La agricultura es la principal consumidora de agua en el planeta. Por eso es necesario hacer un uso eficiente de las tecnologías de riego, que en la Argentina se usan en dos millones de hectáreas.
Agencia TSS – “Tampoco podemos seguir mirando al cielo, tenemos que comenzar a invertir en riego para no tener la volatilidad de la climatología”, afirmó la presidenta Cristina Fernández casi al finalizar el discurso que se trasmitió por cadena nacional el pasado 28 de abril, durante el acto de firma de convenios de reestructuración de las deudas públicas provinciales. Estas tecnologías son importantes tanto para aumentar la producción de los cultivos y que estos dejen de depender de las lluvias, como para evitar el desperdicio del agua.
“En buena hora que el agua en general ha llegado a la agenda pública”, se alegra Daniel Prieto Garra, coordinador del Programa Nacional del Agua del INTA, y explica que el riego es una herramienta importante que puede ayudar alcanzar las metas propuestas por el Plan Alimentario Nacional. “Permite aumentar la producción y, fundamentalmente, tiene la función de estabilizar los rendimientos a lo largo de los años, lo que ayuda a mantener un nivel de productividad en años secos y le ofrece más seguridad al productor para invertir”.
Actualmente, en la Argentina se usan estas técnicas de riego en alrededor de dos millones de hectáreas, que representan entre el 5 y el 6 por ciento del área que está bajo producción agrícola. Entre ellas, detalla el especialista, el 70 por ciento recibe riego gravitacional (que se vale de la gravedad para distribuir el agua), alrededor del 21 por ciento por aspersión (un método presurizado, que requiere presión y por lo tanto utiliza energía), y el 9 por ciento por goteo localizado. “Las eficiencias y los costos van aumentando, desde los riegos gravitacionales, que son los menos eficientes, hasta el riego por goteo, que es el que alcanza mayor eficiencia”, puntualiza.
Estas técnicas pueden emplearse para lo que se denomina riego integral (característico en zonas áridas o semiáridas) o suplementario (a la lluvia, en zonas más húmedas). Al respecto, Prieto Garra dice que, en lo últimos años, lo que más ha crecido fue el denominado riego suplementario (en general, a partir de la incorporación de equipos modernos de lo que se conoce como pivote central, incluidos dentro de los métodos de aspersión), que se utiliza en zonas húmedas como la pampeana.
“Son desarrollos individuales, basados fundamentalmente en la explotación de agua subterránea y ligados en gran parte al riego de cultivos extensivos, básicamente de maíz, trigo y, en menor escala, de soja”, explica el especialista y agrega que, en las regiones áridas y semiáridas -que abarcan el 75 por ciento del territorio argentino y tienen apenas el 15 por ciento del agua del país-, siempre ha sido más relevante la inversión pública para el riego integral, que implica el despliegue de canales, por ejemplo, ya que se trata de lugares donde la distribución del agua es esencial para el desarrollo mismo de la población y donde sin un buen manejo del riego sería muy difícil llevar adelante la actividad agrícola.
El riego es el mayor usuario de agua en el mundo. En general, representa alrededor del 70 por ciento del consumo. Y en la Argentina, en las zonas más áridas, puede superar el 80 por ciento. Por eso, Prieto Garra resalta la necesidad de “la tecnificación del riego y la modernización que implica buscar una mayor eficiencia, para que aumente la productividad y se logre más rendimiento con menos agua utilizada”.
08 may 2014
Temas: agricultura, Agro, Agua, Riego