Los principios de la Reforma

A 100 años de la Reforma Universitaria de Córdoba, en medio de los festejos que la conmemoran permanecen olvidados aspectos centrales de los reclamos de aquellos estudiantes con respecto al futuro del país y el rol de la academia. Sus protagonistas discutieron, postularon y lucharon por una concepción amplia de la universidad que incluía un fuerte compromiso con el desarrollo nacional y la generación de conocimientos propios.

Por Carlos de la Vega  
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Agencia TSS – El 15 de junio de 2018, la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) será el epicentro de la celebración de los 100 años de la Reforma Universitaria, aquella revuelta estudiantil que, en protesta contra el oscurantismo de una universidad desconectada de la realidad social sentó los principios de una profunda transformación de los estudios superiores que se difundiría por toda América Latina.

Como en los viejos discos de vinilo que vuelven a estar de moda, la melodía de esa gesta ha sido interpretada una y otra vez prestando atención a un solo lado de la misma, la reivindicación de la participación estudiantil en la conducción universitaria y el laicismo de la formación académica. Sin embargo, sus protagonistas discutieron, postularon y lucharon por una concepción amplia de la universidad que incluía un fuerte compromiso con el desarrollo nacional y la generación de conocimientos propios.

La larga incubación de la revuelta

La mitología alrededor de la Reforma tiende a presentar a los eventos de 1918 como una emergencia espontánea del romántico ímpetu juvenil de sus protagonistas, obviando que fue la decantación de un proceso de descontento de largo aliento con el sistema universitario argentino consagrado por la Ley N° 1.597 de 1885 (Ley Avellaneda). “La Reforma puede pensarse como la eclosión de un ciclo de rebeliones estudiantiles que arrancan en 1880, aunque hay un salto cualitativo que le dará un alcance latinoamericano”, explica Diego Hurtado, docente e investigador de historia de la ciencia y la tecnología de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

En 1871, 1875, 1886 y 1905 ya habían surgido protestas estudiantiles en contra del régimen de exámenes, del nivel de los aranceles y a favor de la docencia libre en la Universidad de Buenos Aires (UBA). En 1913 y 1915, la propia UNC había presenciado fuertes cuestionamientos al estado de su vida experimental.

Para 1918, el país contaba con sólo tres universidades nacionales, la de Buenos Aires, la de Córdoba, y la de La Plata; y dos provinciales, la del Litoral y la de Tucumán. Los estudios eran pagos y el Estado nacional contribuía al sostenimiento de las universidades con un monto similar al recaudado por las instituciones mediante sus aranceles.

El 15 de junio de 1918 se celebró la elección de rector pero los reformistas no aceptaron el resultado, tomaron la asamblea e iniciaron una nueva huelga.

La UNC contaba, entonces, con cerca de 1.300 alumnos y tenía tres Facultades, Derecho, Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales (Ingeniería) y Ciencias Médicas.

La crítica al sistema universitario nacional venía siendo motorizada no sólo por los estudiantes, sino también por un número importante de sus docentes y de las entidades científicas de la época. Entre los primeros, el modelo que los inspiraba era el de los “estudios libres” que había puesto en práctica la universidad alemana durante el siglo XIX y fue fundamental en el desarrollo económico alemán y en el liderazgo de este país en sectores industriales de vanguardia en la época, como la química.

En el sistema de “estudios libres”, los estudiantes tenían la potestad de elegir los cursos que tomaban y los docentes que los dictaban. Pero este régimen contenía otro elemento esencial, la universidad como centro de generación de conocimiento y no como mera reproductora de ellos. Este objetivo se buscaba a través de la experimentación y la investigación permanente. Los propios docentes eran los responsables directos de estas actividades y los alumnos eran formados en ellas.

En la Argentina, la universidad discurría por otros senderos. El conocimiento se basaba más en la reproducción de saberes generados por otros antes que en la práctica, la experimentación y la incorporación de nuevos conocimientos. Los docentes también solían hacer negocios personales estructurando la bibliografía de estudio de sus materias con artículos ajenos que recopilaban y editaban en libros con su nombre, obligando a los estudiantes a comprarlos.

Así estaba la UNC en marzo de 1918 cuando al comenzar las clases los estudiantes organizaron un Comité Pro Reforma Universitaria que presentó ante el Consejo Superior de la Universidad una serie de pedidos de cambios, entre ellos el apartamiento de los profesores que consideraban incapaces para la docencia, la modificación de los planes de estudios y del sistema de gobierno de la casa de estudios. El Consejo Superior rechazó las peticiones y clausuró la Universidad. Los estudiantes respondieron con una huelga y la solicitud de intervención al gobierno nacional.

El 7 de mayo de 1918 Hipólito Yrigoyen, entonces presidente de la Nación, envió como interventor de la UNC al procurador General de la Nación, Nicolás Matienzo, quien inició un proceso de moderadas reformas que incluyeron el apartamiento de algunos de los docentes más criticados y una modificación del sistema de gobierno de la Universidad, dándole más poder a los profesores por encima del sistema histórico de academias constituidas por miembros vitalicios. Finalizada esta etapa, Matienzo llamó a elecciones para rector. Se presentaron dos candidatos; Enrique Martínez Paz por el sector reformista, y Antonio Nores por el de los conservadores apoyados por la Curia. El 15 de junio de 1918 se celebró la elección de rector y salió ganador Nores, los reformistas no aceptaron el resultado, tomaron la asamblea e iniciaron una nueva huelga. Seis días más tarde se publicó el célebre “Manifiesto Liminar” de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC), en el que se plasmaron los principios y objetivos de los reformistas.

“La Reforma puede pensarse como la eclosión de un ciclo de rebeliones estudiantiles que arrancan en 1880, aunque hay un salto cualitativo que le dará un alcance latinoamericano”, explica Diego Hurtado, docente e investigador de historia de la ciencia y la tecnología de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

Yrigoyen volvió a intervenir la UNC en septiembre, cuando envió al ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, José Salinas. El rector electo y varios docentes del ala conservadora renunciaron, se modificaron los estatutos para introducir un sistema de gobierno universitario compartido entre docentes y estudiantes, con natural prevalencia de los primeros, se habilitó la asistencia voluntaria a algunos cursos y la docencia libre. Para entonces, el movimiento reformista iniciado en Córdoba comenzaba a ser replicado en La Plata, Buenos Aires y Santa Fe, para luego proyectarse a otros países latinoamericanos.

Claustro versus laboratorio

En una reunión celebrada el 31 de marzo de 1918, en el teatro Rivera Indarte de la capital cordobesa, entre los documentos que leyeron los jóvenes fundamentando la revuelta, uno manifestaba: “No nos rebelamos contra la universidad-laboratorio, sino contra la universidad-claustral”. Esta última era la universidad existente, encerrada en los claustros de su inmanencia, del autoritarismo y de la mediocridad. En contraposición, la universidad-laboratorio se identificaba con la excelencia científica, la producción de nuevos saberes y, también, con el desarrollo nacional. Un estudiante de la Facultad de Ingeniería, Alfredo Castellanos, escribía en La Gaceta Universitaria, órgano de prensa de los reformistas: “Necesitamos químicos porque en sus manos está el dirigir gran parte de la industria actual, fomentar y mejorar su desarrollo […] Necesitamos geólogos: así lo exige la dolorosa circunstancia de tener todavía a cargo exclusivo de extranjeros toda la dirección y explotación de nuestras riquezas minerales”.

“Castellanos pertenece a una mirada que se expresaba en La Gaceta Universitaria, cordobesa en principio, pero luego en las otras gacetas que se replicarían en La Plata y en Buenos Aires, con la idea de integrar la universidad al desarrollo del país”, dice Pablo Souza, docente e investigador en la UNSAM, en la Universidad Nacional del Centro (Tandil) y en la UBA.

Los reformistas intuían que el desarrollo del país debía pasar por lo industrial y para ello era imprescindible la modificación del perfil de las carreras. “El desarrollo del país inevitablemente venía asociado a una especificación de las carreras universitarias hacia un perfil de neto corte experimental –afirma Souza–. Se necesitaba gente que supiera de construcción, de maquinaria agrícola, de cemento, de explotación petrolera y de construcción de ferrocarriles. Incluso, se trata de modificar planes de estudios de carreras como Astronomía para contribuir al desarrollo económico”. No sólo en las ingenierías se hacen estos planteos, sino que “en medicina se querían mejorar los hospitales clínicos porque se consideraba que todavía no estaban al servicio de la sociedad”, agrega Souza.

Coincidencias y divergencias

Los estudiantes reformistas no fueron los únicos movilizados en aquéllas jornadas de revuelta y reclamos. Los conservadores también sumaban un buen número de adeptos y se organizaron copiando la estructura y los métodos de la FUC y de la Federación Universitaria Argentina (FUA), las dos grandes protagonistas de esos días.

En el principio de las protestas, tanto los reformistas como los conservadores coincidían en la necesidad de modificar el sistema universitario para avanzar hacia una universidad-laboratorio. Sin embargo, a los conservadores “les daba pavor la idea de una huelga universitaria por las resonancias con el peligro soviético, de desorden o barbarización”, explica Souza, y rechazaban que el conocimiento sirviera para promover cambios sociales abruptos.

Los estudiantes reformistas no fueron los únicos movilizados en aquéllas jornadas de revuelta y reclamos. Los conservadores también sumaban un buen número de adeptos y se organizaron copiando la estructura y los métodos de la FUC y de la Federación Universitaria Argentina (FUA), las dos grandes protagonistas de esos días.

El distanciamiento entre reformistas y conservadores-católicos se tornó insalvable luego del desconocimiento por parte de los primeros del triunfo del candidato a rector de los segundos. Las disputas entre ambos grupos en varias ocasiones terminaron en violentos enfrentamientos callejeros con heridos. El gobierno de la Provincia de Córdoba intervino con gran cuidado, controlando que la policía no cometiera demasiados excesos, teniendo en cuenta que gran parte de los protagonistas de aquellos sucesos, de uno y otro bando, provenían de las clases medias urbanas, uno de sus principales sostenes políticos. Además, se temía que Yrigoyen pudiera intervenir la provincia.

Los grandes medios de prensa de la época, el diario La Voz del Interior y Los Principios en Córdoba, y La Nación en Buenos Aires, describían horrorizados los sucesos que representan para ellos una intolerable subversión del orden constituido. No obstante, dada la composición social del movimiento, no se insistió en metodologías represivas brutales como las aplicadas por el mismo Yrigoyen en las huelgas obreras de los Talleres Vasena en 1919, o en la Patagonia, tres años después.

La gratuidad peronista

A pesar del ideario democratizador de la universidad argentina y comprometida con el desarrollo del país, que promovió el movimiento reformista, la cuestión de la gratuidad de la enseñanza universitaria fue debatida pero no reclamada como un eje de su propuesta. Hubo que esperar al peronismo para que este rasgo esencial de la educación universitaria argentina contemporánea viera la luz. “Por Decreto PEN N° 29.337 del 22 de noviembre de 1949 se suspendió el cobro de aranceles en las universidades nacionales, dando inicio a la gratuidad de la misma”, recuerda Mirta Iriondo, decana de la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación (FAMAF) de la UNC.

“Muchos historiadores y politólogos toman la Reforma del 18 y la política universitaria durante los primeros gobiernos peronistas como algo antagónico, pero uno tendría que terminar con este tipo de concepciones y reconocer que fue, precisamente por un decreto presidencial, que se estableció la gratuidad de la enseñanza universitaria”, enfatiza Iriondo, y agrega: “Hay otro elemento profundamente democratizador del acceso a la educación universitaria que ocurrió durante ese Gobierno: por la Ley N° 13.229, de agosto de 1948, se creó la Universidad Obrera Nacional, cuya apertura se concretaría en 1953, antecedente de lo que sería la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Eso abrió las puertas de la educación superior a otro sector, el obrero, que en aquella Reforma de 1918 no estaba contemplado y era fundamental para el desarrollo del país”.

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Ilustración de la revista Caras y Caretas del 29 de junio de 1918 sobre la crisis en la Universidad Nacional de Córdoba como consecuencia de la revuelta estudiantil. Gentileza: Pablo Souza y Biblioteca Nacional de España.

Autenticidad y barniz

Franja Morada, el brazo universitario de la Unión Cívica Radical (UCR), se apropió de la memoria de la Reforma Universitaria de 1918 como si fuera algo de su propia autoría, cuando en realidad el movimiento tuvo muy poca identificación partidaria y sus principales protagonistas abrazaron con posterioridad muchas corrientes políticas diferentes, entre ellas el socialismo y el anarquismo.

No deja de resultar llamativo que una fuerza que desde hace más de dos décadas integra el núcleo duro de un espacio político conservador y neoliberal, hoy en el gobierno, reivindique un movimiento que tenían en mente un país muy diferente al promovido por aquélla en el presente. “La Reforma Universitaria es enarbolada por un grupo de gente que hoy día está lejos de ser progresista y por ello mismo necesita tener algún halo de progresismo en el pasado”, insinúa como explicación Souza.

“Mirada desde el presente, la Reforma es un hito de una sucesión de eventos a lo largo del siglo XX que llevan a lo que es hoy el sistema público de universidades nacionales, con 57 instituciones que son simbólicas de un proyecto de país que se debate con otro proyecto de país”, señala Hurtado. “De un lado –continúa– el neoliberalismo identificado con la dictadura de 1976, el menemismo y el gobierno de Macri; y por otro, una Argentina industrial que necesita ciencia y tecnología, y al sistema de universidades públicas”. Y concluye: “Para entender a la universidad actual uno tiene que pasar por la Universidad peronista [1946-1955], por la Noche de los Bastones Largos [1966], por la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires de Puiggrós [1973], por la universidad que se recupera de la Dictadura durante el alfonsinismo, por la de la resistencia a los intentos de arancelamiento del menemismo y por el salto cualitativo que se da entre 2003 y 2015 con el kirchnerismo y la creación de más de una decena y media de nuevas universidades nacionales. La Reforma es un escalón de una escalera con muchos más peldaños”.

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