¿Por qué no tenemos nuevos antibióticos?

Desde fines de la década de los 80 no se desarrollan nuevos antibióticos más poderosos, lo que generó un vacío frente a la aparición de bacterias cada vez más resistentes que reducen las posibilidades de tratamiento en pacientes infectados.

Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – Cuando se descubrió el primer antibiótico, la penicilina, el mundo entero celebró la posibilidad de combatir infecciones que por entonces eran mortales, como una neumonía o una herida infectada. Hoy, casi un siglo después, los antibióticos se han vuelto incapaces de cumplir su promesa de salvar a la humanidad de las bacterias, que son cada vez más resistentes a ellos e incluso algunas hasta se han vuelto invencibles. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que estamos llegando a una “era postantibiótica”, lo que significaría el fin de la medicina moderna tal como la conocemos y que cosas tan comunes como una infección de garganta o un rasguño en la rodilla de un niño podrían volver a ser mortales.

“Hay muchas prácticas médicas, como la diálisis y la quimioterapia, que deben estar libres de gérmenes. Si empezamos a tener bacterias resistentes que ya no se puedan tratar, se van a tener que dejar de practicar”, sostuvo Alejandra Corso, jefa del Servicio de Antimicrobianos de la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud (ANLIS) «Doctor Carlos G. Malbrán», en un encuentro con miembros de la Red Argentina de Periodismo Científico (RADPC) del que participó TSS.

Esta situación se vuelve más compleja si se considera que desde finales de la década del 80 prácticamente no se han descubierto nuevos antibióticos, principalmente porque la investigación en esta disciplina es muy costosa y no resulta rentable para la industria farmacéutica. Según Corso, a esto se le suman otros factores, como la concentración de las empresas del sector, el tiempo de investigación necesario para descubrir o sintetizar nuevas moléculas y las regulaciones para el lanzamiento de nuevas drogas.

En enero pasado, más de 100 empresas y asociaciones del sector farmacéutico de más de 20 países presentaron en el Foro Económico Mundial en Davos, en Suiza, una declaración mediante la cual solicitan a los gobiernos adoptar un nuevo modelo para el desarrollo de antibióticos y se comprometen a dar acceso a nuevos fármacos, aumentar la inversión en investigación en función de las necesidades globales de salud pública y ayudar a frenar la aparición de resistencia a estos fármacos en seres humanos y animales.

Desde finales de la década del 80 prácticamente no se han descubierto nuevos antibióticos.

Lo que no mata, fortalece

Las bacterias son componentes fundamentales de la vida. Tan solo en un gramo de tierra se pueden contar hasta 40 millones de ellas y en el cuerpo humano se calcula que hay más de 100.000 millones. Son fundamentales para la inmunidad, siempre y cuando se mantengan en equilibrio en el organismo, ya que cuando éste se rompe se generan enfermedades. Para restaurar ese equilibrio se utilizan los antibióticos, cuyas ventas mundiales aumentaron de 50.000 millones de unidades en el año 2000 a 70.000 millones en 2010.

El problema es que, con el tiempo, y por el uso y abuso de estas drogas, muchas bacterias se fortalecen y el medicamento debe ser cada vez más potente para lograr la misma efectividad. A las bacterias que sobreviven a todos los tratamientos existentes se las llama pan-resistentes.

“La aparición de la resistencia es un proceso inevitable. Lo único que podemos hacer es tratar de frenar un poco ese proceso para darnos tiempo a que podamos detectar nuevos antibióticos y tomar conciencia de que el problema es realmente grave”, subraya Corso. Para dar una idea de la magnitud de este problema detalla que hoy se estima que se producen alrededor de 700.000 muertes en el mundo al año a causa de una bacteria súper resistente.

¿Cómo es la situación actual en la Argentina? No muy distinta de la de otros países. Según una medición realizada en la ANLIS (la primera de este tipo en América Latina que sigue los lineamientos de la OMS), nueve personas por cada 10.000 habitantes adquieren súper bacterias. Y, más grave aún, a mediados de junio de este año se registraron en Buenos Aires los primeros casos de pacientes infectados por una bacteria pan-resistente.

La causa principal de este tipo de situaciones es el uso excesivo e indebido de los antibióticos, muchas veces provocado por la automedicación. Por eso, una de las cuestiones que más alarma a los especialistas es el aumento de casos de resistencia bacteriana que se producen fuera de la denominada población hospitalaria, que siempre ha sido la más expuesta. Sin embargo, según Corso, se estima que actualmente solo el 20 por ciento de los antibióticos se usa en hospitales, mientras que el resto se consume sin prescripción médica.

La ANLIS ejecuta las políticas sanitarias en lo que respecta a la prevención, diagnóstico referencial, investigación y
tratamiento de enfermedades toxo-infecciosas, de base genética, de base nutricional y no transmisibles.

Rodeados por los antibióticos  

En paralelo, hospitales, clínicas y otros servicios de salud se han vuelto uno de los principales contaminantes que envían bacterias al ambiente a través de sus residuos cloacales, que terminan en el agua y atraviesan todo tipo de plantas potabilizadoras. Pero no son los únicos que afectan al medioambiente, sino que también creció el uso de antibióticos en animales, básicamente para la producción de alimentos: peces, aves y ganado en general reciben altas dosis de estos medicamentos para prevenir o evitar el contagio y promover el crecimiento.

“Los animales consumen más antibióticos que los humanos, en proporciones sumamente importantes a nivel global, y el problema es que se utilizan las mismas familias de antibióticos”, explica Fernando Pasterán, investigador de la ANLIS. Y agrega: “Está éticamente aceptado tratar a un animal enfermo y debería ser una obligación moral atenderlo. Sin embargo, la mayoría de los antibióticos no se dan para tratar a los animales enfermos, sino como promotores del crecimiento”.

A pesar de que la primera advertencia sobre esta cuestión fue publicada en el año 1974, las estadísticas no han dejado de crecer: hoy se estima que el 80 por ciento de los antibióticos que se venden se destina a la cría de animales. En la Argentina, según datos del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA), se registró el uso de 6.000 toneladas de antibióticos en 18 meses, principalmente para la producción aviar. Corso considera que el país se encontraría “dentro de los que más consumen” este tipo de medicamentos en animales.

Pasterán resalta que esta es una problemática global que trasciende todo tipo de fronteras y afirma que las bacterias pueden viajar de un lugar a otro en el mundo, a través de la contaminación de aguas, tierras y también por el aire, llevados por insectos y aves. Así, los antibióticos deberían ser considerados como “recursos no renovables”, teniendo en cuenta que “casi no se producen nuevos antibióticos y, cuando se lo hace, la renovación es muy escasa”.

En este sentido, la OMS, la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) han elaborado una estrategia conjunta que incluye acciones como que cada país elabore un plan integral de acción; fortalecer la capacidad de los laboratorios que detectan estos gérmenes multi-resistentes; procurar acceso a antibióticos de calidad; promover el uso racional de antibióticos en humanos y animales; y mejorar prevenciones de transmisión de infección entre pacientes.

“El problema es grave, hay que tomar medidas y no se pueden copiar de otros países porque cada uno tiene su forma de producir y su cultura”, advierte Pasterán y continúa: “En la Argentina contamos, desde el año pasado, con una resolución conjunta entre los ministerios de Salud y de Agroindustria, cuyo objetivo es tratar de retrasar la resistencia a los antibióticos a través de la regulación de la fiscalización y comercialización de antimicrobianos”.

Junto a estas acciones, el especialista destaca que cada familia también puede hacer su aporte para evitar que esta resistencia avance mediante un uso responsable de estos medicamentos, puesto que “en los hogares hay menos posibilidades de que las bacterias sobrevivan”.