“Hay que fortalecer el diálogo entre científicos y quienes toman decisiones”

El agua aparece en el centro de cualquier tipo de desarrollo humano, tanto para su consumo como para el cultivo de alimentos y la generación de energía. Sobre estos vínculos y el manejo sustentable de este recurso habla el especialista Christopher Scott.

Por Vanina Lombardi  
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Agencia TSS Con más de una década dedicada a la investigación aplicada, el doctor en Hidrología Christopher Scott, experto en el uso sustentable del agua y su relación con la producción de alimentos y energía, decidió regresar al ámbito académico como docente en la Universidad de Arizona (Estados Unidos). Su paso por la investigación aplicada se nota en la búsqueda continua de un vínculo entre los conocimientos que se generan y su utilidad para la sociedad. Esa impronta tuvieron sus exposiciones en la primera edición de la Escuela de Posgrado Futuros, el foro anual creado por la UNSAM y la Fundación Innovación y Tecnología (FUNITEC) en el que se debatió acerca de la relación entre las nuevas tecnologías y los desafíos ambientales que plantea el uso del agua. Allí, Scott ofreció dos charlas: “El nexo entre agua, energía y alimentos: administración y políticas de recursos integrados” y “Seguridad del agua frente al cambio climático y la economía globalizada”.

En sus dos exposiciones usted destacó el concepto de “nexo”, que tiene un sentido particular. ¿Por qué se parte del agua para explicarlo?

Si bien desde hace algunos años comenzó a usarse un enfoque integrado de los diferentes componentes del ciclo hidrológico (en el que se combinan aguas subterráneas con superficiales, de uso humano con ecológico y urbano con agrícola, entre otras), hoy necesitamos una perspectiva más amplia. Para ese propósito, el concepto de nexo es muy oportuno porque abarca cuestiones de energía, agricultura, alimentos y agua al mismo tiempo.

¿Por qué es tan importante ese vínculo?

La agricultura y la producción de alimentos es cada vez más intensiva en consumo de agua y energía. Por eso, necesitamos conocer las posibilidades que nos brinda la tecnología, así como los límites de la eficiencia y los costos de la ineficiencia considerando también cuestiones culturales y sociales, de las empresas y de la sociedad en general. Hablamos del uso de agua en agricultura y en la generación de electricidad, por ejemplo, pero también en el caso de la fracturación hidráulica (fracking, técnica que posibilita o maximiza la extracción de gas y petróleo del subsuelo), que en la Argentina es un tema muy importante.

Y controvertido…

El impacto ecológico de los residuos que genera y la cantidad de agua requerida para el proceso son temas que hoy no están regulados y es una cuestión que se nos va a escapar de las manos si no encontramos el modo de manejarla. Para el caso de la Argentina, insisto en que deben prestar atención a la política ambiental e hídrica en aquellas zonas donde la explotación de gas natural mediante fracturación hidráulica se está expandiendo. No digo que necesariamente haya que limitarlo, aunque siempre es una opción, pero lo peor sería asumir que los problemas se van a resolver por sí solos o esperar que las empresas se hagan cargo de esto.

«Hay que aprender a diseñar las investigaciones de modo que sus resultados tengan las mayores posibilidades de ser adoptados o que, al menos, puedan llegar a sectores con capacidad de decisión», dice Scott.

¿El concepto de nexo busca vincular cuestiones más analíticas con lo que sucede en el mundo real?

Claro. Y cada vez hay más estudiantes comprometidos que saben de antemano que su análisis, tesis o disertaciones deben tener alguna aplicación en el mundo real. Ese es otro tema sobre el que hablamos: la interfaz entre ciencia y política. Hay que aprender a diseñar las investigaciones de modo que sus resultados tengan las mayores posibilidades de ser adoptados o que, al menos, puedan llegar a sectores con capacidad de decisión. En muchos casos, los resultados no logran tener una aplicación concretapor no llegar a las manos correctas.

¿Cuáles la estrategia para lograrlo?

Es uno de los temas que más me preocupan. Lo que les decimos a los estudiantes es que, si quieren que alguien adopte sus resultados, deben pedirle información, preguntar por sus prioridades e involucrar a los interesados al momento de diseñar el estudio. Estudiar la contaminación de arsénico en un pozo, por ejemplo, y después salir a buscar un interesado, no sirve. No me refiero solo a los políticos: hablo de la comunidad interesada en los resultados y dispuesta a presionar para que esos cambios se concreten. Allí, los niveles de participación son diferentes porque sus miembros ven que sus prioridades también están reflejadas de alguna forma.

¿Hay ejemplos de esto en el mundo?

Uno muy interesante es en Mendoza, donde el Departamento General de Irrigación está haciendo estudios de balances hídricos con la participación de diferentes usuarios de agua, del sector público y privado, y también de la academia. Estos procesos tienen mayor posibilidad de éxito cuando la institución que convoca el encuentro proviene de la parte operativa.En cambio, cuando los académicos iniciamos ese tipo de encuentros, tenemos menores posibilidades de éxito porque, a fin de cuentas, a quien le importa es al que tiene que implementar una política o adoptar una recomendación basada en investigaciones científicas.

Sin embargo, se inician y aprueban muchas iniciativas que parecen ir en contra de estos principios de sustentabilidad. En este sentido, ¿considera que hay diferencias entre los países más y menos desarrollados en cuanto a la adopción de políticas públicas que preserven el medioambiente?

Hace 20 años, hablar con un funcionario público sobre la importancia del medioambiente y la sustentabilidad era visto como una amenaza. Hoy estos conceptos están presentes en diversos ámbitos. No digo que sea un proceso automático; hay que hacer esfuerzos, hay que insistir y seguir fortaleciendo el diálogo entre los científicos y quienes están a cargo de diseñar políticas y tomar decisiones.

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