La ciencia detrás de los yuyos

Investigadores de la Universidad Nacional de San Juan estudian la flora medicinal de esa provincia y su potencial para tratar enfermedades, como en el caso de las propiedades antinflamatorias del denominado “boldo de la cordillera”.

Vanina Lombardi  
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Agencia TSS – Usar clavo de olor en una zona dolorida, tomar té de tilo para calmar la ansiedad o ponerse compresas de manzanilla para aliviar la inflamación en la piel son solo algunas de las alternativas caseras que se transmiten de boca en boca y de generación en generación para aliviar dolencias. Estas prácticas siguen siendo habituales, sobre todo en distintas comunidades del interior del país donde los «yuyos” suelen estar disponibles, mientras que el acceso al sistema de salud puede resultar limitado o de difícil acceso.

La doctora en bioquímica Gabriela Feresin quiso conocer un poco más sobre la efectividad de los remedios caseros y ahora investiga las propiedades antinflamatorias de dos especies típicas de la cordillera andina: la Azorellas cryptantha y la Oxalis erythrorhiza, esta última conocida como «boldo de la cordillera» (que nada tiene que ver con la que suele utilizarse como digestiva).

“Tratamos de corroborar científicamente si las plantas son efectivas para lo que la gente las usa”, le dijo a TSS esta especialista en fitoquímica de plantas de uso medicinal, que desde hace más de 20 años estudia la efectividad y la posible toxicidad de las distintas moléculas presentes en variedades vegetales autóctonas de la provincia de San Juan, donde se desempeña como directora del Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional de San Juan desde principios de la década de los 90.

Oxalis erythrorhiza, también conocida como «boldo de la cordillera».

“La gente nos decía que usaban el boldo de la cordillera para tratar el soplo cardíaco. Entonces, aislamos una molécula y probamos su actividad, pero no podíamos saber si era útil para el soplo. Posteriormente, en un congreso conocí al doctor Miguel Sosa, que trabajaba con parásitos y usaba espermatozoides para probar su viabilidad”, recuerda Feresin y explica que, como en India habían comprobado que la molécula que ella había aislado inhibía la movilidad de los espermatozoides, le propuso a su colega probar estas moléculas con los parásitos característicos del mal de Chagas que, entre otras consecuencias para el organismo, pueden provocar un soplo cardíaco. “Lo probamos en ratones y publiqué mi primer trabajo sobre esta molécula en el año 2002, en el Journal of Pharmacology. Propuse que la gente la usaba para el soplo a partir de un conocimiento empírico y que posiblemente mejoraban porque los parásitos se morían”.

Del mismo modo, posteriormente encontraron que en India habían probado el funcionamiento de estas moléculas contra la inflamación producida por la diabetes y decidieron ampliar la investigación en este sentido, entre otras cosas porque se trata de una planta que crece en la zona y resulta de fácil acceso para la experimentación. “Hemos reorientado nuestras investigaciones hacia las necesidades de la región”, advierte Feresin, que para avanzar en este proyecto obtuvo un financiamiento de la línea de Proyectos de Investigación Orientados (PIO) por $ 650.000, un programa conjunto entre el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación del Gobierno de San Juan.

El principal objetivo del proyecto es asegurarles a las comunidades que el uso y la comercialización que actualmente hacen de diversas plantas sea seguro para la salud. Por ejemplo, llevándoles información accesible para que sepan cuáles pueden aprovechar y cuáles son tóxicas, y de qué manera se las puede aprovechar mejor (por infusión o decocción –hervir las hojas durante un determinado tiempo–, por ejemplo).

«Pretendemos sentar las bases científicas para permitir que estas especies autóctonas sirvan para producir fitofármacos»,
dice Feresin.

La iniciativa también busca ayudar a proteger estas especies autóctonas, como se hace en Córdoba con la menta peperina (Minthostachys verticillata). “Al final de este proyecto, pretendemos sentar las bases científicas para permitir que estas especies autóctonas sirvan para producir fitofármacos”, destaca Feresin y agrega que “si las especies son promisorias, pensamos tratar de cultivarlas en el futuro en las zonas donde ellas mismas crecen, en la alta montaña, como una manera de preservar la flora autóctona y ofrecer una salida económica para quienes las cultiven”.

El equipo en el que se desempeña Feresin en la Universidad Nacional de San Juan reúne a más de una decena de especialistas de distintas disciplinas que trabajan en colaboración con otras universidades nacionales, como las de Córdoba, Rosario, Buenos Aires y San Luis, e incluso con colegas de otros países, como Chile y España.

El grupo también trabaja en otras líneas de investigación relacionadas con la fitomedicina, como la búsqueda de antioxidantes en ciertas plantas que han analizado tras cultivarlas a distintas alturas sobre el nivel del mar, en cómo aumentar las funcionalidades nutricionales del pistacho (San Juan es una de las principales provincias en las que se cultiva este fruto, casi exclusivamente para exportación) y la micropropagación de algunas especies de la familia de las amarilidáceas, de las que se puede obtener la galantamina, un alcaloide que ya se comercializa para contrarrestar el déficit cognitivo provocado por la enfermedad de Alzheimer, pero que en San Juan existe en poca cantidad y es difícil de encontrar y cultivar.