En el CENPAT, en Chubut, un grupo de biólogos diseñaron una cámara de deriva para registrar lo que ocurre bajo el agua. La armaron de manera autodidacta y hasta usando chatarra, con el objetivo de obtener un equipo preciso y de bajo costo. El proyecto fue premiado y recibió financiamiento de diversos organismos locales y del exterior.
Agencia TSS — El biólogo Gastón Trobbiani, junto con su codirector de tesis, Alejo Yrigoyen, diseñaron y elaboraron una cámara de deriva capaz de sumergirse a 80 metros de profundidad y registrar todo lo que encuentra en el lecho marino, a una distancia fija que permite dimensionar los objetos que se cruzan delante de ella. Se trata de una versión mucho más económica que otras que se usan para hacer este tipo de monitoreos de especies asociadas al fondo del mar y para validaciones acústicas.
En este caso particular, Trobbiani la necesitaba para poder avanzar con su tesis doctoral, mediante la cual se propone hacer un relevamiento sobre el impacto en los sedimentos del mar que dejan las redes de arrastre utilizadas para la pesca (principalmente, de langostino y merluza), en la zona del Golfo San Jorge, cerca de Bahía Camarones, en Puerto Madryn, Chubut. “Una de las maneras de validarlo es viendo qué ocurre bajo el agua, y para eso trabajábamos con buzos que llevaban cámaras de video a 80 metros de profundidad, pero eso es muy costoso y tiene riesgos y limitaciones”, recuerda Trobbiani, que forma parte del equipo de investigadores del Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR) del Centro Nacional Patagónico (CENPAT-CONICET).
El problema es que el costo de estos equipos —que suelen importarse y cuyo precio ronda los 50.000 euros— los volvía de difícil acceso para los investigadores. Por eso, se propusieron desarrollar una cámara de deriva que fuera confiable, de bajo costo y que utilizara tecnologías abiertas, para poder ser transferida a otras instituciones o investigadores interesados.
“Empezamos a ver formatos que nos podían servir para llevar en un bote chico como el que usamos, conseguimos fierros y pedazos de acero de volquetes o comprados como chatarra y nos pusimos a cortar, soldar y a hacer modelos que probábamos con la embarcación. Algunos iban hacia arriba, otros hacia abajo, otros flotaban… Fueron como siete años de prueba y error”, recuerda Trobbiani y explica que, este dispositivo, al que bautizaron ‘Pepe’, tiene una forma tipo rapala: una especie de estructura triangular con una cola de metal, que contiene un estanco de acero inoxidable con tapas de acrílico, en cuyo interior viaja la cámara.
La cámara —que utiliza una batería de 12 voltios— está conectada a un monitor y a un grabador de video DVR ubicados en la embarcación. Utiliza un cable de red de 8 pares trenzados —similar a los de que se usan en exteriores para distribuir señales de video—, que mide 150 metros y, además de transmitir las señales audiovisuales, sirve para subir y bajar el dispositivo.
El equipo —que en el año 2015 resultó ganador de un premio Innovar— se destaca por su capacidad de referencia fija de distancia, que permite hacer estimaciones de tamaño de los objetos detectados por la cámara, algo imprescindible para la recolección de datos y que usualmente se hace con dos cámaras que filman en conjunto o con punteros láser sumergibles que definen una distancia específica. “El problema es que los láser cuestan alrededor de 100 dólares cada uno, teníamos que importarlos y dejan de funcionar o se agotan las pilas en mitad de la campaña”, explica el especialista.
¿Cómo lo resolvieron? A la estructura que lleva la cámara, desde el frente, le colgaron dos cables de acero que caen por debajo y se arrastran por el fondo, de manera tal que no levantan sedimentos o lo hacen sin interferir en las imágenes que se van registrando (al menos en la zona de Puerto Madryn en la que trabajan estos biólogos). “Son pesados y flexibles, pero mantienen la distancia que fijamos, que es del ancho de la estructura, de 50 centímetros”, afirma Trobbiani. Y agrega: “Resolvimos un problema, que traía muchos costos asociados, con un cable que estaba tirado en un volquete”.
Por este agregado, y a través del CONICET, el dispositivo obtuvo una patente de alcance nacional y fue incluido dentro de los denominados Servicios Tecnológicos de Alto Nivel (STAN) del organismo —algo que lograron a través de Yrigoyen, que ya está doctorado—, lo que les permite comercializarlo o transferirlo a otras instituciones y organismos públicos, algo que ya está ocurriendo. Por ejemplo, están construyendo uno para Prefectura y otro para el Destacamento Militar de Chubut.
“Además, nos lo piden institutos públicos y grupos de investigación que nos escucharon en alguna charla o porque lo han visto o usado, porque en estos años de desarrollo nos han quedado equipos o prototipos que funcionan bien y que no cumplen con todas nuestras necesidades pero sí con las de otros grupos”, explica Trobbiani y agrega que el costo actual para fabricar estos dispositivos es de alrededor de 30.000 pesos y requiere entre dos y tres meses de realización.
A lo largo de estos años obtuvieron diversos financiamientos para poder llevar adelante el proyecto y el armado de esta herramienta de registro y rastreo, cuya eficacia ha sido contrastada con otros sistemas de medición con resultados similares en cuanto a calidad y tasa de error. La tesis doctoral de Trobbiani se enmarca dentro de una iniciativa más grande que cuenta con un financiamiento PICT del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva —de evaluación de la pesca de arrastre en un parque marino interjurisdiccional costero Patagonia Austral, que abarca alrededor de 200 kilómetros de costa desde Bahía Camarones hasta Bahía Bustamante—. También trabajaron con otras dos fuentes de financiamiento: uno de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de Chubut y otra de origen extranjero. Otro subsidio —que todavía no se ha efectivizado—, proveniente del Ministerio de Defensa, se vincula con la investigación y el desarrollo de sistemas de exploración no tripulados.
25 may 2017
Temas: CENPAT, CESIMAR, Chubut, CONICET, Exploración marina, Medio ambiente, Pesca