Verónica Grunfeld: “Nunca sentí como una desventaja ser mujer”

Verónica Grunfeld fue la única mujer que se recibió de física con la primera promoción de egresados del Instituto Balseiro. La investigadora y docente recuerda los momentos fundacionales de esa institución y sus vaivenes a lo largo del tiempo.

Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – Como el resto de sus compañeros, Verónica Grunfeld (80) no pudo resistir la tentación de averiguar de qué se trataba la propuesta que figuraba en “el cartelito”, como todos llaman al aviso que estaba colgado en distintas universidades del país en el cual convocaban estudiantes para formar lo que hoy es el Instituto Balseiro (IB), en Bariloche, Río Negro.

Hija única de inmigrantes europeos, fue la primera en la familia en acceder a la universidad y se convirtió también en la única mujer en recibirse de física con la primera promoción de egresados de esa casa de altos estudios. Allí encontró un segundo hogar y se quedó para desempeñarse como investigadora y docente hasta hace alrededor de 10 años, cuando decidió “jubilarse en serio” y dejar de dictar cursos.

Hoy, 60 años después de la fundación del IB, recuerda a cada uno de sus compañeros y se emociona entre anécdotas y reencuentros, durante la semana del cierre de los festejos por el aniversario del Instituto, que convocó a 300 profesionales que en algún momento de sus trayectorias pasaron por allí.

¿Cómo era ser la única mujer en el IB?

Nunca sentí como una desventaja ser mujer. Durante mis comienzos acá –en el IB– era como tener 14 hermanos mayores, era algo nuevo para todos y se plasmó muy bien. Vine con otra chica que hizo el primer semestre y abandonó… Cuando me fui a Estados Unidos en 1962, con una beca posdoctoral a Berkeley, ahí sí era un bicho rarísimo, no había ninguna mujer norteamericana en Física. Yo había ido a trabajar con el profesor Charles Kittel en física de sólidos y la única compañera que tenía era una chica francesa que también estaba haciendo un posdoctorado. En ese ambiente sí que era mucho más raro que una mujer siguiera una carrera de este tipo. En Buenos Aires, por ejemplo, había varias mujeres y algunas de ellas después vinieron al IB, éramos alrededor de un 15 % del total. Y sí, éramos minoría, pero no era tan escandaloso como en Estados Unidos.

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«Cuando me fui a Estados Unidos en 1962, con una beca posdoctoral a Berkeley, ahí sí era un bicho rarísimo», dice
Grunfeld.

¿Por qué decidió seguir una carrera universitaria?

Mi familia siempre me impulsó a estudiar. Éramos de clase media apenas, mis padres migraron de Europa en los años treinta y yo iba a ser la primera en ir a la universidad. Mi padre quería que fuera médica y cuando dije que quería estudiar física me preguntó: “¿Y de que vas a vivir?”. Era una pregunta muy lícita, porque en esa época el número de físicos y de estudiantes de física era bajísimo en la Argentina.

¿Y cómo descubrió la física?

En el secundario. Una profesora nos recomendó un libro de Einstein que se llama “La física. Aventura del pensamiento”, y lo leí a los 15 años, así que realmente estaba muy interesada. Pero como mi padre me había hecho esa pregunta y me sugirió que estudiara química o bioquímica, y por entonces los primeros años de las carreras de Química y Física tenían casi las mismas materias, me anoté en las dos. Como estaba acostumbrada a estudiar regularmente y por suerte no tenía que trabajar, pude rendir a fin de año todas las materias de Física y en marzo las de Química.

¿En qué facultad se había inscripto?

En la de Ciencias Exactas, en la Universidad de Buenos Aires. Yo entré en 1952, pero justo después fue un año complicado, había problemas políticos, la mayoría en la universidad no estaba con (Juan Domingo) Perón, hubo huelgas de estudiantes y a algunos hasta los llevaron presos. No fue algo terrible como en 1976, pero era complicado y muchos profesores se tuvieron que ir de la universidad, a algunos los echaron, otros emigraron, y muchos de ellos, los mejores, fueron absorbidos por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), que en ese momento dependía de la Marina, que no estaba con Perón pero era una fuerza importante y tenía poder como para manejar las cosas a su manera. De algún modo, de lo poco que había de ciencia en la Argentina, algo de lo que se salvó fue gracias a la CNEA.

Eso fue en 1953…

Sí, y en 1954 se complicó la situación mucho más, había resistencias contra Perón y, en octubre, por ejemplo, el Centro de Estudiantes de Ingeniería decretó una huelga que se hizo muy extensa, no había clases ni exámenes, y uno de nuestros profesores de Física, el doctor Jorge Staricco, nos ofreció a algunos estudiantes darnos clases que no eran de la materia en sí, sino sobre temas muy interesantes de física y matemática, sobre temas de avanzada en ese momento. Las daba en una casa vieja en la calle San Martín, entre Lavalle y Tucumán, en el microcentro porteño, adonde se alquilaban habitaciones a quienes querían dictar clases. Staricco nunca fue investigador, pero era muy buen docente y estaba muy al tanto de las cosas nuevas que se hacían. Ahí fuimos un grupo de estudiantes y hubo dos de ellos que fueron compañeros míos en la primera promoción del IB.

«La lejanía de Buenos Aires fue un amortiguador muy importante, pero durante muchos años no nos pagaban los
sueldos a tiempo», recuerda Grunfeld.

¿Y cómo se enteró del proyecto de Balseiro? ¿Cómo se le ocurrió ir a Bariloche?

A principios de 1955, yo tenía todas mis materias aprobadas y quise empezar a cursar, pero no había un solo profesor en Exactas, algunas materias de Física las cubrían ayudantes, pero no era gente idónea para dar un curso, y otras materias directamente estaban desiertas. Química no estaba tan lastimada como Física, así que empecé a hacer algunos cursos de esa carrera, y justo en ese momento apareció “el cartelito”. Era un cartel que anunciaba la convocatoria para venir al Instituto, era una hoja tamaño A4 pegada en algún lugar de Exactas. Me presenté y cuando dije en mi casa que existía esta oportunidad, mis padres no lo dudaron, sobre todo por los disturbios políticos, porque el 16 de junio habían bombardeado Plaza de Mayo. Así que me apoyaron y me fui a Bariloche.

¿Cómo era estudiar con Balseiro?

Yo hice mi tesis doctoral con él, sobre un tema de física de sólidos. No era algo experimental, sino de física teórica. Balseiro era exigente, te hacía trabajar pero siempre estaba disponible, incluso cuando estaba enfermo. Me acuerdo de ir a su casa a consultarle algo y él estaba en la cama, pero seguía viéndonos a los que trabajábamos con él. Al mismo tiempo, yo estaba haciendo ayudantías y, en la medida en que él enfermó, varios de los que estábamos recién recibidos teníamos que hacer un trabajo de enseñanza para el cual todavía éramos muy principiantes, pero alguien tenía que hacer algo y por suerte pudimos sobrevivir esos años, que fueron muy complicados. Estoy hablando de 1958, cuando me recibí. En 1961 rendí la tesis, posteriormente la salud de Balseiro empeoró y falleció al año siguiente. Ese mismo año conseguí una beca de la Organización de Estados Americanos (OEA) para ir a Berkeley, donde estuve dos años, y cuando volví ya me quedé trabajando en el IB como investigadora y docente.

Y ustedes quedaron con el legado…

Sí, pero se ha ido transmitiendo y eso también es un fenómeno nuevo. En aquel momento, todavía eran años complicados, hasta que en 1962 vino (Carlos) Mallman como director y le dio un buen impulso al Instituto. Y lo trajo a (Enrique) Gaviola, que era un personaje extraordinario. Si bien no lo tuve de profesor, sí tuve el honor de su amistad y la de su esposa.

¿Qué anécdota significativa destacaría de su paso por el Balseiro?

Un momento trascendente fue la reunión por los sesenta años del Instituto (que se hizo en diciembre de 2015). En ese encuentro se sintió la persistencia de algo colectivo que no sé si existe en alguna otra universidad del país, que es algo muy nuevo, muy valioso y muy fuerte. En esa reunión se vivió una sensación de hermandad a niveles muy profundos del ser humano, y creo que esa es una de las cosa más extraordinarias que he vivido acá. 

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«En el IB existe algo colectivo que no sé si se da en alguna otra universidad del país», sostiene Grunfeld.

Y con respecto al contexto histórico y político, ¿cómo recuerda las distintas épocas que atravesó el IB?

Desde que recuerdo, siempre hubo una crisis. Es cierto que la lejanía de Buenos Aires fue un amortiguador muy importante, pero durante muchos años, ya no recuerdo cuándo exactamente, no nos pagaban los sueldos a tiempo, a veces tardaban cuatro meses en liquidarlos. Hubo épocas en que era vivir al día y recuerdo momentos en que nuestro sueldo era el equivalente a 150 dólares mensuales. Ahora es otra historia, es completamente diferente.

Antes también mencionó la importancia de la CNEA en el desarrollo científico del país, algo que parece continuar puesto que el IB mismo está ubicado físicamente dentro del Centro Atómico de Bariloche (CAB), en un predio que fue cedido por las Fuerzas Armadas. ¿Cómo caracterizaría ese vínculo?

Antes de (Juan Carlos) Onganía, dentro de las Fuerzas Armadas había un componente progresista, en el sentido de desarrollar un complejo militar industrial, y eso Perón creo que lo compartió, así como en su momento el General Savio en el caso del petróleo. Perón, bueno, se equivocó con (Ronald) Richter, pero en realidad estaba pensando en un desarrollo industrial importante. Incluso, uno de los mejores directores de la CNEA fue Carlos Castro Madero, que fue un almirante, que estudió, se doctoró e hizo toda su carrera acá. Para mí, él ejemplifica lo mejor de las Fuerzas Armadas argentinas, fue director de la CNEA durante toda la dictadura de (Jorge) Videla y en 1983, con el regreso de la democracia, se despidió de los empleados y todos lo respetaban.

Y si hablamos de la actualidad, hoy la situación política volvió a cambiar. ¿Qué opina al respecto?

Deseo fervientemente que los actuales y futuros gobernantes comprendan la importancia y el real valor de lo conseguido en estos 60 años y lo sostengan y defiendan en bien de todos los argentinos. No sé si corresponde que opine de política, prefiero no hacerlo.  Pero voy a decir una frase de Niels Bohr, que fue un gran físico y uno de los creadores de la mecánica cuántica. Él decía: “Lo más difícil de predecir es el futuro…”.


04 feb 2016

Temas: CNEA, Física, Género, IB, Instituto Balseiro