Venezuela y el pantano del subdesarrollo

La crisis que padece Venezuela hunde sus raíces en las profundas cadenas que genera el subdesarrollo, ante las cuales la abundancia de recursos naturales como el petróleo puede ser una maldición más. Por qué la promesa de un cambio estructural del chavismo fracasó en establecer las bases de un nuevo modelo económico. El rol de la educación y la geopolítica internacional.

Por Carlos de la Vega  
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Agencia TSS – Venezuela es un ejemplo típico de una nación dotada por la naturaleza de excepcionales recursos pero cuya histórica inserción internacional determinó que se transformara en un proveedor de materias primas estratégicas para los poderes centrales, principalmente Estados Unidos, con el correlato de un profundo atraso interior, una gran desigualdad entre sus habitantes, una institucionalidad raquítica y corrompida y una cultura poco productiva.

El país de Bolívar nunca pudo superar su condición colonial, solo cambió de amo y de modos. De una dominación formal a cargo de España pasó, durante el siglo XX, a una subordinación estratégica a Estados Unidos con fachada de república independiente.

Abundancia de la desgracia

Venezuela cuenta actualmente con la mayor reserva de petróleo del mundo. Su explotación en forma industrial comenzó en 1904, durante la presidencia de Cipriano Castro, quien se atribuyó la facultad de administrar y otorgar las concesiones petroleras sin la participación del Congreso. Esta práctica continuó en la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935), durante la cual se otorgaron concesiones petroleras a amigos de la oligarquía local, no para el desarrollo de una industria nacional, sino para que fueran negociadas con las compañías extranjeras que poseían los recursos financieros y técnicos para aprovechar los yacimientos. Este modo de repartir las riquezas naturales nacionales guarda cierta analogía con la forma en la que se distribuyeron los enormes territorios conquistados por el Estado argentino luego de la Campaña del Desierto (1878-1884), donde primó el otorgamiento de grandes superficies a un pequeño grupo de terratenientes, muchos de ellos asociados a capitales ingleses, antes que la necesidad de generar las condiciones para el desarrollo social futuro.

Gregorio Darwich Osorio, docente e investigador del Área de Ciencia y Tecnología del Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) de la Universidad Central de Venezuela (UNC) sostiene en “Petróleo en Venezuela en el siglo XX. De la inexperiencia institucional a la pericia” que el inicio de la explotación en gran escala del “oro negro” provocó la sustitución del Estado rural modesto por el petrolero rentista y “la realidad internacional del país, exportador de café y cacao, cambió por la circunstancia geopolítica y geoestratégica de Estado petrolero”.

La ausencia de capacidades humanas para enfrentar el desafío del desarrollo, junto con la necesidad de solucionar las urgencias cotidianas, llevaron a Chávez a apelar a dos de las pocas instituciones que podían ofrecerle cierto nivel de manejo gerencial de procesos complejos: las Fuerzas Armadas y PDVSA.

La facilidad en la obtención y gestión de las concesiones petroleras atrajo a las grandes compañías internacionales durante la segunda década del siglo XX. En 1914, la Caribbean Petroleum, subsidiaria de la Royal Dutch Shell, descubrió Mene Grande, el primer campo petrolero venezolano de importancia.

El arribo masivo de las petroleras extranjeras marcó el comienzo de la influencia de Estados Unidos, que se vio reflejado incluso en la ley. Ese fue el caso de la legislación venezolana sobre petróleo de 1922, redactada en gran medida bajo la influencia de las compañías norteamericanas.

Tras el gobierno de Gómez comenzaron los intentos por controlar las actividades de las empresas petroleras extranjeras a fin de favorecer los intereses nacionales, pero los esfuerzos fueron fragmentados y discontinuos. No obstante, Venezuela empezó a tomar conciencia de la importancia geopolítica del petróleo y se iniciaron los pasos que culminaron en la nacionalización del sector petrolero en 1976, durante la primer presidencia de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). Este fue el origen de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), pero la nueva empresa estatal se constituyó a partir de la expropiación y fusión de las anteriores compañías privadas que operaban en el país, conservando gran parte de sus estructuras gerenciales previas. Eso provocó que múltiples aspectos de PDVSA continuaran bajo la influencia de los mismos intereses privados extranjeros que habían dominado al sector petrolero venezolano antes de su nacionalización.

El investigador escocés Brian McBeth estimó que, para 1928, Venezuela ya era el segundo productor mundial de petróleo, detrás de Estados Unidos (La política petrolera venezolana: Una perspectiva histórica 1922/2005). Sin embargo, la abundancia de recursos económicos que generó este auge no permitió el desarrollo del país y consolidó su atraso social e institucional, con lo que a la vez profundizó su dependencia de las exportaciones de un commodity principal y de las importaciones de bienes industriales.

La caída del precio del petróleo, a partir de 1981, hizo que Venezuela ingresara en un ciclo de endeudamiento externo que caracterizó también a otros países latinoamericanos. El resultado fue una progresiva crisis económica que derivó en un programa de ajuste y liberalización económica recetado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y aplicado por Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato presidencial (1989-1993). El paquete de medidas desató una ola de protestas callejeras entre el 27 de febrero y el 8 de marzo de 1989, que dejó un saldo de muertes como consecuencia de la represión gubernamental, nunca precisado pero que varios organismos de derechos humanos cifran en cerca de 3.000, aunque oficialmente se reconocieron no más de 380.

La crisis económica continuó y trajo el retorno de las políticas de apertura del sector petrolero para atraer inversiones extranjeras. En febrero de 1999, en un contexto de permanente inestabilidad y descontento social, asumió su primera presidencia Hugo Chávez.

La revolución fallida

El teniente coronel Chávez llegó a la presidencia como el líder de un movimiento nacionalista de izquierda cuya principal base se encontraba en el Ejército. Protagonista de un intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez en 1992, Chávez portaba la promesa de una transformación revolucionaria de la sociedad venezolana, uno de cuyos ejes debía ser el desarrollo industrial a fin de obtener la independencia económica que le permitiera un ejercicio real de su soberanía política.

Pero la promesa de desarrollo para la Patria de Bolívar no se hizo realidad. Al cabo de dos décadas de “revolución bolivariana”, Venezuela se encuentra en uno de los peores momentos de su historia. Seguramente la prematura muerte de Chávez tuvo mucho que ver con el desenlace actual, pero ya antes de su fallecimiento (5 de marzo de 2013) había signos de que el camino elegido para desarrollar el país no había sido el adecuado.

Uno de los indicadores clásicos para medir el desarrollo de un país es la composición de sus exportaciones. Una nación desarrollada tiende a tener un porcentaje alto de ellas conformado por bienes o servicios industriales, mientras que una sociedad atrasada generalmente le vende al mundo mayoritariamente bienes primarios. En 1999, cuando asumió Chávez, el 53,7% de las exportaciones venezolanas eran de petróleo crudo; en el año 2013, ese porcentaje se había elevado al 85,1%. Es cierto que en esos 14 años las exportaciones del país sudamericano se cuadriplicaron, pero si la industrialización de Venezuela hubiera transitado por un carril exitoso, el porcentaje de petróleo crudo sobre el total de sus ventas externas debería haber disminuido o, al menos, permanecido como al inicio del período.

Chávez portaba la promesa de una transformación revolucionaria de la sociedad venezolana, uno de cuyos ejes debía ser el desarrollo industrial a fin de obtener la independencia económica que le permitiera un ejercicio real de su soberanía política.

Si se toma, por ejemplo, a Corea del Sur, un país de industrialización tardía pero exitosa, se observa que un 90% de sus exportaciones en promedio, en el período 1999-2017, fueron de productos manufacturados. En el mismo lapso, Venezuela partió de un 11,7% de exportaciones de productos manufacturados, en 1999, llegó a un pico de 13,8% en 2002, para luego descender al 1,8% en 2013. Por supuesto, no sería razonable pretender que Venezuela se hubiera acercado a la composición de las exportaciones de Corea del Sur, pero si el proceso de desarrollo hubiera transitado por una senda adecuada al menos se deberían haber mejorado los números de finales del siglo XX.

La inversión en investigación y desarrollo (I+D), otro indicador que permite vislumbrar la estructura productiva y social de un país, tampoco estuvo a la altura de los objetivos declamados. En 2005, Venezuela invertía el 0,2% de su Producto Bruto Interno (PBI) en I+D, el mismo porcentaje que una década más tarde, aunque se había incrementado levemente al 0,3% entre 2012 y 2014. En comparación, Corea del Sur pasó del 2,1% en 1999 al 4,2% del PBI en inversión en I+D. El país asiático no solo había arrancado con un porcentaje de inversión 10 veces superior en el período considerado, sino que a lo largo de una década y media lo había duplicado, signo de la importancia que la ciencia y la tecnología tienen para el desarrollo de una sociedad.

Los problemas de gestión, no sólo en lo económico, terminaron impidiendo el despegue de Venezuela, a pesar de que inicialmente el precio del petróleo había favorecido a la Revolución Bolivariana, para luego precipitar una crisis de proporciones ciclópeas.

Aunque el chavismo tuvo resonantes éxitos en la disminución de la pobreza, ampliando la cobertura de salud y el acceso a la educación, a partir de 2014 el deterioro del PBI provocado por la oscilación a la baja de la cotización del petróleo y la aparición de una inflación que actualmente se ubica en la inconcebible cifra del 1,6 millón por ciento, provocaron una reversión de muchos de los logros del decenio previo.

¿Qué pasó?

¿Cómo puede explicarse tamaña debacle? En primer lugar, no debe olvidarse que el chavismo sufrió un asedio interno y externo feroz. El fracasado golpe de Estado de abril de 2002 fue el inicio de un hostigamiento que continuó en diciembre de ese año, cuando el cuerpo gerencial de PDVSA, fiel a los intereses que habían dominado a la industria venezolana del petróleo antes de su estatización, junto con los sindicatos de trabajadores del sector, lanzaron un salvaje lockout que, aunque finalmente fue desactivado en febrero del año siguiente, le costó al país cerca de 16 puntos de su PBI en dos años. Posteriormente, junto con los boicots y la agresión política, se desplegaron en territorio venezolano grupos paramilitares, la mayoría de origen colombiano, para intentar desestabilizar al Gobierno y atizar otro problema endémico del país: la violencia criminal. En todos los casos, la mano del injerencismo norteamericano, con apoyo colombiano, fue evidente.

Sin embargo, esto no explica la totalidad de lo ocurrido en Venezuela. Al asumir su primer mandato, Chávez recibió un país con dos problemas típicos del subdesarrollo: una población con un muy bajo nivel de educación general y una cultura de la informalidad vasta y arraigada, manifestada en todos los ámbitos de la vida social. Una autoridad de nivel medio del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) de la Argentina que, durante los años iniciales de la década de 2010, a raíz de los convenios bilaterales entre ambos países, participaba de la asistencia al gobierno de Venezuela en el montaje de fábricas para procesar alimentos, se sorprendía por la falta de conocimientos básicos del operario venezolano promedio.

Chávez puso en marcha amplios planes educativos, como la Misión Robinson o la Sucre, pero las condiciones estructurales de la sociedad, sumada a los ataques a los que estuvo sometido su gobierno y el de su sucesor, Nicolás Maduro, limitaron sus efectos positivos. Las dificultades del chavismo para desarrollar Venezuela como consecuencia de los problemas educativos previos de su población ponen en valor la magnitud del legado de la educación pública, gratuita, laica y masiva que tuvo la Argentina.

La ausencia de capacidades humanas para enfrentar el desafío del desarrollo, junto con la necesidad de solucionar las urgencias cotidianas, llevaron a Chávez a apelar a dos de las pocas instituciones que podían ofrecerle cierto nivel de manejo gerencial de procesos complejos: las Fuerzas Armadas y PDVSA. La extracción militar del líder bolivariano fue fundamental para la primera de las opciones y el poder económico de la petrolera estatal lo fue para la segunda. El problema de estas elecciones fue que, en el caso de PDVSA, terminó desviándola de su foco productivo, con consecuencias negativas para su funcionamiento. Con respecto a las Fuerzas Armadas, resultó evidente que padecen los mismos problemas estructurales de la sociedad a la que pertenecen.

Piratas del Caribe

La tradicional oligarquía venezolana añora los tiempos prechavistas y se juega para retornar al paraíso neocolonial del petróleo y el atraso. Pero para poder prevalecer necesita de un apoyo externo contundente.

El discurso de Estados Unidos sobre la defensa de la democracia venezolana y las vidas de sus ciudadanos no tiene nada que ver con sus verdaderas intenciones, como bien lo han demostrado sus intervenciones en Afganistán, Irak y Libia. Los gobiernos de estos tres países fueron alternativamente estigmatizados y atacados por ser supuestas usinas del terrorismo y/o dictaduras. Sin embargo, en todos los casos, la intervención estadounidense dejó como saldo genocidios, la aparición de un océano de terrorismo antes inexistente, la desarticulación de las sociedades atacadas y el apoderamiento de enormes reservas de petróleo por parte de Washington, precisamente lo que también abunda en Venezuela. La segunda mayor agencia de inteligencia de Estados Unidos ubica al país sudamericano como la más grande reserva petrolífera del planeta.

Venezuela también posee una importante reserva de coltán, una solución sólida de columbita (óxido de niobio con hierro y manganeso) y tantalita (óxido de tántalo con hierro y manganeso). Esta última es un insumo fundamental para la industria de la electrónica contemporánea, muy escasa en la naturaleza. Actualmente, la mayor reserva conocida se encuentra en África, en Congo, donde ha sido un factor central del conflicto bélico desatado en ese país entre 1998 y 2003, que costó más de cuatro millones de vida y en donde uno de los botines en disputa han sido los yacimientos de coltán de la provincia de Kivu Norte, fronteriza con Ruanda. Precisamente, este país es el que figura en los registros internacionales como el principal exportador de coltán del mundo cuando apenas tiene unas pocas minas de ese material. Lo que ocurre es que Ruanda, junto con Uganda y Burundi, han mantenido una política de apoyo a las milicias que continúan operando en Congo sin control del Estado, asesinando, violando y manejando muchas de las minas de coltán. El mineral es extraído en Congo pero llevado para su comercialización a Ruanda y Uganda. Estados Unidos ha sido un aliado de estas dos naciones y sus prácticas.

En Venezuela, asimismo, hay reservas de oro. Y, aunque no es de los países mejor posicionados en el ranking áureo, todo suma. Se trata de otro importante componente de la industria tecnológica: según el Consejo Mundial del Oro, de las 4.345,2 toneladas comercializadas el año pasado, el 7,7% se empleó como insumo de productos tecnológicos.

Son estos tesoros los que animaron a las capitales de las principales potencias occidentales, y las de sus restauradas “zonas de influencia” latinoamericanas, a apresurarse a reconocer al autoproclamado presidente Juan Guaidó. Si triunfan en su cometido, el destino que le espera a la nación de Bolívar se puede parecer mucho al caos de Libia en estos días.

Un pantano difícil de sortear

Tanto los teóricos de la dependencia que surgieron en América Latina en la década de 1960, como concepciones más recientes, al modo de las del sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein, entendieron el problema del subdesarrollo no como una patología particular de un país o sociedad, algo ocurrido en un momento particular de su historia, sino como el resultado de su inserción en el más vasto escenario del capitalismo mundial. Esto plantea una perspectiva mucho más compleja y desafiante sobre cómo superar las condiciones del atraso.

Desde este punto de vista, la experiencia venezolana es una advertencia, no para abdicar de los intentos emancipatorios, sino para ser más conscientes de lo que se necesita para llegar a ese objetivo. Es que el subdesarrollo parece comportarse como un pantano: si uno se queda en él se hunde cada vez más o termina pereciendo atrapado. Pero para salir no basta cualquier movimiento, se requiere uno de la potencia y la precisión adecuada, de lo contrario se corre el riesgo de agravar el problema.

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