Abrir la caja negra de las controversias ambientales

Nicolás Baya-Laffite se especializó en Francia en el estudio de controversias ambientales. Sus trabajos en relación con los debates sobre cambio climático y cómo la discusión técnica contribuyó a despolitizar el conflicto de las papeleras en el río Uruguay.

Bruno Massare  
__

Agencia TSS – Hace ya una década que Nicolás Baya-Laffite (foto) dejó la Argentina, tras graduarse como licenciado en Ciencia Política y especializarse en gestión ambiental. A los 27 años se fue a París, donde vive actualmente y trabaja como investigador posdoctoral en el Laboratoire Interdisciplinaire Sciences Innovations Sociétés (LISIS), en la Universidad Paris-Est.

En Francia, Baya-Laffite se codeó con algunas celebridades de las ciencias sociales. Dominique Pestre dirigió su tesis de doctorado en Historia de las Ciencias y de las Técnicas –en la que investigó sobre el conflicto de las papeleras en el río Uruguay– y durante tres años trabajó en el Médialab Sciences Po, que dirige el sociólogo y antropólogo Bruno Latour.

Las investigaciones de Baya-Laffite apuntan a contribuir al desarrollo de una sociología política de los instrumentos que se utilizan en las controversias relacionadas con el medio ambiente. Su tesis sobre el conflicto que desató la instalación de las papeleras entre la Argentina y Uruguay es un ejemplo: allí analiza la construcción de los instrumentos de evaluación de impacto ambiental y de las mejores técnicas disponibles, y cómo su utilización llevó la discusión a un debate más técnico que político.

En el Médialab, su trabajó se reorientó a la cartografía de controversias, con proyectos de investigación como MEDEA, una iniciativa interdisciplinaria para mapear los debates en torno a la adaptación al cambio climático. Más recientemente, sus investigaciones se enfocaron al estudio de los debates sobre cambio climático en Internet.

¿En qué línea de investigación está trabajando actualmente en el LISIS?

Sigo con la línea que empecé en el Médialab, donde durante tres años estuve trabajando con métodos digitales en el ámbito de la cartografía de controversias. Allí, el foco de mi investigación fue el cambio climático. La idea era probar el potencial de la cartografía de controversias para caracterizar las dinámicas de los debates, no ya  sobre el origen antrópico del cambio climático o de la mitigación, es decir, de la reducción de gases que generan el efecto invernadero, sino sobre la necesidad de una política de adaptación y sobre cómo esta temática emergente impacta en ámbitos institucionales. Trabajé con métodos de análisis y visualización de redes semánticas el contenido de los Boletines de Negociación de la Tierra, que informan sobre las negociaciones que tienen lugar dentro de la Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC). El trabajo llevó a la publicación de dos artículos y lo que estoy haciendo ahora es continuar esa línea de investigación pero a partir de una base de datos digitales mucho más amplia y heterogénea. El objetivo es mapear el debate público online en torno a la Conferencia sobre Cambio Climático de París (COP 21).

¿Qué implicó cambiar el corpus de trabajo, de lo que eran los debates en un ámbito cerrado, a los que se dan en las redes sociales?

Es una transición de una investigación numérica de un corpus relativamente pequeño de textos digitalizados, destinado a la gente que participa de las negociaciones y bastante técnico, a un corpus enorme de datos digitales extraídos de Facebook, Twitter, Instagram, Google+, blogs y distintos medios en Internet. Es una plataforma muy heterogénea y el desafío en el que estoy trabajando es qué estrategias implementar para que todas estas trazas digitales tengan sentido, cómo identificar señales y separarlas del ruido. La plataforma sobre la que trabajamos se llamar Radarly, es de la empresa Linkfluence y tuvimos acceso a ella a través de un acuerdo que hizo la Universidad Paris-Est. La diferencia con el trabajo anterior está en que se podía verificar la robustez de la metodología al comparar los resultados que obteníamos con lo que ya sabíamos sobre las negociaciones climáticas. Ahora, en cambio, ya no tenemos con qué comparar para saber cuáles son las principales tendencias. Hay que hacer emerger los datos y es lo que venimos trabajando con mis estudiantes en un curso.

Diagrama de la estructura en red de los temas de las negociaciones en las sesiones anuales de la Conferencia de las
Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático entre 1995-2013. La red semántica está
compuesta de 200 términos referidos a cuestiones recurrentes en las negociaciones climáticas.

¿Cómo es trabajar en estos métodos digitales para alguien que proviene de las ciencias sociales?

Entré con muchos obstáculos, dado que solo no podía hacer gran cosa porque no tenía conocimientos sobre muchas de las herramientas que se usan. Entonces, tenía que trabajar con especialistas en estas técnicas, como programadores, que no necesariamente saben algo sobre cuestiones de política ambiental. Entonces, la única forma de lograr resultados es mediante un trabajo muy colaborativo, donde ambas partes deben saber entender las demandas del otro. Yo fui sumando conocimientos sobre cómo pensar estrategias de investigación digital y logré adquirir un rol intermedio. Si bien no puedo manejar las herramientas con el mismo grado de destreza que algunos de mis colegas expertos en métodos digitales, sí pude entender su lógica de funcionamiento para diseñar estrategias de investigación digital.

En uno de sus trabajos dice que hay una tendencia errónea a confundir digital con automático.

Es una de las enseñanzas fundamentales que extraje de estas experiencias con herramientas de análisis de grandes corpus de datos textuales, como el software CorTexT. Todo esto está lejos de apretar un botón y que las cosas funcionen. Obtener resultados significativos, por ejemplo a partir de un análisis semántico de redes, es un trabajo arduo. Y es algo que consume mucho tiempo, como la selección de los términos que uno va a conservar luego de una primera extracción automática. El algoritmo de extracción de términos, si bien se basa en técnicas bien establecidas de procesamiento de lenguaje natural, no extrae únicamente los términos pertinentes para el investigador. Ahí uno tiene que meter mano y lo que va a obtener es el resultado de una gran cantidad de elecciones: desde las preguntas que se hacen hasta el corpus sobre el que se va a trabajar, el tipo de tecnología, el algoritmo a usar y cómo se parametriza, y el tipo de visualización que se va a usar. Así, cuando se estudia por ejemplo un debate en línea a partir de millones de tuits, dado que no existe referencia en la que apoyarse, es el investigador el que va haciendo emerger señales significativas. Esa manipulación no invalida el trabajo. Al contrario, es lo que hace posible que el resultado sea sólido. Lo importante es la transparencia en el protocolo de investigación.

¿Hubo cierto encandilamiento por parte de las ciencias sociales a partir de la libre disponibilidad de bases de datos en Internet? ¿Hay demasiadas expectativas sobre la posibilidad de hacer una suerte de sociología en tiempo real?

Hay una sobreexpectativa que responde a la economía de las promesas científicas. Es decir, existe un boom de accesibilidad a determinados datos numéricos y las ciencias sociales encuentran una suerte de panacea que en realidad no es tal. Estratégicamente, se hacen muchas promesas, o especulaciones, en torno a lo que se va a obtener y eso redunda en más financiamiento disponible. En mi caso, primero entré con cierto escepticismo ante lo que veía como visualizaciones de la información que parecían muy espectaculares, pero que no decían demasiado. Pero me involucré y quise llegar a un equilibrio sobre para qué sirven estos métodos numéricos de análisis y visualización de la información, y cómo usarlos para decir cosas y no para vender humo, como los que dicen que big data es la respuesta a todos los problemas de las ciencias sociales. Hoy en día es un área de interés y hay mucho dinero para proyectos. La frontera va en esta dirección y con el tiempo vamos a ver cosas cada vez más espectaculares, pero los diagnósticos podrían ser más matizados. Los métodos tradicionales siguen teniendo su lugar bien sólido y el desafío es cómo articular métodos tradicionales y numéricos en el estado actual de las cosas y con las técnicas de las que hoy disponemos.

¿Hay una brecha generacional entre los investigadores en el uso de herramientas digitales en las ciencias sociales?

Hay una brecha pero que no coincide necesariamente con lo generacional. Por ejemplo, Bruno Latour, que está cerca de retirarse, ha sido uno de los grandes propulsores desde el Médialab. La brecha tiene que ver más con lo cultural. Yo hice mi tesis de doctorado en el Centro Alexandre Koyré, en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Francia), y ahí es otra cultura. Por ejemplo, Dominique Pestre, que fue mi director, durante mucho tiempo me expresó un cierto  escepticismo sobre la cartografía de controversias con métodos digitales. Pero luego se dio el caso de que Pestre colaboró con Franco Moretti, que dirige el Stanford Literary Lab y analiza grandes corpus de literatura con métodos de análisis cuali-cuantiativos. Juntos llevaron a cabo  una investigación sobre el lenguaje del Banco Mundial, y caracterizaron, a partir de un corpus de informes mundiales sobre el desarrollo, diversos momentos en su discurso. Así, detectaron cosas interesantes, como que hasta los 90 predomina la nominalización y, más adelante, el lenguaje hace un giro y predomina la adjetivación. Lo interesante es que esta colaboración  ocurrió porque Pestre conocía bien a Moretti y se interesó en su enfoque. Lo que importa, en terminos de brecha, son las experiencias de colaboración. No obstante, Pestre sigue siendo escéptico a determinados enfoques de trabajo con métodos digitales.

¿Cuál es la crítica principal?

Que no logran decir algo sustancialmente nuevo. Pero creo que es porque su experiencia es limitada en este ámbito. Trabajar en estos temas requiere mucho trabajo e involucrarse en estas técnicas. Considero que hay contribuciones modestas pero relevantes en las cartografías de controversias. Uno puede ver en un gráfico la curva de aumento de discusiones sobre un determinado tema y apoyarse en esa exploración visual para el análisis cualitativo. Por ejemplo, a partir del trabajo que realizaron estudiantes míos, pudimos observar, con una visualización de datos sobre las discusiones en torno a la COP21 extraídos de Twitter, que los climatoescépticos ya no tienen demasiado apoyo, que los océanos y los desechos plásticos son temas de gran relevancia en las discusiones y que las empresas que buscan lavar su imagen siendo auspiciantes de la COP21 no logran escapar a las críticas de greenwashing (intentar mejorar la reputación a través de iniciativas relacionadas con el cuidado del medio ambiente). El trabajo sobre estos datos, y su representación visual son una forma de contribuir al conocimiento. Plasmar procesos complejos en mapas permite reducir la complejidad y encontrar, por medio del análisis visual, patrones que permiten contar nuevas historias.

Representación en forma de flujos diacrónicos de la trayectoria de los 12 grandes temas que estructuran los debates
climáticos, clasificados en orden decreciente en cada una las sesiones anuales de Conferencia de las Partes entre
1995 y 2013.

El conflicto de las papeleras y la trampa de la discusión técnica

En su tesis de doctorado, Baya-Laffite quiso analizar el rol que cumplieron los instrumentos de evaluación de impacto ambiental y de las mejores técnicas disponibles en el estudio de la controversia sobre la autorización y el financiamiento de los proyectos de plantas de celulosa de inversores españoles (ENCE) y finlandeses (Botnia) a orillas del río Uruguay. En primer lugar, mediante el clásico intento del campo de los estudios de la ciencia y la tecnología de “abrir la caja negra de los artefactos”, en este caso un instrumento con una pretendida neutralidad pero que no deja de ser una construcción política. El análisis de la historia y la definición de esos instrumentos se complementan con cómo fueron utilizados en la disputa entre Uruguay y la Argentina que culminó con el fallo del Tribunal de La Haya.

En su tesis sobre el conflicto de las papeleras en el río Uruguay dice que la utilización de instrumentos de evaluación de impacto ambiental llevó a una despolitización del debate. ¿Por qué?

El caso de las papeleras permite ver cómo se gobierna el desarrollo sustentable en el mundo. Cuando se plantea el problema en términos de las mejores técnicas disponibles, el debate queda clausurado de antemano. Se lo podría haber formulado de otro modo y la historia podría haber sido otra. Pero se eligió plantearlo, dentro del ámbito jurídico, diciendo que las técnicas que se aplicaban no eran las mejores, dada la vulnerabilidad del ambiente, lo cual llevó la discusión a un ámbito técnico. Mi tesis muestra que la existencia de instrumentos de políticas que estructuran el debate genera ciertos efectos de encuadre que conducen a una salida en la que los expertos de la industria pesen más en el debate.

Pero esos instrumentos de evaluación también son un producto de negociaciones políticas…

Sí, y es importante mirar la historia sobre cómo se define una mejor técnica disponible en términos de norma o estándar, y cómo ese estándar se aplica caso por caso. Había dos técnicas de blanqueo consideradas como las mejores disponibles en la definición del estándar: ECF, con dióxido de cloro, y TCF, sin ningún compuesto clorado. La discusión se terminó trasladando a si la evaluación de impacto ambiental se había hecho bien o no, y a qué podría haber pasado si la Argentina hubiese podido participar de la evaluación en el marco del estatuto del río Uruguay y convencer a Uruguay de que hacía falta reemplazar el blanqueo ECF por un blanqueo TCF. Esa era la opción más costosa y el producto TCF, además, tiene mercados muy pequeños, lo que habría llevado a anular los proyectos. Cuando esta cuestión es llevada a la Corte Internacional de Justicia, que zanja la cuestión varios años después de la puesta en marcha de la planta de Botnia, no tiene más que remitirse a los resultados de un monitoreo que fue efectuado por el Banco Mundial y Uruguay, por un lado, y por la Argentina, por otro. Lo que los jueces concluyeron, tras consultar a expertos de manera secreta, fue que Botnia utlizaba las mejores técnicas disponibles, incluido el blanqueo ECF, y que los datos de monitoreos indicaban que su planta no violaba de manera sustancial las normas de calidad ambiental y de emisión. Y que, en todo caso, si había polución, no se podía asegurar que venía de Botnia. Finalmente, la Corte, en el fallo, le da a entender al Gobierno argentino que, si le preocupa la vulnerabilidad del río Uruguay, debe dictar normas ambientales más estrictas. Y la Argentina, si bien demostró que Uruguay no consultó como debía, no logró demostrar que no había tomado medidas, conforme al estado del arte, para evitar la contaminación.

Foto: Roblespepe - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0
«La evaluación de impacto ambiental perpetúa, en las condiciones en que se produce, las asimetrías de conocimiento»,
dice Baya-Laffite sobre el conflicto de las papeleras en el río Uruguay.

Reducir la controversia a una discusión más técnica amplía la asimetría de información entre las distintas partes, ¿no?

Totalmente. Uno soñaría con que hubiera mecanismos de contra expertise. Gualeguaychú se apoyó mucho en ONG que saben de aspectos técnicos,  pero que tienen una visión que no coincide con los estándares globales. Ahí está la trampa de la discusión focalizada en lo técnico. Lo que uno tiene que decir es: «No queremos este futuro, no queremos un río Uruguay con plantas de celulosa, queremos otra cosa. Poco importa si es con mejores técnicas o no». Si bien siempre es preferible que haya una evaluación a que no la haya, la evaluación de impacto ambiental perpetúa, en las condiciones en que se produce, las asimetrías de conocimiento, porque en el proceso predomina el encuadre técnico y no el político. Eso restringe la posibilidad de confrontar, en un marco formal, visiones del mundo antagónicas, determinadas nociones de justicia, de quiénes correrán los riesgos de la decisión y quienes sufrirán las consecuencias de agregarle una carga de contaminantes a un río como el Uruguay en esas condiciones. Eso no significa que dentro del proceso de evaluación no se hayan tenido en cuenta muchas de las cuestiones técnicas que preocupaban a la gente de Gualeguaychú y que condujeron a mejorar algunos de los aspectos de la planta de Botnia. La evaluación no se daba en un vacío político y no se la puede aislar de un contexto más amplio, incluido el corte del puente, que de algún modo traduce la frustración de la gente de Gualeguaychú con el proceso de evaluación y de decisión sobre las plantas. Así, finalmente se instaló una sola planta y no dos, como estaba previsto. Eso es mérito de la lucha de mucha gente.