La Argentina es el octavo productor mundial de arroz, el cultivo comestible más importante del mundo. El INTA, en un desarrollo pionero, obtuvo variedades resistentes a herbicidas que se están difundiendo en América, Asia y Europa. Por Cecilia Gargano
__
Las pesquisas en el INTA se iniciaron en 1996. Cuatro años más tarde, investigadores del programa de mejoramiento genético en arroz de la Estación Experimental de Concepción del Uruguay del INTA obtuvieron plantas resistentes al tratamiento con herbicidas del grupo de las imidazolinonas. “Elegimos esos herbicidas por sus propiedades, tanto como controladores de maleza como también por el bajo impacto ambiental, y porque existían antecedentes en otras especies que nos hacían pensar que era posible”, explica Alberto Livore, coordinador del programa.
El equipo de investigación responsable se compone de doce profesionales, pero sólo cuatro se dedican a mejoramiento. El resto se especializa en patología y ecofisiología, lo que garantiza que, junto a la resistencia a herbicidas, las variedades tengan todos los atributos propios de un alto rendimiento. Si bien la utilización de marcadores moleculares resulta estratégica en la detección de características de difícil detección, lo que reduce los esfuerzos y acelera los tiempos, el núcleo duro del trabajo sigue siendo la selección tradicional. En otras palabras, el ojo del mejorador no ha sido, al menos todavía, suplantado por otros procedimientos.
A nivel mundial, hay tres tipos de tecnologías utilizadas para inducir la resistencia a herbicidas en arroz, y las tres involucran a grandes empresas transnacionales. La primera se enfoca en la resistencia al glifosato, su nombre de marca es Roundup Ready®, es comercializada por Monsanto y ampliamente conocida y resistida por movimientos sociales. La segunda se concentra en la resistencia al glufosinato, su nombre es Liberty Link® y es comercializado por Bayer CropScience. Finalmente, la resistencia a herbicidas de la familia imidazolinona, conocida como Clearfield®, es comercializado por la empresa BASF.
Una de las características que diferencia a esta última del resto es que no implica transgénesis. Es decir, que la nueva semilla obtenida por esta vía no es un organismo genéticamente modificado (OGM), ya que la planta resultante no recibe un gen de resistencia al herbicida que proviene de otro organismo. Esta fue la opción utilizada por los investigadores del INTA.
Un único desarrollo similar en todo el mundo era también producto de una institución oficial, la Universidad de Louisiana de Estados Unidos. Dos años antes que se conocieran los resultados del INTA, esta Universidad comunicaba que habían logrado un mutante resistente. “Nosotros probamos que nuestro mutante era diferente porque la mutación se encuentra en otro lugar del gen y de esa manera se pudo obtener la patente”, explica Livore.
Obtuvieron cuatro mutantes, de los cuales se patentaron dos –los vigentes actualmente– y otro que era igual al patentado por la Universidad de Louisiana, “Puitá INTA CL” en el 2004 y luego “Gurí-INTA CL”, inscripto en el Instituto Nacional de Semillas (INASE) en febrero del 2011, que mejoró el rendimiento de su antecesor combinando las características de resistencia a herbicidas con las de alta calidad industrial y culinaria de la variedad “Camba INTA ProArroz”, también desarrollada por el INTA.
Actualmente, el equipo de mejoramiento de arroz del INTA está investigando la posibilidad de cambiar la estructura de la planta, de manera de favorecer la captación de energía y así aumentar el rendimiento, a lo que sumarían las características ya logradas. También tienen pendiente lograr un nuevo tipo de resistencia a enfermedades: “El desafío que tenemos para el futuro es lograr una resistencia durable”, señala Livore.
¿Cómo acceder a los mercados globales?
En 1987 el INTA creó los convenios de vinculación tecnológica (CVT), mediante los que estableció acuerdos con el sector privado, que a cambio de financiar parte de las investigaciones accedía en forma explícita a la utilización comercial de los resultados. Estos “desarrollos conjuntos” le sirvieron al INTA para garantizar su supervivencia durante el brutal recorte al presupuesto registrado en la década de 1990, y formalizaron una relación que en los hechos ya estaba desplegándose.
En el desarrollo de las variedades de arroz resistentes a herbicidas, además del INTA intervino la Fundación ProArroz, fundada en 1994 por importantes capitales de la cadena del arroz (semilleros, molinos, multiplicadores), cooperativas de productores y el propio INTA, con el objetivo de “promover el desarrollo del cultivo del arroz a través de la generación y difusión de tecnologías”, según su propio estatuto. La Fundación es la única productora de semilla original autorizada para la venta de las variedades de INTA a los semilleros fiscalizados inscriptos en el Instituto Nacional de Semillas (INASE).
El aporte de recursos financieros por parte de la Fundación es destacado por los integrantes del Programa de Mejoramiento de arroz de INTA, porque “cubrieron los altibajos que normalmente se producen en las instituciones públicas”. Mientras que a nivel local la multiplicación y venta es responsabilidad de la Fundación, un tercer participante para su expansión comercial internacional es la empresa BASF.
De origen alemán, BASF es una multinacional que lidera la industria química a nivel mundial. Es propietaria de los herbicidas que fueron utilizados por los investigadores del INTA como objetivo para obtener la resistencia. El interés de la firma en estas investigaciones era directo: al momento de disponer de un arroz resistente, aumentaría el mercado de sus herbicidas.
En un inicio, participaron en la tarea de secuenciar los genes obtenidos, lo que permitió identificar qué mutaciones eran y su originalidad. Logrado este paso, el INTA le otorgó a la empresa la exclusividad de la licencia de uso del gen en todo el mundo, exceptuando a la Argentina y Uruguay, donde retuvo la administración de los derechos de propiedad de la patente. De esta forma, la difusión y comercialización a nivel mundial corre por cuenta de una empresa transnacional.
Las razones argumentadas señalan que la estructura y logística comercial de la empresa “difunde a todos los semilleros del mundo esta tecnología, capta las regalías correspondientes a las patentes que logra para el INTA y difunde la genética de INTA”.
Así, el beneficio institucional redunda en que se reconoce internacionalmente la genética de arroz desarrollada por el INTA y se captan recursos para seguir trabajando en el programa de mejoramiento a través de las regalías. Ahora bien, cabe preguntarnos, ¿es ésta la única posibilidad de direccionamiento (y por lo tanto de apropiación) del conocimiento científico y tecnológico generado en el ámbito público? Junto al merecido prestigio internacional que logran de este modo las investigaciones, ¿no sería deseable retener en la misma esfera pública que ha sostenido por años las investigaciones y proporcionado la materia prima (el conocimiento) para la obtención de las variedades comerciales?
No casualmente los dos centros a la vanguardia a nivel mundial en esta área son organismos estatales, de donde proviene el grueso de las inversiones. Aún pensando en los períodos en los que el ajuste presupuestario hizo que la continuidad de los programas descansara en los aportes de socios privados, ¿no sería necesario que esta continuidad estuviera garantizada desde el sector público, en base a la definición de agendas que contemplen prioridades de las poblaciones involucradas?
La ausencia histórica de políticas agropecuarias que promuevan emprendimientos para otorgar una continuidad al conocimiento producido en el ámbito público, y utilicen el alto nivel alcanzado por un organismo como el INTA, aparece también como un desafío pendiente.
02 oct 2013
Temas: Arroz, Glifosato, Herbicidas, INTA