Apósito para curar heridas

Científicas del CONICET en la Universidad Nacional de Quilmes desarrollaron una tecnología que no solo cubre heridas en la piel y mantiene la humedad adecuada, sino que también promueve activamente su curación. El producto demostró funcionar en estudios in vitro y deberán comprobar su eficacia y seguridad en estudios preclínicos.

Por Matías Ortale  
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Agencia TSS – Durante años, los apósitos fueron pensados para funcionar como una barrera de protección. Pero con el tiempo fueron usados para otras funciones terapéuticas. Actualmente, un grupo de investigadoras argentinas del CONICET desarrollan un nueva tecnología que no solo cubre la herida y mantiene la humedad adecuada, sino que también promueve activamente su curación. El material demostró ser seguro y eficaz en estudios in vitro y en modelos con pez cebra, una especie muy valorada en investigación por su similitud genética con los humanos.

En plena pandemia y sin poder acceder al laboratorio por meses, un equipo de científicas avanzó en el desarrollo de un apósito inteligente que promete tratar heridas de forma más rápida, efectiva y accesible. El proyecto, que nació como tesis doctoral de Ayelén Sosa, becaria del CONICET y licenciada en Biotecnología, hoy da sus primeros pasos hacia una futura aplicación clínica. Liderado por las investigadoras Carolina Martinez y Jimena Prieto, desde el Laboratorio de Bio-Nanotecnologia (LBN) de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), vinculado al Instituto Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE, CONICET-CICPBA-UNLP). El grupo de investigación espera que esta técnica presente resultados positivos a largo plazo y se proyecte como un producto que tendrá implicancia en la vida cotidiana de las personas.

En estos apósitos se decidió incorporar componentes específicos que ayudan a prevenir infecciones, alivia el dolor y estimulan la regeneración celular. No solo se busca curar más rápido las heridas, sino también reducir al mínimo la formación de cicatrices. El material de base es un polímero natural como la gelatina en combinación con medicamentos antimicrobianos y cicatrizantes. “Encontrar el polímero con el que se armó el film fue un desafío grande. Se hizo un trabajo importante con diferentes polímeros hasta encontrar el que nos permitía seguir avanzando a las siguientes etapas”, explicó Martinez a TSS.

A los desafíos técnicos se fueron sumando las dificultades propias del contexto en el que surgió el proyecto, que inició en la época de confinamiento por la pandemia. La UNQ, además de cerrar sus puertas, también alojaba a personas con síntomas leves de Covid-19: “La universidad estuvo cerrada dos años. Cuando finalmente pudimos volver se trabajaba en burbujas, pocas horas al día y no se podía ir siempre”, recuerda Martinez. Llevar adelante los ensayos y experimentos en estas condiciones implicó una gran capacidad de adaptación y compromiso por parte del equipo.

El proyecto fue iniciado por investigadoras del Laboratorio de Bio-Nanotecnologia (LBN) de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). En la foto (de izq. a der.), Jimena Prieto, Carolina Martínez y Ayelen Sosa.

Actualmente, el proyecto se encuentra en etapa preclínica, lo que significa que aún no ha sido probado en humanos y quedan muchos procesos antes de poder llevarse a cabo. “La fase preclínica lleva algunos años y luego la fase clínica en humanos es más larga aún. Hay que tener paciencia, pero es así el camino siempre en el desarrollo de nuevos productos”, dijo Martinez. Si bien aún queda mucho por recorrer antes de que esta tecnología llegue a hospitales o farmacias, los primeros resultados permiten proyectar un alto impacto en la calidad de vida de pacientes con heridas crónicas, quienes pueden desarrollar úlceras o lesiones que tardan mucho en cicatrizar y son propensas a infecciones.

Las investigadoras eligieron llevar a cabo el desarrollo con el modelo pez cebra, que es uno de los más utilizados porque comparte con los humanos una gran cantidad de órganos y sistemas, además de que brinda rapidez a los análisis sin necesidad de utilizar técnicas invasivas. En este caso, el pequeño pez transparente permite observar en tiempo real procesos como la cicatrización y la respuesta a tratamientos, lo que es clave para etapas tempranas en el desarrollo de estos productos.

Uno de los objetivos principales que se busca con este proyecto fue lograr una buena adherencia del apósito para que pueda mantenerse en la piel por un tiempo prolongado sin necesidad de recambios frecuentes. “Esto conlleva no solo a que haya menos riesgo de infección al no tener que descubrir esa herida, sino que además evita visitas constantes al médico, lo que representa una ventaja muy grande a nivel económico para quienes no pueden acceder fácilmente al sistema de salud o viven lejos de un centro médico”, detalla la investigadora.

Un ejemplo son las personas con diabetes que suelen requerir controles frecuentes para tratar sus heridas, lo que implica un costo elevado y un esfuerzo físico y logístico considerable. Además, una curación más lenta o inadecuada puede derivar en complicaciones graves, como infecciones persistentes o incluso amputaciones. Por eso, un apósito que acelere la cicatrización, prevenga infecciones y no requiera cambios diarios representa un aporte concreto a su autonomía y bienestar.

El material de base es un polímero natural como la gelatina en combinación con medicamentos antimicrobianos y cicatrizantes.

Mientras avanzan en los ensayos, el equipo se encuentra en la búsqueda activa de financiamiento para continuar con la siguiente fase. “Estamos saliendo a buscar inversores para poder solventar esta etapa, que es costosa y requiere de toda una infraestructura”, explicó Martinez. Sin embargo, las posibilidades de obtener ese respaldo son cada vez más difíciles en la situación actual de la Argentina.

“El contexto actual de la ciencia es duro porque no hay muchas fuentes de financiamiento disponibles ni perspectivas de que vaya a haber en el corto plazo. Eso limita muchísimo nuestros recursos para trabajar. Aun así, los científicos argentinos poseemos la capacidad de adaptarnos a las adversidades y rediseñar nuestro trabajo, buscando alternativas para llegar al mismo fin o uno similar”, afirma.

En este escenario de incertidumbre, el rol de las y los jóvenes científicos también se ve afectado. Ayelén Sosa, quien inició esta investigación como parte de su tesis doctoral, es una de las tantas becarias que sostienen los proyectos desde los inicios. Martinez destaca su labor y reflexiona sobre el rol de los nuevos investigadores: “Con respecto al futuro de la ciencia, es muy incierto el horizonte, sobre todo para los científicos más jóvenes, quienes están en un sistema de becas aún y no saben si van a tener trabajo dentro de los próximos meses. Estamos trabajando en un contexto muy desmotivado, donde solo nos empuja a seguir nuestro amor por lo que hacemos, y no nos imaginamos haciendo otra cosa que no sea ciencia”, se lamentó la investigadora de la UNQ.

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