El presidente Javier Milei afirma que sacrificando los ingresos de la población en el presente se tendrá un futuro de prosperidad, alojado en un indeterminado porvenir, mientras la pobreza durante su gestión ya llegó a más de la mitad de la gente. Esto no es sólo retórica para imponer intereses empresarios, sino algo con profundo arraigo en los postulados de la teoría económica dominante.
Agencia TSS – Imaginemos un barco en alta mar en medio de una feroz tormenta con descomunales olas. El buque remonta y se desploma ante el paso de cada una de las ondas de agua. El principio de Arquímedes, hábilmente empleado por los ingenieros navales que lo diseñaron y construyeron, además de su perfil de casco, lo mantiene a flote pero cada vez ingresa más agua por la cubierta. El peso no juega a favor, hace que en cada inmersión por las fluctuaciones del agua, la profundidad alcanzada sea mayor que la deseada y, a su vez, que la emersión posterior tarde más de lo esperado. Ello incrementa el agua incorporada en cada ciclo. Además, la masa del navío, ante semejante zamarreo oceánico, provoca innumerables y creciente tensiones en su estructura, muchas de ellas potenciales fuentes de una fractura que en cualquier momento puede desencadenar la catástrofe del naufragio. Ante tan desesperada situación el capitán ordena alivianar el barco arrojando por la borda todo lo que no sea necesario y haga peso.
Un grupo de marineros concluye que los mamparos internos y sus cuadernas que brindan resistencia estructural al casco, así como el timón, el motor y otros elementos vitales del buque, son muy pesados y deciden eliminarlos (imaginemos que dichos marineros realmente pudieran remover esos componentes en el mar y en medio de una tormenta). Alguno de entre ellos, incluso, podría aportar la idea de eliminar directamente parte de las placas del casco y, por qué no, los botes salvavidas. Los marineros no discriminan entre los elementos no vitales del barco, o una carga trivial, y los componentes fundamentales para mantener a flote y bajo control al navío.
¿Cómo le iría al barco si estos marineros (o marineras) tuvieran éxito en su propósito? ¿Su actitud podría ser calificada como un loable y valiente compromiso con la salvación del navío y su gente?¿O sería el resultado de mentes desquiciadas que precipitan la tragedia? ¿Y si encima se descubriera que esos marineros obtenían beneficios personales al obrar así? ¿Y si se revelase que habían ocultado un bote salvavidas para su escape particular y que la destrucción involucrada tenía como propósito apoderarse de piezas fundamentales y valiosas del barco? Pues bien, la economía neoclásica marginalista, paradigma dominante en la enseñanza y la práctica de la disciplina en todo el mundo contemporáneo, eleva al rango de modelo de lo correcto al comportamiento de marinos como los del relato.
Sacrificio sin discriminación
Paul Samuelson (1915-2009), fue un economista estadounidense laureado con el Premio Nobel de Economía en 1970. Sin embargo, su obra más conocida es un manual de introducción a la disciplina que él publicó desde 1948. El título original era Economía: Un análisis introductorio, pero con el tiempo pasó a denominarse, simplemente, Economía. La obra se ha publicado ininterrumpidamente desde entonces, contando a partir de 1985 con la colaboración de William Nordhaus, en 2018 también Premio Nobel de Economía. La última edición es la vigésima y data de 2019.
Economía es el texto de la materia más vendido de la historia. Es el manual de referencia para la introducción a los estudios de economía de nivel universitario en los cinco continentes, desde el capitalista Estados Unidos de América, pasando por los keynesianos países europeos, la “comunista” China, la resurgida Rusia, la gigantesca India, el sudeste asiático, África y, por supuesto, América Latina.
La última versión de la obra mencionada para esta región es la número 19 (2010), la cual trae referencias específicas para el subcontinente y así lo expresa en su título: Economía con aplicaciones a América Latina (19° edición). En la página 298 de esta última versión de Economía aparece un gráfico que está presente en todas las ediciones. El Gráfico 1 reproduce el mencionado esquema en donde se muestra la evolución conceptual y supuesta del consumo de dos países (islas en el relato explicativo del libro) a lo largo del tiempo. El primer país, denominado A, mantiene un cierto nivel de consumo per capita, el cual crece moderadamente en el futuro. En cambio, el país B realiza un significativo sacrificio disminuyendo su consumo per capita en el presente, lo que le permite emplear esos recursos en inversiones que a futuro le posibilitarán tener un nivel mucho mayor de consumo, superando al país A. Préstese especial atención a cómo en el gráfico de Samuelson-Nordhaus el país A es tildado de “perezoso”, mientras que el B es calificado de “prudente”. La pretendidamente aséptica ciencia económica positiva no tiene inconvenientes con los rápidos calificativos morales.
El gráfico en cuestión no hace ninguna mención, no discrimina, acerca del tipo de sacrificio que tan virtuosamente realiza el país B, ni tampoco en qué se invierten los recursos que se detraen del consumo. Si uno se atuviera a dicho esquema sería lo mismo dejar de consumir bienes superfluos, como camionetas adquiridas como símbolo de prestigio social y no por su utilidad en ciertas actividades productivas específicas, que dejar de alimentar adecuadamente a un millón de niños, como denunció semanas atrás UNICEF en relación a lo que está ocurriendo en la Argentina de Milei.
Tampoco se dice nada en el gráfico aludido sobre qué tipo de inversiones deberían hacerse para esperar que fructifiquen en un mejor estándar de vida futuro. La explicación en el cuerpo del texto sí hace alusión a que la isla “prudente” debería invertir en la producción de “bienes de capital como arados, palas y telares” [SAMUELSON, P. A; NORDHAUS, W. D. (2010). Economía con aplicaciones a América Latina (19° edición), México DF: McGraw Hill, p. 297]. La aclaración es oportuna porque es frecuente que cuando se piden sacrificios en economía a fin de realizar inversiones que acerquen a un porvenir más próspero no se aclara qué tipo de aquéllas se van a realizar. ¿Se invertirá en especulación financiera, en nuevas tecnologías, en infraestructura, en bienestar para los más adinerados? ¿O da todo lo mismo con tal de que sean inversiones?
Otra cosa que el esquema de Samuelson-Nordhaus omite es quién deberá sacrificarse por esas inversiones. ¿Los que apenas logran comer una vez al día? ¿La clase media sin resto? ¿Los magnates? ¿Todos por igual? ¿Es lo mismo restringir cualquier tipo de consumo? Si, por ejemplo, en un país con industrias diversas el achicamiento del consumo llevase a la desaparición de varios sectores de aquéllas, ¿no se estaría destruyendo el capital necesario para la anhelada futura prosperidad, en lugar de acumularlo y ampliarlo?
El axioma del “sacrificarse hoy para estar mejor mañana” se deja mayormente indefinido, dando lugar a concepciones muy falaces y arteras del mismo. Como los marineros desquiciados/criminales del relato del inicio de esta nota, la máxima del sacrificio del consumo actual para acumular los recursos que permitan canalizar las inversiones que promuevan un mañana mejor, puede desembocar en la excusa para destruir o saquear capacidades y recursos productivos del presente, con el consiguiente resultado de un futuro aún peor. Eso es precisamente lo que postula el neoliberalismo.
En la esencia de la teoría
Samuelson no era un neoliberal. Por el contrario, fue un crítico de la teoría económica neoclásica marginalista surgida en la segunda mitad del siglo XIX, base constitutiva del neoliberalismo actual, y en la década de 1950 fue uno de los autores de la síntesis entre aquella concepción decimonónica y el keynesianismo. Tampoco sería justo, al menos a partir de la evidencia disponible, atribuir a Samuelson o a Nordhaus algún propósito espurio con respecto a los problemas teóricos de la concepción sobre el sacrificio, la inversión y la prosperidad por ellos esgrimida. Pero eso no quita que las ideas queden servidas para cualquier uso falaz y malvado de ellas. Es lo que hacen los ultraliberales como el actual presidente argentino, referente paradigmático de la ultraderecha (los “ultras” se multiplican) mundial.
La corriente dominante (mainstream) de la economía contemporánea posee numerosos y medulares problemas, tanto en la coherencia de sus postulados y conceptos, como en el ajuste de ellos a la realidad. Y, sin embargo, esa economía se mantiene de pie y arrogantemente dispensadora de directivas sobre cómo deben manejarse los asuntos sociales, incluso más allá de su campo específico de incumbencia.
Está también plagada de supuestos que deben tomarse como axiomas, verdades sin discusión, que dan lugar a hipótesis centrales en la materia. Esta es una metodología que, en las ciencias formales, como la matemática, resulta útil pero que posee serias dificultades cuando se traspola sin más a las empíricas, grupo al que pretende pertenecer la economía. Si no, véase lo siguiente.
Milton Friedman (1912-2006), otro Premio Nobel de Economía (1976), ha sido uno de los grandes referentes de los libertarios al modo mileista. En uno de sus trabajos, tratando cuestiones de epistemología de la economía, él afirmaba:
“…una hipótesis para ser importante debe poseer supuestos descriptivamente falsos, ya que no toma en cuenta la mayor parte de las circunstancias reales, puesto que su auténtico éxito reside en mostrar su irrelevancia para explicar el fenómeno de que se trata” [FRIEDMAN, M. (1958). “La metodología de la economía positiva”. En Revista de Economía Política (21), mayo/diciembre, p. 368].
En las ciencias empíricas, muchas veces se apela a hipótesis iniciales altamente formalizadas para registrar los rasgos fundamentales de un fenómeno, excluyendo los detalles concretos, sobre todo con fines de enseñanza. Piénsese sino en el movimiento rectilíneo uniforme (MRU) de las primeras clases de física en el secundario. Ahora bien, nadie diseña ni un monopatín basándose en el MRU. Una de las rémoras de la economía neoclásica y sus derivados es que continúa con esas hipótesis estilizadas incluso en el intento de describir fenómenos reales y complejos, y lo que es peor, de intervenir en ellos. Esto da lugar a conocidas paradojas, como la reiterada incapacidad de los y las economistas de la orientación en cuestión para dar cuenta adecuadamente de las consecuencias de sus recetas. Algo sugestivo cuando se toma en consideración que el propio Friedman, en el mismo trabajo aludido, sostenía que “…la única prueba de la validez de una hipótesis es la comparación de sus vaticinios con la experiencia” (Friedman, op. cit., p. 361).
Durante la década menemista de 1990, los neoliberales del entonces ministro de Economía argentino, Domingo Cavallo, juraban y perjuraban que las privatizaciones, las desregulaciones, el libre mercado, la paridad 1 a 1 entre el peso y el dólar estadounidense, y la apertura al mundo iban a solucionar los problemas de déficit fiscal, el endeudamiento externo, la inflación y el crecimiento de Argentina. El resultado luego de unos años de aplicarse el plan fue una hecatombe de proporciones provocada por una crisis de la deuda, el déficit fiscal, la recesión y una deflación (fenómeno de peores consecuencias que una inflación, salvo una híper) por falta de liquidez que acabó con la incautación de los ahorros bancarios de los y las argentinas (el célebre “corralito”) para sostener a los bancos.
No hay ningún registro en la historia económica conocida de una sociedad que haya prosperado siendo fiel a los postulados neoliberales en economía. De hecho, los países en los que mejor se reflejan axiomas como los del Estado mínimo o el libre mercado son naciones como Haití o Somalia, sitios que no suelen ser muy anhelados para vivir y prosperar. Por el contrario, la nación más exitosa del momento en términos de velocidad, amplitud y profundidad del desarrollo, China, es un ejemplo de intervencionismo gubernamental multidimensional. Incluso, cuando los países desarrollados han caído en la trampa de creerse las mentiras elaboradas para sus colonias, formales o informales, los daños han sido inconmensurables. Margaret Thatcher le provocó un desplome a Gran Bretaña en términos de potencia mundial del que no se ha recuperado.
Pero como se ha visto, el problema está en el corazón de la teoría económica marginalista y aflora con independencia de la mayor honestidad, intelectual omoral, de quienes la esgrimen.
Vía crucis libertario
En la teología cristiana, el camino de la cruz, bien asumido, lleva a la redención de una vida nueva que trasciende todos los males de la previa. La economía neoclásica pretende sostener cierta parte de esa idea salvífica en una versión puritana que los neoliberales al uso libertario han acomodado a su gusto e intereses.
San Ireneo de Lyon (140-202) y San Hipólito de Roma (217-235), dos referentes doctrinales de la cristiandad en sus primeros tiempos,le atribuyeron al Anticristo, encarnación del máximo mal, el anhelo profundo de aparecerse al mundo con las formas exteriores del bien supremo. No hace falta ser creyente para prestar atención a algunas ideas y formas religiosas si se las considera modelos arquetípicos de la experiencia social acumulada a lo largo de la historia. Algo de esto parece ser pertinente a la hora de evaluar las propuestas y las acciones libertarias.
Mientras Milei alega que la profunda recesión y restricción del gasto público en la que ha sumido a la Argentina es para tener un mejor futuro, se paraliza la inversión en educación, se corta en ciencia y tecnología, se promueve la desnutrición infantil, la no provisión de medicamentos a enfermos graves, la pobreza de los jubilados y se suprimen las políticas de desarrollo industrial. O sea, todo lo que normalmente lleva a la generación de riqueza, o a la justicia y la solidaridad social básicas. Simultáneamente, Milei no se cansa de decirle a los empresarios argentinos, en cada encuentro público con ellos, que su misión es hacerles ganar dinero. Hasta ha elogiado la evasión tributaria y la fuga de divisas (discurso en el Foro del Llao Llao, 19 de abril de 2024). El libertario lleva sus palabras a la práctica y, así, reinstaura el impuesto a las ganancias para los trabajadores de ingresos medios-altos mientras le reduce impuestos a los más ricos, en un momento en que la pobreza y la indigencia dan un fuerte salto, alcanzando al 52,9 por ciento y 18,1 por ciento de las personas, respectivamente, según informó el INDEC el pasado jueves 26 de septiembre.
Este es otro rasgo recurrente del modelo económico neoliberal, heredero del neoclásico marginalista: el sacrificio para las inversiones nunca se pide a los dueños del capital. De hecho, la remuneración del factor trabajo, el salario, es tratado como un costo, pero no así los beneficios del capital. Para esta concepción tener un sueldo que le permita a un trabajador comprarse un auto una vez por década puede acarrear un enorme problema de competitividad empresarial, pero que el propietario de esa empresa tenga varios aviones privados de decenas de millones de dólares de precio, y decenas de miles de costo por hora de vuelo, no es ningún inconveniente.
¿Quién invierte?
La derecha argentina, dentro de la cual se inscriben los libertarios de Milei, suele autoatribuirse, cuando llega al gobierno, la gestión responsable de los asuntos públicos. Por el contrario, acusa al peronismo, y especialmente a la versión kirchnerista, de dilapidar la riqueza del país a través de políticas populistas que mejoran los ingresos de la población en el corto plazo sin tener en cuenta las capacidades reales del sistema productivo ni el porvenir. Esto podría analizarse a la luz del gráfico del País A y el B de Samuelson-Nordhaus. Si tal tesis fuera correcta, la inversión en los años kirchneristas debería ser baja, y en los gobiernos de derecha, elevada. Veamos qué muestran, en la Argentina, los datos “duros” de los últimos 20 años de la Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF), un indicador fundamental de la inversión en las cuentas nacionales.
Téngase presente que el gobierno de Néstor Kirchner vino después de más de una década de aplicación del modelo neoliberal a rajatabla (la “convertibilidad”, por la paridad 1 a 1 entre el peso argentino y el dólar). En ese escenario, el Gráfico 2 exhibe cómo en los gobierno kirchneristas, a los que se les atribuye el “derroche populista”, se dio un nivel de inversión significativamente más alto que el verificado durante la convertibilidad (ver pronunciado ascenso de la curva entre 2004 y 2007), e incluso, en promedio, más elevado que el de la Presidencia de Macri. Las fuertes caídas en la FBCF registradas en los años 2009 y 2020 son consecuencia de dos cataclismos internacionales. En el primer caso, la debacle del sistema financiero de estadounidense en 2008, aunque en aquel momento también se le sumó el prolongado conflicto previo entre el gobierno argentino y las patronales agropecuarias por la modificación de los aranceles a las exportaciones de la soja y otros cereales (el “conflicto de la Resolución 125”). La segunda caída pronunciada de la FBCF en tiempos kirchneristas corresponde ala pandemia del COVID-19. Para el gobierno de Milei sólo se ha tenido en cuenta el primer trimestre de 2024, único sobre el que hay datos procesados hasta el presente. Ahora bien, ya para esos escasos meses el panorama de caída de la inversión rivaliza con el de la pandemia planetaria reciente.
Así, la afirmación neoliberal de que los “populistas” dilapidan la riqueza que construyen “las personas serias” que invierten en lugar de gastar, se ve refutada por los datos. Algo que suele ocurrirles. Los que más invierten son los que menos invocan la necesidad del sacrificio, y lo que hacen esto último, son los que ostentan las menores inversiones.
¿Por qué sigue?
La teoría económica neoclásica marginalista tiene múltiples fallas. La expuesta ha sido sólo una puntual. Tampoco posee respuestas superadoras a problemas actuales cruciales como la distribución del ingreso en las sociedades capitalistas, el futuro del trabajo humano ante el avance de las máquinas inteligentes o la preservación del medio ambiente. Frente a este panorama la pregunta obvia es: ¿por qué sigue teniendo tanto predicamento una forma tan deficiente de concebir a la economía?
La respuesta a la pregunta realizada probablemente comience por la comprensión de que la economía es actualmente una de las ciencias en donde más intereses particulares se juegan. Una afirmación de una ciencia cualquiera sobre, por ejemplo, la configuración cristalina de un material, afecta lo mismo a ricos y a pobres, aunque los primeros puedan hacer una fortuna con eso y los últimos no. No ocurre lo mismo con la Economía en donde las conclusiones a las que se arribe, o la descripción del mundo que se realice, lleva consigo la disputa por las riquezas sociales. Terreno especialmente codiciado por intereses que permanentemente pretenden evaluar y dar forma a todo lo existente a través de un prisma ideológico cincelado a la medida del gran empresariado capitalista y su modo de vida.
Uno de los grandes logros del modelo neoclásico marginalista fue el haber conquistado el sistema educativo universitario a nivel planetario. Sus simplificaciones lo volvieron desde un comienzo atractivo para iniciarse en el conocimiento de las complejidades de la economía. Luego ese reduccionismo se terminó hipostasiando para tomar lo abstracto como equivalente de lo real. En una obra muy destacable, el economista checo Tomáŝ Sedláĉek manifiesta:
“Aunque somos los más fuertes creyentes en la libertad de elección, no permitimos que los estudiantes escojan su escuela de pensamiento económico; solo les enseñamos la corriente prevaleciente. Después de que han sido adoctrinados con seguridad por un par de años, sólo entonces pueden aprender enfoques alternativos ‘heréticos’, así como una historia de su propio campo” [SEDLÁĈEK, T. (2014). Economía del bien y del mal. La búsqueda del significado económico desde Gilgamesh a Wall Street, México DF: Fondo de Cultura Económica, p. 341].
En tanto los fundamentos teóricos de la economía neoclásica marginalista no sean derribados desde sus raíces,sus malezas seguirán acechando, aun cuando en momentos específicos de la historia puedan reducirse en su expresión. Y esas malezas tarde o temprano resurgirán vigorosas para intentar, una vez más, apoderarse del fruto del esfuerzo humano a fin de transformarlo en un falaz sacrificio en tributo a un falso dios de la prosperidad.
27 sep 2024
Temas: Desarrollo, Economía, Modelos de desarrollo, Neoliberalismo, Política económica