La investigadora María Cecilia Tranchida trabaja en una línea pionera en la Argentina y con un desarrollo incipiente en el mundo: la micología forense. Esta disciplina se basa en el estudio de hongos como una herramienta para determinar la fecha, causa y circunstancias de un fallecimiento.
Agencia TSS — Resolver un crimen gracias a la pista de un hongo parece un episodio de una serie protagonizada por un detective perspicaz. Sin embargo, la protagonista es la investigadora del CONICET María Cecilia Tranchida, pionera en el desarrollo en la Argentina de una línea de investigación todavía incipiente en el mundo: la micología forense.
La micología es el área de la biología que estudia los hongos y tiene un campo de aplicación muy diverso, si se tiene en cuenta la gran variedad de especies y de situaciones en las que aparecen estos organismos. Hay hongos que enferman, otros comestibles y otros que comen: como aquellos con capacidad de degradar diversas sustancias, hasta hidrocarburos. También hay hongos que, al igual que la fauna cadavérica (insectos), proliferan alimentándose de un cuerpo en descomposición. Del estudio de los insectos se encargan los entomólogos forenses: es una herramienta que se utiliza en las escenas del crimen para conocer el intervalo post-mortem y aspectos como la causa y las circunstancias de la muerte. Pero de los hongos que aparecen tras un fallecimiento se ocupan Tranchida y unos pocos científicos en todo el mundo.
“Hay pocos grupos trabajando en este tema y la mayoría son médicos forenses que aislaron ejemplares en casos puntuales. En el Reino Unido hay dos investigadores que han hecho algunos estudios un poco más exhaustivos y han usado hongos como evidencia forense”, explica a TSS Tranchida, doctora en Ciencias Naturales e investigadora en el Instituto de Botánica Carlos Spegazzini de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Tranchuida decidió especializarse en micología forense a partir de su tesis posdoctoral, dirigida por la micóloga Marta Cabello, investigadora de la Comisión de Investigaciones Científicas de Buenos Aires (CIC), y codirigida por el entomólogo forense Néstor Centeno, de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).
La investigadora comenzó con esta línea en 2011, cuando había escasa bibliografía sobre el tema. Encontró el trabajo de dos médicos japoneses, quienes se lo enviaron por correo electrónico pero no mucho más. Por entonces, Tranchida y sus tutores armaron un plan para abrir una línea de investigación local que en un futuro funcionase como herramienta para la Justicia.
“La entomología se aplica para resolver casos. Con la micología forense apuntamos a tomar como base los datos proporcionados por la entomología para poder tener una referencia de los tiempos biológicos. Pero, además de complementar la información que brinda la fauna cadavérica, la micología podría emplearse en casos en que no haya actividad de insectos, como épocas de temperaturas extremas u otras circunstancias por las que los insectos no puedan acceder al cuerpo”, afirma la científica.
El trabajo de los científicos consiste en aislar tanto los hongos que colonizan el cuerpo como diversas muestras de suelo que estén en contacto o a determinada distancia de él, ya que también se trabaja en zonas que se presume pueden ser enterramientos clandestinos y donde pueden haber quedado rastros. En el laboratorio utilizan técnicas de micología clásica para hacer una identificación morfológica y genética de las especies encontradas. Algunos de los hongos relacionados con la descomposición de cuerpos son Zygomycetes, Ascomycetes y Basidiomycetes.

“Mi trabajo tiene que ver con casos concretos pero que son el puntapié inicial de la micología forense. Todavía no podemos usarla como evidencia porque está en plena etapa de desarrollo. El objetivo, a partir de estos casos, es poder conocer mejor las especies que aparecen en cada momento de la sucesión biológica que ocurre en un cuerpo cuando se descompone”, indica Tranchida. La sucesión biológica es la evolución que se da de manera natural, en la que los organismos descomponedores (en este caso, las distintas especies de hongos) se sustituyen unos a otros en el tiempo.
Para tomar muestras de suelo, la investigadora utiliza cucharas o palas limpias y las traslada al laboratorio en bolsas de plástico. En el caso de los hongos aislados de un cuerpo, utilizan elementos como ansas, pinzas e hisopos, según la especie, forma, tamaño y consistencia. En el laboratorio utilizan elementos comunes a cualquier estudio de micología, como cámaras de flujo laminar, y algunos aspectos estudiados para identificar las especies son los rangos de temperatura, humedad y tiempo estimado que cada especie necesita para desarrollarse en las condiciones en que se encontró el cuerpo.
Tranchida es parte del Programa Nacional de Ciencia y Justicia del CONICET que, entre otras cuestiones, se encarga de una parte fundamental para avanzar en el desarrollo de esta línea de investigación: tratar de generar una relación más fluida entre el mundo científico y el judicial. “El acceso al área de Justicia es bastante difícil. Por un lado, por desconocimiento, porque lo que hacemos todavía es algo muy novedoso. Por otro lado, porque muchas veces el trabajo de los científicos queda trunco por trabas burocráticas. Hubo permisos y convenios que gestioné por mi parte con algunas áreas de la policía científica pero es necesario buscar caminos más sencillos y prácticos”, sostiene la investigadora.
15 jun 2017
Temas: CIC, CONICET UNLP, Hongos, Instituto Spegazzini, Justicia, Micología forense