Detector de glifosato

Un grupo de estudiantes de la Facultad de Agronomía de la UBA diseñó una bacteria sintética capaz de detectar glifosato casi en cualquier lugar: alimentos, agua y algodón. Ahora buscan crear un dispositivo funcional y accesible.

Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – El glifosato es el pesticida más utilizado en el mundo. En la Argentina, según la declaración del Tercer Congreso Nacional de Médicos de Pueblos Fumigados, que se realizó en diciembre de 2015, se consumieron 240 millones de kilos de glifosato durante ese año, lo que implicó la exposición potencial por habitante más alta del planeta: seis kilos anuales. Y aunque este herbicida ha sido reconocido como carcinogénico por la Organización Mundial para la Salud (OMS), en la Argentina suele comprarse, almacenarse y aplicarse sin restricciones ni controles adecuados.

Frente a esta situación, un conjunto de estudiantes de Ciencias Ambientales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA) analizó cómo se podría detectar la presencia de glifosato en el agua, los alimentos o el algodón, por ejemplo, con una simple prueba hogareña similar a la que se usa para saber si una mujer está embarazada o para medir el nivel de azúcar en la sangre. Coordinados por Pablo Peralta Roa y Sergio Ghio, docentes de la cátedra de Genética de la FAUBA, el equipo diseñó un dispositivo que bautizaron como Glifotest.

“¡Estábamos jugando y de repente surgió todo esto!”, dice Peralta Roa, que también es investigador y recuerda que todo empezó con la idea de participar en TECNOx, una competencia que se realizó en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires en abril pasado, de la que participaron equipos de distintas universidades de América Latina con desarrollos tecnológicos pensados para resolver problemas de relevancia social en la región.

El funcionamiento del Glifotest se basa en una bacteria modificada a partir de ingeniería genética, que se colocaría en
una cinta de plástico que permitiría verificar la presencia de glifosato en alimentos, agua o algodón, entre otros.

En este caso, se trató de un desarrollo de biología sintética: un área de estudio que básicamente trata de construir sistemas biológicos para que cumplan funciones diferentes de las originales. “Diseñamos una bacteria modificada, con dos genes aislados de microorganismos del suelo: uno detecta la presencia de glifosato y el otro se activa en base a la reacción del primer gen mostrando un color; es como si trabajaran en serie”, explica Peralta Roa y aclara que este proyecto –que tuvo un reconocimiento en TECNOx– todavía está en desarrollo. “La idea es colocar esta bacteria en una cinta de plástico que sea accesible, para que se la pueda utilizar en un alimento que genera inquietud o en lo que sea que se quiera analizar, de manera que la cinta exprese, en base al color que toma, si hay presencia o no de glifosato”.

Según el docente, que acompañó a los siete alumnos que conforman el equipo durante todo el proceso, “fue un trabajo de meses de estudio, que requirió mucha lectura de publicaciones científicas importantes, para definir qué gen se le podía agregar a esta bacteria”.

Actualmente, ya están evaluando cómo pasar a la siguiente etapa, en la que buscan obtener un dispositivo funcional. Para eso, ya comenzaron a buscar posibles fuentes de financiamiento (por el momento el desarrollo solo contó con el apoyo de la cátedra y el entusiasmo de los estudiantes) y evalúan la posibilidad de asesorarse con IncUBAgro, la incubadora de emprendimientos agropecuarios de la FAUBA, para llegar a la etapa de producto. “Sabemos que tenemos que patentarlo o respaldarlo legalmente de alguna manera, pero todavía no sabemos cómo, ya que todo esto es muy reciente”, dice Peralta Roa.

El grupo de estudiantes y docentes de la FAUBA que desarrolló el Glifotest está evaluando cómo pasar a la siguiente
etapa, en la que buscarán obtener un dispositivo funcional.

El especialista advierte que todavía es necesario realizar muchos experimentos para corroborar que la bacteria funcione correctamente con distintas concentraciones de glifosato. También deberán pensar bien qué materiales utilizar para fabricar el dispositivo, así como la manera de cuidar que estos no se conviertan en residuos peligrosos luego de su uso, puesto que contendrán bacterias modificadas de Escherichia coli, cuyo uso es habitual en este tipo de experimentos, pero que deben ser manipuladas con cuidado.

“Tenemos unas cuantas cosas por resolver, incluso dentro del equipo, como organizarnos mejor y tomarlo con más seriedad, sin por eso dejar de jugar un poco”, adelanta Peralta Roa y destaca el aprendizaje que le dejó a los estudiantes el trabajo con experimentos y el intercambio con otros investigadores, puesto que ellos no suelen tener prácticas de laboratorio durante la carrera, en la que se dictan contenidos mayormente teóricos. “Desde el momento en que empezamos a preparar el proyecto se aprendió muchísimo. Ahora, con la repercusión que tomó, empezamos a verlo de una manera distinta: estamos esperanzados en obtener un producto que pueda usar cualquier persona, ya que consideramos que cubriría una necesidad”, asegura.