Voluntarios de la Facultad de Ingeniería de la UBA y de organizaciones sociales participan en el desarrollo de un emprendimiento de fabricación de aberturas metálicas y herrería en Villa La Cárcova, en el conurbano bonaerense.
Agencia TSS – “Es un proyecto integrador que facilita la inserción al trabajo organizado de personas en situaciones vulnerables, les da oficios y dignifica a quienes participan”, destaca el ingeniero industrial Pedro Tolón Estarelles, que dirige un proyecto UBANEX –un programa de la Universidad de Buenos Aires (UBA) que busca promover la vinculación entre la academia y la sociedad civil– de incorporación al mercado formal y productivo de una carpintería metálica en Villa La Cárcova, en el partido bonaerense de San Martín, adonde viven alrededor de 11.000 personas.
“Durante todo 2014 nos encargamos de la construcción del espacio, que es un galpón adonde hoy funciona la fábrica, y compramos las máquinas”, recuerda el ingeniero civil Federico Brusa, uno de los voluntarios que participa en esta iniciativa desde sus inicios en 2013. “Permite que estudiantes y docentes de la universidad puedan brindar su experiencia en la rama civil e industrial, y concretar la intención de la comunidad universitaria de participar en el desarrollo y el bienestar de la sociedad”, agrega Tolón Estarelles, que además es docente e investigador del Grupo de Modelos Aplicados a Gestión Industrial de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires (FIUBA).
Este proyecto fue incluido en la sexta convocatoria de UBANEX y también cuenta con el apoyo de otras organizaciones gubernamentales, no gubernamentales y civiles, como el Movimiento Evita, Ingeniería Sin Fronteras, la Universidad de San Martín (UNSAM), Cooperativa Tren Blanco, Movimiento de Trabajadores Excluidos y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
“Yo entré por el Movimiento Evita, porque participo en el Centro Integrador Comunitario y en una reunión se presentó el proyecto. Me anoté y después de un tiempo nos llamaron para ver el lugar adonde íbamos a hacer la carpintería metálica, en José León Suárez”, recuerda Martín Chejolan, uno de los actuales socios de este emprendimiento. Y dice: “Vinieron los chicos de Ingeniería sin Fronteras, los de Ingeniería de la UBA, armamos un grupo de trabajo y nos juntábamos los sábados a construir el galpón en un terreno que donó José Ruiz, que es quien tiene experiencia en el rubro”.
“Para mí, como imagen, es muy fuerte que haya una fábrica dentro de una villa, no me lo imaginaba posible y hoy está funcionando”, destaca Brusa y comenta que “la primera facturación fue en diciembre de 2014”. Uno de los primeros trabajos que obtuvieron consistió en la producción de 35 ventanas para un centro de prevención local de adicciones que construyó la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR).
“Ese fue el puntapié inicial y ahora se hacen ventanas a medida y trabajos de herrería”, aclara Brusa y advierte que, actualmente, los están ayudando a elaborar un plan de negocios para que el emprendimiento sea sostenible: “Pusimos un objetivo de venta de 40 ventanas por mes, con un crecimiento anual del 25 %, pero tenemos que ver si realmente se cumple o si es necesario readecuarlo”.
Esto es particularmente importante ya que lograr la comercialización desde un barrio como La Cárcova no les resulta una tarea sencilla y por el momento las ventas se hacen de manera telefónica. “En general, nadie va a la fábrica a ver las ventanas. El hecho de estar en una villa espanta a algunos clientes. Por eso, muchas veces, la dirección que se da es de afuera, porque muchos no quieren comprar si lo saben”, se lamenta Brusa y adelanta que, “en un futuro, para solucionar esto, esperamos instalar el local de venta al público afuera del barrio”.
Otra complicación que están resolviendo a medida que avanzan en esta iniciativa es la conformación de una cooperativa. Hoy, la fábrica está a cargo de dos vecinos que trabajan de manera permanente (y que eventualmente contratan a otras personas) y funcionan como una cooperativa, pero no logran constituirse como tal de manera formal ya que, para ello, necesitan conformar un grupo de al menos seis trabajadores estables.
“A veces llamamos a jóvenes para trabajar, sobre todo cuando entra algún pedido, pero es por poco tiempo porque no son trabajos grandes y tampoco salen muchos ahora”, se preocupa Chejolan y asegura que uno de los objetivos es “poder ampliar el cupo de personas que trabaja, pero integrar a una persona es pedirle que se haga monotributista y pague todos los meses. Armamos una página en Facebook y por ahora lo podemos mantener, pero si no entra trabajo, no sé por cuánto más”, advierte.
Por eso, los voluntarios también los están ayudando a elaborar un reglamento para los momentos en que necesitan contratar empleados, ya que la intención es generar trabajo genuino. Pero a estos contratiempos se suma que las voluntades son escasas. El mismo Brusa reconoce que les cuesta conseguir estudiantes o ingenieros que se sumen al trabajo social y detalla que durante la construcción de la carpintería trabajaron entre seis y ocho colegas de FIUBA, pero hoy son solo cuatro voluntarios los que siguen comprometidos con el proyecto.
“Estuvimos repasando cómo había sido el proceso y pensamos que tal vez la carpintería empezó demasiado bien, con trabajos muy grandes para una fábrica nueva. Tal vez la realidad de un emprendimiento nuevo sea más cercana a la de ahora, teniendo que crecer más de abajo y de a poco”, dice Brusa.
15 oct 2015
Temas: Cooperativas, Empleo, FIUBA, Ingeniería, Tecnología social