Hernán Míguez: «La devaluación de la moneda pone en riesgo muchos proyectos»

El director del grupo de Materiales Ópticos Multifuncionales del Instituto de Ciencia de Materiales de Sevilla, habló con TSS sobre los desafíos que debe superar un investigador que pretenda convertir un descubrimiento en un producto. Los desarrollos de este científico argentino radicado en España incluyen al menos 20 patentes y ha participado de la creación de tres empresas en América del Norte y Europa.

Por Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – Los desarrollos en el campo de la fotónica de Hernán Míguez y su equipo de investigación han dado lugar a al menos 20 patentes y la formación de tres empresas en América del Norte y Europa. Entre ellas, se destaca una aplicación para detectar billetes falsos y otras vinculadas a enegías alternativas, como características específicas para mejorar la eficiencia en celdas solares.

Míguez se formó en España pero nunca se desvinculó completamente de su Argentina natal, adonde participa en programas de capacitación e investigación desde hace al menos dos décadas. A mediados de este año, se instaló en Buenos Aires a través de un proyecto del Ministerio de España para hacer una estancia de tres meses en el Instituto de Nanosistemas, en la Universidad Nacional de San Martín. En el marco de esa actividad ofreció talleres y seminarios para investigadores locales.

En diálogo con TSS, el actual director del grupo de Materiales Ópticos Multifuncionales del Instituto de Ciencia de Materiales de Sevilla dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIT) de España habló sobre cómo transitó el camino del laboratorio a la empresa, acerca de cómo transformar un descubrimiento en un producto, las dificultades para conseguir inversores y la importancia de proteger el conocimiento a partir de su experiencia personal.

¿ Cuál es su área de trabajo en particular?

Trabajamos con las propiedades ópticas que surgen de la estructura los materiales a distintas escalas de longitud. Cualquier material tiene propiedades ópticas, la transparencia produce cierta reflectancia y, si es un material luminiscente, lo pongo con una luz ultravioleta y empieza a emitir verde. Esas son propiedades ópticas de alguna manera intrínsecas de los materiales. Luego, se puede jugar con la estructuración de un material, me refiero a que se pueden crear láminas muy finas de óxido de silicio, por ejemplo, y las puedo combinar con láminas de óxido de titanio, que es lo que hay en la estructura de la pared, y puedo empezar a hacer estructuras multicapas. El óxido de titanio y el de silicio son transparentes pero el apilamiento ya no lo es, tiene un color que yo determino en función de los grosores de las capas. Por eso, muchas veces decimos que nuestro campo de trabajo es el color estructural. Esa es la propiedad con la que más jugamos, con el diseño de esa estructuración, para conseguir un material con las propiedades que queremos.

«Trabajamos con las propiedades ópticas que surgen de la estructura los materiales a distintas escalas de longitud», dice Míguez.

En esa búsqueda, ¿desde el inicio están pesando en responder a una aplicación en particular o al principio surge como investigación básica?

Ahora en general sí, pero hace años no. Nos proponemos ver si es posible conseguir un material con determinadas propiedades y qué estructura debe tener para eso, y hacemos un diseño en el laboratorio de química. Posteriormente, se  corrobora en un laboratorio de óptica experimental. Y la fase final es cuando, a partir de esas propiedades, pensamos si puede servir para una determinada función y lo metemos en un dispositivo.

¿Como el dispositivo para detectar billetes o pasaportes falsos, por ejemplo, del cual surgió una empresa?

Claro. Eso es algo que desarrollé en Canadá, mientras tenía una posición posdoctoral en el equipo de otra persona. En esa primera experiencia, el recorrido empezó siendo absolutamente fundamental. Estábamos investigando infiltración de polímeros en unos materiales porosos y vimos que tenían propiedades ópticas interesantes que podíamos sintonizar con corrientes eléctricas, productos químicos y distintos vapores de solventes. Empezamos pensando en aplicaciones para sensores y luego para pantallas, pero ninguna tuvo tanto impacto como la aplicación que se encontró contra falsificaciones, de la cual surgió la empresa Opalux, que tiene un contrato con el gobierno de Canadá.

¿Posteriormente vinieron otros desarrollos con su propio equipo de investigación?

Cuando volví de Canadá empecé a trabajar con mi propio grupo en España y me orienté desde el principio a pensar en resolver un problema. El primero que intenté resolver era uno que tenía un tipo de celda solar, la celda decolorante, que se proponía como ventana fotovoltaica con cierto color para absorber parte de la luz solar, pero que al mismo tiempo dejara pasar la luz en un rango espectral. Entonces, esa luz absorbida podría generar corriente eléctrica para el edificio. En ese momento, para poder hacerlas más eficientes las tenían que volver opacas y perdían su utilidad como ventana. Entonces, desarrollamos un material óptico que, introduciéndolo en la celda fotovoltaica, permitía aumentar su eficiencia manteniendo la transparencia parcial. Eso dio lugar a que se fundara Exeger, una empresa en Suecia cuyo principal accionista fue Fasad Glass, que es la empresa de ventanas para construcción más importante de Escandinavia.

¿Por qué en Suecia y no en España?

Busqué en Internet empresas que pudieran estar interesadas y me contacté con Nanologica, una Empresa de Base Tecnológica (EBT) de la Universidad de Upsala que en su momento fue muy pujante. Cuando los contacté con la patente, me vinieron a ver y decidieron invertir en el proyecto para seguir desarrollándolo. Las patentes que surgieran a partir de entonces serían de ellos, que se comprometieron a seguir invirtiendo en nuestro grupo de investigación. Eso salió muy bien y fundaron Exeger, que es una filial de Nanologica.

¿Formaron alguna EBT en España?

Sí, la tercera empresa que se está formando ahora es a partir de un contrato con una empresa de ingeniería, para el que hemos hecho un diseño de filtros ópticos para una tecnología renovable.

¿Una vez que se forma la empresa continúa vinculado con ella? ¿Cómo es el vínculo con las EBT que se crean a partir de sus desarrollos?

Solo me involucro en la medida en que me lo permite la regulación sobre incompatibilidades que hay en España, que habilita a ser accionista de hasta un 10% de empresas de base tecnológica. Pero mi tiempo es 100% dedicado a mi trabajo como investigador dependiente del CSIT. También puedo dedicarme a la docencia, y de hecho doy clases en la Universidad de Sevilla, pero solo a estudiantes graduados y como profesor visitante o invitado, no estoy obligado a hacerlo ni me pagan por ello. Así es el estatuto, la idea es que si una universidad necesita profesores los contrate, y que nosotros no hagamos un trabajo por el cual otra persona debería ser remunerada.

¿Qué le dirías a un investigador o investigadora que quiere llegar con sus descubrimientos a la industria?

Hay distintos aspectos a tener en cuenta. Por un lado, para que la investigación tenga una derivación aplicada y un camino hacia un dispositivo hay que tener claro desde el principio para qué podría servir la investigación e intentar orientarla hacia allá. En mi caso, no siempre ha sido así, pero creo que lo más eficiente es cuando desde el primer momento se plantea resolver un problema de interés tecnológico. También hay veces que los científicos nos encargamos de generar conocimiento en un ámbito en el que casi no se sabe nada, entonces ahí no se puede tener una aplicación en mente. Pero cuando ya se está trabajando con materiales que llevan muchos años desarrollándose, que se conocen bien las propiedades, creo que sí es necesario pensarlo desde el principio. Entonces, si funciona, nace el camino para que si viene un ingeniero o simplemente una persona inteligente con dinero diga: “Ah, yo aquí veo una posibilidad de crear una empresa”.

Aunque no es tan sencillo conseguir inversores…

Lo primero es patentar, pero no se puede publicarlo ni hablar de ello en conferencias. Ese es un problema porque en general el investigador lo necesita curricularmente y quiere que cuanto antes se conozcan los resultados, que se publiquen y darlos a conocer en conferencias internacionales. De alguna manera, nuestra moneda de cambio es el artículo y la charla invitada o la tesis dirigida. Pero todo eso, si uno quiere que la investigación tenga una aplicación, la publicación tiene que ocurrir después de la patente. A veces, si la patente es en el marco de un contrato con una empresa, directamente nunca se va a poder publicar, y también eso hay que tenerlo en cuenta, porque estará prohibido por contrato.

«Para que la investigación tenga una derivación aplicada y un camino hacia un dispositivo hay que tener claro desde el principio para qué podría servir la investigación e intentar orientarla hacia allá», dice Míguez.

¿En caso de conseguir inversores, qué escenarios son esperables?

Si existe una inversión inicial en tu grupo y te dicen “bueno lo que has hecho está muy bien, pero tendrías que demostrar que puedes llegar hasta aquí, para eso te pagamos determinada cifra y te damos un tiempo de dos años”. Si se logra y se genera una patente, es de la persona que ha pagado eso. Ahí se empieza a escalar y se monta una filial o un sector de la empresa dedicado a eso. Ese es el momento en el que, como investigador, te estás enfrentando a la creación de una EBT. Todo lo demás eran pasos previos.

¿Qué tipo de inversores suelen participar en estos proyectos de base tecnológica?

En mi caso, las empresas se fundaron con gente muy joven. No es un requisito pero está bien porque son quienes suelen tener la capacidad de perder el sueño por un proyecto, y eso es casi esencial. Se necesita alguien del mundo empresarial que esté todo el día pensando en cómo sacar adelante el proyecto, adónde conseguir inversores y presentar el producto, a qué feria ir, con quién asociarse. Eso es lo que hicieron en Opalux y sobre todo en Exeger, que vía Nanologica se dio entrada a un director (CEO) que se proponía objetivos. Es decir, entra a la empresa y al principio no cobra, empieza a cobrar a los seis meses si consigue una inversión de un millón de euros y si la consigue empieza a cobrar un salario, y así va creciendo la empresa. Hay que ir con objetivos bien marcados.

Resulta lejano pensar una situación similar en la Argentina. Las empresas locales en general no invierten en I+D y el que más destina a investigación es el sector público.

Lo que pasa es que la Argentina tiene una serie de particularidades, una es no estar en el PCT o Tratado de Cooperación de Patentes, y eso es importante porque los inversores quieren tener seguridad jurídica, y el PCT es un tratado con valor jurídico, y no importa adonde se presentó la patente porque esta cubierta en todos los países incluidos en el tratado, adonde ellos podrían hacer la inversión. Por eso, cuando se piensa en la relación con la industria local, bueno… la industria local es importante pero no es la única forma de que un país saque beneficios de sus ideas innovadoras. Puede que la inversión no venga de la industria local, puede venir de afuera y va a seguir reluciendo de alguna forma en tu sistema. Si es a través de contratos con los investigadores o si aquí hay una matriz o una empresa que se pueda encargar de parte del desarrollo, hay veces que van a crear la empresa en tu país pero con capital de afuera. Claro, para eso, todos los aspectos relacionados con la propiedad intelectual tienen que estar muy claros y aquí no lo están. Luego, el hecho de que aquí la situación económica siempre sea tan variable y la política también generan una gran inseguridad en los inversores, lo que hace que exijan beneficios muy altos, muy pronto, y eso para un proyecto de base tecnológica es mortal porque una EBT necesita tiempo, necesita ir paso por paso, creer que en 10 años va a funcionar y saber que el camino es interesantísimo e incluso puede ser muy productivo, independientemente de que al final se consiga o no lo que se buscaba.

Tras haber estado estos meses en el país, ¿qué opina sobre la situación que está atravesando el sector científico en la actualidad?

Lo que está pasando con la devaluación del peso pone en riesgo muchos de los proyectos que se están intentando hacer, porque si uno cuenta con un presupuesto en pesos para ejecutar algo en un año y en ese año la moneda cae un 30% será imposible concretar las compras. Además, los subsidios son muy bajos, siempre me han parecido pequeños para poder apoyar proyectos de envergadura que puedan marcar una diferencia, y vengo de un país adonde los subsidios, comparados con nuestro entorno, no son altos. Como científico, no puedo más que desear que aumenten los presupuestos para investigación científica, aquí, allí y en todas partes. Realmente, creo que es la base del desarrollo de las sociedades, ya sea por el desarrollo del conocimiento que se genera o por los avances tecnológicos.

Hay científicos que están pensando en dejar el país. ¿Usted conoció investigadores que le manifiesten esta intención, más de lo habitual?

No. Sí encontré gente desanimada por el retraso de los proyectos que iban a llevar a cabo, pero creo que el científico que elige vivir en la Argentina, como hasta hace no mucho tiempo pasaba en España, es un científico que vuelve a su país porque quiere contribuir a su desarrollo, que considera que tiene que esforzarse por mejorar el sistema desde adentro. El precio que paga, seguramente, es que no va a tener esa visibilidad internacional que se logra trabajando en otros países.

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