprar tres veces el plan de radares completo y siempre había fracasado. Con la CONAE habíamos empezado el diseño de un radar espacial y entonces, desde INVAP, llevamos una propuesta. La Argentina decidió fabricar los radares y hoy, 15 años después, tenemos radares secundarios, primarios, meteorológicos y para defensa. El origen de todo esto fue el SAOCOM –un satélite que se espera que incluya este tipo de radares–, que empezamos a desarrollar en 1998 y tal vez esté en órbita en 2018. Y lo que nos falta ahora, que está en el siguiente contrato de aviones no tripulados, son radares que miren para abajo.

La Fábrica Argentina de Aviones (FADEA) fue fundada en 1927, con el nombre de Fábrica Militar de Aviones.

¿Por qué?

Porque al país lo vemos desde el espacio, pero para algunas cosas también hay que verlo desde el cielo, porque los satélites pasan solo dos veces por día. Patrullar en el aire justificó ciertas cámaras de alta sensibilidad en el SAC-C y SAC-D –dos satélites desarrollados por INVAP–, patrullarlo con aviones es lo que justifica que la armada tenga los Oriones (aviones de patrulla marítima). Pero es una tarea muy aburrida y tiene más sentido poner un avión que patrulle solo y que la gente se quede en tierra, porque no es algo que necesita decisiones a bordo en el momento. Entonces, la tendencia en estos casos es enviar un robot.

¿Se refiere a los denominados aviones no tripulados o UAV?

Sí. En 2008, desde INVAP le hicimos una propuesta al Ministerio de Seguridad y Defensa y en 2011 se acordó hacer un Sistema Aéreo Robótico Argentino: el SARA. Sin embargo, recién en 2014 se firmó un contrato para desarrollar aviones que pudieran volar 12 o 16 horas llevando cámaras o radares chicos, de 50 kilos, y aviones que vuelen 24 horas llevando radares y cámaras de 300 y 400 kilos.

¿El desarrollo de esos UAV está a cargo de INVAP?

El contrato para diseñar y desarrollar los UAV medianos y grandes lo tiene INVAP, pero cuando haya que fabricarlos en serie lo hará FADEA. Mi traslado a FADEA fue un acuerdo con el Ministerio de Defensa, para trasladar un poco la experiencia de INVAP a una empresa que tenía que organizarse un poco más, pero que tiene otro modelo de negocio, porque esencialmente mantiene y fabrica aviones, y da servicios de medios aéreos a las Fuerzas Armadas y de seguridad.

¿Cuál es su función en FADEA?

Es una gestión de ordenamiento y cambio de índice de madurez de la empresa. FADEA fue reestatizada en 2009, después de un proceso de privatización malo que había comenzado en 1995. En los últimos años se empezaron a reordenar los procesos productivos y se hicieron acuerdos con los gremios. Ahora, FADEA recibe contratos grandes de mantenimiento y fabricación, por lo que es necesario ordenarla. O sea, hay que reestructurar la empresa, algo que es posible hacer en dos o tres años, y después hay que mantenerla ordenada.

Hablar de reestructuración muchas veces implica despidos de personal. ¿Qué implica en este caso?

Ningún empleado fue despedido, sino que, por el contrario, FADEA tuvo un proceso de incorporación de personas jóvenes hace dos años que serán la base de la FADEA de 2025. Tuvimos que hacer un traspaso de conocimiento de los empleados más antiguos a los jóvenes, porque en cinco años se van a jubilar 300 personas y habrá jóvenes que ocuparán esos puestos, más otros que ya estaban en mandos medios y que ahora son gerentes. Es una reestructuración en el sentido de estructura como forma de ordenarse, de analizar los procesos de contrataciones internas, de cómo es la respuesta de la empresa hacia afuera, cómo gestiona su cadena de proveedores, clientes y reguladores, y básicamente sobre cómo hacer el recambio generacional. Las empresas tienen que ser previsibles y tienen que tener muy claro dónde quieren estar en el futuro, porque deben convencer a todos de que vale la pena ir en esa dirección para que exista compromiso. Y eso, en el caso de FADEA, tiene que estar alineado con la política de defensa y con la industria de fabricación nacional.

«FADEA recibe contratos grandes de mantenimiento y fabricación, por lo que es necesario ordenarla», dice Tulio Calderón.

¿De qué manera se ven afectados por el cambio de gobierno?

En ciencia y tecnología, en general, hay un ánimo de continuidad. Muy probablemente haya consecuencias y una serie de cimbronazos cuando se reordene la manera en que se regula la economía. Los proyectos que se hicieron en estos 10 años fueron fabulosos por lo ambiciosos y se terminaron todos. Ojalá se pudiera mantener ese ritmo de ejecución. Pero, si no, es como que estás navegando el gran barco y tenés rumbo norte, irás mas despacio y el mar estará más picado, pero el rumbo se mantendrá y las tripulaciones serán más o menos las mismas. La cultura organizacional queda, los procesos de reordenamiento son transitorios y las empresas son muy grandes, son instituciones permanentes. FADEA, con todas sus reencarnaciones, es la fábrica militar de aviones de 1927, la madre de industrias que generó el complejo metal mecánico y automotriz de Córdoba, con muchos lazos entre empresas.

Pero el desarrollo de este tipo de industria local tuvo avances y retrocesos a lo largo de la historia. ¿Cuál es su opinión en cuanto a la situación actual?

Lo que pasa es que cuando uno empieza a sumar todas las empresas con capacidades tecnológicas en la Argentina, no son tantas. La capacidad industrial argentina en tecnologías de alto valor agregado está creciendo mucho, pero es chica frente a la cantidad de cosas que necesita el país. Aquí aparece un debate usual que tenemos con quienes hacen política, que cuando ven esto, preguntan: ¿Se puede hacer o conviene comprarlo?

¿Y cuál es la recomendación?

Que si se va a gastar, se gaste en la Argentina, porque quedan en el país el trabajo de alta calificación, el conocimiento y la capacidad industrial. Y si se lo quiere comprar, hay que aplicar reglas: que si compro 100, me compren 100, o que 50 se haga en la Argentina. Cuando INVAP ofrece un reactor en Australia, la compra exige que al menos el 50 % se fabrique en Australia. Esa regla se llama composición doméstica mínima o contenido local mínimo. Se trata de mecanismos para fortalecer la base industrial y tecnológica, y el Estado que la impulsa está obligado a comprar inteligentemente. Como cuando la Argentina compró Atucha y dijo: “Quiero uranio natural, agua pesada y fabricar los grandes componentes en el país”. Eso es lo que hoy permite venderle reactores a Brasil.

Si las ventajas son así de evidentes, ¿por qué el debate persiste y por qué es tan difícil sostener el desarrollo de este tipo de industrias?

El Ministerio de Ciencia y Tecnología financia la ciencia y la técnología pre-competitiva en institutos y en agencias, pero cuando se trata de producción, es necesario sustentarla desde las compras, que son miles de millones de dólares por año. Entonces, la «C» de ciencia es grande y la «T» de tecnología es chica. El Ministerio va a hacer más ciencia porque genera la base de capital humano y el conocimiento, pero la «T» depende mucho más de la atracción de grandes proyectos nacionales, de industria y de las compras apalancadas desde el exterior. Entonces, desarrollar tecnología tiene un valor gigantesco, porque cuando se la tiene permite resolver problemas propios y después salir a venderla a los vecinos y al mundo. Esta es la discusión de fondo sobre por qué la cuarta y quinta centrales atómicas tienen que ser construidas en la Argentina por argentinos. Se puede pedir dinero afuera, pero hay que hacerlas acá, porque está en la tradición más pura de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y porque, el día que las hagamos, después podremos seguir vendiendo tecnología en el exterior.