Tecnologías abiertas, producciones científicas de acceso libre y procesos de consumo y producción distribuidos tienen el potencial de crear sociedades más igualitarias. Durante un encuentro se debatió sobre sus posibilidades.
Agencia TSS – “No nos referimos a lo que los medios llaman livianamente ‘economía del compartir’, sino que hablamos de una economía entre pares en la que los procesos de consumo y producción tiendan hacia lo distribuido y, de ese modo, a democratizar la toma de decisiones”, dijo Marcela Basch, creadora de El plan C, durante el encuentro internacional Comunes, organizado por el Goethe Institut, Minka, El plan C y Cultura Senda, que se desarrolló del 4 al 7 de mayo en la ciudad de Buenos Aires.
La intención principal de este encuentro fue permitir que quienes de algún modo se vinculan a proyectos de economía colaborativa y cultura libre pudieran reunirse para intercambiar ideas y reflexiones.
“La mayoría de las tecnologías que utilizamos tienen el vector ideológico de la centralización y faltan tecnologías que trabajen por la federalización porque, si las tecnologías no reproducen nuestra manera de organizar, las tecnologías nos organizan”, destacó Leandro Monk, que integra la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajo de Tecnología, Innovación y Conocimiento (FACTTIC). En este sentido, por ejemplo, Monk afirma que, desde la federación de cooperativas que representa, producen en base a una “economía de personas, en la que los trabajadores son el centro, y el capital y la tierra (considerados tradicionalmente como los tres factores de producción) son solo herramientas para lograr nuestros objetivos, que se definen entre todos”.
Beatriz Busaniche, presidenta de la Fundación Vía Libre, invitó a ir un paso más allá y no conformarse con ideas superficiales. “No todo lo abierto es libre, y no todo lo libre es abierto. Cuando nos quedamos en las definiciones, perdemos de vista el objetivo, que tiene que ver con la desconcentración y la construcción de autonomías”, dijo la especialista y advirtió que, “muchas veces, lo abierto no redunda más que en una traslación de información de la gran masa de ciudadanos, con tecnologías que determinan y condicionan, a favor de esas empresas que son las que capitalizan y monetizan mucho más de lo que podían durante el capitalismo industrial y las etapas previas del desarrollo capitalista”.
La producción científica no queda fuera de esta tendencia a la concentración, a pesar de la idea predominante de que la ciencia es pública y así contribuye al avance de la sociedad. Mariano Fressoli, investigador del centro Steps América Latina, especializado en esta problemática, destacó el rol de la ciencia abierta, que “es otra forma de producir conocimiento” para garantizar el acceso y explicó que dicha creencia entró en crisis por la presión de las publicaciones especializadas pagas y el registro de patentes.
“Si uno quiere acceder a una publicación científica, seguramente deba pagar. Es un mercado de alrededor de 2000 millones de dólares que está en manos de cuatro o cinco editoriales, pero es conocimiento que los científicos suelen producir financiados con dinero público y que el Estado tiene que volver a comprar”, sostuvo Fressoli y ejemplificó: “En la Argentina, el Ministerio de Ciencia y Tecnología gasta alrededor de 25 millones de dólares para que las universidades tengan acceso a estas publicaciones”.
En relación con el patentamiento, Busaniche dijo que “las regulaciones de propiedad intelectual son un ejemplo claro de cómo la connivencia entre Estado y mercado diseña políticas de desapropiación de los bienes comunes: las políticas públicas están diseñadas para el mercado y para un Estado que tiene el monopolio de la fuerza; están diseñadas para la diferencia, la exclusión, el enriquecimiento cada vez más concentrado y a contramano de los bienes comunes”.
Fressoli advirtió que esa situación es solo “el síntoma de un problema mucho mayor”, puesto que se produce mucho más conocimiento del que se publica y difunde: datos, tecnología, instrumentos e ideas… “¿Qué pasa con ese conocimiento y cómo puede ayudar a enriquecer nuestras sociedades?”, se preguntó el especialista y destacó que “la idea fundamental de la ciencia abierta es que el mejor experto sobre el problema que se quiere atacar no esté dentro del mismo grupo científico, sino afuera, y que esa diversidad de personas que tienen distintas ideas sobre un problema puedan pensarlo de manera diferente y contribuir a su resolución”.
Junto con esta idea, y para salir de la dicotomía entre Estado y mercado, Busaniche propuso profundizar en la noción de “bienes comunes”, que, según explicó, permiten construir desde la organización colectiva y la generación de normas propias, más allá de las que imponga el Estado o el mercado. “El bien común es el recurso; la comunidad que lo desarrolla, lo mantiene, lo protege y lo utiliza; y las normas que esa comunidad se da para la administración de ese bien común”, dijo y concluyó: “Este concepto pone la cuestión en un plano de construcción política; estamos en una época en la que todos dicen que no hablan de política sino de gestión, pero la gestión es política, ya que define cuál es la relación entre las personas que forman parte de eso que se quiere administrar, cómo se posicionan frente a una situación legal, un territorio y una corporación”.
12 may 2016
Temas: Cooperativas, Derecho de autor, Economía colaborativa, Patentamiento, Software libre