Cómo será la Argentina pos-COVID

Por la mayor mortalidad que provocó la COVID-19, en la Argentina se proyecta una reducción de la esperanza de vida al nacer, que regresaría a los niveles de la década pasada. Aunque los datos son preliminares, se estima una menor natalidad y cambios migratorios. Cuáles son las tendencias sociales y demográficas que trajo la pandemia.

Por Mariana Pernas  
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Agencia TSS – Con impactos directos sobre la salud y la mortalidad de la población, pero también en la economía y el empleo, la pandemia provocaría una disminución de la Esperanza de Vida al Nacimiento (EVN) en la Argentina. Si bien se trata de procesos de largo plazo y los datos actuales son provisorios e incompletos, la COVID-19 podría modificar otras tendencias demográficas, como la natalidad y las migraciones internas e internacionales.

Si bien la pandemia está lejos de haber finalizado y su dinámica se altera a medida que avanza el proceso de vacunación y surgen nuevas variantes de preocupación del virus, es claro que dejará su huella sobre las condiciones y la calidad de vida de la población. Según datos del Ministerio de Salud, durante el año pasado se registró un exceso de mortalidad por todas las causas del 10,6% y el ascenso en las cifras se debe a la pandemia.

Pero cuáles serán los efectos a mediano y largo plazo todavía es materia de hipótesis. Según las proyecciones preliminares que publicó el demógrafo Leandro González, investigador independiente del CONICET, durante el año 2020 la EVN para la población total se habría reducido en un 1,29 año con respecto a la de 2019.  De acuerdo con las estimaciones –elaboradas con datos a mayo de este año, cuando el país acumulaba 45.000 muertes por Covid– la EVN  bajó en 1,17 año para las mujeres y 1,43 año para los varones.

Más allá de estos números, cuya validez se podrá verificar cuando estén los registros definitivos, para González “es claro que el impacto de la pandemia nos haría retroceder a los niveles de EVN que se registraron a comienzos de la década anterior, por lo que hemos perdido todo el avance en términos de mortalidad logrados en los últimos diez años, que había sido suave”.

Con este retroceso, la EVN proyectada a 2020 sería de 75,15 años para la población total. Para las mujeres, en tanto, sería de 78,3 años y, para los hombres, de 72,11 años. En ambos casos, por debajo de los niveles de 2010. Sin embargo, el especialista –que se desempeña en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad del CONICET y de la Universidad Nacional de Córdoba–, espera que solo se trate de “un evento extraordinario”, y que “podamos estimar una recuperación de la EVN a partir del año 2022”.

 

Esperanzas de vida al nacimiento total y por sexo. Argentina, 2019-2020. Años de vida.

Gráfico: Leandro González.

Victoria Mazzeo, socióloga y titular de la cátedra Demografía Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, simuló para 2020 un escenario hipotético en el que las muertes por pandemia se suman a las habituales de neumonía-influenza, y en el que no se consideran los efectos indirectos de otras enfermedades que pudieran haberse agravado por el aislamiento social obligatorio, problemas económicos o inconvenientes en los servicios de salud. “En ese caso, la tasa bruta de mortalidad en la Argentina aumentaría a 12,4 por cada mil habitantes. En el peor de los escenarios considerados, se incrementaría en un 1 punto por mil la mortalidad”, afirma. Bajo otro escenario que simuló la especialista –en el que los casos de COVID se superponen a los habituales de influenza–, la mortalidad en el país sería menor: 11,6 por cada mil habitantes. “No obstante, el verdadero nivel se develará con las estadísticas consolidadas  del 2020”, advierte Mazzeo.

La dinámica de la natalidad, que tiene diferencias sustanciales entre las distintas provincias y sectores sociales, probablemente se vea afectada por la pandemia. “La cantidad de nacimientos ya se venía reduciendo en el país en los últimos años y es probable que incida en una nueva disminución”, apunta Mazzeo.

Ya en 2019 la tasa de fecundidad del país fue de 1,85 hijo por mujer, aporta González. “Desde hace dos años, el país está por debajo del nivel de reemplazo”, precisa. Si bien es un proceso cuya evolución debe seguirse en el tiempo, el especialista estima que luego de la pandemia en los sectores de población con comportamientos reproductivos “modernos”, que regulan su natalidad, se producirá una caída de los nacimientos.

Los nuevos espacios

Con similar advertencia sobre las estadísticas con que se cuenta actualmente, el demógrafo Alfredo Lattes, investigador del Centro de Estudios de Población (CENEP), también prevé modificaciones en la estructura de la población. “Las hipótesis, y los datos incompletos y provisorios, parecen indicar que aumentan la morbilidad y la mortalidad pero de manera diferencial por sexo y edad, disminuyen la fecundidad y la natalidad, y se reducen tanto la emigración como la inmigración internacional. Todos estos cambios, que ocurren de manera muy desigual entre las naciones, estarían generando una desigual disminución del crecimiento de las poblaciones nacionales”, sostiene.

La pandemia podría provocar también un cambio de tendencia en la movilidad de las personas. Si bien Lattes observa que en la Argentina se produjo una disminución de las migraciones internas en general, señala el surgimiento de “algunas contra-corrientes migratorias, que estarían generando un importante y novedoso proceso de redistribución territorial de la población del país”.

 

Esperanzas de vida al nacimiento total y por sexo proyectadas. Argentina, 2010-2020.

Gráfico: Leandro González.

Aunque se trata de una tendencia que podrá apreciarse mejor en el mediano y largo plazo, se registra un movimiento de salida de los núcleos urbanos de mayor tamaño hacia las periferias o zonas más alejadas. Sin embargo, se trata de un “fenómeno más acotado a las clases medias acomodadas que pueden tomar decisiones en este contexto”, advierte la socióloga Mariana Heredia, titular de la cátedra Análisis de la Estructura Social Argentina en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM.

El entorno social

La COVID-19 no solo provocó una crisis sanitaria. “Las pandemias tienen profundas implicaciones sobre el crecimiento y desarrollo económico. Las medidas de cuarentena y distanciamiento físico, necesarias para frenar la propagación del virus y poder salvar vidas, generaron pérdidas de empleo, especialmente en el sector informal. Se redujeron los ingresos laborales de las personas y de los hogares, aumentando aún más la pobreza que ya afectaba al país”, afirma Mazzeo.

De hecho, según los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, en el segundo semestre del 2018 la pobreza afectaba al 23,4% de los hogares y al 32% de las personas en los aglomerados urbanos del país. Los últimos datos publicados, en tanto, muestran que estos valores se elevaron a 31,6% y 42%, respectivamente, en el segundo semestre del 2020.

Con esta visión coincide Heredia, para quien en un primer momento la caída de la economía y del nivel de empleo, sobre todo en el segundo trimestre del 2020, tuvo un fuerte impacto principalmente en los trabajadores más vulnerables y en la calidad de vida. “Esto tuvo un correlato en el empobrecimiento, que es un fenómeno más generalizado que la pobreza y alude a la sensación que experimentó gran parte de los perceptores de ingresos, que veían disminuido el dinero que ganaban por mes a la vez que seguían aumentando, por ejemplo, los precios de los alimentos, aunque la inflación se fue desacelerando un poco”, explica.

Sin embargo, esto no se tradujo en un aumento pronunciado de la tasa de desocupación abierta, ya que con la reducción de las posibilidades laborales y las restricciones a la movilidad mucha gente se replegó, impotente, en su casa y no salió a buscar una fuente de ingresos. “Esta menor actividad afectó principalmente a las mujeres, que en general tienen condiciones laborales más precarias y a quienes se les sumó el crecimiento de las tareas de cuidado y del trabajo doméstico”, plantea Heredia. De acuerdo con los últimos datos del Indec –al primer trimestre de este año–, la tasa de desocupación de las  mujeres es del 12,3%, mientras que la de los varones es del 8,5%. En el segundo trimestre del año pasado, por el contrario, afectaba al 13,5% de las mujeres y al 12,8% de los varones. La población con mayores problemas de trabajo son las  mujeres de 14 a 29 años, cuyo desempleo hoy trepa al 24,9%, pero que era del 28,5% en el segundo trimestre de 2020.

Como desafíos sociales que permanecen, Heredia destaca el déficit de la infraestructura  habitacional y la calidad del empleo que se ofrece y de las instituciones de bienestar, como salud y educación, “que se evidenciaron con mayor dramatismo durante la pandemia”.

 

Variación relativa de los años de esperanza de vida perdidos por edades y sexo. Argentina, 2019-2020.

Gráfico: Leandro González.

Memoria compartida

Según el estudio de González, elaborado con las estadísticas acumuladas hasta mayo último, los tramos de edad que registraron la mayor cantidad de fallecidos por COVID-19 en la Argentina se encuentran entre los 60 y 89 años para los varones, y entre los 70 y 94 años para las mujeres.

Sobre todo durante la primera ola del año pasado, los adultos mayores no solo fueron las principales víctimas de la pandemia, sino que también debieron permanecer en sus hogares y evitaron circular por un tiempo prolongado, lo que generó consecuencias que excedieron la cuestión sanitaria. Para María Julieta Oddone, directora del Programa Envejecimiento y Sociedad de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, la pandemia repercutió en la imagen y las representaciones que se tiene de los adultos mayores. “Nuevamente, se dividió y estamentó a la sociedad por edades según el modelo tripartito tradicional: una edad para el estudio, otra para el trabajo y otra para la jubilación, cada una con su lugar en la sociedad –reflexiona Oddone–. Como sucedió otras veces en la historia del capitalismo, se dieron oposiciones y contrastes entre los grupos etarios. Con el virus hubo una edad de ‘supercontagiadores’, otra de los adultos que podían contagiarse pero no morir, y por lo tanto podían estar más en circulación y, finalmente, una edad para el contagio y la muerte, que sería la vejez.”

Se generó así una situación de aislamiento que contribuyó a recrear mitos y prejuicios con relación a los adultos mayores, en el sentido de que todos eran vulnerables o debían permanecer encerrados. “De esta manera, no se ve al envejecimiento como una etapa diversa, a la que se llega de distintos modos y que es producto de una historia de vida”, agrega Oddone.

Pero, al mismo tiempo, la pandemia es un generador de “memoria compartida” que atraviesa a  todas las edades. “Es algo que impacta a nivel universal: tanto al bebé ‘pandemial’ a futuro, como a su bisabuelo hoy. A partir de la memoria se va a producir un intercambio entre las diferentes generaciones para reflexionar sobre lo que estamos dejando y qué estamos haciendo con el mundo externo, ya que parecería que estamos en una sociedad en riesgo”, concluye Oddone.

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